Francisco J. Rosado May
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¿Recuerda usted el informe Brundtland, en 1987, donde emergió el concepto de sostenibilidad? Un comité encabezado por Harlem Brundtland, presentó para la ONU el documento “Nuestro Futuro Común”, demostraron que ante una lógica economicista de ganancias se estaba poniendo en riesgo al planeta y el bienestar de las futuras generaciones. Por lo que urgieron a un cambio de paradigma, hacia la sostenibilidad. En ese entonces y durante varios años, el concepto recibió reacciones negativas por parte de organizaciones, empresas y gobiernos. Hoy, a más de 30 años, es difícil encontrar alguna organización, empresa o gobierno que no abrace el concepto e incluso lo use para fines de posicionamiento político o de negocios o de principios éticos para atender los retos ambientales, crecimiento económico y desarrollo.
En 1935, 52 años antes del informe Brundtland, el inglés Arthur Tansley acuñó el concepto de ecosistema para referirse a un espacio donde interactúan componentes bióticos y abióticos, permitiendo que emerjan propiedades como el flujo de energía, intercambio de materiales, mecanismos de regulación de poblaciones, ciclo del agua, los cuales explican procesos naturales y, sobre todo, el papel de los humanos en la naturaleza. Hoy, a 85 años de su nacimiento, la palabra ecosistema forma parte del léxico de negocios de pequeñas y grandes empresas. Existen cursos, talleres, conferencias, estrategias de mercadotecnia, etc., alrededor de la palabra ecosistema, diseñados para lograr una mayor competitividad. Los conceptos ecosistema empresarial, ecosistema de negocios, y similares, pretenden crear ambientes laborales dirigidos a la co-creación de valor, a salir de trabajar como organizaciones aisladas y pensar en colaborar con otras empresas afines.
Hoy también es común en diferentes medios, incluyendo académicos, el término resiliencia, en entornos indígenas, gobierno e incluso negocios. Se habla de construir resiliencia en comunidades ante situaciones de emergencia, desastres; se consideraron resilientes a algunas comunidades indígenas que no sucumbieron al covid19; los negocios que han sobrevivido al covid19 también se consideran resilientes.
El término resiliencia, del latín “resilio” que significa volver atrás, rebotar, ha sido usado desde los años 1800 en diferentes áreas de las ciencias médicas, ambientales, sociales y económicas. La idea es que el ente, organismo, ecosistema o comunidad, vegetal o animal, es resiliente si, y solo si, después de una perturbación mayor es capaz de recobrar su forma y función muy cercana a la que tenía antes de esa perturbación.
En ciencias naturales se antoja menos difícil pensar en un ecosistema resiliente si después de un evento anormal (ejemplos: ciclón, incendio, inundación) se puede observar la recuperación casi total de la diversidad de especies, del equilibrio dinámico de sus poblaciones, de la recuperación del ciclo hídrico, entre otros. Es decir, hay un punto de referencia. Pero el concepto de resiliencia aplicado a sistemas sociales debe conducir a discusiones necesarias, e indispensables, antes de concluir que hubo o no resiliencia en alguna comunidad después de alguna catástrofe. Si la recuperación se logró para mantener una situación previa, de pobreza y rezago, entonces no es fácil aceptar que la comunidad es resiliente. No obstante, al adoptar con ligereza la definición del concepto, se puede concluir que sí existió resiliencia en una comunidad que se repuso, que resistió, alguna catástrofe.
¿Cómo puede aceptarse como resiliente a una comunidad que regresó al nivel de pobreza que tenía antes de una catástrofe? Quizá se está confundiendo resistencia con resiliencia. Aún más, regresar al nivel de pobreza existente antes de una catástrofe implica, es cierto, volver atras o rebotar, como se interpreta el latín “resilio”; pero en realidad es un retroceso en el proceso de desarrollo social. Vaya, ¡ni siquiera se usa algún criterio de sostenibilidad para articularlo con la resiliencia!
De este modo es muy fácil estar engañados, confundiendo resiliencia con resistencia. Al enfatizar la resiliencia bajo las condiciones descritas antes, lo que también se hace, voluntaria o involuntariamente, es justificar la pobreza y no hacer visibles las condiciones de fondo que explican esa pobreza. ¿Y que tal si, en el caso de los indígenas, se considera como una comunidad resiliente a aquella que superó una catástrofe y alcanzó nuevamente el esplendor de su cultura, con el respeto, reconocimiento, empoderamiento, admiración y apoyo por parte de las autoridades correspondientes? Por supuesto que sería una nueva visión de esplendor, acorde con los tiempos actuales, no la resiliencia a la pobreza.
Así, sin puntos de referencia sólidos, resiliencia, como sostenibilidad y ecosistema, corre el riesgo de ser cooptado y, eventualmente, tergiversado en su definición original. Como el riesgo es enorme, porque se podría justificar y ver a la pobreza como algo natural, la discusión debe estar abierta. Y evitar su cooptación.