Los últimos gobernadores del Territorio -de Aarón Merino a David Gustavo- hicieron en menos de 20 años lo que el viejo Margarito Ramírez, en su larga estancia de dictador caribeño (1944-1959), no quiso hacer: dar los elementos necesarios (demográficos, urbanísticos, infraestructuras carreteras para unir a la última frontera con el país) para construir un estado.
Después de que se fuera el último gobernador del Territorio, David Gustavo, tal parece que los que se quedaron en estas tierras palustres, vieron la administración estatal como si de un franco botín para las mafilias del otrora partido hegemónico se tratara. Se formaron castas gobernantes en las islas y en la “aristocracia de la hamaca chetumaleña”, al igual que en municipios de tierra adentro que se enraízan desde el primer eslabón constituyente o el primer presidente de los noveles municipios, y todos dirigidos por una oligarquía que creció en tiempos de la explotación forestal y cambió rápido hacia la cuestión del turismo. Tan es así de hegemónico este crecimiento, que el hecho de que los nuevos municipios que se crearon a partir de 2011 (Bacalar, Puerto Morelos), sean de costas y no de tierra adentro.
La visión más compleja y diversa que tenían los antiguos gobernadores del Territorio posterior a Margarito Ramírez (el turismo, pero igual hacer trabajar el campo, fomentar la diversidad económica de este estado) se vino al traste a partir de que el proyecto Cancún agarró fuerza con el giro neoliberal del estado, en la década de 1980, y el turismo se convirtió en el santo grial y la panacea de toda la “modernidad quintanarroense”.
Hace 22 años, un estudioso de esta “modernidad turística”, César Dachary, apuntaba que el turismo es en la actualidad, “como el palo de tinte tres siglo atrás, o la caoba y el chicle luego”, grandes descubrimientos e hitos “que cambiaron la historia del Caribe mexicano”. A partir de la década de los sesenta, pero más que nada, a partir de 1980, el turismo se presenta como el paradigma económico que revelaría sus antecedentes, estableciéndose como “la principal opción para muchos países y pueblos caribeños, desde el extremo oriental a la zona occidental, donde está el territorio de Quintana Roo”.
Al irse el último gobernador del Territorio, la casta gobernante que dejó comenzaría a mirar con otros ojos el futuro de un estado incierto. Y esta idea prevaleciente entre la clase política local, y que ha sido reiterada explícita y hasta brutalmente en tiempos de pandemia, discurre así: Quintana Roo es el turismo, no los indios, no sus necesidades, tampoco los campesinos o los municipios de tierra adentro y sus brutales desigualdades con los municipios costeros: primero el turismo, no demandas y justicias populares ni regulación y humanización del turismo, primero las divisas del turismo.
Se modernizó económicamente este estado, y esta modernidad en infraestructura quedó circunscrita en las costas, pero la modernidad política y hasta educativa está apenas en el umbral en este siglo XXI. Hoy tenemos una clase política muy, pero muy distinta a las de otros estados de la península, y por distinto entiendo a la pobreza de miras por donde se vea.