Por Gilberto Avilez Tax
Hace unos día, por medio de la prensa digital, nos enteramos de la triste noticia de la muerte de don Aniceto May Tun (1908-2020), un legendario abuelo cruzoob que había pasado el siglo de vida cargando más de cuatro katunes en sus espaldas, al dejar este plano terrestre a la edad de 112 años. Don Aniceto, dueño del conocimiento proto-científico de su pueblo maya del oriente de la Península en cuestiones botánicas, históricas y astronómicas, era el custodio del “A’almaj t’aan” (palabra maya que significa mandamiento, ley o mandato), uno de los libros sagrados mayas – para mi consideración, se trata de un Chilam Balam de X-Pichil[1]-, escrito por Dionisio Itzá,[2] seguramente en el tráfago que duró la Guerra de Castas, durante la segunda mitad del siglo XIX, o a fines de ese siglo.
No sabemos la fecha exacta cuando se escribió el a’almaj t’aan, ni el lugar donde fue escrito, tampoco sabemos gran cosa de quién fue Dionisio Itzá, el escriba que vertió en maya, latín y griego las tradiciones híbridas de su pueblo, pero sí sabemos que fue un “guerrillero” que combatió a los “waacho’ob” (mexicanos) terminando ese largo y cruento siglo XIX para los mayas de Yucatán. Jaime Chi Pech, especialista en la cultura maya originario de X-Pichil y que conoció a don Aniceto, considera que el a’almaj t’aan probablemente no se haya escrito originalmente en Tixcacal Guardia, sino en alguna ranchería cercana de Peto, donde don “Aníis” desde muy joven fue adiestrado a escribir en maya, latín y español por Dionisio Itzá. Don Aníis, posterior a ese entrenamiento intelectual de una escritura para iniciados, empezó a hacer servicio de guardia en el recién creado Tixcacal Guardia, alrededor de 1940, en los años terribles para los milperos por la llegada de mangas de langosta que devoraban casi todo.[3]
Chi Pech es investigador y lingüista maya (actualmente cursa su doctorado en el CIESAS Tlalpan), originario del mismo pueblo de donde era oriundo don Aniceto May. Don “Aníis era del linaje de don José Natividad May y Dionisia Ek por la parte paterna, y de Nemesio Tun y Secundina Ek, por la materna. Sus cuatro abuelos vivieron la terrible Guerra de Castas y Aniceto podría decirse que es nieto de los primeros hombres y mujeres mayas que en julio de 1847 se levantaron en armas contra los malos tratos y la pérdida de su territorialidad milpera.
Conocedor de la rica tradición y costumbres de su pueblo, en palabras de Chi Pech, era el único de X-Pichil que realizaba rezos relacionados a la vigilia, al lavado de manos (p’o’k’ab) y entre sus actividades artesanales sabía hacer el sakal (telar de algodón) y urdía hamacas a base de hilo brabante de sisal, además de que sacaba la suerte. A pregunta expresa que le hice a Chi Pech, sobre qué pierde X-Pichil y el pueblo maya con la muerte de don Aniceto, este me contestó:
“Con la muerte de don Aníis (Aniceto) se pierden muchos conocimientos locales. Conocimientos que fueron transmitidos de generación en generación relativos a la Guerra de Castas, a las actividades de la región en los tiempos de la guerra, el estilo de vida de la gente, las profecías, etc. Particularmente en X-Pichil, era el único que sabía las oraciones que en su momento usaron los mayas para defenderse de la guerra: al ‘justo juez’, ‘mane-pica’, ‘oración al señor Santiago’, oración a San Silvestre y otras. Estas oraciones estaban en maya y latín, y según don Aníis eran oraciones para comunicarse con Dios para que los ayudara, les diera el poder de defenderse de los waacho’ob”.[4]
También le pregunté a Chi Pech, si nos podía relatar una de las anécdotas cotidianas que supo de don Aniceto, en su vida en el pueblo:
“Una de las tantas anécdotas de don Aníis que me platicaba con mucha emotividad, es sobre las estrategias locales que usaron los mayas para pelear contra los waacho’ob (soldados). Me platicaba que la gente vivía huyendo en la selva, la vida era dura en ese momento y los waacho’ob los andaban buscando para matarlos. La gente no tenía armas para pelear contra ellos, o si las tenían no eran suficientes, pero la gente ideó estrategias locales para pelear, Dios les daba el poder decía don Aníis. Por ejemplo, una de las estrategias era hacerles creer que los mayas eran caníbales, dejaban comida debajo de la selva, pero era un tipo de comida caldosa con un tono azul (pues usaban el ch’ooj, el color azul que obtenían de una planta). Con esta estrategia los ahuyentaban. Otra de las estrategias era contaminar los pozos con la savia del chéechem. De esta manera al beber el agua de los pozos quedaban intoxicados”.
