Por Gilberto Avilez Tax
En un texto poco conocido del gran zapatólogo de Taxco, el desaparecido Francisco Pineda Gómez, examina cómo el Estado nacional, a partir de 1920, concibió estrategias destinadas “a neutralizar la rebeldía, cooptar y disolver la Revolución del Sur con recursos como la Reforma Agraria y operaciones retóricas sobre la imagen de Zapata, así como sobre la historia de las luchas de liberación en México”. En esa historia de cooptación, de asesinato material y difuminación de la rebeldía zapatista, mediante toda una retórica muralista (Diego Rivera, Orozco), y hasta de producciones cinematográficas, Zapata no sólo fue desterrritoalizado sino que también fue “reterritorializado en otro elemento, los muros altos del poder”.[1]
Pues bien, podemos decir otro tanto en cuanto a cómo el poder nacional y regional se ha valido de la Guerra de Castas para fijar algunas posiciones en la Península: desde los conflictos territoriales recientes en torno al punto Puut,[2] hasta la forma como el gobierno carrancista utilizó la figura de un general, Francisco May, para agenciarse el control del Territorio hasta tiempos de Siurob (1929), “mexicanizando” esta parte agreste y selvática de la Península.[3] A la memoria de Francisco May, el estado regional lo integraría a su discurso en torno a lo maya, hasta el punto de rescatar su archivo que se encontraba en un pueblo de Yucatán. La figura del General May entró al panteón de la legitimación de los grupos de poder cozumeleños y chetumaleños desde la década de 1980, sino es que antes, pues todavía algunos nativistas chetumaleños recuerdan cómo May y “los hermanos mayas de Felipe Carrillo Puerto”, ayudaron para “el combate político en contra del oprobioso régimen de don Margarito Ramírez”.
En anteriores artículos he tocado el tema de cómo se ha dado la relación entre el poder regional con lo que significa la Guerra de Castas. Para el caso de la Península toda, he establecido tres tiempos de ello: desde la execración de la “barbarie” indígena y la apología de la “civilización yucateca” (blanca) que campeó a lo largo del XIX y las primeras décadas del XX, pasando por el indianismo reivindicador con Carrillo Puerto y el indigenismo postrevolucionario a partir de 1920, y hasta desembocar en una especie de teatralización y vaciamiento discursivo de la Guerra de Castas a principios del XXI, donde la “oficialización” del poder en torno a ese conflicto agrario y de derechos del XIX, neutralizó, y al final hasta intenta “Xcaretizar” y poner en venta los suvenires y las rutas posibles de la Guerra de Castas para el “turista conquistador”. Señalé en dicho texto, lo siguiente:
En Quintana Roo, donde existe un fuerte sesgo de cosificación cultural de la historia maya producida por el turismo a partir de 1970, del 26 al 30 de julio la Guerra de Castas se convierte en una recreación turistera de un conflicto lejano que hoy es otro incentivo del “turismo alternativo” o turismo cultural. Desde los andamios estatales, en Tihosuco se recrea –solo en el teatro al aire libre- esa historia autónoma, periclitada por unas leyes en materia indígena que necesitan ser puestas al día; o bien, por una historia reciente donde las asimetrías que se dan entre la zona maya con las zonas turísticas es más que evidente. En Quintana Roo, la exaltación del pasado raya en el “performance” y el “ritual” indigenista… el estado regional de cuño priísta, utilizaba la historia de los mayas rebeldes para legitimar y reforzar su dominio. Sólo lo muerto, lo sin vida, lo inerte, tiene “vida” para un Estado indigenista. O como ha recordado Leventhal y Chan, en cuanto al turismo en Quintana Roo, se da primacía en las zonas turísticas a “los antiguos mayas”[4]. El ritual que siguió la calavera de Cen, puede explicarse diciendo que “Los indios muertos revelan un pasado histórico excepcional, representan grandeza arqueológica y mitológica, son fuente de autenticidad y originalidad, rasgos indispensables de la nación moderna, cuyo prestigio emana de una continuidad histórica irrefutable.”[5] Se ha llegado al punto de hasta convertir en teatro propio del new age a una historia de la guerra de castas que hizo posible la creación del estado de Quintana Roo. Entre coyotes indigenistas y neo indigenistas con un halo romántico y vulgar de la historia regional, con leyes indigenistas que dicen sin decir, catrines finos y “mayas performance”, la Guerra de Castas se ha convertido en otro manjar para las ansias del turista conquistador.[6]
