Por Gilberto Avilez Tax
Del archivero del historiador, transcribimos la segunda parte de este trabajo interesantísimo del escritor tizimileño, Felipe Pérez Alcalá, “Aristófanes”, uno de sus “cuadros históricos” aparecido por vez primera en La Revista de Yucatán de enero y febrero de 1913, y que al año siguiente se dio a la estampa en su sabroso libro “Ensayos biográficos, cuadros históricos, hojas dispersas”. Damos a conocer, para los lectores de Noticaribe Peninsular, esta segunda parte que, por supuesto, es una interpretación “criolla” de un intelectual “blanco” de Yucatán, cuestionable en varios puntos, pero hay que decir que los juicios de Pérez Alcalá, son de un hombre de su tiempo y condición social.
II.
Por lo visto, no habían surtido ningún efecto benéfico los medios pacíficos y conciliadores desplegados por el Gobierno federal y local, antes de emprenderse la campaña, enviando a los indios, por diversos conductos, cartas y manifiestos escritos en español, inglés y maya, en los que se les invitaba cordialmente a reconocer a los Supremos Poderes Nacionales, ofreciéndoseles respetar sus costumbres, darles tierras y elementos para cultivarlas, profesores que les instruyan, recursos para alimentarse y vestirse, si los necesitaban, y todo género de protección y garantías.
El maya es, por naturaleza, desconfiado y testarudo, amante de su libertad y de su terruño y no creía o no quería creer en aquellas promesas.
Los trabajos y avances continuaron hasta Santa María, diez y siete kilómetros de Okop. Pero antes de ocuparse aquel punto, los indios, engrosadas sus filas hasta mil o más hombres, aproximadamente, por tercera vez atacaron con redoblado brío los fuertes de Okop, cortando el alambre telefónico, obstruyendo con árboles los caminos y parapetándose tras sólidas y sucesivas trincheras a tiro de fusil del campamento.
Se encontraban en éste, el General Bravo y el Coronel don Fernando González.
El combate fue terrible. Los máuseres y cañones hicieron grandes estragos en los rebeldes, mal armados, algunos con viejos fusiles de percusión y los más con escopetas y los indios veían con asombro y terror que los proyectiles de sus adversarios atravesaban los robustos troncos de árboles, tras los que se guarecían, y los herían o mataban.
Sin embargo, la lucha se prolongaba y se hacía dudoso el resultado, cuando oportunamente llegó el Teniente Coronel don David Knox, con cien hombres del 28 Batallón, determinando la derrota de los rebeldes que dejaron en el campo diez y seis muertos y visibles rastros de sangre.
Los mayas no volvieron a atacar Okop.
Este punto resultó más insalubre que los otros, registrándose alrededor de cinco mil enfermos en el curso de un año, por cuyo motivo lo mandó desalojar la Secretaría de Guerra, trasladándose el Cuartel General a Santa María, quedando solamente cincuenta hombres a guarnecerlo.
En Santa María se incorporaron el completo del Batallón 10º., al mando del Coronel don Jesús Oliver, el resto del 22º., el 8º., a las órdnes del Coronel don Manuel Bonilla, más tropas del Estado y los ingenieros don Carlos Argüelles, don Pedro de la Cerda y don Wilfrido Castillo.
Y prosiguió el trabajoso y disputado avance.
Entre Santa María y Hobompich, nueve kilómetros, se libraron dos reñidos combates; de Hobompich a Tabí, diez y seis kilómetros, tres; de Tabí a Nohpop, diez y siete kilómetros, veinte y dos encuentros, uno de ellos tan encarnizado, que hubo necesidad de repetidos disparos de artillería que hicieron en las columnas rebeldes horribles destrozos, las que al retirarse, no dejaron en el campo ninguno de sus muertos.
En todos esos combates, los mayas, en número de mil a mil quinientos hombres, opusieron viva y tenaz resistencia defendiendo su campo palmo a palmo, derribando árboles para obstruir el paso y parapetándose tras fuertes y escalonadas trincheras, a pesar de las cuales sufrieron bajas considerables, que preocupaban a su Jefe principal el General Juan Llamá, su Gobernador.
Las del ejército expedicionario fueron mucho menores, en virtud de la inmensa inferioridad y deficiencia del armamento y disciplina de los indios, lo que hacían que los combates fuesen de corta duración.
Pero en cambio, es aterradora la cifra de los que sucumbieron a las enfermedades y privaciones en ese largo y doloroso calvario de Peto a Chan Santa Cruz, ciento cincuenta y dos kilómetros de desierto, al extremo de estar en cama más de la mitad de las tropas y de carecer, en diversas ocasiones, de los más indispensables alimentos, por la dificultad del transporte de víveres hasta aquellas soledades.
