Por Gilberto Avilez Tax
En colaboración con el poeta maya, Gregorio Vázquez Canché
En Oaxaca, a las hormigas voladoras le dicen “chicatanas”, y son un manjar prehispánico que se come en épocas de lluvias. En Yucatán, nadie come hormigas, pero el vocablo maya para nombrarlas es “xmáantanejelo’ob, así le dicen desde hace luengos años los abuelos mayas a las hormigas voladoras. En la Península de Yucatán, todos creen que estas hormigas son heraldos de las aguas de mayo y junio, pues anuncian lluvias cuando aparecen en el horizonte enmarcando el bello paisaje de un cielo encapotado a punto de que Cháak, el dios de la lluvia maya, vacíe su calabazo lleno de agua en esos meses calcinantes. Pero no es así solamente: las xch’áa i’ijilo’ob, el otro nombre de la xmáantanejelo’ob, vuelan después de la lluvia, marcan el inicio de ellas, y cuando vuelan una vez iniciada las lluvias, anuncian el “calor”.
Para los más viejos de los mayas del centro de Quintana Roo, esta hormiga voladora, nombrada igual como la “Xch’ai’jil, se trata de las que traen, o más bien, anuncian el agua. Las raíces mayas para entender el significado de estas variantes nominativas, son las siguientes:
I’ijil: raíz de la palabra espiga/semilla/ flor/hijos.
Xch’áa: la que agarra/la que toma/la que se aferra.
I’ijil: raíz de la palabra espiga/semilla/ flor/hijos.
Xmáatan: la que pide caridad/la que recibe regalo/ofrenda.
Ejelo’ob: los relevos/los otros/los renuevos.
En todos los casos, sus nombres describen el comportamiento de vida de la hormiga que vuela. Este comportamiento consiste en lo siguiente: desde que brotan de la tierra están listas para formar un nuevo hogar, para formar nuevos nidos, y una vez que son apareadas dejan las alas y se dan a la tarea de cuidar a la nueva simiente, se aferran al hogar en espera de recibir el regalo, la ofrenda a los relevos. Los que brotarán de la tierra y volarán de nuevo cumplirán así un ciclo de sus vidas, señalando el ciclo de las lluvias, anunciando el calor del verano y cumpliendo un ciclo más de la naturaleza.
Además de las “sh’mataneheles”, es decir, la forma como el yucatecólogo Nelson Reed y sus epígonos autóctonos hablaron de las hormigas voladoras que fueron supuestamente causantes de la infructuosa toma de Mérida por parte de los mayas rebeldes de la Guerra de Castas, en junio de 1848, hay otras clases de hormigas para los mayas yucatecos que, aunque no llegan a la majestad de endiosamiento que se puede leer en la memoria arqueológica y etnohistórica para las abejas – me refiero al dios ascendente Ah mucen cab, dios de las abejas que ha sido representando en el Códice Madrid junto con enjambres de abejas y que igual su figura se encuentra en el viejo Tulum-; sí se hace necesario conocer, de cara al hecho de profundizar en los estudios “etno-entomológicos”.[1]
Todos los mayas tenían una amplia y profunda relación con su medio ecológico. Sus conocimientos de la flora, fauna y geografía, aún está por investigarse a cabalidad. En el Diccionario Maya Cordemex, se enuncian diez formas de nombrar a las distintas variantes de hormigas que existen en la Península. En el Bocabulario de Maya Than, editado por René Acuña, en su página 407, se identifica a las “hormigas con alas”, a las negras, a las “hormigas aláraues, negras y grandes”, a las “hormigas grandes y bermejas que hacen cuevas”, a las pintadas y bravas, y las que hacen ronchas donde pican.