Aniceto May Tun (así como Abundio Yamá, el desaparecido Crescencio Pat, o Higinio Pat), formaba parte de los abuelos de los pueblos cruzoob que tienen el don del recuerdo porque básicamente su mentalidad se enraíza en la rica tradición oral del pueblo maya, que hoy se va perdiendo por factores que tiene que ver con esa modernidad agresiva, turística, desindianizante, y que hace navegar a las generaciones actuales del pueblo maya de Quintana Roo, a contracorriente de la castellanización que prosigue en el seno del Estado regional, a pesar de sus escuelas interculturales, sus INMAYAS y foros para “preservar la cultura y lengua maya”, así como de sus lingüistas exquisitos y su escritura maya alejada del pueblo. Y uno de los factores principales de esta pérdida cultural, tiene que ver con una especie de discurso “xcaretizado” de la autonomía y los derechos del pueblo maya: culturalistas pero que en cuestiones como de salud –lo hemos visto en estos meses de pandemia- educativos, económicos y políticos, se encuentran en una exclusión que persiste.
Hace unos años, un libro del fotógrafo canadiense Serge Barbeau retrató 20 rostros de abuelos y abuelas mayas, descendientes directos de la Guerra de Castas. Al lado de cada fotografía, estaba un testimonio de vida, de recuerdos o de pasajes históricos que vivieron los abuelos, o que les contaron sus mayores. En ese libro aparece don Aniceto, así como, entre otros, el general José Isabel Sulub, don Abundio Yamá, o el desaparecido maestro del maya pax, Vicente Ek Catzín. A Barbaeau, don Aniceto le refirió sobre el “a’almaj t’aan, el libro sagrado de los mayas, un texto en manuscrito que era custodio don Aníis, y que se lo entregó su maestro, Dionisio Itzá, que lo escribió a mano, “en latín y griego”, pero creo que, por supuesto, en maya yucateco y español, aunque don Aniceto decía que igual tenía pasajes en árabe.
¿Qué contenido tiene el “a’ almaj t’aan” de X-Pichil? Mi hipótesis es de que se trata de otro libro del género maya yucateco, Chilam Balam. Aquella vez, platicando con Barbeau, don Aniceto recordaba los terribles años de la viruela que se cernió contra su pueblo, que se encontraba a la defensiva de los ataques genocidas del gobierno porfiriano: hace 110 años llegó a la colmena maya cruzoob la viruela porque desobedecieron las llamadas a la guerra y entregaron Quintana Roo a México, porque tal vez no quisieron seguir peleando contra los waacho’ob, porque no le hicieron caso al profeta y viejo general maya, Florentino Cituk, y aceptaron la genuflexión al gobierno propuesta por Juan Bautista Vega y Francisco May. Fue cuando entonces vino la viruela en 1910, la viruela negra se presentó cuando el tiempo de la desgracia fue cumplido. En Yoactún, cercano al santuario de Chumpón, se presentó primero la viruela negra hace 110 años: vino con fiebre, vómitos de sangre, el terrible “boox k’aax”. Don Aniceto presagiaba que, cuando existan generaciones que no acepten el reglamento de Dios, que se burlen de Dios mismo, volvería de nuevo la peste, o tal vez una nueva peste, y don Aníis vivió todavía para ver la terrible pandemia del Covid que trae fiebres intensas (en la salud y en la economía de los nuevos mayas que dejaron la milpa por el turismo), que destroza los pulmones y nos roba el aire. Como si viera de lejos los tiempos oscuros, leía el a’almaj t’aan don Aniceto, y barruntaba la cifra de los días aciagos, como una voz acostada en su hamaca, al más puro estirpe de los Chilam antiguos, estas eran las palabras del último custodio del a’almaj t’aan de X-Pichil:
