Francisco J. Rosado May
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Cada vez que hay elecciones, en México o en otros países, parece obligado hablar del comportamiento del electorado que explica los resultados. Con las victorias, por ejemplo, de Petro en Colombia, Bukele en El Salvador, Castillo en Perú, Trump en Estados Unidos, Fox y AMLO en México, y recientemente Feijóo en España, Milei en Argentina y Arévalo en Guatemala, ha estado tomando forma el concepto de voto antisistema.
Estos ejemplos no son los únicos, la historia ofrece más casos. Todos tienen en común haber vencido a un sistema establecido. Tampoco hay un patrón establecido con respecto al régimen que se cambia por el voto antisistema, los resultados son diversos, ha habido cambios de regímenes de derecha hacia la izquierda o viceversa.
Lo anterior ha propiciado diversos análisis y explicaciones, tanto desde el punto de vista periodístico (ejemplos: Milenio 16/07/2019; Garbiras Díaz en El País, 10/06/2021; Márquez en El Universal 24/06/2022; Smink en BBC el 14/08/2023), como académico (ejemplos: Palacio Vélez en Estudios Políticos, 63, 2022; Malmud y Núñez Castellano en Elcano, 14 junio 2023; Carrera en Nexos, 28/06/2023).
Periodistas y académicos coinciden en señalar que el electorado, incluyendo el que no vota o nulifica su voto, parece estar tomando decisiones basado en un sentimiento antisistema. Por sistema se entiende todo el andamiaje detrás de un régimen, que incluye a la parte normativa, a personas involucradas en política, a decisiones y resultados de política pública, a la corrupción, al poco respeto a los derechos humanos o al incremento de inseguridad y pobreza, a la mala atención a las necesidades básicas o a las pocas o nulas oportunidades de creación de espacios para el desarrollo tanto empresarial como social. Todos ellos ejemplos de componentes de un sistema que los electores, con su voto, cansados de lo mismo, buscan cambiar.
El efecto antisistema a través del voto es un proceso que puede ser lento, como cuando el PRI perdió ante el PAN de Fox en 2000, después de decenas de años en el poder, o relativamente rápido como sucedió en 2018 cuando Morena reemplazó al PRI, en México.
Con el concepto de voto antisistema diversos analistas políticos se han preguntado si también la democracia como sistema está en riesgo. La elección de Trump en Estados Unidos provocó más discusión al respecto. El tema es muy serio porque se asume que la humanidad no ha inventado un sistema mejor que el democrático. Los países que en su régimen no se identifican con la democracia difícilmente podrían argumentar que su sistema es mejor. La democracia explica el triunfo de Trump o de AMLO, pero al mismo tiempo expone elementos que necesitan revisarse, entenderse y mejorarse. Esta es tarea de estadistas y población educada.
El análisis anterior explica el comportamiento electoral antisistema pero no conduce a entender razones de fondo, solo de forma. En este sentido se plantea una hipótesis que explica el fondo de la forma en el voto antisistémico: La persona que no vota por el estatus quo, lo hace porque concluyó que el sistema no le permite ejercer su libre pensamiento, que el sistema trata de modelar, guiar, constreñir su pensamiento, incluso amenazar con represalias o seguridad laboral si no vota a favor de una u otra opción. Hoy con toda la tecnología digital y velocidad de acceso a información, aunado a un poco de análisis, no es difícil pensar que una forma de no quedar subyugado/a a un sistema es tener y ejercer pensamiento libre e informado. Y el primer paso es votar en contra de lo que representa la continuidad de un sistema que no le abre el espacio para desarrollar libremente el potencial de su pensamiento.
Con pensadores libres e informados, comprometidos con su sociedad, la democracia puede evolucionar y sostener una sociedad más desarrollada y sostenible. El requisito indispensable y necesario es tener estadistas en el gobierno. Y ese es el reto y la oportunidad que tienen los votantes antisistema.
Es cuanto.