Miguel Ángel Pinkus-Rendón, es el etno-entomólogo que tal vez más ha estudiado a estas clases de insectos para el caso de Yucatán y su relación social, incluidos a las abejas y avispas. Pinkus trabaja desde los marcos del conocimiento local, pueblerino y occidental. Las hormigas, o “sinic” en maya yucateco, pertenecen a la familia de los “himenópteros”. Hay hormigas pequeñas como la “cul sinic”, cuya picadura desdice su condición enana, pues pica muy fuerte. También tenemos a la terrible xulá, o xuuláb, o marabuntas. Las xuuláb son depredadoras, son implacables errantes y se encuentran en la milpa o cerca de las casas. También existen las “Saakal, las hormigas negras que andan en grandes grupos, y que igual se les denomina hormigas arrieras. Pinkus-Rendón asegura que cuando entran a las casas, las xuuláb las “limpian” de roedores, alacranes, cucarachas y demás fauna nociva.[2] Estas marabuntas anuncian el mal tiempo, cuando las vemos marchar como ejércitos cargando a sus hijitos/larvas blancas, en busca de la sobrevivencia de una inundación o de un temporal que se acerca. Estas sí son guerreras y muy bien organizadas para conseguir sus alimentos, para enfrentar algún enemigo y para la sobrevivencia. Son tan agresivas que sus mordeduras dejan grandes ronchas. Las marabuntas, para conseguir sus objetivos, como la miel, al invadir un apiario son capaces de tender puentes o escaleras entre ellas mismas, unas sobre otras hasta lograr alcanzar su meta, y puedan sortear cualquier obstáculo con esta estrategia.
En el lenguaje popular, cuando algunos familiares, amigos y/o visitantes llegan de improviso a una casa en horas del desayuno o almuerzo, se dice que “ya llegó la xulab”; porque así son estas marabuntas cuando invaden una colmena, o cuando quieren conseguir sus alimentos, son muy “montoneras”, muy bravas, y andan en forma de ejércitos, principalmente por las tardes y al anochecer, pero a la mañana no dejan huella, desaparecen.
En una ocasión andaba el maestro Gregorio Vázquez Canché con dos ayudantes, uno era chiclero, repicando la brecha del fundo legal de la mancha urbana de Felipe Carrillo Puerto y por el lado oriente, después de atravesar el camino a Vigía Chico, se encontraron con un nojoch saay, [3] un enorme saay que, al salir en otro camino “ya no sabíamos para donde caminar, si al norte o al sur para regresar a la población. Con mucha pena el compañero que era bueno para el monte, tuvo que preguntarle a un nojoch que cerca del camino cortaba las maderas para quemar una calera; de no ser por la orientación de ese nojoch, quién sabe a dónde íbamos a llegar… solo por el saay”.
Entre el pueblo maya, existe un sinfín de mitos en torno a los insectos: luciérnagas, cigarras (choch’lim), mariposas, turixes, todos entran en el reino de lo que algo pasará, de algo que se acerca o vendrá. En cuanto a las hormigas, al menos en los libros del Chilam Balam, o en el texto de fray Diego de la Landa, o de pasada en el Ritual de los bacabes, estas se encuentran presentes por situaciones diversas. En la Relación de Landa, se lee que “hay un género de hormigas grandes cuya picada es mucho peor y duele y encona más que la de los alacranes, y tanto, que dura su enconación más del doble que la del alacrán, como yo he experimentado”.
En el Ritual de los Bacabes, las hormigas rojas, blancas, negras y amarillas, contribuirán al conocimiento de los remedios para calmar a los vientos de las hormigas de cuatro colores. Y en el Chilam Balam de Chumayel (el más cercano por su valoración literaria), se deja leer las profecías indígenas en contra de la carga de la miseria producida por el catolicismo. En las profecías de Nahau Pech, esta situación se repite: llegará un tiempo en que todos comerán hormigas, tordos, cuervos y ratas.