“Es muy fuerte la cólera que volverá de nuevo, los hombres de hoy no tienen orientación, ahora vivimos sin padre y sin Dios y está escrito en el A’ almaj t’aan que regresarán estas enfermedades…El mundo se quemará, así está escrito en el a’ almaj t’aan, caerán las estrellas y otros fenómenos como ese ocurrirán. La biblia cristiana coincide en algunos textos con el “a’almaj t’aan, la gente ahora vive con insultos y libertinajes, ahora nadie obedece, son como animales, no hay educación. Fui a visitar el centro ceremonial de Tixcacal Guardia para ver si sirven a Dios, pero encontré niños ahí, no saben nada, los probé y son solo niños, sólo hacen locuras, ni rezan bien, ni entienden bien la verdadera escritura maya”.[5]
Podemos decir que don Aniceto, custodio de uno de los documentos mayas que sin duda guarda similitudes con los chilames, proviene de esa estirpe de recordaderos profesionales de los pueblos, que, en un momento de la historia, afincado el colonialismo español, salvaron para la posteridad los conocimientos para defender la identidad de sus pueblos, y trasvasaron en caracteres latinos sus viejos libros que eran presa del celo inquisidor de los frailes. ¿En qué momento sucedió y cómo sucedió esto? Hace más de medio siglo, el mayista Alfredo Barrera Vásquez, imaginó esta escena de adaptación creativa de los antiguos depositarios de la palabra y la ciencia maya, al dar origen a estos textos híbridos de los libros de Chilam Balam, en un contexto de colonialismo español:
“Algún sacerdote (o varios sacerdotes simultáneamente) recibiría instrucción de los frailes aprendiendo a leer y escribir en su propia lengua. Aprovechando esta nueva adquisición de su cultura, transcribiría textos religiosos e históricos contenidos en sus libros jeroglíficos, incluyendo los de las predicciones de Chilam Bala. De una o varias fuentes saldrían copias que pasarían a manos de sacerdotes nativos de otros pueblos, viendo así incluir en su denominación el nombre del lugar de proveniencia. En cada poblado al núcleo original se le fue adicionando otro material de acuerdo con el criterio del curador y según los acontecimientos locales. Como se les tenía por libros sagrados, que eran leídos en ciertas ocasiones, había el interés de conservarlos para la posteridad y fuéronse copiando y recopiando cuando se deterioraban. Los copistas cometieron errores de lectura, por lo que en veces, sea por desgaste, mala escritura anterior, manchas, etc., no entendiendo alguna palabra correctamente la transcribieron mal o la sustituyeron por otra, en ocasiones correcta según el contexto, pero no exactamente igual a la que sustituía, sino sinónima; cometieron algunos errores de escritura; dejaron de poner palabras faltantes completamente o agregaron de su cosecha otras, etc. El tiempo destruía los libros materialmente y destruía a su vez el entendimiento que sus curadores deberían tener de su contenido al modificarse su propia cultura. Así pues, las copias hoy existentes no son originales del siglo XVI en sus textos de fondo, sino copias muy posteriores, algunas del siglo XVII y otras aún del presente siglo”.[6]
Los libros de Chilam Balam, los nueve que actualmente existen[7] y están dados a la imprenta o se tiene copias de ellos, lo había señalado Renán Irigoyen en su estudio y lo ha refrendado recientemente la especialista en este género literario maya, Guadalupe Suárez Castro, fueron, desde el siglo XVI, un “nuevo e híbrido producto cultural” donde los sacerdotes de la más alta jerarquía de la religión maya, que guardaban el secreto de la ciencia y el arte mayas, vertieron el legado de milenios y ocultaron los libros durante casi todo el tiempo que duró la colonia, de la mirada inquisitorial de los frailes y sacerdotes españoles.
