Gilberto Avilez Tax
Al principio pensé y dije: bueno, ese Tenoch Huerta y su “power prieto”, ok, lo celebramos como prietos, pero luego sopesé la cuestión un poco más a fondo. Resulta que sus discursos están plagados de querellas a lo tonto; es una especie de Vasconcelos y su raza cósmica, pero al revés. Aunque se posiciona, confrontativo, contra el racismo y clasismo –subrepticio y explícito- de los que podemos nombrar como “whitexicans” y la “blanquitud” de las relaciones de poder y de diverso tipo que todavía subsiste en la sociedad mexicana (y en, la yucateca, ni se diga), sigue un correlato muy similar al mito del Mestizaje vasconcelista en un filón de su narrativa, pues ambos son excluyentes de la diversa sociedad mexicana: frente al universo “mestizo”, está el universo “prieto”, dos islas que no se comunican según ambos discursos (aunque, en defensa de Vasconcelos, la raza cósmica de este último la escribió en 1925, hace casi 100 años).
El power prieto y sus bemoles
El “power prieto” no es de humanistas, es intraculturalidad burda condimentada con una especie de enfado contra los racismos velados y develados (cosa que se aplaude), pero es ombliguista en más de un sentido, es una especie de filosofía revanchista del “tuch”, que violenta las formas de universalidad que pugnamos, en las distintas aristas de una sociedad más incluyente. Y, ahora, el nicho que antes le servía para defender su “poder prieto” desde lo nacional, ha recalado desde una atalaya que francamente me causa resquemor, pues lo hace como una marioneta folklórica de un imperio yanqui que utiliza todas las tramas “multiculturales” a sus servicios capitalistas: la historia cuenta, pero solo si aparece en un libreto exótico de Marvel donde existen “indios míticos”, viviendo en el reino de Mito-titlán.
Si me preguntan si Wakanda forever (2022), la nueva película del universo Marvel, es reivindicatoria de la larga lucha de los pueblos indígenas y afroamericanos, tendría mis dudas en contestar de forma positiva: es simplemente una película de entretenimiento y de ciencia ficción creada por los gringos para troquelar hartos dólares, y hasta ahí. Pero tampoco es del todo inocua por lo que deja crecer, afuera de sus locaciones, en el “universo” de la comentadera de los que celebran una falsa idea inclusionista. ¿Y por qué afirmo esto? Porque considero que están celebrando una degradación hollywoodense de las culturas prehispánicas de México, que reactualiza –así sea en el reino de la ciencia ficción- la vieja literatura mítica y literaria del reino perdido de Atlantis y su conexión con las culturas prehispánicas, que fue muy del agrado del mismo Vasconcelos en su libro La raza cósmica. Misión de la raza iberoamericana[1], y de otros autores que secundaron al filósofo oaxaqueño, y esto, desde luego, habría que entenderlo en el concepto acuñado por Guy Rozart de “los indios imaginarios”.
No lo quiero decir pero será mejor que lo diga: la Xcaretización ha llegado a Hollywood (y no es la primera vez que recala, recordemos el Apocalypto de Gibson). Y si entendemos por Xcaretización, a esa serie de relatos y contra-relatos históricos, arqueológicos, lingüísticos y antropológicos de las culturas mesoamericanas que sirven de pella literaria para amasar en dólares las ganancias capitalistas, la “inclusión” exótica de figuras míticas de un reino imaginario maya-atlantiano, responde a ese único objetivo capitalista. Aquí salen sobrando poderes prietos, conocimiento de las culturas madre, reivindicación de derechos de los pueblos originarios actuales, o combates frontales al racismo porque Namor no representa a un chavo banda de Ecatepec: Namor es del reino del mito atlantiano. Así hay que verlo.
