Por Gilberto Avilez Tax
A un año del inicio de la pandemia podemos escribir algunas opiniones respecto a cómo el Coronavirus puso en jaque y mostró la cara más salvaje del sistema turístico capitalista en Quintana Roo, por un lado; y patentizó la fragilidad del sistema económico regional que depende, en gran medida, hasta en un 80%, de la industria sin chimeneas.
Del mismo modo, creo que hace falta insistir en la idea de la diversificación económica para Quintana Roo, cosa que no se ve ni observa en el discurso oficialista actual, enmarañado en los proyectos faraónicos federales para la “reactivación económica” que ha sido el mantra y la prioridad desde junio del año pasado, y que para diciembre de 2020, esa fijeza por reactivarlo todo a como diera lugar, desembocó en lo que se vivió en los meses subsiguientes: el desbordamiento y rebrote de casos activos de coronavirus por las fiestas decembrinas descontroladas y hasta con la connivencia de gobiernos municipales, y el regreso al semáforo rojo, tanto federal como estatal, en el norte del estado, para mediados de enero de este año.[1]
El 28 de febrero de 2020 se dio el primer caso de covid-19 en México, y el 13 de marzo en Quintana Roo. Días después, el 26 de marzo de ese año, en Quintana Roo se registró la primera muerte por el Covid-19. La víctima de tan terrible y nueva enfermedad era un hombre de 74 años que se encontraba internado en el Hospital General de Cancún, mismo que para abril de ese mismo año se convertiría en la “Zona Cero” del Coronavirus en el estado, pues casi todos los casos de municipios de la Zona Maya y hasta del sur profundo eran llevados a Cancún. La pandemia hizo prístino el hipotético derecho a la salud de la población indígena del estado, con parca y rudimentaria infraestructura hospitalaria en sus municipios.
En un año del inicio de la pandemia mundial el dato del 3 de marzo de 2021 señala una cifra total de casos acumulados para México de 2 millones 104 987 casos, y de 188 mil 44 defunciones de Covid-19 oficiales. En cuanto a Quintana Roo, el reporte del 3 de marzo de 2021 señalaba un acumulado de 20,270 casos con 2,410 defunciones, según las cuentas oficiales. Es obvio, por supuesto, que existe un sub-registro de personas que, por temor, no acuden a los hospitales.
La primera enseñanza que ha dejado estos meses de zozobra pandémica, tiene que ver con la fragilidad del sistema turístico creado en 1970, pero reforzado en sus paradigmas extractivistas y neoliberales a partir de la década de 1980. Desde marzo de 2020 y hasta antes del inicio de la pandemia, las firmas turísticas, contraviniendo lo que desde la federación se buscó que no se realizara, efectuaron sus “ajustes” laborales y empezaron a despedir masivamente a trabajadores. Desde marzo de 2020, señalamos que el Covid-19 y la parálisis turística que ya se sentía, era una oportunidad (difícil y complicada) para repensar el paradigma turístico de corte neoliberal, que monopoliza la economía regional y que está a expensas de contingencias ambientales, sanitarias y sociales. Desde marzo de hace un año se veían “focos rojos, y tremendos boquetes, en la industria sin chimeneas de Quintana Roo; los gringos, su mayor mercado, tal vez no vengan, hay cancelaciones sobre cancelaciones en la ocupación hotelera. Hay una tos de perro pekinés en las “bondades” del turismo en el estado”.[2]
Dos estudios recientes del impacto del Covid-19 en el turismo en Quintana Roo, discurren por el mismo sentido a lo que dispusimos en la primera columna de Tierra de Chicle. Un primer trabajo, de investigadores de la Universidad de Quintana Roo en la unidad Cozumel[3], discurrían sobre la precarización y flexibilización laboral del grueso de trabajadores en los polos de desarrollo turístico en el estado, los cuales desde siempre han sido conculcados sus derechos, con poca o nulas prestaciones, y que, sin trabajo, el impacto del Covid en Quintana Roo se exponenció porque, o era quedarse en la casa y sin comer, o salir a buscar el pan y arriesgarse. Este estudio plantea el terrible dato de que, de febrero a junio de 2020, en Quintana Roo se perdieron 113,072 empleos, que correspondía al 23.95% del total estatal. Estos autores plantearon de pasada la imperiosa necesidad de promover las economías paralelas a la turística, aunque no profundizan en el tema y me parece que, en un turismo post-covid, esta diversificación económica se hace razonable y forzosamente necesaria, y más en Quintana Roo, donde su crecimiento en infraestructura y servicios se ha canalizado en las costas e islas, dejando a un lado su “traspaís” de tierra adentro: campesino, indígena, agrícola. Creo que en ese apartado, conceptos como desarrollo local y sustentable, el reforzamiento de las comunidades, la soberanía alimentaria, el regreso a una vida más sencilla y autónoma, el reverdecimiento de la milpa y los procesos conexos, no es un discurso solamente, sino que se vuelve de rabiosa necesidad.
