Gilberto Avilez Tax
A propósito de las canonjías, prebendas y todo el poder que el gobierno panista de Mauricio Vila ha otorgado a un personaje oscuro de la política yucateca, Liborio Vidal Aguilar (1963), que recientemente fuera nombrado secretario de Educación con estudios de preparatoria, en un estado que se jacta de tener como ningún otro fuera de la capital una larga tradición educativa y cultural, bien viene a cuento acudir a la historia política reciente para entender el nivel craso de error que significa este otorgamiento innecesario.
Liborio Vidal Aguilar, representa como nadie, el arquetipo de priista puro que se caracteriza por crear a su alrededor, sobre todo en los pueblos del oriente donde él se mueve (aunque con ramificaciones para el sur del estado), una serie de compadrazgos caciquiles solidificados en la compra de conciencias, las traiciones de todo tipo, y, en sus comienzos, la conducta netamente caciquil de golpear, amedrentar y reprimir, muy propio de una política yucateca donde la sangre, la violencia y la fuerza la ha caracterizado, al menos desde tiempos revolucionarios.
Sin embargo, la historia de este cacicazgo blanco vallisoletano y sus distintas transformaciones a lo largo de más de 30 años, aún está por hacerse, y entre las nuevas generaciones los hechos del pasado reciente apenas son conocidos. La memoria histórica es muy corta, tiene que ser forzada por la escritura y la necesaria indagación que se hace desde el periodismo o el taller del historiador. Y la memoria política es, al parecer, aún más corta. Forcemos entonces a que nos hable del año de 1990, en que Valladolid fue presa de la más brutal represión política de un cacique en ascenso.
Yucatán, en las décadas que van del Cerverato hasta el orteguismo (1980-2012), tuvo momentos críticos en cuanto a la represión estatal del descontento social y político de las masas cuestionando el cerrado sistema del PRI gobierno. En ese sentido, podemos regresar la cinta, o la trama de la historia política regional, para recordar los momentos en que el sistema represor yucateco, que se había comenzado a confeccionar desde los lejanos años de la década de 1920 a la muerte de Carrillo Puerto, y que culminaría con la matanza de campesinos de Opichén a manos de gobierno en 1933, y la desaparición de Rogelio Chalé en 1936; había dado muestras recientes de su tremendo lado represor.
El sistema político yucateco, hasta bien entrada la década de 1990, no deseaba perder lo ganado, el control social, económico y político de Yucatán, pero el panismo estaba creciendo fuera de su bastión meridano. Valladolid, la muy digna y costumbrista ciudad del oriente yucateco, era uno de esos nuevos espacios para el panismo en ascenso, que once años después, en el 2001, obtendría el triunfo electoral que no puede ser visto únicamente como ecos de la ola foxista. En ese esquema de cambios y permanencias del viejo régimen, surgieron los sucesos políticos de Valladolid, que desembocaron en una represión brutal de panistas a manos de policías y grupos de choque dirigidos por un joven cacique de esa ciudad.
La represión de panistas vallisoletanos del 28 de diciembre de 1990
En 1990, un joven vallisoletano, y pequeño empresario de artículos para el hogar, Liborio Vidal Aguilar, de 27 años en aquel entonces, se había presentado a las elecciones de noviembre de ese año, enarbolando a su orgulloso priismo que, con el correr del tiempo, le daría envidiables posiciones para agrandar sus negocios familiares y convertirse en el clásico empresario exitoso que medra al amparo del poder y sus relaciones con los que manejan la política en ese estado.
El panismo vallisoletano, puso como competidor para esas elecciones del 25 de noviembre de 1990, al médico Justo Herrera Silva, muy querido entre los vallisoletanos por su trabajo comprometido con las causas sociales. Herrera Silva era un panista “puro”, de “doctrina”, y tal vez, como muchos panistas de vieja data, lector de las editoriales periodísticas de Carlos Castillo Peraza en el Diario de Yucatán”. En noviembre de 2018, en la esquela que le dedicaría ese diario, a Herrera Silva lo recordaban como “un veterano panista de batallas políticas en Valladolid”. La mejor batalla, o la serie de batallas de Herrera Silva ocurrirían en casi todo el mes de diciembre de 1990.
