Gilberto Avilez Tax
En los mentideros de la grilla local y del periodismo quintanarroense, ha surgido una polémica en torno a una candidata cancunense “impuesta” para un sur y centro maya de Quintana Roo, quien, dicen los neo-filólogos mayas, no sabe siquiera pronunciar con corrección nombres de la región como Polyuc o Chunhuhub, o interpela a los de Quintana Roo como “quintanarroensas” (esto pienso que tal vez se dijo por ese lenguaje “incluyente”, aunque tal vez no sea el caso). En su descargo, diré que existen quintanarroenses de la zona maya que ni pueden chapurrear más o menos el maya.
La incorrecta pronunciación de dichas palabras mayas, fue amplificada por indistintos grupos del sur y centro del estado para reiterar su molestia acendrada ante el hecho de que una “advenediza”, hija de “chilangos” o “huaches”, y no un nativista de abolengo del Curvato defensor chauvinista del Punto Put, o un “maya” a prueba de modernidades, sea el candidato de cierto partido para buscar representar a un Quintana Roo profundo, “carpetovetónico”, de tierra adentro, de Curvato y sarteneja, donde el elemento étnico, el maya, es primero y se cuela no sólo en la demografía sino, también, en las toponimias o las viandas más exquisitas como el puyulito.
Por supuesto, en este artículo no es nuestro objetivo seguir denostando el desconocimiento lingüístico de dicha candidata de la correcta pronunciación en maya de algunas palabras. Basta el hecho de decir que el Quintana Roo cosmopolita, representado paladinamente por Cancún y sus pioneros, colonos, migrantes y descendientes de migrantes, no se reduce a la perfecta cadencia sonora de la palabra Polyuc, o a descifrar con calepinos de Motul el significado de Chunhuhub.
Es nuestro objetivo, más bien, hablar de una especie de Cancún en el que algunos, o muchos de sus miembros, forman parte de una ciudad fraccionada con el resto quintanarroense y peninsular de tierras adentro, donde los vínculos que se dan entre la “isla de Cancún” con los “tierradentrinos” son escasos, fragmentarios, que imposibilitan una identidad única, homogénea para las diversidades de grupos socio-étnicos que pueblan aquella ciudad del Caribe mexicano: tabasqueños, yucatecos, chiapanecos, chilangos…Podríamos argüir, mal que les pese a los cronistas que celebran “desfiles de la identidad” y remojan sus textitos en facciones de ficciones periodísticas pespunteadas de supuesta rigurosidad histórica, de que tal vez Cancún no tenga más identidad que la que plasman entre sus calles, plazas y centros comerciales, sus avecindadas gentes venidas de todo el país y más allá. La condición migrante, aovada incluso en más de dos generaciones de nativos trasplantados, sería entonces la única identidad valedera.
¿Existe una identidad cancunense?, ¿está integrado Cancún al resto del estado o sigue siendo una isla de tribus inconexas? Tal vez la identidad cancunense sea una respuesta inmediata a la identidad del yucateco que todo lo observa desde su balanza regional. Me acuerdo la primera vez que fui a Cancún. Tenía 11 años. Ahí descubrí palabras como “downton”, “telera” y “condominios”. Ahí descubrí la palabra “tianguis” y me perdí en el de la 101 o tal vez la 100, siguiendo a una tía paterna mía; ahí, también, descubrí que existen otros mexicanos con rostros distintos al mío, de hablar “cantaditos” y con formas de ser que no me eran conocidas: descubrí el asombro de mi identidad peninsular ante el otro, ante “el huach”. Y algo más: ahí descubrí al gringo, aquel que ha revoloteado en el horizonte peninsular desde décadas después de la independencia: desde John Lloyd Stephens hasta el último “springbreakers” de este ingrávido abril.
Si la lengua maya sufre un sinfín de problemas debido a la desruralización creciente de la península toda, cuestionar el habla de alguien que no pronuncie con perfección las toponimias mayas, me parece irrelevante: Kankabdzonot, Tahdzibichén, Chunhuhub (durante un tiempo, el letrero de la SCT rotulaba “Chunjujú” en las carreteras de Quintana Roo y nadie se rasgó las vestiduras), Yaxunah, Chacsinkín, Oxkutzcab…El problema no está en la pronunciación correcta del toponímico maya, sino en la falta de integración del cancunense promedio a tierras adentro: el cancunense, supongo, vive con un pie en la jungla de asfalto caribeña, y con otro en la terminal de autobuses o el aeropuerto que lo regrese a la tierra de sus mayores de vez en vez para respirar otros aires, los aires que pueblan los mitos fundadores de sus infancias. Una ciudad fragmentada y movida por sus patrias chicas como los huracanes a los que se acostumbran a la fuerza seminal de la sobrevivencia, sus Tabascos, sus Yucatán, Chiapas y CDMX, como “hijos pródigos” de una patria chica que ni siquiera saben pronunciar, y apenas, de lejitos, observar.
