Gilberto Avilez Tax
El 3 de mayo próximo el Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, pedirá en Tihosuco perdón a los mayas “por la persecución” que sufrieron en eso que la historiografía regional ha denominado como la Guerra de Castas de Yucatán. El acto ha sido denominado como “Petición de perdón por agravios a los Pueblos Mayas. Fin de la Guerra de Castas”, y se ha sacado hasta un billete de la lotería nacional para conmemorarlo.
De esta especie de teatralización discursiva, me llama la atención lo siguiente: ¿cree el gobierno actual que el 3 de mayo de 1901 se terminó la Guerra de Castas?, ¿qué hubo el 3 de mayo y de qué año hablan? Y otra cosa, ¿por qué Tihosuco y no Tepich, el pueblo olvidado por la “oficialización de la Guerra de Castas”[1], donde el caudillo Cecilio Chi llevó a cabo el primer acto de rebelión contra el gobierno yucateco?, ¿por qué Tihosuco, tierra de repobladores mayas yucatecos a partir de la primera mitad del siglo XX, que no guardan relación alguna con las costumbres macehuales de los pueblos cruzoob como Tusik, Tixcacal Guardia, Señor o hasta el mismo Dzulá, pueblos que son más significativos en la historia de la Guerra de Castas pues sus pobladores son descendientes directos de la sociedad cruzoob y guardan costumbres, memoria y fidelidad a la Cruz Parlante y a los hechos de la guerra de castas?, ¿por qué no el perdón se lleva a cabo en Felipe Carrillo Puerto, la antigua capital de los mayas rebeldes fundada y defendida con voluntad por los cruzoob? Recordemos que mientras Crescencio Poot, el 15 de septiembre de 1866 derribó con obuses buena parte de la estructura colonial de la iglesia de Tihosuco, en Chan Santa Cruz se levantaba, con brazo de esclavos blancos, el Balam Na, la iglesia de la Cruz Parlante donde la voz de la Santísima haría escucharse mediante su intérprete. En ese sentido, resulta por lo demás entendible, en términos de la “Xcaretización,”[2] que se haya elegido a este nuevo “producto turístico del Caribe mexicano que es Tihosuco y su zona de monumentos, como el escenario idóneo para la petición de perdón a los pueblos mayas que realizará el gobierno federal.[3]
Pero la historia cuenta, y en términos de la historia, nunca hubo en sí un fin absoluto de la Guerra de Castas: ni en 1901 cuando 2,200 últimos combatientes cruzoob hicieron frente a los batallones de Bravo para defender su autonomía y sus modos de vida, ni en 1933 con la escaramuza que se dio para abril, en el Dzulá de Evaristo Sulub. El 3 de mayo es una fecha que entra en las festividades de los pueblos cruzoob, por ser el día de la Santa Cruz, tiene un significado ritual y corresponde al mestizaje religioso que viene de tiempos de la colonia. En términos de la historia de la “pacificación”, es irrelevante. Para explicar esto, hagamos un poco de relación de los hechos que se dieron en mayo de 1901.
En el trayecto irreversible de Peto a Chan Santa Cruz, en 1901 Ignacio Bravo tenía a su mando cuatro batallones federales y varias compañías de guardias nacionales, entre ellas, de indistintos pueblos de Yucatán. La consigna era acabar con 50 años de sociedad maya en resistencia, primero; y después, a partir de 1902, facilitar las concesiones de tierras para los proyectos expansionistas de la rica oligarquía yucateca. Bravo y sus “mexicanos” (llegaría el tiempo que los “mexicanos” serían más odiados por los hijos de la Cruz, sustituyendo el viejo odio que estos últimos sentían hacia los “yucatecos”) tenían, además, la superioridad tecnológica en armamento que, aunado a las epidemias de sarampión que habían diezmado las filas de los cruzoob, así como las relaciones diplomáticas conseguidas entre el Estado cada vez más centralizado de Don Porfirio y la reina Victoria, fue de vital importancia a la hora de mover el fiel de la balanza de la guerra.