Solo hasta el siglo XIX, el siglo tan feroz y de sacudidas cuasi geológicas en el sistema inter-étnico en Yucatán, momentos antes de la guerra de 1847 y después de ella, con los afanes filológicos de los mayistas Juan Pío Pérez, el fraile Estanislao Carrillo y el obispo Crescencio Carrillo y Ancona, salieron a flote los manuscritos de Chilam Balam y hasta se escribieron otros en el territorio al oriente de la Península que los cruzoob habían liberado. Ni Sierra O’Reilly, en sus afanes meticulosos por rescatar el pasado literario e histórico de la Península en la búsqueda de una identidad regional, ni el mismísimo Pablo Moreno, se interesaron gran cosa por estos libros mayas, negaron su importancia, su validez y autenticidad. Sería la figura señera del pionero en los estudios mayas en Yucatán, don Juan Pío Pérez (1798-1859), el que le daría la importancia necesaria a los manuscritos: filólogo en lengua maya del siglo XIX, Pío Pérez hizo posible el rescate de textos mayas (el Chilam Balam de Maní inserto en el Códice Pérez) y compuso un inacabado diccionario maya con inigualable maestría. Sin la sapiencia y el conocimiento de la literatura sobre los mayas de Pío Pérez, Stephens no hubiera contado con material valioso para escribir su obra, Viajes a Yucatán. En la década de 1840, Pío Pérez fue jefe político del partido de Peto, y esta cercanía con los pueblos como Maní (antigua capital de los Xiu) fue felizmente aprovechada porque no hubo archivo local que no visitó el ilustre yucateco, salvando de la carcoma y la polilla viejos manuscritos del pueblo maya, que tal vez se hubieran perdido para siempre de no ser por los afanes de curador del doctor Pío Pérez.[8]
En entrevista con la especialista en los libros de Chilam Balam, de la Dirección de etnohistoria del INAH, Guadalupe Suárez Castro, [9] me refirió que los libros de Chilam Balam, casi todos, contienen características calendáricas y pronosticación, algunos hacen referencia a mitos o “profecías” sobre la Conquista, y hay que son misceláneos y cuentan con leyendas medievales (de ahí su hibridez cultural).[10] Los más tardíos (el de Ixil, Kau, Tekax, Na, Chan Ka y Tusik) contienen “calendarios mixtos, santorales cristianos, elementos de la cosmografía griega, fragmentos de textos clásicos, romanos, pasajes bíblicos, alamanaques, recterarios médicos, leyendas medievales, hechos históricos” y hasta cosas de botánica y herbolaria.[11] Suárez Castro señala que fueron escritos antes y después de la conquista y en el siglo XIX los más nuevos. Recordemos que en la sociedad maya, no todos sabían leer y escribir, menos en jeroglíficos, solo los que ostentaban el cargo, los escribas Chilam, también los “Ah kines”, que posterior a la conquista fueron tachados de idólatras, sus libros prendidos en la pira de Manía, pero muchos de ellos, miembros de la nobleza indígena, buscaron o el camino de “la Montaña” o se incrustaron en el nuevo culto religioso, aprendieron el nuevo arte escritural y “trasvasaron” su antigua memoria en caracteres latinos. [12]
En su estudio etnohistórico sobre el Chilam Balam de Tekax, Guadalupe Suárez Castro nos señala que Chilam Balam significa “el que habla oculto”, o el que “es boca de lo oculto”. También podría decirse que se trataba del poseedor de la palabra de los dioses, trasmitiendo sus designios de forma verbal, desde un adoratorio, generalmente acostado y sin que nadie lo viera. Como hemos dicho, no sería sino hasta el siglo XIX en que los afanes filológicos de algunos ilustrados yucatecos, rescatarían de la carcoma y polilla los viejos manuscritos de Chilam Balam, y otros serían escritos en el tráfago de la Guerra de Castas. Es el caso del Chilam Balam de Tusik, escrito por Marcos Balam en 1875, o puede ser el mismo caso del a’almaj t’aan de X-Pichil. Suárez Castro refiere que solo en el siglo XIX, durante la Guerra de Castas, aparecen o reaparecen nuevos cargos similares a las funciones del Chilam Balam: los intérpretes de la Cruz Parlante, los que trasmitían el mensaje de guerra de la “Santísima Cruz tres personas”. Desde el nombre del primer intérprete de la Cruz, Manuel Nahuat,[13] pasando por Venancio Pec, Atanasio Puc, Bonifacio Novelo, Juan Bautista Chuc y Anastasio Caamal, que se hicieron llamar Juan de la Cruz, eran los nuevos chilames que arriaban a sus guerreros a defender y poner en práctica los designios de la Cruz. Estos neochilames, como Marcos Balam o el mismísimo Dionisio Itzá, no cabe duda que “elaboraron manuscritos con la misma estructura de los chilam balam”.[14] Habían pasado de ser profetas de lo oculto, a ser agitadores sociales y proclamadores de la autonomía de su pueblo.