El otro texto que analiza la cuestión, se concretiza al caso de Cancún y su vulnerabilidad ante la pandemia. Sus autoras sostenían que hoy más que nunca se requería repensar el tipo de turismo a desarrollar en el corto plazo para Cancún, considerando que la ciudad, que cumplía 50 años en medio de una pandemia, había pasado en menos de dos décadas por duras pruebas como sortear un terrible huracán como el Wilma de 2005, y la AH1N1 de 2009 y el Covid-19 de 2020. Meses después de haberse escrito ese artículo (fue escrito en mayo de ese año), en octubre un pequeño huracán, Delta, pasaría por Cancún en momentos pandémicos. Las autoras cerraban su ensayo de un modo certero, abogando por un turismo socialmente responsable: “La pandemia del COVID-19 ha puesto en la mesa de discusión el tipo de desarrollo a seguir. No podemos, pues, regresar a la normalidad que ha provocado el desastre”.[4]
La segunda enseñanza que ha dejado estos meses de pandemia, es que se hace necesario que, desde los sectores políticos, académicos, sociales, campesinos, se den los mecanismos para replantear no solo el turismo sino la economía regional. Si en los primeros meses, cuando por racimos salieron de las ciudades turísticas del estado personas que entran en el segmento más desprotegido de la economía turística, y regresaron a sus comunidades; y cuando vimos imágenes de palacios turísticos sin personas y comunidades enteras cerrando el paso al virus; estas dos metáforas nos pueden ayudar para cuestionar la precariedad laboral, para exigir a los tres niveles de gobierno un mayor reforzamiento del segmento laboral más desprotegido en la economía turística, y, por el otro, pugnar porque en la tan cacareada “reactivación económica” los pueblos no se cierren sino que se abran para reforzar sus autonomías locales en una racionalidad humana y democrática de un turismo regulado por el estado, no de un estado genuflexo al turismo. Actualmente eso no se ve y los gobiernos federales y locales, con una clase política tan rupestre y anclada al viejo paradigma neoliberal turistero, tampoco lo plantean.
[1] https://www.jornada.com.mx/notas/2021/01/21/estados/zona-norte-de-quintana-roo-pasa-a-semaforo-rojo-por-mas-contagios/
[2] https://noticaribepeninsular.com.mx/tierra-de-chicle/
[3] Alejandro Palafox-Muñoz y Felipe Rubí, “La gota que derramó el vaso en el turismo en Quintana Roo, México: precariedad laboral y Covid-19”. Septiembre de 2020. Dimensiones turísticas. Vol. 4. Número especial.
[4] Cristina Oehmichen y Consepción Escalona. “El Covid-19 en Cancún: epidemia y vulnerabilidad en un destino turístico de clase mundial”, en http://www.albasud.org/noticia/es/1218/el-covid-19-en-canc-n-epidemia-y-vulnerabilidad-en-un-destino-tur-stico-de-clase-mundial