Por Gilberto Avilez Tax
En el 2018 el efecto AMLO, como en anteriores veces en que el tabasqueño se había presentado a competir, fue devastador para el sistema político quintanarroense que en el 2016 modificó, al menos en las simples siglas partidistas, el esquema de fuerzas establecido desde 1974: con un 58 % de participación ciudadana, Morena, en alianza con el PT consiguió a la joya de la corona, Cancún, con 191,198 votos, muy arriba de sus competidores del PAN y PRI, que en aquella vez, separados, arañaron por poco más de 250 votos los 70,000 sufragios que consiguieron entre ambos. En Solidaridad, donde Morena-PT igual obtuvieron el triunfo, la diferencia fue de poco más de 3,000 votos que le sacaron de ventaja a la alianza Por Quintana Roo al frente (PAN-PRD-Movimiento Ciudadano). Fue en Chetumal donde morenismo y su aliado petista, en el 2018 obtuvo otra cifra rotunda: 46,625 votos, el doble del oficialismo que, en ese momento, venía de estrenar la alternancia en la ciudad de los Curvatos desde 2016. En otros bastiones del otrora priísmo quintanarroense, Morena rozó el triunfo en Bacalar, y obtuvo un tercer lugar en Carrillo Puerto. En el José María Morelos de los caciques de la selva maya, Morena simplemente se afantasmó. El efecto AMLO hizo posible de que, a nivel federal con diputados y senadores, Morena ganara de todas-todas, dejando flacas tajadas plurinominales al oficialismo tanto en San Lázaro como en la Cámara de Senadores.
En el 2019, el efecto “AMLO” y la “marca Morena” todavía estaba fresco en Quintana Roo: en la cámara de diputados local, del viejo recinto de Punta Estrella, Morena pudo llevar 11 diputados por mayoría relativa y 2 por representación proporcional: 13 de 25 en total, entre mayoría relativa y “pluris”. El resto lo ocuparon los panistas (3 de mayoría y 2 de representación proporcional), y los demás, incluido los casi extintos priístas, obtuvieron a uno. Luego, los enroques y los trueques les darían diputados al PT y al PRD. Es decir, visto en ese momento, en esa fotografía, pareciera que Morena en Quintana Roo, gobernando a nivel federal, ya era simplemente un “cogobierno” pues Punta Estrella, en teoría, representaba un
contrapeso al Ejecutivo Estatal. Pronto vendría la realidad política, y el trabajo que se haría, con suma facilidad, para maicear a diputados locales morenistas que simplemente no tenían ni oficio, o eran simples conejillos de indias o testaferros de los que estaban detrás del poder y los que en este año 2021 jugaron sus cartas para hacer y deshacer candidaturas a modo.
Los porcentajes de 2018 y 2019 para Morena y sus aliados, se puede entender por el efecto AMLO para el primer año, y por eso que hemos nombrado como “la marca Morena”, era hasta entendendible sus triunfos. Ahora, en el 2021, la cosa es distinta, y tiene que ver, sobre todo, a nivel estatal: hemos visto gobiernos rapaces, sin caris de izquierda y muy conservadores en Cancún, en Playa del Carmen, pero hemos visto la vulgaridad y el canibalismo más cruento en Chetumal desde el primer momento en que el difunto Hernán Pastrana tomara el poder, hasta el desbarrancadero final y la soberbia por poner a personajes desligados con la ciudadanía chetumaleña. Esta imposición de personajes sin peso político a nivel de diputación y en la presidencia de Chetumal, ha calado muy hondo en el ánimo chetumaleño, hasta el punto de que se ha aquilatado y posicionado un fuerte nativismo contra estas intromisiones insufribles de personajes que están ahí teledirigidos desde Cancún. Si en Chetumal, como las prospectivas más calmadas lo aseguran, Morena pierde y de forma estrepitosa, la diputación federal del distrito 2 pierde de forma hasta automática.
AMLO no está en las boletas, y el votante quintanarroense, tenemos que decir, es más activo, más participativo cuando hay cambio de sexenio a nivel federal. Arguyo una baja participación electoral, y aquí entra en juego las estructuras, los votos duros que no logra cuajar el morenismo, y sí tienen de sobra el oficialismo en los municipios que gobierna. La cosa está más complicada para las guindas, pues sus directivas tanto locales, como nacionales, han demostrado con fehaciencia que muy poco se distinguen de los partidos de la otrora “mafia”. Y a nivel local, los municipios que han gobernado han ido entre la represión autoritaria (9N 2020 en Cancún), las intrigas voraces por el poder en Chetumal, o la soberbia
del Grupo Tabasco al poner a sus afinidades selectivas en candidaturas donde chocan de frente con la realidad étnica que ni conocen.
Hoy la mafia en el poder es Morena, al menos en el Morena Quintana Roo que da cabida y entrega el mando directo al Niño Verde y al Felixismo-Borgismo (ejemplos de ellos son Laura Fernández y Juan Carrillo Soberanis, pero igual Marciano Dzul y la misma Mara Lezama), y si hacemos cálculos para Quintana Roo, los porcentajes de 2019 que obtuvieron por separado el PAN y el PRI, este domingo les servirá demasiado si es que se repiten las cifras, cosa que sin duda puede variar para todos, pues ambos bandos sufren las consecuencias naturales de sus ejercicios del poder.
De cara a 2022, el oficialismo debe sacar un análisis profundo de lo que arrojen las urnas el próximo domingo 6 de junio. Y apunten que hay un factor más que jugará para el abstencionismo: la PANDEMIA que no estaba en 2019, donde solo el 15 % del padrón electoral de Quintana Roo salió a votar ese año. Tal vez los resultados corran por las manos del “voto duro” de las estructuras partidistas.