La Xcaretización estriba, más que nada, en las interpretaciones burdas, las deformaciones que se hacen sobre la cultura maya (mesoamericana), la de hoy y la de ayer y la de hace milenios. Y esto se nutre con las imágenes del turismo (y de historias contadas ahora por Hollywood), repletas de ideas extrañas de la historia regional y mayística, o de la historia del tiempo presente de los pueblos, desde una perspectiva que no se ancla a la realidad, que acomoda el relato histórico, que se convierte en mito (el reino de la Atlántida) y que a veces se recrea hasta en lo que se destila en los propios pueblos mayas por personajes que (como algunos “intelectuales” y “artistas mayas”), en teoría conocen las tradiciones pero que están inmersos en esta vorágine capitalista creadora de imágenes sobre imágenes escorada en vianda televisiva para las ansias lúdicas de la sociedad occidental: comer palomitas y coca cola, mientras asistimos al cine a ver la película.
Así podemos entender que Tenoch Huerta haya aprendido maya, que fuera asesorado por historiadores y asesores latinoamericanos,[2] porque esto nutre a la idea de la Xcaretización: todo tiene un precio de venta y compraventa, y para eso tendríamos que sumergirnos, así sea unos centímetros solamente, en el piélago cultural de una sociedad maya que más han estudiado y se han obsesionado hasta la náusea los gringos; porque el reino atlantiano que se presenta en Wakanda Forever, no es de sociedades como la tolteca, la mexica o los purépechas. Es de una historia contada y digerida por el ojo imperial de Hollywood, de Chichén Itzá y los mitos mayas, como el caso del dios Kukulcán. Incluso en un póster de Wakanda, aparece la serpiente emplumada y el castillo de Chichén Itzá, así como que en las canciones de esta película se escucharán a cantautores y poetas mayas hablando la lengua del Maayat’aan. Bienvenido sea este tipo de “inclusión”.
Al respecto, muchos convencidos de esta “inclusión” de la cultura maya en el reino mítico de Hollywood, han echado vítores al cielo, considerando que con esto se reivindica a los pueblos originarios. Yo, por el contrario, considero que la Xcaretización es evidente si entendemos que el ansia inclusionista de Hollywood no ataca y no atacará a las guerras de conquista, al afán de control de regiones indígenas de Latinoamérica por parte de las empresas estadounidenses, o el racismo de la misma sociedad estadounidense. Así, resulta una película más de dioses, héroes y mundos perdidos que regresan bajo una pátina barroca de una historia maya, de unas ciudades mayas apenas perceptibles en lontananza.
¿Acaso alguien se acuerda de las ideas de Charles Hale sobre el “indio permitido” y el “indio no permitido”? Eso es lo que me viene a la mente cuando veo a tantos “wakandalovers hollywodenses” desgañitándose por el “poder prieto” caminando en la alfombra roja de Hollywood. Los wakandalovers intra-culturelos, que tal vez sin querer se columpian en el “indio” permitido”, ojalá y puedan pensar en esta nueva reformulación de la hegemonía capitalista yanqui, que teatraliza identidades e historias de los pueblos originarios, y que las mitifica o mixtifica con reinos imaginarios como el atlantiano: es decir, se reconocen ciertos reclamos “culturales”, “lingüísticos” (lo que se entiende, en la terminología establecida por Hale, como “el indio permitido”) que engrasan al sistema capitalista (y Hollywood es parte significativa de ese sistema por lo que a creaciones simbólicas y hegemónicas erige en sus películas[3]), mientras que otros, más radicales, como el control sobre tierras, territorios, recursos naturales (que implica la autonomía), o una mayor consulta sobre planes de macro desarrollo, han sido ignorados, incluso criminalizados; los cuales son identificados, otra vez por Hale, como los reclamos de “los indios no permitidos”.
El regreso de la Atlántida maya
Apuntamos en párrafos anteriores, que con Wakanda forever, se reactualiza la vieja literatura mítica y literaria del reino perdido de Atlantis (un mito griego que aparece en uno de los diálogos de Platón), y su conexión con las culturas prehispánicas. Esto, en el reino de la ciencia ficción –y el universo Marvel es pura ficción-, es incluso hasta entretenido. Pero en Wakanda forever no es la primera vez que se intente hacer la conexión entre las altas culturas mesoamericanas con la utopía atlantiana griega. Ya señalamos que Vasconcelos creía en que “la raza que hemos convenido en llamar Atlántida prosperó y decayó en América”, pero hay algunos otros autores menos conocidos –por ser regionales- que teclearon más de dos páginas sobre aquel embuste de la historia de los pueblos mesoamericanos. Es el caso del escritor meridano, José Castillo Torre, autor yucateco un poco olvidado por las nuevas generaciones que no sean las de los historiadores.
