Gilberto Avilez Tax
El 30 de septiembre del año pasado, en medio de los estragos de la pandemia, el presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, dio a conocer un Plan de Conmemoraciones históricas para festejar algunos pasajes de la historia que marcaron la identidad y la soberanía de este país, desde los remotos tiempos prehispánicos anclados a esa idea que se ha criticado por ser centralista: en el 2021 se cumplen 700 años de la fundación de México-Tenochtitlán el 12 de mayo, pero también se cumple medio milenio de la caída de la ciudad imperial azteca, el 13 de agosto. Para el gobierno de la 4T, este año ha sido bautizado como el “Año de la Independencia y de la Grandeza de México”.
Repasemos algunas de estas conmemoraciones que se efectuarán por el gobierno federal, en una perspectiva que nos da la historia regional de la Península. Empezaríamos por la fundación de México-Tenochtitlán y su caída después de un asedio violento de un ejército indígena dirigido por un puñado de españoles. Estos dos hechos, que son muy significativos para una historia nacionalista y vertical tan cuestionable, sin duda que nos hace traer a las mentes la pregunta de en qué se relaciona o qué significancia tiene la fundación o caída de una lejana ciudad imperial crecida en un lago, para los pueblos mayas que ocupaban la península de Yucatán. Porque hay que decir, que estos dos hechos, en sí no significaron gran cosa hasta años después de su concreción: la relación mexica con la cultura maya no fue nunca de conquista pero sí de intercambio mercantil, pero es un hecho que los procesos de Conquista de los castellanos en la Península de Yucatán, que duraron más de 20 años por el divisionismo que primaba entre los 16 cacicazgos mayas (cuchcabalo’ob, territorios de los halacha huinico’ob) que existían al momento del contacto, y tal vez por el factor “Gonzalo Guerrero” que posiblemente haya impulsado una confederación maya de resistencia ante los invasores de su patria originaria, no se entiende sin la cuota de “indios conquistadores” (mexicas, tlaxcaltecas) que traían las huestes de los Montejo a estas tierras palustres del Yucatán.
¿Los doscientos años de la consumación de la independencia, que también se celebra este año? En La Península, la indepdencia y los procesos insurgentes que se dieron en más de once años de guerra intermitente desde el Grito de Dolores hasta la entrada del Ejército Trigarante a la vieja ciudad de los Virreyes, no tuvieron mayor relevancia: el grito de Dolores apenas se oyó y fue comentado solamente entre los criollos levantiscos arrejuntados en lo que conocemos por el grupo de los Sanjuanistas, y la consumación de independencia no significó variación alguna para la suerte de los mayas, cuyas condiciones económicas, políticas y sociales fijadas por los “conquistadores” permanecía casi intacta, aunque en la parte agraria el impulso de la industria cañera en el sur y oriente de Mérida (Tekax, Peto, Valladolid y Tihosuco), dividiendo tierras y acaparando manchones de ella a la milpa itinerante de la población originaria, pronto desembocaría en un malestar generalizado y en una guerra de alto calado que iniciaría en la medianía del XIX.
Y aquí llegamos a algunos hechos que sí tienen mucho de relación con una historia del pueblo maya de larga duración, que el gobierno federal igual conmemorará. Llama la atención que se ponga en la lista de las 12 conmemoraciones históricas, lo que sucedió hace 504 años en las riberas del cuchcabal de Chakan-Putun que dominaba el fiero Moch Couoh. El bautizo a sangre y flechas que los mayas hicieron a los exploradores españoles comandados por Francisco Hernández de Córdova cuando estos, con sed infernal, llenaban las pipas de sus carabelas, fue cruento: más de cincuenta muertos, heridos al por mayor entre ellos Hernández de Córdova (que luego moriría de sus heridas), hicieron que los españoles nombraran a esas tierras campechanas como “Bahía de la mala pelea”. ¿Mala? La resignificación histórica que realizará el gobierno federal nombrará este enfrentamiento, ocurrido el 25 de marzo de 1517, como el “Día de la Resistencia de los Pueblos Originarios”.
Otra conmemoración contemplada para este año, se dará el 3 de mayo en Felipe Carrillo Puerto. Ahí, el gobierno federal realizará algo que todavía no me queda claro, una “Ceremonia de la Cruz Parlante y fin de la Guerra de Castas”. ¿Ceremonia?, ¿conmemorar el fin de una guerra de exterminio que significó a la larga la exclusión de su mismo territorio a los cruzoob cuando los aparatos del estado autoritario, primero, y el turismo xcaretizador al final, han reducido a simple escenografía a los “dignatarios mayas”, ha inventado la categoría burocrática “dignatario”, ha perpetrado cacicazgos no indígenas en la “zona maya”? Los más viejos de los mayas rebeldes, saben que la guerra nunca terminó y que ellos no firmaron documento alguno para eso y no hubo abrazos de Acatempan por estos rumbos. Sin embargo, hay algo muy reivindicativo que el gobierno federal realizará este 3 de mayo en Carrillo Puerto. Algo que ningún gobierno local de Quintana Roo, tan dado a la teatralización retórica del 30 de julio, a erigir estatuas de los caudillos, a oficializar en papel fechas sobrepuestas a fechas,[1] ha realizado ni por equívoco. Algo que tampoco el gobierno yucateco, que ni le interesa estas fechas de la “guerra de bárbaros”, ha tenido la más remota intención de sustanciar. Me refiero a que el gobierno federal, a nombre del Estado regional y mexicano que le hizo la guerra de exterminio a los mayas que se levantaron en armas en 1847 por la defensa de sus derechos y su sobrevivencia; resignificando lo que sucedió el 3 de mayo de 1901 (la entrada del ejército mexicano al santuario abandonado de Chan Santa Cruz), pedirá “perdón a los pueblos mayas y otras culturas originarias”. Es el primer perdón a las culturas originarias de lo que hoy es México. El otro acto de perdón se dará el 28 de septiembre en territorio yaqui, en Sonora.
¿Por qué es muy significativo que un presidente de México, cabeza del poder ejecutivo, pida perdón a los mayas? La pregunta no es retórica. Hace siete años me referí al “apartheid de la civilización yucateca”: “A mediados del siglo XIX, de 1847 a 1867 (y muchos dicen que hasta bien finalizado el siglo XIX), en Yucatán se vendía como bestias de carga a la población maya, la vendían los ‘dzules’, los de la ‘civilización yucateca’, cuyos herederos los historiaron en el siglo XIX, y muchos todavía, desde su ciudad letrada, la siguen historiando o ‘antropologizando’. Pasaron los gobiernos, pasaron los porfirianos, pasó Carillo Puerto, pasaron los socialistas, vino el PRI, etc., y nunca de los nunca ha habido en Yucatán un mea culpa por ello. Yucatán, tierra adorada, tierra de odios y contrastes, el apartheid del siglo XIX todavía no ha sido ni siquiera bien a bien estudiado: ¿cuantos mandaron a Cuba los esclavistas yucatecos?, ¿regresaron?, ¿habrá un mea culpa un día?”
[1] Véase mi texto siguiente: https://noticaribepeninsular.com.mx/tierra-de-chicle-a-proposito-de-monumentos-y-estatuas-de-la-estatuafilia-a-la-oficializacion-de-la-guerra-de-castas-en-quintana-roo/