Por Francisco J. Rosado May
fjrmay@hotmail.com
“La única certidumbre en la agricultura tradicional es la incertidumbre” nos decía un campesino considerado como sabio local en el Plan Chontalpa, Tabasco, en los años 70 durante mi formación como agrónomo.
En cierto modo, la agricultura convencional –como se llama a la que usa maquinaria, pesticidas, fertilizantes y semillas certificadas, incluyendo las transgénicas– trata de incrementar la certidumbre de éxito en la producción. A la incertidumbre de la disponibilidad de agua por lluvias, introduce el riego. A la incertidumbre por el impacto negativo de hierbas, plagas o enfermedades, usa pesticidas. A la incertidumbre de la mano de obra y su costo, usa maquinaria. A la incertidumbre para lograr una alta producción, usa semillas mejoradas y fertilizantes.
La agricultura convencional está muy extendida en todo el planeta, pero cada vez mas se publican investigaciones científicas que cuestionan su eficacia y pertinencia. En 2017 la FAO publicó una obra titulada “El futuro de la alimentación y la agricultura. Tendencias y desafíos” donde se reconoce los impactos negativos, ecológicos y sociales de la agricultura convencional. En otras palabras, la certidumbre en la producción y distribución de alimentos no es al 100%.
La agricultura convencional está presente en comunidades indígenas, aunque no en gran escala como lo hay en estados como Sinaloa, Sonora o Veracruz. Ha sustituido la agricultura tradicional tanto a nivel territorial como psicológico; no es raro escuchar expresiones como: “prefiero la tecnología que lo tradicional” o “lo tradicional no tiene ciencia” o “los ingenieros agrónomos no aprenden agricultura tradicional, aprenden tecnología para mejorar la agricultura”.
Aunado al factor educación, motivo de otra entrega, la gran mayoría de los jóvenes de hoy, que se dedican a la agricultura, prefieren usar el paquete tecnológico que, además, es el que ofrece el gobierno en sus programas de apoyo, o sea semilla mejorada, fertilizantes, pesticidas. De esta manera se pierde, poco a poco pero eficazmente, a propósito o no, el conocimiento tradicional y las semillas criollas. O sea, se pierde el paquete tecnológico diseñado para enfrentar la incertidumbre.
Pero llegó el coronavirus, una incertidumbre que no estaba en el radar de la agricultura convencional, al menos en aquella que está en manos de medianos y pequeños productores en comunidades indígenas. Para complicar mas el asunto, el virus llega en medio de otro factor de incertidumbre, una sequía terrible en el estado en un contexto de problemas con acceso a agua en muchas comunidades indígenas.
El coronavirus y la sequía encontraron en el estado a tres grupos de agricultores. Uno que depende fuertemente de pesticidas y fertilizantes, que normalmente siembra semillas “mejoradas” que dependen de esos insumos y que tiene considerables extensiones de siembras de monocultivos. Otro grupo se conforma por aquellos que combinan saberes tradicionales, semillas criollas y “mejoradas” y que usa pesticidas y fertilizantes. El tercer grupo basa su actividad en conocimientos tradicionales, no aplica ni fertilizantes ni pesticidas, usa semillas criollas, tiene policultivos. El primer grupo tiene alta capacidad de almacenamiento de insumos y disponibilidad de recursos financieros, mientras que el segundo grupo adquiere los insumos en la medida que los necesita y dispone de pocos recursos. Con base en información disponible, se puede decir que el primer grupo, planificó su producción para venta al mayoreo, enfocado al mercado del turismo en el norte del estado; el segundo grupo planificó principalmente para el mercado del entorno inmediato y el tercero para autoconsumo, principalmente.
Si bien aun no termina el ciclo del cultivo, ya existen evidencias de los problemas inéditos –esa incertidumbre– que cada uno de los tres grupos está enfrentando. Algunos medios locales han reportado casos de campesinos, que podemos considerar dentro del segundo grupo, que aun teniendo el recurso económico no pueden llegar a la tienda a comprar el fertilizante o pesticida que necesita su cultivo porque simplemente el cerco sanitario no los deja pasar. Su producción seguramente tendrá problemas porque depende de esos insumos, y no tienen plan B. No se necesita de una gran capacidad imaginativa para pensar que pasaría con los agricultores que no tienen el recurso para comprar sus insumos porque dejaron de percibir algún ingreso que tenían previsto. Tampoco se necesita mucha imaginación para predecir que pasará con aquellos agricultores cuya inversión en insumos no podría ser recuperada porque el mercado potencial, el turismo, ya no está presente. Y los productos agrícolas difícilmente esperarían a que los consumidores dentro de varios meses. ¿Qué hacer con la producción? Adicionalmente, los agricultores que dependen de insumos enfrentan el aumento de precios que no fue considerado cuando iniciaron el ciclo del cultivo. Tampoco pueden echar mano de conocimientos tradicionales para solucionar las necesidades de sus cultivos porque ….no aprendieron debido a que “la agricultura tradicional no tiene ciencia ni tecnología”. Nada fácil.
El tema del impacto del coronavirus a la producción de alimentos no ha pasado desapercibido para la ONU y la FAO. De acuerdo con El País (22 abril 2020), el impacto económico del virus a nivel mundial causará hambruna como a 125 millones de personas adicionales a las que ya lo padecen. Animal Político publicó el 15 de abril, 2020, un artículo de Cejudo y Torres donde presentaron una predicción de 69 millones de mexicanos en pobreza, muchos en extrema pobreza, como consecuencia de desempleo; los campesinos, muchos de ellos indígenas tratando de abrazar la “tecnología” para producción de alimentos, formarán parte de esos 69 millones. Escenario nada halagüeño.
FAO y muchos expertos predicen que los campesinos que diseñaron sus sistemas agrícolas con base en conocimientos tradicionales, preparados históricamente para la incertidumbre, son los que tienen mayor probabilidad de tener alimentos para sus familias. La organización Panel Internacional de Expertos en Sistemas Sostenibles de Producción de alimentos (IPES por sus siglas en inglés) ha publicado recomendaciones que, sustentado en prácticas agroecológicas y conocimiento tradicional, invitan a organizaciones y gobiernos a re-conocer, re-valorar, re-introducir y re-potencializar los sistemas de producción de alimentos tradicionales.
La contingencia causada por el coronavirus nos ofrece una nueva oportunidad para re-pensar nuestra estrategia de producción de alimentos. Es tiempo de voltear la mirada al Códice Madrid y re-aprender sobre agricultura Maya (Arqueología Mexicana 93). Así podemos apreciar las palabras de Juan de Cárdenas (1563-1609) cuando describía lo avanzado que era la agricultura del nuevo mundo con respecto a Europa.
Y no es por folclore o por sentimentalismo, simplemente es reconocer que tenía razón el sabio Chontal que compartió parte de sus secretos sobre cómo manejar con cierto nivel de certidumbre a la incertidumbre. Si nuestros antepasados no lo hubieran hecho con eficacia, muchos de nosotros no estaríamos hoy presentes tratando de re-posicionar saberes ancestrales y dispuestos a crear una nueva ventana de saberes a través de la co-creación de conocimiento: la ciencia con la sabiduría de la cultura local, es decir conocimiento intercultural.