Francisco J. Rosado May
fjrmay@hotmail.com
En entregas anteriores se ha abordado la situación que atraviesan los sistemas alimentarios en el planeta, tradicionales o no, Indígenas o no, de pequeños agricultores o no.
El anuario estadístico de la FAO, 2022, muestra que la producción de los cultivos llamados primarios, de los cuales cuatro representan el 50%, (caña de azúcar, maíz, arroz, trigo) incrementaron su producción en un 52% desde el 2000 al 2020, alcanzado más de 9 mil millones de toneladas. En el mismo periodo la producción de carne aumentó un 42%, alcanzando 337 millones de toneladas. Impresionante.
Los logros anteriores conllevaron un aumento del 30% de pesticidas y 200 millones de toneladas de fertilizantes de los cuales el 56% fue nitrógeno. También implicó impactos negativos que explica DeClerk y colaboradores en una publicación disponible en línea desde 2023 (A whole earth approach to nature-positive food) demostrando que la agricultura no sostenible, la inmensa mayoría, es responsable de la emisión del 30% de gases de efecto invernadero, del uso del 70% de agua dulce y el factor más importante en la pérdida de biodiversidad. También contribuye a problemas de salud y eventualmente a 11 millones de muertes prematuras al año. Por si fuese poco, la organización Food Systems Economics Commission publicó a principios de este año un excelente trabajo que demuestra que el costo del impacto negativo de sistemas alimentarios no sostenibles representa más de 10 mil billones de dólares americanos por año; es decir las formas actuales de producción de alimento están causando mucho más daño que los beneficios y ganancias que generan. O sea, ya no es negocio invertir en agricultura convencional.
En un artículo publicado en la revista World Development, por Lowder y colaboradores, 142(2021)105455, resulta que los agricultores que manejan hasta 2 hectáreas representan el 84% del total de parcelas en el mundo, pero solamente el 12% del área total en producción. No obstante, ellos contribuyen con el 35% de los alimentos consumidos en el planeta. Estos son datos globales. Es altamente probable que estos agricultores o son Indígenas o son de comunidades pequeñas.
Si la parcela se eleva de 2 a 5 hectáreas, el número de pequeños productores se incrementa. Lógico. Pero esto obliga a la pregunta ¿Quién atiende a estos productores? La respuesta nos puede hacer palidecer. O no tienen atención o tienen muy poca, o casi nada. Entonces ¿Cómo es posible que se pueda cumplir con la política pública de soberanía o seguridad alimentaria? La probabilidad es también muy poca o nula.
¿Cómo estamos formando a los futuros extensionistas o investigadores o académicos? ¿Tienen la calidad necesaria para enfrentar con éxito el gigantesco reto de transformar los sistemas alimentarios para ser más sostenibles? ¿Qué perfil tienen los actuales actores que tienen esas funciones? Son preguntas que exigen respuestas claras y que en su contenido debe admitirse errores y aceptar que para transformar los sistemas alimentarios también hay que transformar políticas públicas, perfil de académicos, planes y programas de carreras y de capacitación de extensionistas, etc., etc.
El nuevo gobierno federal debe atender las preguntas antes mencionadas, y otras por supuesto, porque la tendencia actual de poca investigación significativa y académicos que dejan que desear, con planes y programas que no garantizan calidad, gestión y con personas en posiciones claves sin el perfil ni formación adecuados, solamente “pateando el balón”, nos conducirá a empeorar el tema de producción de alimentos, sostenibilidad y salud.
Es cuanto.