Por Gilberto Avilez Tax/NOTICARIBE PENINSULAR
Hoy 12 de octubre de 2020, las frases más socorridas que escucharé o que leeré, versarán más o menos así: que lo que comenzó en 1492, la llegada de Colón a una isla en el Caribe, se trató de un genocidio de proporciones inmensas, y que esta “invasión” propició la muerte de muchas culturas, el fin de civilizaciones completas, el abuso, la explotación y el inicio del sistema capitalista que tendió al saqueo de pueblos y su correspondiente esclavitud.
Digamos que esto así fue en gran medida, que muchas de las culturas edénicas de las Antillas, fueron suprimidas por un mal sistema colonial que se inició en esas islas, que se dio abusos, explotaciones y, además, se asistió al inicio del sistema económico mundial con la interconexión de las distintas regiones; y que el oro de las Indias sirvió para la acumulación primitiva del capital en Europa. Siguiendo a Gibson, Enrique Semo señaló que la “leyenda negra” (la devastación de las poblaciones indígenas debido al nuevo contexto de conquista y colonización europea), aunque proporciona una interpretación burda de los hechos, es esencialmente exacta de las relaciones que se dieron entre españoles y los pueblos originarios.
En el profundo y erudito estudio de la historia del capitalismo en México, el maestro Semo nos recordó la extracción impune de las riquezas mineras -los tres siglos de colonia fueron de una economía del saqueo y botín a todas luces, entretejida de feudalismo, capitalismo, despotismo tributario, vasallaje, esclavismo de los pueblos indios; con transferencia de tecnologías, en los distintos rublos de la economía colonial, escasa o nula desde la metrópoli hacia los dominios americanos-, de eso que se llamó Nueva España, con el objetivo explícito de agrandar y cimentar el capitalismo en ascenso, no de España precisamente, sino de las metrópolis más avanzadas del capitalismo europeo:
La sociedad novohispana forma a su vez parte de un todo mucho más vasto: el sistema colonial del capitalismo europeo naciente. A través del imperio español, los grandes centros capitalistas transforman las colonias de América en campo de acumulación primitiva, fuente de oro, plata, mercado para su producción y abastecedor de “productos coloniales”. La explotación colonial penetra en todos los poros de la sociedad y modifica las relaciones despótico-tributarias, feudales y capitalistas […] El monopolio comercial de Sevilla, agente de las grandes casas comerciales holandesas, francesas, inglesas y alemanas, apoya el monopolio del consulado de los comerciantes de la ciudad de México para ahogar el surgimiento de una burguesía media local pujante […] El surgimiento del capitalismo de los siglos XVI a XVIII produce en la metrópoli la acumulación del capital, en la colonia la descapitalización y el empobrecimiento; en la primera el surgimiento de la clase obrera, en la segunda la difusión de la esclavitud sans phrase. La burguesía ascendente en Europa ayuda a impedir el desarrollo de la burguesía en América.[1]
No deseo terminar de seguir citando a Semo, por el motivo de que su pionera narración económica de la colonia se relaciona directamente con el capitalismo en ascenso. Parafraseando a Sahagún, se podría afirmar que no Dios, o la providencia, guiaban a Cortés a barrenar las naves y emprender la subida a la meseta central de Anáhuac, sino el ansia de conquista de la “mano invisible” del mercado capitalista en ascenso. Los hechos de muerte de la conquista se esclarecen, no en el marco del enfrentamiento de una civilización (la europea) con otra (la amerindia), ni en la neo-cruzada descrita por Bernardino de Sahagún y compañía frailuna. La invasión y conquista se comprende, en efecto, desde los marcos valorativos del alba del capitalismo mundial:
En lo que respecta a las fuerzas productivas, el primer siglo de la Colonia marca a la vez la destrucción masiva de la población indígena y el surgimiento de una nueva formación socieconómica. Sobre las ruinas de una sociedad que se encontraba en el umbral de la edad del cobre, surge una nueva, cuyas fuerzas productivas son comparables a las que predominaban en la península ibérica en los siglos XV y XVI. Este salto es resultado de la conquista. No ha sido producido por la lucha de la sociedad india con la naturaleza sino por el establecimiento de un sistema colonial. Los instrumentos y los hombres que los manejan han cambiado no en función de la dinámica interna de la sociedad sino como resultado de la inclusión de ésta en una cadena de explotación colonial. El desarrollo se produce sobre todo en las ramas y regiones que interesan a la metrópoli y a los nuevos señores locales ligados a ésta. Sociedad más atrasada que los centros capitalistas a los cuales se encuentra sin embargo directamente ligada, la colonia novohispana verá la tendencia interna del desarrollo de sus fuerzas productivas supeditada a las infinitamente más dinámicas del capitalismo internacional. Desde el punto de vista de las fuerzas productivas, el fenómeno de la conquista se repetirá una y otra vez: En cada etapa de su desarrollo y expansión, la metrópoli propiciará la formación de centros técnicamente avanzados sólo en las ramas y sectores que ella necesita, dejando al resto del país más o menos intacto. Así, el carácter heterogéneo de la base económica es mantenido y reproducido periódicamente.[2] (Ibidem: 58).
