Por Francisco J. Rosado May
fjrmay@hotmail.com
“Nunca se había inundado tanto en mi zona, ni siquiera con los ciclones”, comentó un habitante de Plan de la Noria, mpio. de José María Morelos hace unos días. Se refirió a los estragos causados por los sistemas Amanda y Cristóbal que provocaron lluvias torrenciales en la península de Yucatán. El 12 de junio la Coordinación Nacional de Protección Civil declaró oficialmente a los municipios de Othón P. Blanco, Bacalar, Felipe Carrillo Puerto y José María Morelos como zona de desastre natural.
O sea, además del COVID-19, las comunidades ahora se enfrentan a las inundaciones, deslaves y socavones de carreteras y caminos, y la proliferación de mosquitos con el consecuente aumento de dengue y otros problemas sanitarios. Nada halagüeño.
El comentario del campesino de Plan de la Noria, compartido por las decenas de comunidades que tienen el mismo problema, conlleva una reflexión ecológica y otra de sobrevivencia. Sí, llovió en cantidades extraordinarias, pero otros factores, fuera de su alcance, influyeron para que las inundaciones fuesen mas severas este año.
Las lluvias fuertes no son nuevas, como tampoco lo son los daños en las vías de acceso y en las comunidades. ¿Es esta normalidad que necesitamos? Los costos económicos y sociales son enormes y, si no se entienden los procesos, pueden ser mucho mayores.
De una u otra forma, incluso como parte de su cultura, las comunidades rurales apelan a su capacidad de resiliencia para sobrellevar las crisis y continuar su vida. Pero esta capacidad tiene sus límites. La resiliencia no es tan solo una adaptación ni un conformismo social; si bien estos dos elementos también están presentes en el proceso, no deben confundirse.
Resiliencia es la capacidad de un ecosistema para recuperar sus propiedades después de una afectación mayor. En sistemas sociales, la resiliencia descansa en la cultura, actitudes y conocimientos. Asumiendo que se mantienen estos factores y el medio ambiente no sufre un cambio drástico, la capacidad de resiliencia de una comunidad será muy alta. Pero, si se pierde la cultura, el sistema local de construcción de conocimiento y el ambiente es afectado por el mal manejo de otra cuenca hidrográfica o ecosistema vecino, entonces la capacidad de resiliencia se perderá.
Las inundaciones que se observan en la zona de Vallehermoso y la que afectó a la zona de Los Planes en José Ma. Morelos, se correlacionan con el movimiento del agua de la cordillera que está entre Campeche y Quintana Roo. Si esa cuenca no es manejada bien, sea por tala de selva o por infraestructura que impida el paso natural del agua, lineal y horizontal, no habrá ni conocimiento ni actitud ni cultura que pueda resolver el problema. Las comunidades afectadas son rebasadas por acciones fuera de su territorio y su control.
Si las autoridades no se basan en un amplio entendimiento ecológico y social del desastre y repiten las mismas acciones de relleno, sin infraestructura que permita el paso del agua sin causar deslaves o socavones, el problema se repetirá. Si adicionalmente se sustituye lo anterior con ayuda paternalista, sin un plan integral de macropaisaje, no solamente afectará la ecología, sino que también contribuye a la destrucción de la cultura local y conocimiento. No habrá, entonces, ni resiliencia de la naturaleza, ni social; entonces no habrá bienestar. El círculo vicioso de pobreza se fortalecería; todos perdemos.