Gilberto Avilez Tax
En el estudio de los primeros años del Territorio de Quintana Roo, la figura de Santiago Pacheco Cruz (1885-1970) resalta en primer lugar por su incansable obra lingüística, historiográfica, antropológica, toponímica y educativa. Creemos que hace falta un trabajo a profundidad de la ingente labor social, educativa e investigativa de este hombre de letras, maestro, propagandista de la Revolución y mayista nacido en Tenabo, Campeche, pero que desde muy infante fue llevado por sus padres a radicarse en Mérida, donde la riqueza henequenera crecía en medio de hondas desigualdades y explotación inmisericorde al pueblo maya.
La formación pedagógica –en 1905, Pacheco Cruz obtuvo el título de profesor de primaria en la Escuela Normal de Profesores de la capital yucateca-, y con ella todo ese mundo de vida en el que está imbricada las miradas hacia el pueblo maya por parte de la sociedad no indígena de la Península, no se sustrae completamente de lo que posteriormente escribiría Pacheco Cruz, en algunas de sus innumerables obras, 82 según los que han contado ese abigarrado y vasto trabajo de un hombre que conoció los pormenores de la lengua maya, y que indagó en un sinfín de senderos del pasado y presente de la Península.
Este pequeño texto que presento, es una aproximación primera a las ideas pedagógicas e indigenistas de Pacheco Cruz, respecto al pueblo maya del oriente de la Península. No voy a estudiar al Pacheco Cruz lingüista exquisito, al botánico en sus afanes de taxonomista toponímico, tampoco al propagandista de la Revolución. Mi artículo, más bien, sólo va a pasar revista a una serie de pareceres, dicterios, opiniones vitriólicas y lugares comunes a los que han sido adictos los constructores primeros de una forma de enseñanza en el que los pueblos indígenas han sido vistos como elementos derelictos de un pasado colonial que tendrían que ser subsumidos, o “incorporados a la vida nacional” vía la educación desindianizante y sus bondades “civilizatorias” de un Estado nacional que se comenzó a forjar a partir del periodo posrevolucionario, y que tiene, como epítome o mojonera principal, la fundación de la Secretaría de Educación Pública en 1921, bajo la égida vasconcelista y su “raza cósmica” mestiza. Esta incorporación del indio iba en contra de sus costumbres, de sus tradiciones, y de algo donde descansa todo el sedimento cultural de cualquier pueblo: la lengua indígena vía la castellanización de los pueblos originarios.
Al centrarnos en dos obras principales de Pacheco Cruz[1] nos abocaremos exclusivamente a las ideas que trasminan su mirada respecto a los pueblos indígenas del centro de Quintana Roo. Y esta mirada, dice mucho de esa primera formación porfiriana (darwinista, si se quiere), que estaba presente en Manuel Gamio, en Vasconcelos, en Moisés Sáenz y, por supuesto, en Pacheco Cruz. En un libro que fue como corte de caja de la primera mitad del siglo XX sobre la política indigenista del Estado mexicano, Gonzalo Aguirre Beltrán y Ricardo Pozas Arciniega no dejaron pasar esta caracterización del pensamiento de los primeros educadores y funcionarios mexicanos con respecto a los pueblos indígenas:
“En los primeros años, después de la Revolución, el pensamiento de nuestros educadores y funcionarios estaba dominado por la herencia de conceptos ancestrales y por prejuicios legados del Porfiriato, sus ideas pueden sintetizarse así: los indios son grupos degenerados descendientes de antiguas civilizaciones bárbaras aunque grandiosas; el abandono en que se les ha tenido no ha sido bastante para que desaparezcan; su supervivencia es un lastre para el país pero al mismo tiempo es un deber y una obligación de la Revolución reivindicarlos; el indio es débil, pero no por su propia naturaleza, sino por circunstancias históricas; hay que hacerlo activo, destruir su apatía e irresponsabilidad; es necesario despertar en él el amor por la tierra”.[2]
Pues bien, las ideas pedagógicas de Pacheco Cruz con respecto al pueblo maya del centro de Quintana Roo, embonan perfectamente con esto que habían apuntado Aguirre y Pozas. Pasemos ahora a dar cuenta de ello.