Sin embargo, y a contrario sensu de las interpretaciones que desembocan en un indianismo insufrible, digamos que 1492 representa mucho más que la estela de muerte que se dio en los comienzos de la cimentación de la sociedad colonial en América y las islas. ¿Hay algo que conmemorar? ¡Desde luego! Desde 1992, el hoy desdibujado movimiento indígena ha hecho que tanto instituciones educativas y público en general, desistan de festejar esa gesta de tecnología y ciencia de la época (tecnología marítima, cartografías, adopción de la brújula china y el astrolabio musulmán por parte de la Europa medieval)[3], que hizo posible la llegada de los europeos a América. Sin embargo, los todavía combativos indigenistas e indianistas,[4] tal vez desconociendo la importancia filosófica, cultural, histórica, económica y hasta étnica del contacto indoeuropeo, execran este día y consideran un acto políticamente incorrecto siquiera recordarlo. Contra esas ideas radicales, podemos apuntar 13 hipótesis de por qué es válido conmemorar lo que comenzó el 12 de octubre de 1492:
- El 12 de octubre es un día que hay que festejar los que hablamos este idioma universal, ya que en el presente de las sociedades latinoamericanas confluyen distintos pasados y presentes tanto indios, europeos, africanos, moriscos, judíos, asiáticos.
- En este sentido, ya no somos los hijos pródigos de una patria con su historia que no sabemos definir; observándola desde hace mucho tiempo, podemos concebir a las sociedades latinoamericanas como un gran árbol con raíces castellanas, moriscas, rayadas de azteca, pero también de maya, de náhuatl, de andina, de africana, etc.
- Barbarie hubo tanto aquí como allá y acuyá: se hacían actos de barbarie implorando al dios del madero o a Huitzilopochtli o a otros manes del pueblo.
- Ergo, no entiendo a las personas que sólo ven la leyenda negra de un lado, pero se olvidan de decir y comentar, que las sociedades prehispánicas no eran tan simples como para no derramar sangre a borbotones.
- Los indianistas, al hablar de “invasión” y genocidio, generalmente argumentan desde un pulcro español y desde una lap y un celular de la civilización occidental a la que tanto aborrecen.
- Es una estupidez escuchar canciones como la de Gabino Palomares (La maldición de Malinche[5]), ya que sus letras, erradas, dicen que todo el mundo indígena fue eliminado, lo que no fue así. ¿Entonces, quién escribe poesía en lengua maya, nahuatl, etc?
- Pienso que el contacto indo-europeo, a pesar de todo, significó una riqueza y vitalidad de la humanidad que vivía en todos los mundos del globo.
- Y desde luego que considero que hubo mucha grandeza en esa construcción iniciada a fines del siglo XV y XVI; grandeza en el que participó, desde luego, las distintas sociedades indígenas: el español que se habla en Yucatán, tiene como padre al maya.
- Estoy de acuerdo con Duverger, hay que reconocer que don Hernando Cortés fue el padre fundador de la nación mexicana. No me sentaré a discutir esa aserción con ningún indianista radical, porque esto sería como predicar en el desierto.