Comparado con las casi inexistentes estatuas de los caudillos de la Guerra de Castas que se encuentran en Yucatán; en Quintana Roo, tanto en Tepich como en Tihosuco, se han levantado estatuas en honor a los caudillos Cecilio Chi y Jacinto Pat, contrastando radicalmente con una simple placa y una silueta de perfil del rostro imaginado de Manuel Antonio Ay, en el pueblo de Chichimilá.[7] Al parecer, la vena indigenista en Quintana Roo es efectiva incluso cuando se habla del mito de mestizaje en torno a la figura esquiva de Gonzalo Guerrero. Por el contrario, en Yucatán, llama la atención que en Mérida existan estatuas, no indianistas, no indigenistas, sino hispanistas, en honor a personajes que en su tiempo realizaron acciones en contra de la dignidad misma de los mayas.[8] La estatua de los Montejo, en el remate del paseo de Mérida, es uno de tantos elementos hispanistas de esa ciudad donde hay hoteles, avenidas, fraccionamientos y restaurantes donde se hace la apología y se exalta a los genocidas de los mayas del siglo XVI. Recientemente, a partir de la ola antirracista desencadenada por el asesinato de George Floyd en Minneapolis, se derivó una serie de protestas donde varias estatuas de personajes racistas y negreros de la historia colonial de occidente, cayeron.[9] En la Mérida conservadora, gobernada por la derecha más clasista de la Península, hizo poca mella este movimiento mundial, apenas hubieron algunas editoriales que aparecieron en diarios digitales de la Península, y se vertieron opiniones vía las redes. Pero desde que las estatuas fueron erigidas en 2010, grupos de intelectuales, junto con algunos activistas mayas, habían pedido la defenestración de ellas, pues la idea que subsiste es que, en un espacio urbano y público, no debe hacerse la apología del racismo. El filósofo Salgado Borge, recientemente hizo ese contrapunto a la mirada conservadora y reduccionista que todavía campea en cierto sector de la sociedad yucateca, utilizando la premisa siguiente: “Si una estatua ha sido levantada en un lugar público en honor a un personaje que ejerció opresión racial, esa estatua debe ser eliminada”. En ese sentido, Salgado Borge señalaba: “Como consecuencia de la ola antirracista que recorre el mundo, las estatuas de algunas figuras históricas que oprimieron racialmente están siendo retiradas o derrumbadas. Para México, la conquista representó un hecho de opresión racial de proporciones escalofriantes. Sin embargo, las estatuas erigidas para homenajear a distintos conquistadores permanecen de pie y nos miran desde arriba”.[10]
En Yucatán, la idea de la Guerra de Castas no está en la erección de estatuas de los caudillos, pero sí se toma con un sentido profundo de la historia, como cosa de historiadores y de archivos. Es ingente la producción editorial en torno a ese periodo, y los repositorios locales se preocupan por su curación.[11] En Quintana Roo, por el contrario, donde no existe una editorial oficial como Sedeculta, los trabajos, escasos trabajos en torno a ese periodo, son demasiado espaciados, por no decir muy academicistas, o demasiado simplones, y que muy difícilmente llegan al vulgo.
Aquí, es preciso hacer un apunte sobre las estatuas o monumentos de la Guerra de Castas en Yucatán. Ejemplo prístino del paradigma decimonónico sobre la Guerra de Castas (la defensa de la “civilización yucateca”), en los espacios urbanos de Mérida, es el monumento a “los héroes de la Guerra de Castas”, erigido en el parque que lleva por nombre a uno de esos “héroes” mata indios: Eulogio Rosado, y que se encuentra a metros del mercado Lucas de Gálvez, en la calle 56 x 65, del Centro Histórico de Mérida. No se crea que esos héroes de la Guerra de Castas hacían referencia a Cecilio Chi, Jacinto Pat o Bonifacio Novelo, sino al segmento blanco de Yucatán que hizo la guerra a muerte a los mayas rebeldes.[12] En honor de ese genocida (si es que tuvo un honor el hombre que apresó y mandó a matar en caliente a Manuel Antonio Ay), durante buena parte de la segunda mitad de XIX y principios del XX, Peto, la lejana villa que le hizo frente a las arremetidas de los cruzoob, fue designado como Peto de Rosado.[13]
Pero si no existe un proyecto editorial serio sobre la conformación territorial de Quintana Roo y lo que representa en ello la Guerra de Castas y los descendientes de esa guerra (la literatura, que se repite hasta la náusea, es de la década de 1970-1980 y 1990), sí hay una manía por levantar estatuas en el trópico quintanarroense (lo que yo nombro como la estatuafilia de las élites quintanarroenses), y hacer del levantamiento maya, una especie de teatralización al absurdo donde los discursos de políticos suenan más que las parrafadas bostezantes de la academia adormilada. Y en el lejano eco del espectáculo guerracastólogo, los dignatarios del poder regional bostezan de aburrimiento frente al amor vernáculo de esta descafeinización de una historia de la Guerra de Castas controlada y museografiada. Resulta que, en cada aniversario de la guerra de Castas, los discursos más estrafalarios, más condimentados de sentimentalismo burdo, de indigenismo indigesto, se dejan oír en las plazoletas de Felipe Carrillo Puerto, de Tihosuco o de Tepich. Vamos a dar algunos ejemplos de ellos.
