Gilberto Avilez Tax
Historias paralelas: 100 años antes, en la Península de Yucatán ya teníamos nuestro Vietnam
A muchos se nos olvida que uno de los genios militares comparados con el general vietnamita Vo Nguyen Giap (1911-2013), fue el incansable general José Crescencio Poot (1820-1886), el “martillo del Estado”, como dijera de él su biógrafo, Serapio Baqueiro.[1] Don Crescencio Poot le hizo la guerra de bosques o guerra de guerrillas a tres ejércitos a lo largo de su trayectoria de más de 20 años de líder indiscutible de los guerrilleros cruzob: al ejército de los yucatecos, al ejército de los mexicanos, y al ejército que mandara el Segundo Imperio. En todas las batallas -salvo en Xaya- Poot supo llevar adelante el estandarte de la Cruz Parlante victoriosa. La prolongación de la Guerra de Castas, por supuesto, consolidó y depuró las estrategias de guerra de estos campesinos armados, que en la década de 1880 ya tenían bien claro que la solución del conflicto era que los yucatecos reconocieran su Estado independiente, y para consolidar esa independencia, los cruzob no dudaron en buscar un “protectorado” con Honduras Británica.
Con esta última aserción –las relaciones con los ingleses para avituallarse de fusiles, pólvora y otros enseres para la difícil vida en las selvas orientales- se puede explicar las relaciones que desde el primer momento, los cruzob tendieron con los representantes de la Reina Victoria. Y además de esto, la memoria de un general que desde los primeros tiempos de la guerra iniciada en 1847 andaba en todos los frentes de batalla, era persistente en defender la autonomía de Santa Cruz frente a los intentos esporádicos de los yucatecos por terminar con la autonomía de hecho en la selva oriental. En una de las pocas cartas del caudillo Poot de la década de 1880 dirigida a Luciano Canul,[2] esa actitud autonómica se explicita de forma paladina:
“Capital Santa Cruz. Noviembre 18 de 1882. Mi muy querido y gran Sr. y muy respetable patrón D. Luciano Canul. Mi padre: esta es la hora que necesito para contestar tu carta; señor, ya nos informamos de lo que dice la carta de u. gran señor. La carta que trajo el caballero, es carta del cura vicario de Valladolid, y dice que reconozcamos el dominio del Sr. Gobernador de Yucatán; él sabe quien escribe a Yucatán, pues lo que soy yo, ni una carta mía va a Yucatán para pedir algo que necesito; el único punto al que dirijo mi carta es al Sr. Gobernador de Belice y porque sólo allí compro fusiles, cuantos necesito, pólvora, plomo, todo cuanto quiero; pero el gobierno de Yucatán ni una sola vez me ha vendido un fusil, pero ni una libra de pólvora; por eso no acierto a contestarle su carta porque son engañadores…Si sabe el vicario que nos habían de necesitar. ¿Dónde estaba que no aconsejó al Gobernador, cuando comenzaron a recoger a nuestra raza indígena para fusilarlos, sin delito alguno? Había picotas en el año de 1844.[3] No puedo decir si ya se les olvidó lo que tienen hecho, que lo que es a nosotros no se nos ha olvidado”.[4]
Ante las demostraciones de dignidad, de autonomía y el recuerdo lancinante de las brutalidades de los blancos yucatecos que Poot sustenta en carta a Luciano Canul, para los editores de El Eco del Comercio, esta misiva no tenía otra significación que demostrar “el espíritu venenoso” que aún conservaba Crescencio Poot, el más longevo caudillo cruzob, que nunca hizo caso a los intentos de Mérida por buscar una salida al conflicto, ya que los consideraba unos burdos “engañadores”. Crescencio, como un guerrero preocupado por su pueblo, desconfiaba, y tenía todavía presente las muestras de irracionalidad cuando en Mérida se levantaban picotas contra los antiguos caciques indígenas por considerarlos “conspiradores de su raza”.