José Castillo Torre, en su libro El país que no se parece a otro (el Mayab) (1934) habló de esa “hipótesis” (no podríamos nombrarla de este modo) negada hoy tanto por los mayistas consagrados en su “cientificidad”, así como por los aguerridos defensores de la radical originalidad de los pueblos indios de América: acerca del origen atlántico, único, del multiverso cultural americano. Castillo Torre sostenía, con base en la literatura disponible en la década de 1930 del siglo pasado (me refiero a los trabajos seudocientíficos de James Churchward[4]), el origen atlántico de las culturas indígenas de América, y propiamente, el origen atlántico del pueblo maya: la civilización atlántica era, según Castillo Torre, la civilización maya madre; a quien la cual, después de terremotos de proporciones inmensas, sucumbió por la fuerza de los estropicios geológicos:
“Cuando la Atlántida comenzó –escribe Castillo Torre- a sufrir el último asalto de las emergencias geológicas que sembraron el pánico entre sus habitantes y al fin la destruyeron, incidentes que se repetían en la violencia de los terremotos y de las inundaciones, los mayas abandonaron aquella isla y su ejemplo fue imitado por los quichés, ulmecas, xicalancas, zapotecas, mixtecas y nahoas. Desembarcaron los fugitivos en la costa firme, desposeídos de sus riquezas y del instrumental que habían creado en laboriosos siglos de civilización” (Castillo Torre, 1934).
Para Castillo Torre –y para buena parte de los “mayistas” yucatecos “evolucionistas” y anteriores al fascinante trabajo arqueológico e histórico de Morley y Thompson- la cultura actual de los mayas era una cultura que, luego de mucho tiempo, y más con la conquista y la colonia, había devenido en una cultura irreconocible por su estado “decadente”, y en nada comparable a la poderosa civilización que había construido Chichén Itzá, Uxmal, etc. Sostenía Castillo Torre que estos vestigios prehispánicos eran prueba de que la larga exhalación civilizatoria de los ancestros atlánticos de los mayas prehispánicos, aun podría hacer, de la bárbara selva peninsular, un propicio nicho civilizatorio. Siguiendo la tesis del origen atlántico de los mayas, Castillo Torre asentaba: “A golpes de genio creador, los indios volvieron a encender la hoguera de su civilización con los pocos tizones que se salvaron del hundimiento de la Atlántida”.
Hoy sabemos que, muchas de las ideas que a fines del siglo XIX y principios del XX se estructuraron en torno a los mayas, regresan ahora con un ropaje de supuesta reivindicación e inclusión, al mundo hollywoodense. No es otra cosa más que el regreso de la seudociencia xcaretizada al servicio del gran capital.
[1] Sobre la idea Atlántida en la obra de Vasconcelos, véase el artículo de Juan Carlos Grijalva: “Vasconcelos o la búsqueda de la Atlántida. Exotismo, arqueología y utopía del mestizaje”. Revista de Crítica Literaria Americana. Año XXX, No. 60. Lima-Hannover, 2º Semestre de 2004, pp. 333-349.
[2] El Universal. “Tenoch Huerta expande el ‘Orgullo prieto’”. 27 de septiembre de 2022.
[3] Esto es una verdad de Perogrullo, solo nos basta con ir a ver sus películas de la Segunda Guerra mundial, donde los héroes fueron los “americanos” y no los que, al final, vencieron a los nazis, el Ejército Rojo.
[4] James Churchward (1851-1936), se lee en la entrada de él en Wikipedia, fue un escritor, inventor, ingeniero y “pescador británico de ocultismo”. Fue conocido por proponer la existencia de un continente perdido, “Mu”, en el océano pacífico.