Por Gilberto Avilez Tax
El 5 de mayo de 1898 fundamos Payo Obispo-Chetumal
con don Othón Pompeyo, el porfiriano,
era una vil trocha ganada al monte y a los saraguatos,
pero esto sería el primer momento de la fundación
del otrora Territorio de Quintana Roo:
tierra feraz, de mayas rebeldes,
de chicleros bárbaros que se mataban por un litro de guaro,
de realismo mágico y de selva, demasiada selva.
Y a la vera, un río,
el mítico Hondo,
un saurio barbudo en soñarrera,
acunaba a un pueblo que creció
al escuchar relatos de una guerra inacabada,
de picados en los zapotales,
de turcos y sus cachivaches,
de caobas sangrando en la manigua
como lagartos dormilones cayendo con las lluvias.
Fue también la tierra
de ciudades crecidas como por ensalmo
gracias a las puterías del gringo.
Esta es la historia venida con los corrientales del Caribe
y de mi memoria fragmentada.
El desaparecido historiador Francisco Bautista Pérez,
escribió para la posteridad que Chetumal, la vieja Payo Obispo,
fue fundada dándole la espalda a una selva de tierra adentro donde una larga guerra aún no había terminado,
y no terminaría hasta bien entrado el siglo XX,
y que aún no ha acabado.