Gilberto Avilez Tax
En colaboración con Hugo Carrillo Cocom
La historia de los mayas Icaiché es una cuenta pendiente que muchos guerracastólogos no logran saldar por estar entrampados en la historia de “resistencia”, contra viento y marea, de los cruzoob. Entre los especialistas de la Guerra de Castas, han sido dos mujeres que han estudiado el tema con más profundidad. Una es la historiadora Teresa Ramayo Lanz, con su libro Los mayas pacíficos de Campeche (1996), y la otra, la estadounidense Lean Sweeney, con una tesis de maestría de 2004 de la UNAM, que en 2007 se confeccionó en un ameno libro. Esos dos textos, así como varios capítulos de la obra El machete y la Cruz de Dond Dumond, nos aportan los datos para conjetural una historia sucinta de los mayas icaiché y sus caudillos, así como el paisaje que ocuparon en lo que se conoció como “La Montaña”, un vasto territorio situado entre los 10 y 9 grados de latitud en la Península.
En ese estudio de los mayas de Icaiché está situada la historia de uno de los líderes mayas que no dudó un instante en hacerle la guerra a los súbditos de su Majestad en Honduras Británica, reclamando para el territorio de Icaiché, varios pueblos que estaban situados en la parte “inglesa” del Hondo, y que en un momento reclamó para su pueblo todo el territorio de Belice. Ese caudillo se llamaba Marcos Canul. Y como dice un historiador de San Lázaro, Orange Walk, “La historia de Marcos Canul aún está por descubrirse y escribirse en su totalidad pero su legado permanece”. Muchos no saben quién fue Marcos Canul, ni pueden dar cuenta de su importancia histórica que no se circunscribe a los mayas de la Península, sino también a los mayas mismos de Belice. De la parte beliceña, su legado oscila entre el desconocimiento y su ausencia en libros de historia y las aulas, o bien, forma parte de un discurso historiográfico que, con el sesgo colonial, escriben ingleses y vencedores.
Todo se remonta a los primeros años de la Guerra de Castas
Pero vamos por partes. Todo se remonta a los primeros años de la Guerra de Castas. Muertos los líderes primeros, Cecilio y Jacinto, en la vorágine bélica dos bandos de mayas se habían constituido: los que seguirían el culto a la cruz parlante y a su capital situada en Chan Santa Cruz; y otros, más católicos y que no se dejaron influenciar del todo por el culto nuevo, que guerreaban en Lochhá y Mesapich, en Chichanhá y en Icaiché. Estos últimos eran montañeses, que cultivaban sus milpas, que criaban aves y cerdos, que cazaban y con el tiempo cobrarían impuestos por la explotación de sus bosques. Cuando la Guerra fue más cruel contra los mayas combatientes, cuando el tornillo de la guerra sin cuartel de los mexicanos y yucatecos se cernió contra los mayas en 1851 con la llegada del Santanista Rómulo Díaz de la Vega, los sureños, con bastión en Chichanhá y comandados por su caudillo José María Tzuc, jefe de los de Chichananhá entre 1852 y 1864, comenzaron a buscar una salida pacífica pero justa desde agosto de 1851, al enviarle una carta al gobernador del Distrito del Petén, Modesto Méndez, quien fungía como comisionado de paz a petición del gobierno yucateco, pidiendo negociaciones tanto en su nombre como en el de José María Barrera. Otro quien buscó a un comisionado de paz, fue don José María Cocom, comandante rebelde de la región de los Chenes, un mes después de que Tzuc manifestara sus intenciones a Méndez.
Barrera, que tenía espías por toda la selva oriental y sureña, no tardó en enterarse de las intenciones de sus subalternos, y al saber que los de Chichanhá querían rendirse, no ante los guatemaltecos sino ante Yucatán, como una tromba, juntó a 400 de sus mejores guerreros y cayó sobre Chichanhá en 1851, haciéndose con el territorio y expulsando a los que querían pactar. Pero las semillas de la “paz” entre los sureños ya se habían arraigado. A fines de 1852, José María Tzuc insiste en separarse de Santa Cruz, y al frente de los disidentes sureños, desconoció el dominio de los del norte. Cosme Damián Pech y José Isac Pat, santacruceños, se presentaron en Chichanhá para hacer entrar en razón a Tzuc, y el 26 de diciembre trabaron una encarnizada batalla. Tzuc los venció con un alto costo de vidas para ambas partes, quedando las calles de Chichanhá regada de sangre y cadáveres. Pech murió en combate, y Pat huyó hacia la playa cercana.