El día de las elecciones, la más cerrada entre el PAN y el PRI en décadas, el priismo, aceitado en sus mañas, y con el empuje de la juventud bronca de su candidato Vidal, hizo de la justa electoral una pocilga plagada de irregularidades. Y es que eran los tiempos del carro completo, del carrusel, del ratón loco, las rasuradas al padrón de votantes y otras perlas del mapacherío político. El joven Vidal bautizaba su entrada a la política vallisoletana y al priismo yucateco con esas “estrategias electorales”, y con el tiempo llegaría a ser el gran mapache del Grupo Político de Oriente. Los panistas adujeron, con justa razón, el robo en despoblado y el fraude más vil, y desde la noche de ese 25 de noviembre, tomaron los corredores del Palacio Municipal como protesta y manifestando su inconformidad al saber la decisión de las autoridades electorales yucatecas –en manos de priístas- que le daba el dudoso triunfo a Liborio Vidal. No se irían de los corredores del Palacio hasta ser desalojados de forma violenta la madrugada del 28 de diciembre de ese mismo año. Los panistas, frente a esa burla a la democracia, optaron por hacer un plantón de un mes en “los bajos” del Palacio Municipal de Valladolid, y no dejarían que tome posesión el presidente usurpador (juró el cargo en una sede alterna), y tampoco que lograra acceder al Palacio ningún funcionario del nuevo gobierno municipal vallisoletano.
Panistas vallisoletanos, ex presos políticos y víctimas de la represión política en su contra, recordando los 30 años de aquel suceso. 28 de diciembre de 2020.
La resistencia democrática de estos panistas que, más que doctrina, eran de las bases populares, culminó la noche del 27 de diciembre de 1990, al convocar los líderes del plantón a un mitin en contra de la imposición de Liborio Vidal Aguilar, imposición avalada por el gobernador Víctor Manzanilla Schafer. Miles de panistas se congregaron frente al Palacio de Valladolid, acudiendo campesinos de las comisarías y de pueblos como Kanxoc que, siendo priístas estos últimos, al percatarse de la vulgar imposición, decidieron cerrar filas con los panistas vallisoletanos. Pero el maquiavelismo igual acudió a esa cita: el joven Liborio era solo de años pues al parecer tenía alma vieja de priista sagaz. Vidal, cuentan las memorias orales del profesor Rodolfo Pérez y Arzápalo (uno de los panistas que fueron reprimidos y encarcelados durante 21 días en las mazmorras de Mérida), envió a sus infiltrados y grupos de choque que tenían como consigna, una vez terminado el mitin, de iniciar los disturbios, los saqueos a comercios, entre los que descollaban, un establecimiento comercial del “amigo Libo”. Claramente lo que se buscaba era una justificación “legal”, “justa” y “razonable” para que los gorilas con uniforme y una justicia mendaz, actuaran de inmediato.
