Por Francisco J. Rosado May
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El paso de Víctor Toledo en la SEMARNAT dejó huella en temas que eran prácticamente invisibles; no solo lo del glifosato sino también sobre cómo producimos nuestros alimentos y cual es su impacto en el ambiente y biodiversidad, tejido social y cultura. Este cambio en la narrativa ambiental y, por ende, en política pública, llevó al Consejo Nacional Agropecuario, en voz de Bosco de la Vega, a señalar que funcionarios dentro del gobierno federal quieren acabar con la agricultura industrial (Forbes, 28/08/2020).
La operatividad del cambio de paradigma que la SEMARNAT estaba adoptando con Toledo, implicó abrazar la Agroecología, que ha recibido reconocimiento de la FAO como la mejor opción para la producción sostenible de alimentos. Debido a que ésta descansa en saberes presentes en la agricultura tradicional (AT), no faltaron las críticas y opiniones sesgadas sobre su importancia, al grado de que se ha señalado que “la AT no tiene ciencia”.
Siglos de experiencia respaldan los conocimientos de la AT, muchos de ellos vigentes y reconocidos, otros en proceso de descripción científica, permiten afirmar que la AT es una manifestación de pensamiento sofisticado. Esta entrega describe un caso.
Tanto en la AT como en la convencional, agronegocios, los productores se enfrentan a docenas de plagas y enfermedades. En el primer caso no se usan productos químicos para su control, en el segundo caso sí, y en forma abundante. No obstante, en el primer caso siempre hay producción, de otro modo no se explicaría la persistencia de la población campesina/indígena. Quizá la AT no produce tanto como la convencional pero tampoco deja una costosa huella ecológica que puede afectar mucho a futuras generaciones. ¿Cómo se controlan esas plagas y enfermedades?
Cada especie, insectos, hongos, bacterias, mamíferos, etc., tiene una dinámica poblacional; es decir inicia su presencia, crecen en número, completan su ciclo y lo reinician cuando las condiciones lo permiten. Cuando varios de ellos inciden en un espacio determinado, van dejando un historial que está sujeto a temperatura, humedad, disponibilidad de alimentos y presencia de enemigos naturales. Este complejo sistema sucede a través del tiempo, al grado que los productores entrenados, con experiencia, han tenido que enfrentar esa complejidad mediante un diseño y manejo de sus cultivos que tiene innovaciones en el tiempo. ¡No en balde tienen policultivos!
A lo anterior la ciencia ha echado mano del concepto de histéresis, de origen griego, originalmente usado para explicar que el estado de un material depende de su historia, no solo debido a las circunstancias actuales. Su aplicación ha tenido auge en la tecnología digital, en economía, teoría de catástrofes, etc. En agricultura se observa la histéresis cuando una plaga se “atrasa” para evitar el daño que pueda causar. Ese retraso es el resultado del diseño y manejo del sistema.
Así, para entender la AT se ha tenido que aplicar la teoría del pensamiento complejo. La AT no fue creada con base en el método científico, entonces quizá se puede aceptar que “no tiene ciencia”, pero no se puede negar que su nivel de sofisticación demanda que para su entendimiento se tengan que crear o aplicar conceptos que el método científico considera como complejos.
Démosle a la Agroecología la oportunidad que requiere nuestro planeta para lograr la ansiada sostenibilidad.