Por Agustín Labrada
El espíritu latente en Destellos de mareas, de Miguel Ángel Meza, es su ceñida intimidad, aunque enmascare esa experiencia honda tras metáforas y juegos semánticos. Por ello, desde el fondo, irradia una poesía testimonial que contiene diferentes momentos vividos por el autor.
Estos poemas, que se escribieron en épocas distintas, no sólo resumen el proceso creativo de Miguel, sino también sus miradas sobre el mundo al calor de emociones, escenarios y lecturas; porque aquí se fusionan vivencias, referentes culturales y destellos oníricos en un lenguaje levemente barroco.
Miguel dispuso su libro como una antología, aunque antes sólo vieron la luz dos breves plaquettes suyos. Esta clase de selección, si bien no abarca una idea ortodoxa de unidad, admite que figuren en las páginas los textos más logrados durante dos décadas de escritura poética.
Pese a lo misceláneo que puede parecer el conjunto en su diversidad de estructuras y temas, se percibe una voz y un idiolecto muy evidentes, y en esa luz se destacan dos modos expresivos, uno más sereno donde entra la reflexión, y otro más ágil que se destina a motivaciones fugaces.
Predominan aquí el sujeto lírico en primera persona y un cuidadoso verso libre, aunque igualmente aparecen poemas en prosa y poemínimos. Los asuntos abordados van desde el amor, el paisaje y el placer estético hasta la muerte, los dolores múltiples y las indagaciones existenciales.
Has dado vuelta…
Pero sigues cayendo al precipicio,
desde el pretil de ti mismo,
haciendo más real la pesadilla,
cuidando no mudar de ritual,
tocando otra vez el timbre el día equivocado,
y le abres al espejo de rostro quebrado
que reclama con furia tu tardanza.
Aunque Miguel propone un diálogo con el lector común, existe en su lenguaje cierta carga conceptual sobre todo en aquellas líneas donde desolaciones y desarraigos imponen su firmeza. Se trata de un yo reflexivo que, desde su verso profundo, establece una armonización del caos.
Este sujeto lírico se interroga y a veces se culpa. Las imágenes exteriores que incluye no son siempre gráficas. Con ellas recompone esas fragmentaciones que nombran recuerdos, pero los recuerdos figuran espiritualizados en un entorno de leyenda y en una atmósfera muy íntima.
Seducidos por el canto… salimos a buscar nuestros recuerdos en el ombligo anaranjado de la luna. Nunca pensamos que conoceríamos a Hyma, ni que esa circunstancia nos daría la profesión que nos mantiene unidos, a pesar de la distancia: a ti, paloma gambusina; a mí, vagabundo mineral.
En otros textos, se trasluce una propuesta neobarroca, donde el autor recrea claridades y penumbras, y va nombrando imágenes provenientes tanto de la realidad como de la ensoñación, sucesivos objetos que invaden el vacío y son también vida, fundaciones desde el imperio de la palabra.
El discurso, pese a tener un sumamente discreto aire conversacional, se manifiesta con algunas complejidades expresivas y ornamentos, que no llegan a ser artificiosas, pero las acercan al barroquismo. Miguel Ángel, desde una postura culta, no desdeña las ganancias de la tradición.
El pez pantera vive en la oquedad de mis brazos.
En mi pecho ha levantado el harem de sus ángeles cautivos.
Sus garras al rojo vivo han desbocado mi corazón.
En la luna que se empoza en mis pupilas, remoja sus alas.
El espejo en donde duerme se quiebra,
si la selva de los días me arroja sus guijarros.
Si bien en algunos poemas, los de mayor plasticidad, se nota un ritmo rápido, en la mayoría el tono es sereno y en ellos el sujeto reflexiona sobre el fluir cotidiano, las relaciones amorosas, el tiempo… con un trasfondo de emoción, entre coordenadas intelectuales.
A pesar de su condición reflexiva y calmada, esta poesía de Miguel Ángel trae severidad, como si bajo la tersura de esos versos metafóricos latiese la violencia. Tales desgarramientos rigen una escritura donde la confesión, emotivamente sincera, alcanza un alto poder comunicativo.
En el fondo del crepúsculo,
la lluvia arroja sus mensajes.
Sus gotas parpadean
y dibujan en mi rostro
las líneas de un epitafio.
¿Qué debo adivinar en esa mirada
que se deshila entre los árboles?
¿Qué rito hay
en ese canto que cae en las higueras
hasta horadar mi frente?
Esa angustia, que causa la existencia o ciertas vicisitudes emocionales de la existencia, está presente en todo el poemario. Si, a tono con Jean Paul Sartre, el hombre al actuar tiene que elegir, en esa elección surge el desasosiego que conlleva a la tristeza y vuelve el orbe absurdo.
Tal pesimismo se justifica con plenitud y se halla estilísticamente bien expresado en los textos, tanto en sus ángulos metafísicos como en su rebeldía. Víctima del azar y aun de sus propias acciones, el hombre es un ser frágil que a veces se siente poderoso y a veces se siente derrotado.
…como figuras de cera que los segundos van quemando poco a poco: la tarde que se derrite en el calendario, las pupilas iluminadas por la chispa de la nada, los minotauros que acosan en las huellas de nuestro íntimo espejo. El polvo de estos muertos cubre el horizonte…
Miguel se apoya principalmente en la alegoría como figura retórica, de hecho hay poemas íntegramente alegóricos. Tales fabulaciones (en algunos casos) presentan cierto hermetismo y otras, como incluye símbolos más o menos universales, son de menor densidad.
Casi todos los textos aparecen en presente, pero se nota que es una reconstrucción de la memoria con afán trascendentalista, ahistórico, tejido por un sentimiento de añoranza. Más que un monólogo, Miguel Ángel Meza Robles crea un diálogo intenso con su propio yo.
Desde luego que en algunas páginas el autor da fe de plenitudes: eróticas, de contemplación paisajística, satisfacciones… Sin embargo, raras veces los poetas recrean en sus versos la alegría. El paisaje se extiende desde lo urbano (raíz del autor) hasta lo caribeño: su destino.
Miguel Ángel Meza Robles es una voz creciente en el Caribe mexicano que, junto a su labor creativa, lo respaldan otros proyectos de repercusiones gremiales, como director de la revista de arte Tropo a la uña, conferencista, autor de prólogos y reseñas, y docente universitario.
Así, Miguel, uniendo su cultura múltiple, su emoción profunda y su actitud casi siempre reflexiva, ofrece un poemario bien escrito y, al compartir esas confesiones, busca complicidades de una comunidad lectora, culta y sensible, que aún aprecia la literatura como la luz del alba.