La tesis principal, a la que están de acuerdo tanto escritores como políticos (o los redactores de los discursos de los políticos) de Quintana Roo, es que este estado debe su nacimiento “a los valientes que dieron su vida en la Guerra Social Maya”, y que “gracias a esos valientes nació este estado que luminaria en el escenario nacional”. Las palabras son del ex secretario de educación, José Alberto Ovando. También se considera, que la lucha iniciada en los montes de Tepich el 30 de julio de 1847, fue la “resistencia a la ofensa de su dignidad y lucha por recuperar su soberanía que hoy en día cuidan sus descendientes”, y estas son palabras de un ex presidente municipal de Felipe Carrillo Puerto.[14] Es decir, en esta interpretación desde los muros del poder regional, la Guerra de Castas es vista como el umbral del nacimiento de algo que muchos años, un enorme trecho después, sería el estado de Quintana Roo, y que los hombre del régimen político regional, son los descendientes que hoy cuidan esa “soberanía” construida en Santa Cruz. Pero este discurso no se refiere a los descendientes, a los Tatiches, a los que el Estado regional ha otorgado la investidura burocrática de “dignatarios” y los ha metido en la nómina por unos cuantos pesos y canastas navideñas anuales, sino a ex presidentes municipales, a figuras del poder regional que son garantes de las celebraciones que, por decreto desde 2008, el Estado y los municipios tienen la obligación de realizar.
En efecto, esta especie de “oficialización de la Guerra de Castas”, viene de 2008, aunque existan antecedentes en la tónica indigenista regional desde la década de 1980. Un decreto del Congreso del Estado de ese año, declaró que el 30 de julio, en Quintana Roo sería el “Día Estatal de la Cultura Maya”. Apunto lo que dice el decreto: “Comuníquese el contenido del presente Decreto a las Autoridades Estatales y Municipales, para efectos de que realicen las acciones necesarias para que en lo subsecuente el día 30 de julio de cada año sea conmemorado como el “Día Estatal de la Cultura Maya”, y se instituía una medalla “al mérito indígena maya” nombrado con el nombre del fiero caudillo de Tepich, Cecilio Chi. Es decir, en la tónica del más rancio indigenismo estatista, el Estado oficializa y reconoce, a ojos de él, quién tiene los méritos suficientes para recibir un mérito indígena maya. La UIMQRoo, hipotéticos descendientes de los caudillos militares de los primeros,[15] pintores oficiales y otros, son los que han sido recipiendarios de esta presea del poder regional.
El poder regional en Quintana Roo, a veces se convierte en el más fiero indigenista. Lo vimos con los fastos que, en su tiempo, el ex gobernador Villanueva Madrid hizo con el cráneo de Bernardino Cen al regresarlo a “su nueva casa”, en el recién inaugurado Museo de la Guerra de Castas.[16] O bien, cuando para buscar a los hados de los caudillos, un gobernador como Roberto Borge, el último de los guerracastólogos de Cozumel, decide poner su nombre en el obelisco de Chetumal junto con los de los caudillos mayas Cecilio Chi y Jacinto Pat, para memoria futura;[17] y que a días de que dejara el cargo, reinaugura una Avenida de los Héroes y levanta tres estatuas a esos caudillos frente al Museo del Mundo Maya en Chetumal. Borge en su gobierno fue un feraz perseguidor de los disidentes mayas de la actualidad, pero un convencido de que solo importaban las estatuas para hacerle justicia a los mayas.[18]
Ya no deseo hablar aquí, de la forma tan desastrada de cómo se ha tocado la historia regional en un documento oficial del Congreso de Quintana Roo, en el que se cita hasta blogs y notas de revistas de dudosa rigurosidad científica.
