Francisco J. Rosado May
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La Secretaría de Educación Pública cumplió un siglo. Es una estructura de gobierno que no ha cambiado de nombre ni objetivo general: atender la educación en México, en todos los niveles y modalidades.
El analfabetismo, una de las razones de la creación de la SEP, se ha reducido aunque no se ha eliminado completamente; casi el 5% de la población, unos 4.5 millones, de mexicanos aun no saben leer ni escribir.
El pensamiento que guió las acciones de la SEP en sus orígenes, implicaba un solo país, un solo idioma, e incluso una sola religión. Ese pensamiento no fue ni correcto ni el mejor; un país diverso, cultural y ecológicamente es indispensable. Hoy tenemos varias formas educativas, desde los convencionales, tecnológicos, privados, indígenas, interculturales, y diversos modelos educativos.
Pero algo no está funcionando. Hoy persisten las diferencias socioeconómicas, la brecha entre los poquísimos muy ricos y los muchísimos muy pobres no parece cerrarse. Esta brecha y la tendencia a mantenerla se explica, en gran medida, por el sistema educativo que tenemos.
Existe la percepción de que un país próspero tiene un alto porcentaje de su población en edad de estudiar una carrera profesional lo este haciendo. Esta percepción explica los esfuerzos de incrementar la matrícula de educación superior que tiene México, alrededor del 35%, lo cual es muy bajo. ¿Es la mejor estrategia?
En la práctica, generalmente los puestos de mejor salario son ocupados por egresados de instituciones “reconocidas”. Cuando se presenta un egresado de una institución “reconocida” ya lleva ventaja sobre otro de una institución no reconocida.
Esto explica el incremento en la demanda para estudiar en esas instituciones “reconocidas”, pero no tienen la capacidad para recibir a todas las solicitudes. Entonces se abren instituciones en diferentes puntos del país, pero no se inscribe el número esperado de estudiantes. O se abren nuevas carreras, pero no se cierran las que ya no son pertinentes, no se atiende a fondo el problema.
Se crea así un círculo vicioso que no permite garantizar calidad educativa. El porcentaje de programas educativos evaluados y con calidad adecuada, es bajísimo.
¿Por qué no pensar en alternativas, en una estrategia de largo plazo?
Obviamente lo que se ha hecho hasta hoy no ha dado resultados. A nivel global debemos alcanzar los 17 objetivos de desarrollo sostenible establecidas por la ONU para el 2030.
Si no detenemos el calentamiento global, alcanzando no más de 1.5oC de promedio mundial de incremento de temperatura, si no detenemos la erosión de suelo, la pérdida acelerada de biodiversidad y culturas originarias, o del mal uso del agua o de los movimientos de migración humana huyendo de catástrofes ambientales o políticas o guerras, no habrá economía que resista, aunque a algunos países les irá peor que a otros.
Dada la tremenda complejidad, no sería mala idea fortalecer significativamente la calidad y desacelerar la cobertura, pero hacerlo apoyando a los diferentes sistemas y modelos educativos en todo el país, no solamente a las instituciones “reconocidas”. Es factible pensar en programas educativos interinstitucionales aprovechando las fortalezas de unas para atender las debilidades de otras –actualmente cada institución se rasca con sus propias uñas.
Sin alternativas viables, México no estaría preparado para enfrentar retos globales. Necesitamos diseñar nuevas estrategias de educación en todos los niveles. ¿Qué dirección tomará la SEP a partir de su segundo siglo?
Es Cuanto.