Por Gilberto Avilez Tax
En poco más de nueve meses hemos pasado por un sinfín de imágenes que esta pandemia nos ha traído desde el confinamiento global. Desde los primeros meses de abril-mayo, en que una especie de histeria colectiva se acunó en algunos gobiernos estatales y municipales en México por cerrarlo todo, hasta reclamos por reactivar la economía a como dé lugar.
De abril a mayo, muchos pueblos de la Península y de todo México, decidieron cerrar “sus fronteras”, generando con esto problemas de movilidad y en algunos casos hasta hubo violaciones a los derechos humanos por sus ímpetus autoritarios y su perplejidad para hacer frente a una crisis de salud que pronto repercutió en una crisis económica con la pérdida de empleos, el cierre de fuentes de trabajo, y en el caso de Quintana Roo, el desplome del turismo que ha sido mucho más agudo que cuando la influenza de 2009.
Una nueva enfermedad que, hasta ahora, la causa de su origen ha estado marcada por innumerables teorías de la conspiración, pero que se originó en diciembre de 2019 en el mercado de Wuhan en China debido a ingesta de carnes de animales salvajes;[1] puso al mundo en un confinamiento global porque su fuerza de contagio es invisible, y en algunos casos, los asintomáticos son letales para personas con problemas de hipertensión, sobrepeso, diabetes, fumadores, mayores de 60 años, y todos los que tienen debilitado su sistema inmunológico.
La carrera mundial por crear una vacuna, hizo a los científicos de todo el planeta a trabajar a marchas forzadas, mientras los que podían se recluían en sus casas para practicar el “home office”, los “webinarios” y las video juntas de trabajo en pantuflas; el “espacio vital” se convirtió en la “sana distancia”, y la vida cotidiana se empezó a concebir con el cubre bocas puesto y los geles desinfectantes en la bolsa. A falta de vacunas durante todo este año, los remedios mágicos han estado en su apogeo: procesiones de vírgenes y santos por calles polvosas de pueblos que nos hacían regresar a las jaculatorias y salmodias del siglo XIX (“la Cruz de Cristo ahuyenta los demonios, el aire corruptible y la peste”), chamanes magicorrealistas con remedios curalotodo, defensores a raja tabla de las bondades fetichistas del dióxido de cloro, se unen en aquelarre con los nuevos fundamentalistas del buen comer y del ejercicio físico a cada hora como medida profiláctica para apaciguar el miedo y el temor al contagio.
En China, donde se originó la pandemia, en menos de medio año fue controlada, lo mismo que en otros países asiáticos como Corea del Sur y Japón. Filósofos como el surcoreano Byung Chul-Han, quien ha abordado desde la hermenéutica al Coronavirus, hablando del fin de los rituales (¿y las fiestas y las celebraciones colectivas?), recientemente explicó que el éxito en la contención de la pandemia de estos países asiáticos, se clarifican si prestamos atención al significado de la cultura (el civismo, o las actitudes de la sociedad asiática para respetar lo establecido de forma más colectiva) para enfrentar la pandemia: al parecer, el espíritu colectivo, de engranaje y hormiguero de las sociedades asiáticas, la corresponsabilidad, son de más éxito en ellas que las sociedades de cuño liberal en Occidente, defensoras de la libertad individual frente a los intentos cuartelarios de los Estados. Es así que “la importancia del civismo, de la acción conjunta en una crisis pandémica”, no pueden pasarse desapercibidas: “Cuando las personas acatan voluntariamente las reglas higiénicas, no hacen falta controles ni medidas forzosas, que tan costosas son en términos de personal y de tiempo”.[2] Dígalo si no, el México guadalupano de algunos antorchistas, que no perdonaron hacer su “promesa” en este año pandémico.
Para marzo de 2020, toda Europa estaba confinada y la muerte rondaba las calles, y en un momento hubo toques de queda, y países que pensaron que la inmunidad de rebaño les haría detener los estragos del Covid, optaron igual por guarecerse y cerraron sus fronteras. En México, de abril a mayo, las aerolíneas, como un sinfín de empresas “no esenciales”, escuelas y toda la actividad cultural, se fueron a la Jornada de Sana distancia. Pero aún en ese tiempo, la “demasiada gente”, como diría Monsiváis, no desapareció del todo de las calles de un México donde una cuarta parte de la economía y casi el 50 por ciento de la masa trabajadora proviene del sector informal.
Hay imágenes post-apocalípticas de ciudades europeas desiertas de humanos, en México no fue así a pesar de las plegarias del “quédate en casa” que a diario escuchábamos desde las redes del gobierno federal y estatal. Pero el confinamiento europeo se relajó, la economía tenía que salvarse, regresaron a las calles en el verano, y a fines de este año la pandemia, recrudecida por la temporada otoñal y el invierno que apenas comienza, ha regresado con más virulencia. El miércoles 16 de diciembre, Alemania, el país con mayor población en Europa (83 millones), batió un record en el número de muertos en lo que va de todo este 2020, casi un millar, y con una estela de nuevos contagios. Pero las cifras de muertos de Alemania, una potencia mundial con un sistema de salud que México no cuenta, son minúsculos si lo comparamos con la terrible situación mexicana: 23,427 muertes por Covid en Alemania, y más de 116 mil muertes por Covid en México. Cifras terribles, donde la segunda ola se cierne en un país de fiestas y celebraciones colectivas como México, en un periodo de celebraciones de fines de año.
Hoy la pandemia nos ha hecho, a algunos, perder a familiares y amigos. La muerte es nombrada como “el bicho”. ¡Quien iba a pensar el diciembre pasado, que las celebraciones colectivas, las reuniones cercanas, se verían con resquemor!: gobiernos que prohíben fiestas y dictan ucases inflexibles a sus ciudadanos para que mejor celebren solos sin llenar la casa con otras tribus. Quien iba a pensar en diciembre del año pasado que, para salir a la calle, el cubrebocas sería necesario. Quien iba a profetizar, hace un año, la “presencia-ausencia” pedagógica y el surgimiento, en el contexto de las brechas digitales de un país tan desigual, de las aulas digitales y el “alguien me escucha” proferida por el maestro a sus alumnos remotos del otro lado de la computadora.
Las enseñanzas que deja la pandemia son muchas, vistas desde diversos ángulos: la defensa de la ciencia y la batalla por la vida en la carrera por la búsqueda de la vacuna y el trabajo ingente de personal de la salud, la fragilidad sistémica del mundo globalizado, la trampa del turismo volátil, el necesario regreso a la autonomía alimentaria de los pueblos y la concreción de gobiernos humanistas y respetuosos de los derechos humanos, la terrible condición de la soledad humana acuartelada que ha aprendido que la solidaridad y la presencia del otro es lo que en verdad nos hace humanos.
[1] https://es.wikipedia.org/wiki/COVID-19
[2]El Pais: Por qué a Asia le va mejor que a Europa en la pandemia: el secreto está en el civismo