Los tratados de Paz de los sureños
El triunfo pírrico de Tzuc es cercano con la muerte del que un año atrás lo había regresado al redil. En efecto, Barrera muere el 31 de diciembre de 1852 de “enfermedades y achaques” en Yokdzonot, y tal vez su muerte facilitó que los batabes del sur, con su centro en Chichanhá y los Chenes, firmaran al fin unos Tratados de Paz el 16 de septiembre de 1853 con el gobierno yucateco. Los que optaron por la “paz”, fueron José María Tzuc y Andrés Cimá, así como los de Mesapich, Lochhá y Kankabchén. La firma se dio en Belice. Los sureños cederían sus armas a cambio de ayudar a la pacificación definitiva y buscar una cierta autonomía. 15 artículos contenía este tratado entre el gobierno de Yucatán y los sureños: el compromiso de someterse al gobierno yucateco, de dar 400 hombres armados para unirse a las tropas yucatecas para pacificar a los que no iban a someterse si no más que por la fuerza, el derecho a regresar a sus solares y pueblos, el reconocimiento yucateco de los nuevos pueblos creados en los años de guerra, la regulación del trabajo, y estipulaciones en contra de la deuda de los peones, eran algunos de los temas que contenía ese tratado, menos famoso del que se había suscrito en Tzucacab en 1848. Sin embargo, por los cambios políticos en Yucatán, los 400 hombres nunca fueron cedidos a las tropas yucatecas, pero la cierta autonomía que ahora obtenían los sureños, podía desembocar en un “mal ejemplo” para los mayas pacíficos de dentro de la escasa jurisdicción que controlaba realmente Yucatán.
Para un autor yucateco, Joaquín Hübbe, los sureños eran tan mal ejemplo como los de Santa Cruz, pues aunque ahora no les harían la guerra a los yucatecos, abrían “una llaga” que extendían paulatinamente “sus ulcerados bordes hacia nuestras comarcas habitadas”. Era un escándalo este ejemplo de “poder vivir independiente, sin Dios ni ley”. Al principio, los cruzoob vieron con indiferencia esta nueva posibilidad autonómica, donde los pueblos del sur cultivaban maíz, legumbres, criaban sus aves y cerdos, cazaban y cortaban madera y mercadeaban con los pueblos yucatecos cercanos, o bien, con el inglés. Estos hombres y mujeres de Chichanhá, de Icaiché, de Lochhá, se gobernaban por jefes independientes entre sí, electos por las mismas gentes de sus pueblos, sólo avisaban de su nombramiento a las autoridades mexicanas cercanas. Eran, en los hechos, autónomos.
Aparece en escena Marcos Canul
Y uno de esos jefes, como hemos dicho, fue José María Tzuc, el de Chichanhá. En 1864, la vida de Tzuc llegó a su fin. Y aquí aparece en escena Marcos Canul, quien le sucede en el mando y traslada su cuartel principal a Icaiché. Canul, apunta Reed, seguía la política de los impuestos a los madereros ingleses y las incursiones al otro lado del Hondo, tal y como los cruzob hacían a los pueblos de la frontera yucateca. Ramayo Lanz establece que Canul tenía la intención de recuperar tierras y restablecer el dominio de Chichanhá. Los de Icaiché consideraban que su territorio no se encontraba solamente en la parte mexicana del Hondo, sino también al sur del río, en el área de Yalbac, reclamando varios pueblos como San Pedro Siris, San José Yalbac, Santa Clara y Naranjal.
Los ataques a establecimientos ingleses, y en el mismo territorio inglés, no esperaron mucho. Canul tenía la idea de que la reconstitución de Chichachhá pasaba por el cincelamiento de la frontera: al atacar a los ingleses con fruición, al exigirles el pago de la explotación forestal, se les obligaría a replegarse a las costas, cortando asimismo el suministro de armas a Chan Santa Cruz. En abril de 1867, Canul y su tropa atacan un campamento maderero en Qualm Hill, cerca del río Bravo, tributario del Hondo: se llevan 60 prisioneros a Icaiché, además de que se apoderan de bueyes, efectos y utensilios. Era tiempos del Imperio de Maximiliano, y su Majestad Británica pega el grito en el cielo mediante una nota diplomática. El ministro de Relaciones de don Max, responde que “el indio Canul” no mantenía relaciones con el Comisario de Yucatán, y en el ataque a Qualm Hill, Canul obró “por sí ante sí, en representación de agravios que se hubiesen hecho a los de su raza del lado de la frontera inglesa”. Los ingleses, no convencidos de la respuesta, le vuelven a vender arrobas de pólvora a los de Santa Cruz, azuzándolos contra los de Canul. Canul vuelve a atacar, ahora a Indian Church. La respuesta inglesa fue tremenda: destruyen varios poblados Icaiché como San Pedro, San José, Naranjal, Santa Teresa y Chubalché, queman milpas y graneros, arrasan con la población y las expulsan a lo más tupido de la selva. La represalia de los ingleses en contra de los pueblos de Icaiché enfureció a Canul, y éste envió una carta al inglés en el que reclamaba todo Belice y exigía una fuerte suma de dinero por los derechos de explotación forestal. John Carmichael, un carnicero inglés, pide ayuda a Bonifacio Novelo para cercar Icaiché y matar a Canul. Los ataques cruzob comienzan en julio de 1867, como si éstos festejaran 20 años de haberse levantado en armas: Lochhá, Macanché y Yakalzul, pueblos de los de Icaiché y los cheneros, son invadidos por los santacruceños, y en otros pueblos de la Montaña los de Santa Cruz ganan adeptos a su causa contra los yucatecos y mexicanos, y una carta de reunificación de los caciques corrió por toda la selva.