En 1901 las condiciones militares estaban muy cambiadas con relación a las que existían cuando los rebeldes y los yucatecos habían trabado batalla por vez primera.[4] En la medianía del siglo XIX, los ejércitos yucatecos –los comandados por Eulogio Rosado, José María Novelo, Cetina, etc.-, así como los de Chi, Pat, Barrera, o el genio militar del combativo Crescencio Poot y Bernardino Cen, “habían peleado con fusiles de chispa, los cuales se silenciaban por completo durante las lluvias, y las muertes quedaban para las bayonetas y los machetes”. Bernardino Cen, el más sanguinario caudillo militar de los cruzoob, todavía era recordado hace algunos años en el centro de Quintana Roo mediante la imagen de su machete ensangrentado y pegado a su mano derecha con la misma sangre de las víctimas que degollaba. Los caballos bien servían de poco en la espesa manigua del oriente de la Península, pues los espinosos arbustos no permitían el rápido tránsito de las cabalgaduras. Pero al finalizar el siglo XIX, y aunque los mayas rebeldes habían hecho todo por modernizar su armamento inglés, sus armas de avancarga habían sido desfasadas por las armas de retrocarga (los Remington), de mayor sofisticación, y fue este tipo de armamento que utilizaron los batallones de Bravo.
A marchas forzadas, los federales intentaban abrir “un camino de Peto a Chan Santa Cruz, por donde se pudiese extender una vía férrea hasta este último lugar”. Tras de sí, al mismo tiempo que abrían la brecha y los “aproches” requeridos, iban sembrando el telégrafo, con el cual el 4 de mayo de 1901 –que no así el 3 de mayo- Bravo daría la noticia a Mérida con su lacónico telegrama: “Hoy a las siete am., he ocupado esta histórica plaza, capital de los rebeldes”.[5] Bravo ocupó una ciudad fantasma, pues los mayas se habían replegado a las selvas. De hecho, desde el 17 de abril de 1901 se sabía que Chan Santa Cruz estaba abandonada. Dicen que el mismo día de la Santa Cruz era la intención de Bravo de entrar al santuario, como acto simbólico de sumisión de la cruz de los mayas a las tropas porfirianas, pero los postes de telégrafo que sembraba se lo impidieron. En su marcha, los federales no hacían prisioneros, al combatiente maya que agarraban inmediatamente se le fusilaba.
También el mismo día 4 de mayo de 1901, Ignacio Bravo, lacónicamente escribió otro telegrama desde Chan Santa Cruz, informando a los señores D. Rodulfo y D. Delfín G. Cantón (los dueños del ferrocarril de Mérida a Peto que meses atrás fue inaugurado y que tenían proyectado llevar a Wakax k’áak’ (ferrocarril en maya) hasta el mismo Santa Cruz y conectarlo con Bacalar), que el bastión de los mayas rebeldes de Chan Santa Cruz, por fin ya entraba a la órbita del Estado nacional. El Eco del comercio transcribió el domingo 5 de mayo de 1901, el telegrama de Bravo:
Sres. Rodulfo y D. Delfín G. Cantón. Mérida. Los patrióticos deseos de Uds. Están satisfechos: hoy á las 7 de la mañana comenzó á flamear en esta población (Chan Santa Cruz) el glorioso pabellón nacional.- Firmado. Ignacio A. Bravo.
