Francisco J. Rosado May
fjrmay@hotmail.com
El pasado 30 de julio conmemoramos el 176 Aniversario del inicio de la Guerra Social, que libraron nuestros antepasados Mayas en contra del gobierno de Yucatán y del gobierno mexicano. Los libros de historia cuentan lo anterior en diferentes formas, enfoques e interpretaciones, muy pocos han analizado las diferencias cualitativas entre las condiciones que tenían los mayas antes de 1847 y hoy, en 2023.
La guerra que los Mayas libraron fue en contra del mal trato social, incluso de esclavitud, discriminación y racismo a la que eran sujetos. No consiguieron la victoria total entonces y hoy, en pleno siglo XXI, lamentablemente sigue el mal trato, la discriminación y, posiblemente, también la esclavitud.
La gran cultura Maya, a la que hoy se cuelgan programas de desarrollo económico y político, ha sido reconocida en todo el planeta, por extraños, ¿lo ha sido en su propio territorio, país actual?
Los estudiosos de la cultura Maya ubican tres grandes periodos de su desarrollo: Preclásico (2-5 mil a.C. hasta 250 d.C.), Clásico (250-900 d.C.) y Posclásico (900-1521 d.C.). El colapso de la cultura, presentado en la literatura académica y coloquial, sucedió durante el periodo clásico, cuando las relaciones entre las ciudades-estado se deterioraron, disminuyó el comercio, aumentaron los conflictos armados y se desalojaron algunos centros de población. En el imaginario de demasiadas personas, la cultura desapareció. Entonces, ¿Cómo y quienes construyeron en el posclásico lo que hoy conocemos como Chichen Itzá, Uxmal, Mayapan, entre otras ciudades, con toda la sofisticación que muestran? Fueron los Mayas, los mismos que fueron esclavos de haciendas henequeneras, sirvientes en casas de españoles, los que despertaron de su letargo con la rebelión de 1847, los que no perdieron ni ganaron la guerra. Los que seguimos aquí.
Sin duda el gobierno ha facilitado algunos avances y ha habido muy buenos resultados; lamentablemente no han consolidado una visión de largo plazo. Por ejemplo, tenemos una Universidad Intercultural en Quintana Roo que actualmente reprobaría ante una evaluación seria de su misión, visión, calidad y modelo educativo. Tenemos programas de ayuda a familias necesitadas pero que descansan en el paternalismo; cualquier evaluación del tipo de construcción de los baños y cuartos indicaría que no cubren los estándares de sanidad, adaptación al clima y el número de personas en una familia. Hay centros de salud en comunidades indígenas, pero ¿hay medicamentos? ¿Hay servicio las 24h? ¿Cuál es la calidad del servicio médico y de las instalaciones? Hay apoyo al campo, a través de subsidios y reparto de insumos, ¿están acompañados de la capacitación adecuada? ¿Se adaptan a las condiciones ecológicas? Hay organismos de participación social, pero ¿representan genuinamente los intereses de la comunidad o solo de algunos grupos políticamente importantes en ese momento? Hay escuelas en diferentes niveles de educación, desde inicial hasta nivel medio superior, pero ¿tienen el equipamiento adecuado y el personal que deben tener? ¿Reciben ayuda alimentaria en forma adecuada cultural y nutricionalmente? ¿Egresan con los conocimientos y nivel necesarios para enfrentar los retos en un mundo multicultural? En aquellas comunidades donde hay albergues para los estudiantes, ¿tienen las condiciones adecuadas o hay hacinamiento? ¿Cómo están las condiciones alimentarias y de instalaciones sanitarias?
El párrafo anterior presenta algunas de las preguntas que reflejan las preocupaciones y comentarios cotidianos, que no siempre se hacen visibles pero que aún necesitan atenderse, a 176 años de la Guerra de Castas. Cambiemos las políticas paternalistas.
Es cuanto.