Pablo García, el gobernador campechano, recurre a Eugenio Arana, de Xkanhhá, y a Marcos Canul, de Icaiché, para mantener protegida la Montaña en las bandas sur y el este. Canul y Arana se vuelven los protectores de la comarca de la Montaña, en fieros guardianes de la frontera. El ataque cruzob tuvo efectos devastadores en Lochhá, hasta el punto de que en 1868 casi estaba deshabitada. Solo Xkanhá e Icaiché eran los baluartes frente a las arremetidas cruzob instigados por la soberbia imperial de la Pérfida Albión.
La batalla de Orange Walk y la muerte de Canul
Los agravios de los ingleses contra los de Icaiché no era cosa de olvidarse de un día para otro. La cuestión comenzó cuando a Canul, un magistrado de “Aricuac” (Orange Walk), castigó a un capitán suyo de nombre José María Manzanero. Canul tenía tratos con el inglés que consistían en que, si uno de Icaiché cometiera un delito en suelo inglés, Canul lo castigaría. O si un inglés cometiese un delito en territorio de Canul, Canul se lo regresaría al inglés para que éste le estableciera la pena debida. El magistrado de Orange Walk había incumplido el acuerdo, y Canul se presentaría en esa villa a las ocho de la mañana del 1 de septiembre de 1872, al mando de 150 a 200 soldados.
Orange Walk era una pequeña villa perdida en la selva, cercana al Hondo. Tenía una población de 4,500 refugiados mestizos, y lo protegía un pequeño batallón compuesto principalmente de soldados negros y dos oficiales británicos, el teniente Graham Smith y su asistente de personal de cirugía de apellido Edge. Sin previo aviso, los hombres de Canul se presentaron para hacer justicia: unos se fueron a saquear las tiendas, otros a atacar los cuarteles, y otros se parapetaron detrás de montones de troncos a la vera del río. Graham Smith y su asistente tomaban su baño en aquella calurosa mañana de domingo cuando oyeron los primeros disparos. Sin esperar más, atravesaron medio pueblo hacia un cuartel endeble, esquivando de milagro los proyectiles, en perfecto traje de Adán.
Al llegar al cuartel, la situación no cambió mucho, aunque Edge encontró algo para ponerse. Las paredes endebles de madera y yeso del cuartel no eran a prueba de balas, y salvo algunos centinelas, todas las tropas estaban desarmadas y las municiones estaban almacenadas en la sala de guardia. Para complicar el asunto, Smith había dejado en su casa la llave. Los armazones de hierro de las camas de la tropa sirvieron para fortificar las paredes y el teniente Smith y el sargento de personal, de nombre Belisario, corrieron a la casa del primero para obtener la llave, sin ser alcanzados por las descargas.
El teniente Smith tomó posición en la puerta del lado oeste del cuartel, pero a los pocos minutos cayó con una herida grave y el soldado Lynch cayó muerto a su lado. El mando ahora recaía en el sargento Belisario y el cirujano Edge, quienes mantuvieron un fuego tan bueno que los mayas decidieron quemar el cuartel en lugar de asaltarlo. Esto parecía bastante fácil, pero todo lo que lograron hacer fue quemar las casas cercanas, de hecho ayudaron a la guarnición al despejar la cubierta alrededor, por lo que los indios tuvieron que retirarse a las pilas de troncos.
El siguiente desarrollo de la batalla fue inesperado para ambas partes. Alrededor del mediodía, dos hombres blancos aparecieron detrás de las filas de los mayas, y comenzaron a dispararles a diestra y siniestra, y después corrieron hacia los cuarteles. Se trataban del señor. J.W. Price y el señor Boudreaux, dos ex confederados que se habían asentado en la zona y decidieron echar una mano. Esto enfureció a los indios, pero no había nada que pudieran hacer excepto seguir disparando, lo que hicieron hasta alrededor de la una treinta de la tarde. A las dos de la tarde todo parecía tranquilo, cosa que verificó el sargento Belisario, al salir a comprobar que el enemigo se había marchado.
La batalla de Orange Walk había dejado tres muertos en el pueblo: dos soldados y un menor en la casa fortificada de Don Escalente, así como 31 heridos, entre ellos 14 soldados. El Icaiché perdió alrededor de 50 muertos y muchos heridos, entre ellos, Marcus Canul, quien murió a causa de sus heridas.
Hay muchos argumentos sobre la muerte de Marcos Canul y el lugar donde murió. Muchos creen que en Orange Walk, otros que en el camino hacia el Río Hondo. Y otros dicen que en el camino a Indian Church. Un año después de estos sucesos, un testigo presencial aseguró a las autoridades campechanas, que Canul había sido retirado de Orange Walk en un “toloche” o camilla por sus soldados, y que murió al cuarto día y se le sepultó en Icaiché.