La prolongación de la Guerra de Castas se debió, desde luego, a la terquedad racista de Mérida -o del pensamiento evolucionista del Yucatán del siglo XIX – al no permitir un Estado autónomo maya en el oriente de la Península. Al día siguiente de “los sucesos de Tepich” de 1847, pero más que nada, entre los caudillos que tomarían el liderazgo rebelde a la muerte de Chi y Pat en 1849, se comenzó a hablar de un territorio autónomo en las selvas orientales.[5] Pero esto, para el pensamiento neocolonial de los blancos yucatecos, significaba una afrenta a su orgullo de “casta”: ¿Cómo unos “bárbaros”, unos “enemigos de la civilización y de la humanidad” podrían instaurar una república independiente al paternal cayado meridano, a la “digna civilización” yucateca, independiente a las bendiciones del Obispo y el besamanos acostumbrado que se les debían a los curas? Por eso, cuando Bravo enteró a la oligarquía yucateca que el 4 de mayo de 1901 ondeó por primera vez el “lábaro patrio” en Chan Santa Cruz, desde las salas de El Eco del Comercio (diario liberal fundado en 1880 y defensor del bando político que encabezaría don Olegario Molina, con fuertes intereses en el oriente de la Península), a la lucha autonómica de los de Santa Cruz se hacía referencia con estos peculiares epítetos:
“[…] la campaña de pacificación emprendida con todo orden y método sobre la guarida de los mayas rebeldes, sobre esa pobre raza ignorante que, en pasados años fue la amenaza de la civilización y que, más tarde, sólo quedó reducida a un simple borrón, a una mancha del territorio mexicano que subsistía únicamente debido al abandono del centro y a la impotencia del Estado yucateco para extirpar por sí solo a ese cáncer social”.[6]
“Cáncer social”, “amenaza a la civilización”, “mancha” en el territorio mexicano, la lucha que se inició el 30 de julio de 1847 en los montes de Tepich había convertido, en menos de dos décadas, a los antiguos campesinos y labriegos del sur y oriente de Yucatán, en unos consumados soldados. Si los yucatecos no podrían contra estos persistentes “bárbaros”, estos últimos tomarían la ofensiva una vez que el tiempo y sus golpes -esos maestros de la vida- les enseñaran el arte de la guerra, de una guerra muy característica y mimetizada al terreno selvático que recorrerían una y otra vez los santacruceños. En Chan Santa Cruz, un ejército pequeño, compacto, pero filoso como el mejor bisturí de la más perfecta mano cirujana, ya desde 1856 había tomado la ofensiva perdida para 1849. En 1857 atacarían brutalmente a Tekax, en 1858 harían caer a Bacalar, y en varias ocasiones tratarían de tomar nuevamente a Peto. El 1 de julio de 1869, una soberbia alocución de los de Chan Santa Cruz, dictada tal vez por Crescencio Poot desde el pueblo de Tibolón, de la comprensión de Sotuta, vaticinaría la ola de terror que se iniciaría en los partidos fronterizos al Territorio de Santa Cruz, en la década de 1870:
“Hoy me hallo en este pueblo con los leales á nuestro padre á pelear con los que quieran, pues á esto estamos; todo el que caiga en acción de guerra morirá; el que se presente entre nosotros en paz, lo recibiremos gustosos. Hoy han venido a querernos espantar y han quedado escarmentados, como lo tienen a la vista. Nosotros no solo peleamos con el Gobierno, sino hasta con el Rey de Vdes ; somos soldados de nuestra Santísima Cruz y de las Tres Personas, á quienes respetamos y veneramos…No pedimos prestado, tenemos tropas, parque para quemar á todos Vdes; hasta para diez años. Pronto iremos á quemar á Mérida…Si el Gobierno no tiene parque, que me pida y le daré dos ó trescientas mil cajas, y obuses y granadas, lo que quiera le daré; que no se moleste en pedir ayuda á México; ya ven que nosotros no pedimos á nadie. Vdes. lo sentirán prepararse y verán si no es así. Mérida va á caer y todo Yucatán será nuestro; pero que no se sacrifique á los tontos; que salga el encargado del gobierno á pelear personalmente conmigo; si viniesen tres ó cuatroscientos hombres bastarán mis asistentes para cogerlos, que vengan como hombres y verán que lo que digo no es una mera bravata sino que es la verdad”.[7]
Estas palabras de Poot significaban una sola cosa: la guerra persistiría en las fronteras entre el dominio meridano y el dominio de Santa Cruz. Y en el camino de la lucha, los de Santa Cruz se convertirían, según las apreciaciones de los expertos militares que conocieron de sus acciones, en unos soldados de raza dispuestos a hacerle la guerra a quien deseara impedir su independencia. Era una sociedad altamente solidificada por el liderazgo de la Cruz Parlante y de sus líderes como Poot. Solidaridad de antiguos campesinos convertidos en guerreros, muy similar a la de los campesinos vietnamitas que le hicieron frente a tres imperios, pero un siglo después y en otras latitudes. La clave para entender las gestas militares del cerebro militar del Juárez vietnamita Ho Chi Minh, es que el general Võ Nguyên Giáp (1911-2013) tenía bajo su mando a un pueblo combatiente defendiendo su libertad de las zarpas imperiales: eran una familia unida, hermanada por la lucha, moralizada a más no poder. Frente a ellos estaban ejércitos de soldados mercenarios, meretrices armadas del Imperio. Esta situación tanto social como geográficamente cohesiva de las selvas de Vietnam, se podría comparar con lo que sucedió en el oriente de la península de Yucatán durante la segunda mitad del siglo XIX.