En La Revista de Mérida, uno de los editorialistas, tal vez su director, el poeta Delio Moreno Cantón, escribía el significado del 4 de mayo para “la patria yucateca”:
“De hoy para siempre, el 4 de mayo de 1901, será un día de gloria para la patria yucateca y de redención para nuestros hermanos retraídos á la civilización y del progreso, hace más de medio siglo…Allí están Tihosuco, Sabán, Ichmul, y cien pueblos más, que cayeron al golpe del hacha destructora y de la incendiaria tea… Allí están, diseminados, como los oasis en las inmensas llanuras del desierto, las ruinas de edificios antiguos, testigos mudos de pasados días de esplendor y de grandeza…Chan Santa Cruz es desde ayer, un baluarte del progreso”.[6]
Con el lacónico telegrama de Bravo enviado a Francisco Cantón, a los empresarios ferrocarriles G. Cantón, y al señor presidente Díaz y a su secretario de Guerra, Bernardo Reyes; la fiesta se disparó en todos los pueblos y en Mérida misma. Esa simple frase dio inicio a lo que, por más de cincuenta años, desde que los mayas del sur y oriente de Yucatán se rebelaran en el verano de 1847 de las taras coloniales de la sociedad yucateca barnizada con la ideología liberal, los yucatecos todos -y me refiero no solo a la élite meridana, sino a las distintas élites pueblerinas de Yucatán- esperaban tan ansiosamente celebrar: la “pacificación”, a como diera lugar, de los osados “bárbaros” cruzoob. Los diarios de la época, como El Eco del comercio, dan cuenta de las desopilantes olas de festejo en la capital de los dzules, Mérida, al saberse el triunfo de la “civilización” sobre la “barbarie”.
Sin embargo, ni el 4 de mayo de 1901, ni en otras fechas cercanas o lejanas, la guerra tendría fin: los cruzoob insistirían una y otra vez, defenderían una y otra vez su territorio, reclamarían una y otra vez más su vieja autonomía rebelde. Los senderos autonómicos de los hijos de la Cruz Parlante aún es posible de observar hoy en día, y esto es un ejemplo claro de que la pacificación de 1895-1901, nunca fue eso, nunca significó el debilitamiento o la difuminación étnica de los herederos de aquellos 2,200 héroes numantinos guardianes de la Colmena maya que decidieron pelear contra los “gavilanes blancos” que no tardarían en traer la “polilla de esta tierra” –llámese gobierno de blancos para blancos, indigenismo legislativo, turismo y demás- en la Colmena de la autonomía maya iniciada el 30 de julio de 1847 en los montes de Tepich.
[1] Véase mi artículo siguiente: https://noticaribepeninsular.com.mx/tierra-de-chicle-a-proposito-de-monumentos-y-estatuas-de-la-estatuafilia-a-la-oficializacion-de-la-guerra-de-castas-en-quintana-roo/
[2] Es decir, en el atractivo turístico, de mercadeo, que genera Tihosuco para estas celebraciones vacías de carácter histórico.
[3] Precisamente, el 9 de octubre de 2019, escribíamos sobre esto: “Sin duda, la declaración de Tihosuco como Zona de Monumentos, es entendida tanto por las clases populares, como por las élites económicas y políticas de este estado (al rato, sin duda, vendrá Xcaret a plantarse por estos andurriales para ponerle una X conquistadora a don Jacinto, como lo ha estado haciendo en la cercana Valladolid), como un elemento indispensable para reforzar el turismo en la zona centro de Quintana Roo, donde la cultura, la historia de la Guerra de Castas inventada y teatralizada desde el “enfoque turístico” (existe hasta una “Ruta de la Guerra de Castas” en Chunhuhub, Dzulá, Tepich, Tihosuco, Sabán y Sacalaca que no genera aún gran movilidad de turistas), así como las costumbres gastronómicas de las “experiencias mayas”, sirva como atractivo para las avideces culturales de un turista hastiado del azul turquesa del Caribe Mexicano con olor a pólvora. La declaración, a ojos de estas élites regionales, “representa un nuevo producto turístico para que más visitantes conozcan las tradiciones que nos dan identidad y orgullo quintanarroenses y, además, genere más empleos para la gente de Tihosuco”.
[4] Don E. Dumond (2005). El machete y la cruz. La sublevación de campesinos en Yucatán, México, UNAM-Plumsock Mesoamerican Studies-Maya Educational Foundation, p. 609.
[5] “La Toma de Chan Santa Cruz. Importantes telegramas”. La Revista de Mérida, 5 de mayo de 1901.
[6] “La Toma de Chan Santa Cruz. Importantes telegramas”. La Revista de Mérida, 5 de mayo de 1901.