Mirada retrospectiva: la llegada de Pacheco Cruz al Territorio
En septiembre de 1932, Santiago Pacheco Cruz ingresó al Territorio de Quintana Roo, en la Zona Maya. A instancias del profesor Claudio Cortés Castro, Director Federal de Educación, quien gestionó para su entrada, Pacheco Cruz se internó a lo más selvático de esta región eminentemente indígena, que fuera otrora espacio del corazón de la resistencia cruzoob y que aún no estaba domeñada del todo. Tenía una carta fuerte de presentación Pacheco Cruz frente a las “tribus” indígenas, y es que sabía hablar el idioma de los nativos, que recelaban de los que no podían entenderlos en su mismo lenguaje.
Para ese entonces, el Territorio estaba desintegrado entre Yucatán y Campeche. A Yucatán le correspondía las islas y Santa Cruz de Bravo, y la parte sur (Chetumal-Bacalar) a Campeche. Pacheco Cruz se estableció en el pueblo de Pom, a donde llegó después de 3 días “de incómodo viaje a lomo de bestia”. Su objetivo era fundar en Santa Cruz de Bravo un internado. La forma como concebía este objetivo el casi septuagenario que escribía estas memorias, es por lo demás indignante, ejemplo diáfano de su pedagogía culturicida. Y es que el internado para jóvenes indígenas del centro de Quintana Roo, beneficiaría:
“[…] a los hijos de aquella decadente raza cegados de toda luz civilizadora, para que modifiquen sus costumbres, sistemas de vida y sus prácticas tradicionales y olviden lentamente la herencia de sus mayores incluso sus prácticas paganas que ejercían, como hasta la actualidad, como recuerdo fiel de un pretérito que jamás volverá”.[3]
Al hablar de la zona centro de Quintana Roo, Pacheco Cruz, recordando esa década de 1930, apuntaba que era región poblada solamente por nativos, y que algunos habían aceptado la escuela, principalmente donde los jefes no se mostraban rebeldes ni enemigos de ella. Pero había una serie de pueblos donde la escuela tenía dificultades, los maestros no eran bien recibidos, los consideraban espías del gobierno, ni agua se les daba, y hubo un jefe, Evaristo Sulub, que le puso un plazo perentorio a los mentores que quisieron fundar una escuela, para salir de su aldea.
Jefes mayas radicales que ponían trabas para la instauración de la escuela y ni agua les daban de beber a los maestros | Tuzik X-Maben |
Señor | |
Chanchhen haz | |
Chancah | |
Dzulá |
En 1934, el objetivo principal de la estadía de Pacheco Cruz en la zona oriental, que era la de fundar el internado indígena, al fin se concretó en Santa Cruz. Se rentó un local para ello, y se trajo a personal jefaturado por el profesor José Guadalupe Novelo. Pero faltaba lo más indispensable: alumnos. Y es que los “nativos”, con justa razón, no accedían a enviar a sus hijos en ese establecimiento, a separarse de ellos. Estas perlas del racismo pedagógico, lo escribió este hombre tan condecorado por la memoria oficial en Quintana Roo, y donde da muestras de para qué le servía saber la lengua del “conquistado”:
“Se imponía el momento categórico de enfrentarse al enemigo y entablar la lucha aventurándose a la conquista del material humano que sí lo había pero era indispensable utilizar el idioma que solamente dos de los profesores entendían”.[4]
Para efectos únicamente de mayor y mejor dominancia de los pueblos indígenas, saber la lengua autóctona, dominarla, era el requisito primero que, desde la Conquista, desde los primeros gramáticos frailunos del siglo XVI, pasando por los eruditos mayistas del XIX y arribando en Pacheco Cruz, era indispensable para la posterior dominancia social, educativa, económica y política de los mayas, por parte de la sociedad ladina. En ese 1956 en el que escribía sus evocaciones de su primera entrada al Territorio, Pacheco Cruz insistía en su idea de sustraer la niñez indígena de las “rémoras” de sus padres, creando una normal rural que labre el destino de jóvenes estudiantes indígenas, o tan siquiera un internado para labrar “la niñez y juventud indígena actual”, que “es accesible a la educación y a superarse intelectualmente si se les ayuda proporcionándole amplias facilidades para estudiar hasta obtener una carrera profesional que les permita alejarse y, si es posible, olvidar sus costumbres y tradicionalismos antes de arraigárseles como a sus mayores”.