Varios Jefes y aún el mismo General Bravo, se vieron seriamente enfermos, y fue menester la inquebrantable energía y la naturaleza de acero del caudillo y de los Jefes subalternos de la expedición y el carácter valeroso y sufrido de las tropas, para no enervarse la disciplina y entorpecerse las operaciones militares.
De Nohpop se adelantó a Sabacché, nueve kilómetros; a Chankik, tres kilómetros, entrando el General Bravo a la legendaria capital de los mayas sublevados, cuatro kilómetros de Chankik, sin tener ningún otro encuentro, a las siete a.m., del 3 de mayo de 1901, seis años después de iniciada la campaña, en 1895, pero solamente tres de activa y penosa faena, desde 1898 que se reanudaron las operaciones militares, suspendidas en 1896.
Pocos días más tarde, sin resistencia fue ocupada, diez y seis kilómetros rumbo al mar Caribe, la población llamada Santo Cah Veracruz, la ciudad sagrada, santuario principal de las cruces parlantes, y residencia del Sumo Sacedorte, su intérprete, desde que las reiteradas incursiones de nuestras tropas a Chan Santa Cruz, no prestaron garantías y seguridades al culto idolátrico de los mayas en aquella población. Estos se replegaron al fondo de los bosques.
Quedaban, pues, definitivamente reconquistados y ocupados por el Supremo Gobierno Nacional, la capital y cuartel principal de los indios sublevados, a los cincuenta y cuatro años de su levantamiento general y cincuenta y uno de la fundación de Chan Santa Cruz por el célebre cabecilla José María Barrera, muerto hace muchos años.
Estaba roto el encanto. La profecía de Barrera a los mayas, asegurándoles que la nueva población, el nuevo santuario, consagrados por la aparición de las cruces parlantes, serían eternos, inexpugnables, y que nunca, jamás, caerían bajo el dominio de los blancos, había fracasado y al fin Chan Santa Cruz quedaba definitivamente sometida, después de más de medio siglo de existencia independiente y libre. El prestigio de las cruces se desvanecería a los disparos de los máuseres y de la artillería de tiro rápido. La banda roja de exterminio tremolada sobre los humeantes y ensangrentados escombros de Tepich, la noche del 30 de julio de 1847, por el feroz Cecilio Chi, era al cabo sustituida por el pabellón tricolor de la civilización, símbolo de paz, fraternidad y progreso, que flotaba ya sobre la capital maya.
La ocupación de Chan Santa Cruz fue celebrada con júbilo ardiente en todo el Estado.
Un mes después, el señor General don Francisco Cantón, el Lic. Don Delio Moreno Cantón, en funciones de Secretario General de Gobierno, el Tesorero general del Estado, don José María Iturralde y otras distinguidas personas, llegaron a Chan Santa Cruz.
El señor Gobernador tomó solemne posesión del territorio reconquistado, en nombre de la Nación y del Estado, recorriendo la plaza y calles de la población, en alegre e imponente procesión cívica, al estruendo de dianas y piezas marciales por las bandas de guerra y de música y de entusiastas vítores al Supremo Gobierno, al General Bravo y al Gobernador.
Con fecha 10 de junio de aquel año memorable de 1901, expidió allí mismo un decreto, publicado también por bando solemne, denominando a aquella histórica población “Santa Cruz de Bravo” y a la no menos legendaria antigua villa de Salamanca, ocupada ya por el ameritado señor General don José María de la Vega, “Bacalar de Cetina”. En el mismo decreto se dispuso el nuevo trazo de la población y de sus ejidos, se concedió excepción por cinco años del servicio de G.N. y tequios vecinales, a las que se establecieren en el nuevo territorio, por dos años de toda contribución del Estado y Municipal a los establecimientos mercantiles, por cinco años a los industriales, de artes y oficios y por diez a las fincas rústicas.
Empero, ¿se había terminado la guerra? ¿Se había realizado la pacificación que había costado a la Nación millones de pesos, millares de vidas y cruentos sacrificios…?
Responde con irresistible elocuencia a esas interrogaciones, la triste serie de sangrientos encuentros, asaltos, asesinatos y tras depredaciones de los indómitos rebeldes, replegados al fondo de los bosques, durante los doce años que han transcurrido desde la ocupación de Chan Santa Cruz y Bacalar.
Ojalá que las hábiles, empeñosas y discretas gestiones de pacificación que en estos momentos y sin efusión de sangre lleva a cabo el actual Jefe de la Zona, General don Rafael Eguía Lis, den por fin el resultado tanto tiempo anhelado, inmortalizando el nombre de este ya prestigiado Jefe del Ejército.
Febrero de 1913.