En la madrugada del 28 de diciembre de 1990, los demonios de la represión política se cernieron contra los panistas vallisoletanos. Los testimonios de los sobrevivientes alegan que fueron “grupos del PRI”, gamberros pagados y con la pinta de paramilitares, y la socorrida Fuerza Pública municipal y del estado. Aquello, para la memoria de los que recuerdan esos hechos, fue una “represión brutal llevada a cabo por el PRI y su candidato Liborio Vidal Aguilar junto con sus gamberros armados con bates, con armas punzocortantes, tubos, cabillas, maderas”.[1] Entraron a saco contra los panistas, hombres y mujeres, que pernoctaban en los corredores del Palacio Municipal. Las vejaciones, los golpes con macana, incluso actos de tortura en las letrinas de los baños públicos, se dieron durante las próximas horas de ese día 28. En total 139 personas, la mayoría infiltrados, fueron capturados las subsiguientes horas, y a 21 panistas reconocidos los apresaron y golpearon incluso sacándolos de sus casas, como le sucedió al profesor Pérez y Arzápalo. Pérez y Arzápalo recuerda a cientos de antimotines, que trabajaban al parecer coordinados con los grupos de choque al servicio del priismo local; un tal “Romero”, priista dueño de una línea de autobuses que luego fue absorbida por ADO, era uno de aquellos cabecillas encargados de estos grupos de choque, y había otros como un tal Armín Aguilar, “cuñado del señor Liborio Aguilar”. La saña fue también en contra de las mujeres panistas de Valladolid, y a dos de ellas la llevarían a los separos meridanos junto con otros diecinueve hombres panistas. A doña María Esther López de Falcón, destacada panista y diputada suplente de Benito Rosel Isaac, fue agredida a mansalva. A todos los manifestantes que hallaron en los corredores del Palacio se les llevaron a golpes y agresiones físicas en lo que actualmente es la Casa de Cultura, y ahí los apilaron boca abajo hasta bien entrado la mañana invernal de ese año, mientras que otros grupos de choque del priismo local acudían a las casas de los panistas y los sacaban con lujo de violencia. Al profesor Pérez y Arzápalo, que desde la noche anterior, al ver los desmanes que ocasionaban cada vez más los infiltrados, decidió irse a dormir a su casa. Como a las ocho de la mañana del día siguiente, una camioneta con tres policías armados con ametralladoras, se detuvo en la puerta de su casa. Al prorfesor lo invitaron a acudir a los bajos del Palacio municipal para platicar con el “procurador”. No hubo negación a asistir a “platicar” con el Procurador, aunque frente a su casa otra camioneta repleta de “grifos” y a las órdenes de Armín Aguilar se había detenido para amedrentarlo de forma soez. Al llegar al Palacio con los judiciales, el profesor Rodolfo se topa de frente con Liborio Vidal, y esto fue el diálogo que sostuvieron, narrado por Rodolfo Pérez y Arzápalo, así como su remisión a Mérida:
“Y cuando me vio, se acercó y me dijo en un tono prepotente, me preguntó que dónde tenía la tele que le había yo robado. Entonces yo le contesté: ‘Si alguna tele te robé, debo tenerla encima, revísame’. Creo que eso le molestó, que le respondí fuertemente también, y le dijo a los policías: ‘Metan a ese hijueputa allá dentro también’. Cumplieron la orden, me remitieron allá en donde estaban varias gentes bocabajo, y aquel que querría levantar la cabeza, se la pisaban para que no la levantara. Entonces, allá esperamos, estuve como dos horas cuando pararon los camiones en los que nos iban a llevar a la capital del estado. Se llenaron los camiones, a mí donde me tocó entrar había dos policías con sus metralletas. Entonces, a cada uno que entraba lo iban revisando y a mí me molestó que me estuvieran revisando y les pregunté qué era lo que estaban buscando, y me respondieron, ‘cállate, hijueputa’, y me dieron un culatazo en la boca del estómago que me hizo agacharme y ya no pude subirme al camión, ellos mismos me subieron y me sentaron en una de las bancas, y de allá nos trasladaron a Mérida…”[2]