- La ignorancia de los fundamentalistas étnicos y de algunos de los intelectuales indígenas, o que se consideran intelectuales o indígenas, como profesionales de la victimización ahistórica, asegura que todos los grupos indígenas fueron suprimidos. ¿Y el medio millón de mayas yucatecos actuales, donde ponerlos?
- La falsedad evidente que dice que los españoles se llevaron todo y nada dejaron: ¿y la lengua que hablamos, y las magníficas ciudades, y la nueva cultura (india, mestiza), y la gastronomía yucateca, mezcla de raíces mayas, europeas, asiáticas y africanas?
- ¿Todo se llevaron? ¿Y la cochinita pibil, y el chocolomo y la barbacoa y la virgen de Guadalupe? ¡Por favor!
- Sintetizando, como historiadores profesionales, es nuestro deber combatir las visiones erradas de la historia que se dan en fechas como esta, y que crecen entre la pasión y la ignorancia ideologizada.
Por cierto, varios historiadores de valía reconocen que el siglo más negro para las poblaciones indias fue el XIX de las recien repúblicas independizadas de la corona española: no fue el siglo XVI, no el XVII, no el XVIII.Andrés Medina, una autoridad en antropología mexicana, dice que del Grito de Dolores, en 1810, hasta el inicio de la Revolución Mexicana, en 1910, “constituye el siglo más negro para los pueblos indios en la historia nacional, pues sus relaciones con el Estado Nacional están marcadas por la consigna de su exterminio por todos los medios posibles”.[6] La Guerra de Castas de Yucatán, el conflicto étnico más cruento y sangriento de la historia de los pueblos indios de México, no se dio en los tres siglos de colonia, sino en el siglo XIX. El gran intelectual marxista indianista del Perú, José Carlos Mariátegui, en su célebre Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, dado en la estampa en 1928, comprendió como nadie la nueva situación a la que se enfrentaron los indios de su país, y que puede decirse lo mismo para México y el Yucatán de la Guerra de Castas:
“Mientras que el Virreinato era un régimen medioeval y extranjero, la República es formalmente un régimen peruano y liberal. Tiene, por consiguiente, la República deberes que no tenía el Virreinato. A la República le tocaba elevar la condición del indio. Y contrariando este deber, la República ha pauperizado al indio, ha agravado su depresión y ha exasperado su miseria. La República ha significado para los indios la ascensión de una nueva clase dominante que se ha apropiado sistemáticamente de sus tierras. En una raza de costumbre y de alma agrarias, como la raza indígena, este despojo ha constituido una causa de disolución material y moral. La tierra ha sido siempre toda la alegría del indio. El indio ha desposado la tierra. Siente que ‘la vida viene de la tierra’ y vuelve a la tierra. Por ende, el indio puede ser indiferente a todo, menos a la posesión de la tierra que sus manos y su aliento labran y fecundan religiosamente. La feudalidad criolla se ha comportado, a este respecto, más ávida y más duramente que la feudalidad española”.
Y esto, aunque tal vez lo sepan los indianistas y fundamentalistas de indistinta ralea, no entra en sus advocaciones contra el 12 de octubre. Borges, el argentino, criticaba a Bartolomé de las Casas -autor de la leyenda negra desde su Breve destrucción– su doble moral y doble discurso, recordando que el obispo que fuera de Chiapas exigió a la corona española el fin de la esclavitud indígena. A cambio de ese cese, Bartolomé pidió la entrada a América de esclavos negros. Durante buena parte de la colonia, la corona, en lo que cabe, respetó la autonomía de las poblaciones indias, el pacto colonial que se dio a partir del XVI estribó en una tributación requerida, y a cambio de esto, muchas prácticas que no iban en contra de la respetabilidad de la vida humana -los sacrificios humanos- y del canon católico, sobrevivieron, y otras más, entre la mezcla y el sincretismo creador, surgieron.