Como ocurrió Vietnam
Severo del Castillo, uno de los intelectuales militares que combatieron a los de Chan Santa Cruz,[8] decía que estos conocían a la perfección sus “bosques”, que eran dueños del terreno que pisaban, y que esto era una gran ayuda para esa “guerra de bosques” que acostumbraban hacer, dificultando así la vida de los soldados yucatecos y mexicanos desconocedores del terreno.
Una de las plumas meridanas de la década de 1860, al dar parte del sitio de Tihosuco que la gente de Crescencio Poot hicieron durante más de 40 días a las tropas imperialistas de Daniel Traconis, hablaba de esa “lucha sangrienta” que durante 18 años se había sostenido con los de Santa Cruz, y aunque no reconocían el incuestionable valor de los cruzob, apuntaban algo interesante para su defensa: los cruzob estaban igualmente protegidos por “los bosques inmensos con que facilitan sus incursiones, cubren sus empresas y casi hacen inaccesibles sus lejanas guaridas”, y que no solo “han conseguido burlar nuestros esfuerzos de buscarlos y vencerlos en sus propios campamentos, sino que á tanta distancia vienen á cercar los nuestros y á batirnos entre nuestras mismas líneas de defensa.”[9]
Precisamente, el fracaso de la campaña del Segundo Imperio contra Chan Santa Cruz (donde por vez primera se intentó hacer un camino de Valladolid a Santa Cruz), se debió en buena medida a la acción bélica de Crescencio Poot. Señala Baqueiro que en 1864,[10] una vez organizados los cuarteles, y cubiertos los caminos de Peto y Valladolid para Tihosuco, “se pretendió llevar la campaña a Santa Cruz, y fue cuando [Crescencio Poot] desbarató los planes concebidos por el gobierno, con los triunfos obtenidos en los campos de Dzonotchel.[11] Más no conforme, porque habían sido acumulados grandes elementos en Peto, Ichmul y Valladolid, y levantándose fortificaciones en el desierto, estalló en tales expediciones sobre nuestras poblaciones, y de tal modo salió victorioso en los cruceros en donde era esperado a su regreso, que al fin consiguió su intento de que no solo se desistiera de la campaña, sino que sitiando a Tihosuco como lo hizo, tuvo a raya como a dos mil hombres en Ichmul, que no se atrevieron a batirlo a retaguardia, a la vez que también luchaba contra casi igual número de fuerza en el camino de Valladolid, a cuyas tropas derrotó a corta distancia de Majas, habiéndolo hecho antes igualmente con el coronel Traconis que le había salido al encuentro en el mismo camino, en los momentos de ir al sitio de que hablamos.”[12]
Del Castillo, hablando sobre el tipo de guerra perpetrada por los rebeldes indígenas, además de estar de acuerdo en la superioridad militar de los caudillos que lograron dirigir a una muchedumbre de campesinos alzados, indicaba que esta guerra era diferente a todas las conocidas en el país, “una guerra de puras sorpresas la que hacían, de emboscadas hábilmente dispuestas y combinadas”, teniendo una superioridad bélica a la de los soldados yucatecos acostumbrados a la guerra convencional, distinta a la guerra de guerrillas que perfeccionarían los rebeldes en años posteriores, que conocían más que nadie los bosques de la región. En cuanto a los sitios, como el que realizaron en Ichmul, en Izamal, en Peto, Ticul y Valladolid, del Castillo refería que, lo mismo que en la actualidad, los rebeldes se mueven por líneas de circunvalación a través de trincheras que iban moviendo hasta llegar a 20 o 30 varas de los parapetos del sitiado. Además, el terror psicológico efectuado por los rebeldes mediante la “algazara infernal producida por la horrible gritería” era un factor más de combate.