En total, 139 personas fueron remitidas a Mérida, y recordando imágenes macabras de la dictadura pinochetista y sus fusilamientos públicos, se les recluyó en el estadio Salvador Alvarado, para luego ser trasladados a la Penitenciaría. Miembros de la sociedad civil yucateca protestaron por sus liberaciones. Liberaron a la mayoría de ellos 36 horas después, y entre los que estaban el grueso de los infiltrados del “Amigo Libo”; pero a 21 ciudadanos (19 hombres y 2 mujeres), es decir, los panistas inconformes con los resultados electorales, los dejaron como presos políticos por otros 21 días más, en los separos del penal, hacinados en “tres cuartitos”, ahí estuvieron “achocados” los defensores del voto popular en Valladolid, y aunque “achocados”, “estábamos tranquilos, sabiendo que estábamos todos juntos”.[3]
El despropósito del gobernador yucateco
Con este breve recuento del pasado inmediato de las represiones políticas y la burla y escarnio a la democracia que sucedieron en Valladolid, debemos entender el despropósito del gobernador yucateco Mauricio Vila, al premiar a uno de los más conspicuos represores del panismo con cargos y prebendas para el Grupo Político de Oriente. ¿Pagos de favores políticos y porque, según los entendidos, se aseguró el carro completo este 2021 en Yucatán y se recuperó para el panismo a la ciudad de Valladolid,[4] bastión morenista desde seis años atrás? Esto es como regresar a un túnel del tiempo hacia tres décadas atrás. Contra el panismo doctrinario e ideológico que no se debe entender desde los espacios urbanos sino desde los pueblos (el panismo pudo ocupar los espacios rurales y semi-rurales que la izquierda urbana yucateca no ha podido hacer desde los tiempos de Carrillo Puerto), el panismo de relumbrón y despreciador de la historia con que se puede entender el Vilismo, recurre a un tipo ducho en el Mapacheo y la compra de conciencias, y que siempre ha traicionado partidos tras partidos cuando no le conviene a sus intereses personales y familiares.
Nadie ha perdido de vista, que Liborio Vidal traicionó al Cerverismo en declive –en 2001 declaraba pestes contra Cervera Pacheco una vez establecida la derrota del delfín del viejo cacique de Dzemul que lo llevaría a la tumba, y de inmediato cooxviró (chaqueteó) al perredismo más infame, representado por Eduardo Sobrino Sierra-, y en su momento juró y perjuró que nunca regresaría con los tricolores, pero al triunfo de la sobrina del Balo, fue cobijado por esta de nuevo. Ironías del destino: un Cervera hizo que saliera del PRI, y otra Cervera le cantó al oído, o él le cantó al oído, para que vuelva.
De este “cacique blanco” con pringas de “algo de indio” que no pudo comprobar recientemente su ascendencia maya, Vila recurrió desde el pasado año cuando en diciembre de 2020 “el Amigo Libo” se tomó la foto con su otrora rival, el corrupto neopanista de Tizimín Pedro Couh Suaste, con funcionarios de gobierno de Vila, con líderes ganaderos y otros políticos del oriente, y se suscribió el “acuerdo” de Santa Fe en Tizimín para trabajar juntos, priístas y panistas, con el fin de “generar cambios importantes y profundos en beneficio de la región”.[5] Seguro que esos “cambios importantes” se podrían realizar gracias a la inveterada costumbre de un cacique blanco que recurre a la compra masiva de votos, al acarreo indignante, al comercio de la dignidad humana bajo un esquema de liderazgos caciquiles regionales condimentados con harto dinero público. Fue, sin duda, el regreso a tres décadas atrás de la mano del Vilismo-Vidalista.
[1] Rodolfo Pérez y Arzápalo. Relato de los hechos que vivió la tarde noche del 28 de diciembre de 1990. 28 de diciembre de 2020, en https://www.faceboolk.com/106723707944019/videos/327288318324785
[2] Rodolfo Pérez y Arzápalo. Relato de los hechos que vivió la tarde noche del 28 de diciembre de 1990.
[3] Rodolfo Pérez y Arzápalo. Relato de los hechos que vivió la tarde noche del 28 de diciembre de 1990.
[4] En Valladolid existe la hipótesis política de que, mucho del triunfo de Alpha Tavera Escalante en 2015 frente a un desacreditado Mario Peniche Cárdenas, se debió a la inquina de Vidal contra Peniche.
[5] Diario de Yucatán. 22 de diciembre de 2020.