Francisco J. Rosado May
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En enero de 1993 se estrenó la película Lo Que Queda del Día protagonizada por Anthony Hopkins en el papel del mayordomo Stevens, y Emma Thompson, como la ama de llaves Kenton; dirigida por James Ivory.
Es la historia de Stevens que trabaja en la casa de un noble inglés, Lord Darlington. El drama se desarrolla en Inglaterra, en un contexto previo a la II guerra mundial, en el que no solo se debatía cual sería el papel y decisiones de Hitler sino cual debería ser la posición de Inglaterra. Lord Darlington, como muchos de la nobleza inglesa, estaba a favor de un tratado entre Inglaterra y Alemania que permitiera que Hitler no los invada. Otros, como en todo, estaban a favor de no permitir que Hitler llevara a cabo sus sueños de conquista y que Inglaterra debería entrar en una posible guerra con Alemania.
Ambos grupos esgrimieron sus razones. Una de ellas se ilustra en la discusión que sucede en una reunión en la casa de Lord Darlington; se trataba de dirimir si la decisión de cómo enfrentar el reto que representaba Hitler debería o no ser consultada con la población. Algunos de los participantes argumentaron, palabras más palabras menos, que la población tiene la suficiente inteligencia como para participar en una decisión de esa naturaleza; otros señalaban que la complejidad del tema demandaba que las personas que tomen las decisiones deben de tener no solo conocimiento sino alto entendimiento de la situación para tomar una decisión sólidamente informada.
En un momento de la discusión aparece en escena Stevens, haciendo un servicio a los invitados, quienes vieron la oportunidad para probar cuál de las dos posiciones antes descritas se vería reflejada en la respuesta a las preguntas que le harían al mayordomo.
A partir de 1h y minuto 17 de la cinta se lleva a cabo la conversación. Las preguntas fueron, más o menos, ¿cuál era la opinión de Stevens sobre la situación de la deuda externa de los Estados Unidos? ¿Se explica esa situación por las condiciones de su comercio exterior o por el abandono del oro como punto de referencia? Stevens respondió, con un acento de seguridad, que no sabría qué responder. Sin dejarlo ir, le hicieron otra pregunta, ¿será que el problema de liquidez financiera de Europa se pueda aliviar mediante un acuerdo comercial de armamento entre los franceses y los bolcheviques? Nuevamente Stevens dijo no saber qué responder a tal pregunta. Ante una tercera pregunta, compleja y especializada, sobre la situación en el norte de África, Stevens repitió su respuesta. La conversación terminó unos dos minutos después. La conclusión la dijo uno de los invitados en la hora 1:19:27 de la cinta, palabras más palaras menos: las decisiones de seguridad nacional no deberían estar en las manos de personas desinformadas, inexpertas, aunque con buena voluntad.
La narración anterior fue inspirada por la discusión que actualmente se está llevando a cabo en México, a veces en forma visible y otras no tanto, con respecto a la propuesta de que los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación deben ser electos por voto popular. ¿Cuántos países lo hacen? ¿Cuál ha sido su resultado? El tema adquiere más importancia a partir de la renuncia del ministro Saldívar.
Cualquiera que sea la decisión final, debe ser condición imprescindible, primero tener condiciones para una discusión de altura, no politiquería, pero no solo en el tema de la SCJN, sino también en muchos otros como educación, salud, seguridad, desarrollo, alimentación, procuración de justicia, medio ambiente, etc., etc. ¿Tenemos esas condiciones?
La política, dicen los conocedores, es una mezcla de ciencia y de arte. De acuerdo con Bolívar Meza (UNAM-Estudios Políticos, 2013, núm. 28), es ciencia porque es una disciplina autónoma e independiente, con una estructura sistemática y teórica propia; tiene el status científico porque ha alcanzado un nivel especializado, con un objeto de conocimiento autónomo respecto de otras disciplinas sociales. No es una ciencia especulativa, más bien estudia hechos para validar hipótesis a partir de la contrastación de sus enunciados con la realidad. Y es arte por que requiere de habilidades excepcionales para hacer acuerdos positivos y en beneficio de la sociedad, entre actores de un amplio espectro de intereses políticos (Lince Campillo, 2012, Estudios Políticos, núm. 27).
Los políticos no necesariamente son científicos ni artistas. Pero a aquellos políticos, de cualquier nivel de operación, elegidos o no por voto popular, que a través de sus dichos y hechos logran articular adecuadamente ciencia y arte en su política, crean condiciones para discusiones de altura que conduzcan a consensos y progreso, saben cómo mantener el equilibrio y articulan magistralmente ambos campos, se les conoce como estadistas.
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