Las visiones etnográficas del maestro Pacheco en la década de 1930
En 1934, Pacheco Cruz dio a la estampa un libro muy leído para los primeros años del territorio de Quintana Roo. Sin ser antropólogo o etnógrafo de formación, Pacheco Cruz bautizó este primer libro como Estudio Etnográfico de los mayas del ex territorio de Quintana Roo. En la “aclaración de su estudio etnográfico” de esta primera obra, Pacheco Cruz hace una dura crítica a los primeros antropólogos como Robert Redfield –maestro de Alfonso Villa Rojas- que en esos años habían realizado los primeros trabajos pioneros a ras de pueblos.[5] Pacheco Cruz descree que, de esas etnografías, saldría algo interesante y cierto de la situación real de los pueblos indígenas. Pacheco Cruz aclaraba que no se proponía hacer un estudio completo de la vida y costumbres de los mayas del ex Territorio de Quintana Roo,[6] “pero sí tenemos la plena satisfacción de que cuanto vamos a escribir lo vamos a hacer escribir ajustándonos a la más estricta verdad porque permanecimos durante varios días en cada una de las comunidades haciendo observaciones e investigaciones personalmente y no llevarnos de cuentos o relatos que, en lo general, resultan falsos o completamente tergiversados, tal como desgraciadamente han hecho y aún hacen algunos que se ostentan como etnógrafos, que solamente de paso por una que otra comunidad, se limitan a recopilar datos o tomar referencias a personas que muchas veces ni conocen los medios o lugares de los cuales proporcionan datos sin escrúpulos”. Así comienza, con la espada desenvainada, uno de los alegatos más polémicos en contra de los mayas del centro de Quintana Roo, un hombre que, en este estado, ha sido puesto en el lugar principal como un “reivindicador” de la etnia maya. Un falso reivindicador, al cual urge cuestionar y desenmascarar.
Pacheco Cruz inicia su estudio etnográfico, haciendo mención de varias plagas que infectan la región oriental de la Península: desde los insectos depredadores como el chaquiste o la mosca chiclera, pasando por las fiebres palúdicas, las nauyacas y otros ofidios venenosos que reptan la intrincada y calurosa selva. Pero la plaga mayor, dice el maestro de Tenabo, es el indígena y su desidia sideral, que lo considera “enemigo” de la civilización (p. 27). Ese “enemigo” que no labra la “buena educación” en sus hogares y trata con suma dureza a sus vástagos, como si fueran personas ajenas a ellos. Si la mujer manda en el hogar, su mando es de una déspota (p. 28), y los hijos de estos mayas, cuando asisten a la escuela, traen con ellos una retahíla de palabras “inmorales aprendidas de sus padres” y los maestros se esfuerzan sobremanera para corregirlos inútilmente, porque en sus casas siguen escuchando improperios.
En cuanto a los trabajos de agricultura, de la milpa y la selección de semillas, Pacheco Cruz no acepta la primacía de los saberes del pueblo, sino que hasta en esto la escuela tendría que ser “rectora” (p.34). Hombres y mujeres poco dados al arte y a la industria, el maya del centro de Quintana Roo, señalaba Pacheco, prefería pasar el resto que le daba su trabajo en la milpa, acostado en sus hamacas, en sus casas (p. 35). Y si no eran industriosos, la “educación estética” no era asunto tampoco de ellos: “Ni los hombres ni las mujeres experimentan inclinación, gusto ni vocación por la música y todo porque no se les ha despertado este sentimiento”. Respecto a sus piezas musicales, conocidas como “charangas”, con un desprecio decimonónico, Pacheco Cruz no les encontraba “ni ritmo, ni armonía, ni arte, ni gusto estético”, pues se trata de “una música simple, como un guiso sin condimento, una sala sin muebles o una bebida sin azúcar” (p. 42).