Con armas de chispa, machetes y machetones, trincheras movibles, o los “Noj ch’ak”, que consistían en “botar árboles que dificulten la marcha de las tropas para tener tiempo de cebarse en ellas desde las emboscadas”, la guerra de los cruzob era una guerra de sorpresas, una guerra propia de las asimetrías del poder. En el sitio de Tihosuco, cuando casi fue derruida la iglesia colonial, el 15 de agosto de 1866 los cruzob circunvalaron la plaza de Tihosuco rodeándola con tres líneas: una primera línea se encontraba a distancia de 3 cuadras de la plaza. Otra segunda línea se encontraba a una cuadra a retaguardia de la primera. Y una tercera línea, era más distante y se encontraba en el cabo de la misma población. Al mismo tiempo, los cruzob habían ocupado todos los caminos y veredas de acceso al pueblo con emboscadas, hasta una legua de distancia de la plaza sitiada. Imposible que un alfiler pudiera pasar.
“Campesinos convertidos por Giap en soldados combatientes”. Esta frase, ¿no nos dice nada para la historia de los rebeldes que en 1847 cimbraron de raíz el viejo edificio colonial de Yucatán? De los primeros rebeldes de 1847 que comenzaron la guerra, a los últimos rebeldes de principios del siglo XX, la evolución de ellos había pasado de ser campesinos armados a guerreros que igual sembraban sus milpas, y que antes que Mao, mucho antes que los vietnamitas y los manuales de Guevara, ya habían convertido a la guerra de guerrillas, a la guerra prolongada que fue la Guerra de Castas de Yucatán, en un modo de vida para defender su autonomía.
Los vietnamitas, sin duda, actuaban del mismo modo como hiciera 100 años antes el pequeño pero fuerte y ordenado ejército que comandaba el general Crescencio Poot. Los de Chan Santa Cruz hicieron la guerra popular, la guerra de guerrillas, y en más de un sentido, hay un paralelismo entre el sin duda genio militar Vo Nguyen Giap y el otro no menos genio militar Crescencio Poot: ambos comandaban a campesinos armados.
[1] Millet Cámara, Luis. 1989 “Un estudio biográfico de Crescencio Poot por el Lic. Serapio Baqueiro”, Boletín de la Escuela de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Yucatán, Número 96, pp. 15-33.
[2] Canul era el jefe principal de Tulum en 1882, que había entablado tratos de comercio y “amistad” con un comerciante cozumeleño de apellido Peraza, que además del trueque, buscaba permisos para la explotación forestal. El Eco del Comercio. Martes 9 de enero de 1883.
[3] Por supuesto, es error cronológico de Poot.
[4] Carta de Crescencio Poot a Luciano Canul. Capital de Santa Cruz. Noviembre 18 de 1882. El Eco del Comercio. 9 de enero de 1883.
[5] Boletín Oficial del Gobierno de Yucarán, 6 de febrero de 1850.
[6] El Eco del Comercio. Domingo 5 de mayo de 1901.
[7] El Espíritu Público, Periódico Semioficial del Gobierno del Estado de Campeche, martes 27 de julio de
1869.
[8] El 29 de marzo de 1865, J. de De Peza informaba al Comisario Imperial de Yucatán, José Salazar Ilarregui, el nombramiento de Severo del Castillo como general con mando militar de la Séptima división territorial de la Península de Yucatán. Biblioteca Yucatanense. FR-CCA-MAN- XLVII -1864 -3/3 -016. Manuscritos.
[9] La Guerra de Castas. Mérida. Agosto 20 de 1866.
[10] Fue precisamente en este año de 1864, cuando Crescencio Poot sube al poder en Chan Santa Cruz. Poot estaría en el poder en Chan Santa Cruz, de 1864 hasta 1886, siendo derrocado y muerto por Aniceto Dzul.
[11] Sobre las incursiones que Crescencio Poot hiciera a 19 pueblos –entre ranchos y haciendas del Partido político de Peto-, véase AGEY, Poder Ejecutivo, sección Subprefectura política de Peto, serie Milicia, comunicaciones de Juan I. Montalvo al prefecto superior político sobre movimientos de los indios sublevados, c. 229, vol. 179, exp. 36 (1864). Una de las consecuencias de esta correría de los rebeldes por el Partido de Peto, fue desalentar la idea de que Tzucacab fuera elegida para albergar la primera colonia de alemanes, puesto en práctica por el Segundo Imperio en Yucatán. Al final fue elegido Santa Elena Nohcacab y el pueblo de Pustunich (Durán- Merk, 2009: 102-103).
[12] Millet Cámara, Luis. 1989 “Un estudio biográfico de Crescencio Poot por el Lic. Serapio Baqueiro”, Boletín de la Escuela de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Yucatán, Número 96, p. 23.