Epílogo: Las elites políticas regionales y la Guerra de Castas
Le pregunté a dos conocidos maestros y estudiosos de la Guerra de Castas en Quintana Roo, cómo ven la relación que las élites regionales peninsulares –o quintanarroenses- han sostenido con los mayas y cómo entra en ello el significado de la Guerra de Castas. Esto fue lo que me contestaron:
Carlos Chablé Mendoza (cronista de Felipe Carrillo Puerto):[19]
De entrada, hablo de la élite peninsular, con intereses comerciales, empresariales. Elite peninsular capitalista, aburguesada, que ignora la Guerra de Castas, que para ella no existe, o la omite de sus lecturas de la realidad de forma voluntaria porque las causas del levantamiento maya de 1847, que son el despojo de sus territorios, hoy se repiten con los megaproyectos. Por supuesto, esta élite peninsular, así como sus intelectuales orgánicos, hace tiempo que se apropiaron de la historia, pero, aunque se apropien, no nos despojan de nuestro pasado. Esta historia de la Guerra de Castas se usa con un sentido folklorista, maniqueo, político por parte de las élites. Las nuevas causas de la Guerra de Castas están ahí, en el despojo de su pasado y sus territorios, en el despojo que viene con el Tren Maya y los nuevos centros urbanos que, cuales nuevos Cancún, desean implementar a la vera de las vías de ese tren las élites peninsulares –y nacionales- capitalistas, turisteras, que buscan denodadamente sacar ganancia del despojo. Pero ante este apropiamiento de la historia de la Guerra de Castas por parte de los gobiernos locales o de la folklorización de Xcaret, apelemos a la subversión de la historia regional.
Gregorio Manuel Vázquez Canché (poeta y ensayista maya):
De entrada, hay que ir contra la oficialización de la Guerra de Castas, pues en relación con los mayas actuales es paternalismo puro lo que subsiste entre el poder regional, los mayas y los centros ceremoniales. La academia quintanarroense solo recita o repite esas miradas oficiales de la Guerra de Castas, y en ese sentido, la historia que se trasmite es una historia encubierta donde no se resalta y no tiene cabida la historia oral que se platica en los pueblos mayas; y en esa historia encubierta de academia, la voz de los abuelos no tiene asiento alguno. Con un tono romántico y vulgar, hoy, para estas fechas de conmemoraciones o celebraciones oficiales sobre la Guerra de Castas, todos hablan de ella sin conocerla realmente, algunos la minimizan, otros prefieren ponerla en museos o pintarla con la tinta del poder, pero siempre maquillándola, siempre encubriéndola. Pero detrás de ese velo, ¿qué hay? Los olvidados de las modernidades del XIX y del XXI, los viejos mayas, siguen ahí, escuchando callados pero alertas esas manipulaciones aviesas de la historia de rebelión de sus mayores.
Los que intentamos hablar, somos opacados no solo por los dzules sino hasta por los mayas hidalgos, los palafreneros y sirvientes del poder regional. Pero hay que seguir guerreando y seguir diciendo, la Guerra de Castas es inspiración para la defensa de los derechos de los indígenas, para la reivindicación de los pueblos, para su educación; y sus celebraciones no deben restringirse a solo apapachar, dar despensas o realizar eventos políticos para que se luzcan los dzules. El Estado regional necesita hacer un verdadero reconocimiento de la historia de los cruzoob, de su derecho a la educación, a la cultura, de su voluntad política autónoma y del respeto a su historia propia. La academia, por su parte, debe recoger esta rica tradición oral y el sentido verdadero de la historia de los pueblos. Hay cosas que los rebeldes hicieron, no solo pelear contra los ejércitos invasores que les enviaron los yucatecos y el centro. Construyeron su autonomía, dieron fuerza a su cultura, preservaron y acrisolaron la lengua de sus mayores, construyeron su territorio liberado, sembraron su milpa.
La Guerra sigue, aunque intenten ponerle punto final los guerracastólogos del poder regional. Te cuento una anécdota que me dijo el General Isidro Caamal Cituk, cuando fue inaugurado el Museo de la Guerra de Castas.[20] En ese entonces estábamos igual con Marcelino Poot. Don Isidro, después de la inauguración de ese Museo de la Guerra de Castas, me jala aparte y me pregunta, en maya, “oye, Gregorio, ¿y para qué sirve este Museo? Yo le contesté: “Bueno, General, sirve para conservar la memoria de las cosas antiguas de la Guerra, para que los jóvenes sepan lo que ustedes saben”. El General me responde: “¡Ahh!, entonces, Goyo, ¿con eso quieren decir que ya se acabó la Guerra? La Guerra nunca terminó, una tregua solamente hicimos, y ahora solamente estamos en descanso”.