Podemos decir, para terminar, que esta rica memoria de historia oral y de escritura del pueblo maya, es otro más del patrimonio histórico e inmaterial del pueblo maya, el cual se hace necesario curar, cuidar, rescatar y valorar nuevamente, como los viejos escribas pensaban, como Atanasio May Tun y hasta don Juan Pío Pérez pensaban. Por eso es importante la función de la historia a ras de pueblos, en el estado de Quintana Roo.
[1] Señalo este nombre por el hecho de que el a’almaj t’aan está en custodia en el pueblo de X-Pichil.
[2] Resulta interesante que el apellido Itzá aparezca en este a’ almaj t’aan. Recordemos que el Chilam Balam de Tusik, escrito por Marcos Balam en 1875, tenía como propietario a Apolonio Itzá. ¿Eran parte de la misma familia de custodios, intérpretes y escribas que en la Guerra de Castas continuaron escribiendo los hechos de su pueblo?
[3] Conversación con Jaime Chi. 3 de septiembre de 2020.
[4] Conversación con Jaime Chi. 3 de septiembre de 2020.
[5] Últimos testigos. La última rebelión de los mayas en Yucatán. Por Sergio Barbeau.
[6] “Los libros de Chilam Balam”. Por Renán Irigoyen. Yikal Maya Than. Revista de Literatura Maya. Año XIII. Tomo XIII. Mérida, Yucatán. Junio de 1952, número 154, p. 70
[7] Estos son los siguientes: Chilam Balam de Maní, de Chumayel, de Tizimín, de Ixil, de Kaua, de Tekax, de Na, de Chan Kah (Peto) y de Tusik.
[8] Sobre Pío Pérez, véase la tesis doctoral de Florencia Scandar: Juan Pío Pérez Bermón: vida y obra de un ilustrado yucateco del siglo XIX. Universidad Complutense de Madrid. Madrid. 2017, pp.483.
[9] En 2017, Suárez Castro publicó un estudio etnohistórico del Chilam Balam
[10] Conversación con María de Guadalupe Suárez Castro. 1 de septiembre de 2020.
[11] María de Guadalupe Suárez Castro. Folleto: Los libros de chilam balam. Preguntas frecuentes. México. Secretaría de Cultura. INAH. Julio de 2020., pp. 4.
[12] Conversación con María de Guadalupe Suárez Castro. 1 de septiembre de 2020.
[13] Llama igualmente mi atención, que exista en la historia de los sacerdoes chilames mayas, otro Naut (palabra muy reveladora de la condición del que habla), me refiero al sacerdote AhXupan Nauat (véase Códice Pérez. Mérida. Ediciones de la Liga de Acción Social. 1949. p. 143).
[14] Guadalupe Suárez Castro. El Chilam Balam de Tekax. Análisis etnohistórico. México. Secretaría de Cultura-INAH. 2017, pp. 31-32.