Y en ese sentido, David Anuar, poeta cancunense (1989), hijo de migrantes y el que más ha entendido a fondo la identidad en construcción del cancunense por su formación también de historiador, lo mismo que el escritor Mauro Barea,[1] o que el poeta Nicolás Guillén que lo entendía como “parte de nuestra fisiología caribeña”, o el compatriota de este último, Fernando Ortiz, entienden que una de las fuerzas telúricas de la naturaleza, el huracán, es un factor de identidad que abarca no solo a los cancunenses, sino a los quintanarroenses, peninsulares y caribeños.[2]
Los yucatecos, al menos los meridanos, siempre buscan la identidad yucateca en toda la península, la cual pensamos que forma parte de nuestra historia compartida. Esto es lo que contaba, al rememorar sus viajes de adolescente, un amigo mío meridano, que viajaba a Cancún con sus familiares: en Cancún recreaban “una estampa de Mérida, y oíamos comentarios de los abuelos ‘cuando aquí no había nada, cuando veníamos y en la carretera aún se podían ver monos, cuando se comentaba que no se pasaba más allá de Puerto Morelos…y llegaron los huaches, y uno no se entiende con ellos, pero se soporta a los otros. Sin embargo, en nuestro fuero interior, los yucatecos siempre nos sentíamos identificados con esta tierra, sea Campeche o Quintana Roo, sigue siendo parte de nosotros”.[3]
La “rebatinga” por la identidad cancunense ha sido escrita desde los ámbitos académicos.[4] Los periodistas de otros lares, igual han externado sus opiniones al hablar de una supuesta identidad cancunense. Existe, al respecto, un texto curioso que considera que la identidad cancunense, esto es, los rasgos colectivos que definen al cancunense, se resumen en nombrar “regiones” a las colonias, el que los cancunenses prefieran más “la onda grupera” a cualquier otra música, ¡o el colmo de la estupidez!: decir que “el short y las chanclas” representan los símbolos de una extraña identidad.[5] Transcribo estas perlas magicorrealistas: “Otro ejemplo de la identidad que está surgiendo entre los cancunenses es el ‘short’ y las ‘chanclas’. Cualquiera que está en el comercio del calzado y la ropa sabe que estas prendas tienen una demanda muy superior en Cancún. Y en las calles está la prueba”.[6]
Si no existe una identidad como tal, al menos pueden existir algunos lugares de la ciudad que formen un sustrato identitario o los lugares de la memoria: La zona del crucero (intersección de la López Portillo con Avenida Tulum), donde en los primeros tiempos de Cancún llegaba la gente de Mérida para arribar a Puerto Juárez y pasar a Isla Mujeres. O bien, el mítico Parián o El Mirador de Playa Delfines. David Anuar, en un ensayo para Tropo a la Uña, divide estos símbolos identitarios entre los producidos por el Estado y los “espontáneos”, los que se construyen en el día a día: símbolos como “La glorieta del ceviche”, el “Monumento al Albañil”, o avenidas como “la López Portillo” y la “Andrés Quintana Roo”, forman parte de los producidos por el Estado. En cuanto a lo que produce la gente en el diario vivir, apunta Anuar, están el recuerdo de algunos cines, espacios de recreación (el Wol Ha), o la verborrea y el estilo “parlanchín” de los cancunenses, y que hace descollar una posible identidad.[7]
Si el grueso de la población cancunense, venida de todas partes, relacionados con tierra adentro o incluso con Chetumal, son escasos en sus comunicaciones (a Chetumal solo se va por trámite urgente o, cuanto mucho, a Tulum), algo que no podemos dejar de decir, para finalizar este apretado artículo, es que la variopinta comida de todas partes del país, le dan un color, un sabor y un olor inconfundiblemente cancunense a sus calles: si supe que en Cancún a un pan que no vendían en mi pueblo le llamaban “telera”, también supe del inigualable sabor de los tacos de tripa que tampoco vendían en mi pueblo. Una identidad en constante e incesante construcción, a la hora de la comida, toma un descanso necesario para que los cancunenses –migrantes e hijos y descendientes de migrantes- anulen el espacio tiempo, “para volver fuera del tiempo y del espacio a su ‘lugar de origen’”.[8]
[1] De Mauro Barea, véase: https://maurobarea.wordpress.com/2016/09/14/mitos-y-realidades-del-huracan-gilberto/
[2] Véase David Anuar. “De huracanes y Caribes”. 24 de octubre de 2020, en https://vertice.grupopiramide.com.mx/letras/los-huracanes-como-factor-de-identidad-caribena/?fbclid=IwAR3cIufpTEHsMiNloayuZNuXasWUabJSJ9fDrvQrVebT_yhK2lAxjhDTPxU
[3] Conversación con el médico y fotógrafo meridano BS. 8 de abril de 2021.
[4] Véase el estudio de 2009: Macías Richard, Carlos y Raúl Arístides Pérez Aguilar compiladores, Cancún y el Caribe mexicano. Los avatares de una marca turística global, México, UQROO-Conacyt y Bonilla Artigas editores.
[5] ¿Acaso alguien en su sano juicio andaría con botas, con saco y corbata en el trópico infernal?
[6] Esmaragdo Camaz. “La rebatinga por la identidad cancunense”. 15 de abril de 2012, en https://www.expedientequintanaroo.com/2012/04/la-rebatinga-por-la-identidad.html
[7] David Anuar. 2020. “Nosotros somos de Cancún”. Tropo en la Uña, Cancún, México, pp. 18-21.
[8] David Anuar. 2020. “Nosotros somos de Cancún”. Tropo en la Uña, Cancún, México, pp. 18-21.