[1] Francisco Pineda. “Operaciones del poder sobre la imagen de Zapata, 1921-1935”, en
Julieta Haidar (Coord.), Arquitectura del sentido. La producción y reproducción en las prácticas semiótico-discursivas, Conaculta-ENAH, México, primera edición 2011. Páginas 221 a 258.
[2] Tanto de la parte campechana como de la quintanarroense, se han utilizado textos de la Guerra de Castas para fijar posturas jurídicas de reivindicación territorial.
[3] Kawakami, Ei (2013). “Intermediario entre dos mundos: Francisco May y la mexicanización de los mayas rebeldes”. Historia Mexicana, Vol. LXII, Núm. 3, pp. 1399.
[4] Richard M. Leventhal, Carlos Chan Espinosa and Cristina Coc. “The modern maya and recent history”. Volume 54, number 1, Expedition, p. 48.
[5] Natividad Gutiérrez Chong. 2004 “Mercadotecnia en el ‘indigenismo’ de Vicente Fox”, en Hernández Rosalva Aída et al, El Estado y los indígenas en tiempos del PAN: neoindigenismo, legalidad e identidad. México, CIESAS-Porrúa coeditores, p. 30.
[6] Gilberto Avilez Tax. 2019. Las celebraciones de la Guerra de Castas: una historia en tres tiempos.
[7] Hay que decir, de una buena vez por todas, que todos los rostros de los primeros caudillos de la Guerra son interpretaciones subjetivas de artistas, pues no existe evidencia plausible de cómo eran físicamente antes de las primeras fotos que lograron tomarse a los rebeldes, salvo una descripción documental escueta de Crescencio Poot, que le otorgan una figura negroide. Cfr. Gilberto Avilez Tax. Paisajes rurales de los hombres de las fronteras: Peto (1840-1940). Tesis doctoral. CIESAS, p. 206.
[8] Lilia Balam. “¿Hay monumentos a personajes racista en Mérida?”. Informe Fracto. 14 de junio de 2020.
[9] “Protestas antirracismo: la ola que sacude al mundo”. El Universal. 8 de junio de 2020.
[10] Antonio Salgado Borge. “Por qué las estatuas de colonizadores deben ser retiradas”. Sin Embargo. 10 de junio de 2020.
[11] Cfr. Gilberto Avilez Tax. “Los documentos de una guerra sin fin”. Desde la Península y las Inmediaciones de mi hamaca. 27 de julio de 2016, en https://gilbertoavilezblog.wordpress.com/2016/07/27/los-documentos-de-una-guerra-sin-fin/
[12] Estos son los pareceres del historiador Andrés Hernández Domínguez, con el cual estoy de acuerdo. Cfr. Lilia Balam. “¿Hay monumentos a personajes racista en Mérida?” Informe Fracto. 14 de junio de 2020.
[13] La foto que compartimos de este monumento, es sintomática de los nuevos tiempos, pues un transeúnte, conocedor de la historia, a la placa del monumento le anexo el nombre “maya” a un monumento racista donde los héroes no eran Chi, ni Pat, sino Rosado, Molas, Zetina, y otros “mata indios” del XIX.
[14] Notimex. “Quintana Roo celebra 167 aniversario de la Guerra de Castas”. 27 de julio de 2014.
[15] Existen sinfín de Pat, sinfín de Chi, sinfín de Cituk, sinfín de Poot, sinfín de May, que se autonombran descendientes directos de los caudillos mayas, ¿y qué con eso?, ¿son moralmente o intelectualmente incuestionables por el solo hecho de ser descendientes biológicos? Por sus obras los conoceréis.
[16] Gilberto Avilez Tax. 2019. Las celebraciones de la Guerra de Castas: una historia en tres tiempos.
[17] En el nuevo gobierno del “cambio”, los ímpetus de permanecer el nombre de este ex gobernador en el obelisco de Chetumal, fueron borrados.
[18] Sergio Caballero. “Busca Borge inmortalizar su nombre en obelisco de Chetumal”. Proceso. 10 de febrero de 2015.
[19] La entrevista fue vía telefónica, sin posibilidad de grabar, pero mis apuntes rápidos reflejan fielmente lo que Chablé Mendoza me comentó. De igual modo, antes de darlo a la estampa, le di a leer el texto.
[20] Acaecido el 24 de marzo de 1993.