De hecho, está la idea de que buena parte de la cultura que hoy se observa entre los pueblos indios, así como mestizos, sus creencias y costumbres, surgió durante ese lapso de trescientos años. En Yucatán, salvo pocos disturbios que se dieron a fines del XVIII (la rebelión de Canek, aunque se quiera hacer creer por ahí, no fue una rebelión de corte agrario ni tuvo escalas peninsulares sino subregionales), la tenencia de la tierra fue respetada hasta fines del XVIII en que se comenzó a cuestionar las tierras del común mediante las políticas agrarias establecidas por las cortes borbónicas.
En definitiva, la sociedad maya, durante la Colonia, a pesar de lo que sucedió en Maní en 1561, no fue ni barrida, ni eliminada, ni suprimida su fuerte cultura milenaria. Desde las leyes nuevas del 20 de noviembre de 1542, hasta el derecho indiano y los juzgados de indios, la corona española sentó defensas jurídicas y dejó oír a los que querían que se les haga justicia.
Este estado de cosas fue totalmente trastocado a partir del siglo XIX mediante la instauración de estructuras supuestamente “modernas” que confluyeron para el cuestionamiento creciente de la sobrevivencia de la comunidad agraria indígena. No por nada, en Yucatán –y no solamente en Yucatán- se dio una de las más cruentas y violentas rebeliones campesinas, la Guerra de Castas, contra las políticas agrarias de individualización de las tierras, y en otras partes de América la comunidad indígena igual pasó por los momentos más difíciles mientras los Estados nación se construían de lo que había sido la Monarquía católica.[7]
Para terminar, podemos señalar que el contacto indo-europeo igual trajo beneficios, beneficios que en voz de los indianistas resultan casi nada: a la dieta indígena se sumó la falta de carne, la ganadería (tanto animales grandes como reses, así como chivos, borregos, cerdos), los metales como el hierro, nuevas técnicas de cultivo y sistemas hidráulicos, una nueva reconfiguración espacial, una revitalización de las culturas sometidas por sistema totalitarios como los de los mexicas o incas. Podemos dar muchos ejemplos de los aportes indígenas o europeos para las dos sociedades, pero me parece que lo importante de lo que se comenzó a fines del siglo XV, fue la supresión de los sacrificios humanos. Frente a los sacrificios humanos, el peonaje y las encomiendas fueron hasta una bendición del cielo.[8]
[1] Semo, Enrique, 1987 Historia del capitalismo en México, México, SEP-ERA, p. 17.
[2] Ibidem, p. 58.
[3]José Luis Villacañas Berlangas, “La primera expansión atlántica”, en Francisco Colom González (ed.), Modernidad iberoamericana. Cultura, política y cambio social, Madrid, Iberoamericana, 2009, pp. 61-87
[4] Un análisis del pensamiento de este sector de la izquierda indianista, radical y demasiado ahístorica, para América Latina, lo ha dado Hugo Celso Felipe Mansilla, “Tradicionalismo y modernización en la cultura política iberoamericana”, en Francisco Colom González (ed.), Modernidad iberoamericana. Cultura, política y cambio social, Madrid, Iberoamericana, 2009, pp. 411.437.
[5] https://www.youtube.com/watch?v=39aktj2Obsg
[6] Andrés Medina, 2003 En las cuatro esquinas, en el centro. Etnografía de la cosmovisión mesoamericana, México, UNAM, p. 35.
[7] Jorge Pinto Rodríguez, La formación del Estado y la nación, y el pueblo mapuche. De la inclusión a la exclusión, Santiago de Chile, Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos, 2003. Marta E. Casaus Arzú, “Los proyectos de integración social del indio y el imaginario nacional de las élites intelectuales guatemaltecas, siglos XIX y XX”. Revista de indias, 1999, vol. LIX, número 217, pp. 775-813. Enrique Florescano, Etnia, Estado y Nación. Ensayo sobre las identidades colectivas en México, México, Nuevo Siglo Aguilar, 1997.
[8] Sobre los sacrificios humanos, además de los textos clásicos escritos por Duverger y otros, véase Pablo Gonzalbo Escalante/ Rodrigo Martínez Baracs, “Cartas cruzadas. Sacrificios y antropofagia”, Letras Libres, enero de 2010, pp. 16-22.