Morena no podrá presumir que tendrá un proceso democrático o, al menos, transparente para definir a sus candidatos, tanto a cargos de elección popular federales como estatales.
En realidad, se trata de dos procesos de “selección” empalmados entre Morena y el Verde, que prácticamente están fusionados en la entidad. No se sabe dónde empieza uno, y dónde acaba otro.
Y, precisamente, la primera “cosa rara” de este proceso de selección en la conversión de súbita de verdes a morenas. Los que parecerían o se ostentaban como verdes, ahora son de Morena.
Para “amarrar” las candidaturas, en particular las de presidentes municipales, hubo reuniones “en corto” para perfilar a los ganadores. No sólo fueron presentados los casi seguros candidatos, sino que además hubo la indicación, casi por orden, de que nadie se registrara, salvo la indicada o el indicado para buscar ser alcalde. Es decir, fueron mandadas al diablo las instituciones
Un detalle no menor, es que la gestión de las candidaturas tuvo un rol determinante el “superasesor” Cuitláhuac Bardán Esquivel, cuya una función se sabía era dentro del Gobierno del estado y en Morena. Es decir, un funcionario pagado con recursos públicos se dedicó a tareas partidistas.
Pero, además, los proceso de inscripción fueron, por decir lo menos, opacos. Los registros fueron en línea. Sólo se supo quienes se inscribieron si estos, salieron a premiarlo en redes sociales. Esta opacidad tiene que ver con amarres y acuerdos en lo oscurito con los socios del poder.
Y, por si fuera poco, tampoco hay certeza en cuanto las fechas. Si bien hay plazos en convocatorias, estos pueden adelantarse o atrasarse, según convenga.
Si tanto pretende diferenciarse del PRI o del PAN, Morera quedó otra vez muy lejos de este objetivo. En realidad, su proceso de selección fue “nivel tricolor”. pero más rústico. La democracia interna no va con la franquicia guinda.