Frente a esta sociedad, que no entra en el beneplácito del falso reivindicador, la labor de las escuelas era una obra civilizatoria. No se jactaba de escribir, que todas las mejoras que habían logrado en varias comunidades, se debían a las escuelas:
“Los señores maestros cumplen con todas las indicaciones de la superioridad y trabajan con todo entusiasmo y buena voluntad en pro de los altos ideales de la Secretaría de Educación que está sosteniendo a todo trance varias escuelas establecidas hasta en lugares muy apartados para que los hijos de esta raza se eduquen e instruyan” (p. 55).
¿Qué mejoras había hecho la presencia de las endebles escuelas en los pueblos del centro de Quintana Roo en la década de 1930? En primera, favorecer el hábito de la higiene entre los habitantes, pues muchos vivían en comunidad con los animales, no se bañaban, ni las mujeres usaban el fustán. La escuela también había puesto énfasis en la apertura de calles nuevas, en levantar albarradas en los solares, en construir casas.
A la pregunta de si era factible, en esa lejana época, la incorporación del indígena maya al carril de la civilización, Pacheco respondía positivamente, pero no en la masa indígena actual, sino “en la que se levanta, en la juventud”, siempre y cuando “se les pueda alejar de la tutela de sus mayores que son una rémora para ellos (p. 81). El desprecio a la cultura maya está más que evidente, pues cortando la juventud con la tradición de padres y abuelos, el único camino era la inanición cultural. Esta labor de alejamiento del pasado de las nuevas generaciones, no estaría únicamente en manos de la escuela, pues Pacheco contemplaba que la creación de carreteras en esas soledades selváticas del centro de Quintana Roo de la década de 1930, serviría para la fácil comunicación con el mundo. Además, la colonización de elementos no indígenas a este territorio, haría más rápida la incorporación del maya a la vida nacional. Para alejar a los padres de los hijos, la función del internado indígena –funcionando en Carrillo Puerto en esos años- era la conquista que abra la puerta que beneficia a los indígenas, a esa raza legendaria, según Pacheco, “que ahora marcha con paso taciturno camino a la decadencia”. Esas son las palabras de un hombre que bautizó con su nombre a muchas escuelas y a la Biblioteca Central de la UAQROO en Chetumal. Palabras de un racista.
[1] Me refiero a su libro Estudio Etnográfico de los mayas del ex territorio de Quintana Roo (1934)…y su Campaña alfabetizante: la educación indígena en el territorio de Quintana Roo (1956).
[2] Gonzalo Aguirre Beltrán y Ricardo Pozas Arciniega. La Política Indigenista en México. Métodos y resultados. México. INI. Tomo II. 1954 (segunda edición 1973), p. 207.
[3] Santiago Pacheco Cruz. Campaña alfabetizante i la educación indígena en el territorio de Quintana Roo: bosquejo de labor. Talleres Gráficos-Editorial Zamná. Chetumal, 1956. P. 27.
[4] Santiago Pacheco Cruz. Campaña alfabetizante i la educación indígena en el territorio de Quintana Roo: bosquejo de labor. Talleres Gráficos-Editorial Zamná. Chetumal, 1956, p. 29.
[5] Según Villa Rojas, desde 1931, Redfield y él ya habían visitado X-Pichil e Xiatil “por breves horas”. La estancia posterior de Villa Rojas en Tusik y los pueblos del centro del Territorio de Quintana Roo, como etnógrafo, se hizo en dos temporadas: dos meses en 1935, y siete meses en 1936. Ese tiempo le sirvió a don Alfonso para confeccionar su libro, que años después, en 1945, saldría en versión inglesa, y en 1978 en su versión castellana. Me refiero a Los elegidos de Dios. Etnografía de los mayas de Quintana Roo.
[6] Recordemos que durante los primeros años de la década de 1930, el Territorio de Quintana Roo fue dividido entre Campeche y Quintana Roo. Pacheco Cruz fue el supervisor de la zona maya de la parte que le correspondía a Yucatán, y como tal, escribe esta etnografía para las autoridades yucatecas.