El mito de las “hormigas voladoras” y el “guerrero maya” que necesitaba sembrar su milpa
Mucho y poco de lo que hemos avanzado en el estudio de la Guerra de Castas, se lo debemos al pionero “guerracastólogo” moderno, Nelson Reed. En su libro La Guerra de Castas de Yucatán, que se dio a la estampa en la lengua de Faulkner por primera vez en 1964, Reed recoge una anécdota que Leandro Poot, hijo del general maya Crescencio Poot, le contó a E. H. Thompson. Apuntaba Leandro:
“Cuando los de mi padre tomaron Acanceh pasaron cierto tiempo festejándolo y preparándose para tomar T-hó [Mérida]. Hacía un calor abrazador. De repente aparecieron en grandes nubes por el norte, por el sur, por el este y por el oeste, por todo el mundo, las sh’mataneheeles [hormigas aladas, nuncios de las primeras lluvias]. Al ver esto los de mi padre se dijeron, y dijeron a sus hermanos: ‘¡Ehen! Ha llegado el tiempo de que hagamos nuestra plantación, porque si no la hacemos, no tendremos la Gracia de Dios para llenar el vientre de nuestros hijos”.[4]
Esta es la tesis mítica de que las hormigas voladoras, nuncios de las lluvias, hicieron cortar en seco el avance de los mayas para la toma definitiva de Mérida, en junio de 1848. Varios estudiosos de la Guerra de Castas lo han retomado en distintos momentos, como el poeta y mayista Antonio Mediz Bolio, o recientemente, uno de sus descendientes, Francisco José Paoli Bolio en su libro La Guerra de Castas en Yucatán.[5] Leamos lo que dice Antonio Mediz Bolio:
Al fin, un día, los blancos están casi vencidos. Parece que las viejas profecías de los Chilanes se van a cumplir. La Península entera ha sido recobrada por los oprimidos descendientes de los que fueron sus señores naturales. Sólo quedan en medio del desastre de los blancos; Campeche, escondida dentro de sus murallas, y Mérida, la pobre capital, hambrienta y temblorosa. Cincuenta mil vencedores poniendo sitio a la aterrada ciudad contemplan ya desde sus campamentos las altas torres de la Catedral románica en donde dicen los augurios “ha de flamear a los vientos la bandera de los mayas”. Unos días más y los vaticinios se habrán consumado en una trágica victoria. “El blanco habrá de volver la cara al Occidente”… Pero he aquí que de pronto ocurre un hecho trascendental que cambia el curso de las cosas. Es el tiempo del “Kankín“, el tiempo seco en que las milpas abonadas por la quema esperan la hora de la siembra, con las primeras aguas. Los recios soles de mayo tuestan la tierra. Aún no se nubla el cielo a medio día. Y de pronto sobre los ejércitos mayas, que afilan los machetes para el asalto, se amontonan las nubes oscuras, sopla el viento arrebatado y húmedo y un tormentoso y desbordado aguacero se derrama prematuramente en la sed de los campos. Entonces, ya no se piensa en nada, más que en las lejanas milpas que hay que sembrar, que hay que sembrar en seguida para que haya maíz y ese año no llegue el hambre que es el peor de los castigos. Se olvida el odio, se aplaza la venganza, se deja para después la culminación de la victoria, la fe en las profecías cede su lugar a la fe en la tierra y en el agua y los mayas levantan sus campamentos, abandonan en masa el asedio de la codiciada capital, y jefes y guerreros vuelan a sembrar su maíz. Y Mérida se salva. Los blancos se recobran mientras los indios labran los maizales y la guerra santa de la reconquista se pierde para siempre…[6]
Sin embargo –y aquí seguimos las ideas del Dr. Castillo Cocom-, consideramos que el cuento que Leandro Poot le informa a Edward Thompson, y del cual se han basado seguramente Reed como los dos Mediz y la caterva de sus seguidores, no son más que inventos para salir al paso. Hay varias técnicas y “bio-indicadores” para sembrar con precisión entre los mayas. Ellos saben cuándo va a llover y cuando no, se basan preponderantemente en los vientos. Sería patético describir y justificar la no entrada a Mérida de los mayas alzados, apelando al hecho de que el maya es, antes que nada, un sembrador, un campesino, eso es reducir su capacidad de estadista y de hombre de la guerra. ¿Sembrar en dónde?, ¿en las selvas de Quintana Roo aún no domesticadas en 1848?, ¿en sus pueblos arrasados por meses de quemas y saqueos? Lo cierto es que no podemos visualizar relación alguna entre los ciclos de la milpa y los ciclos de la guerra en el año de 1848.
Dumond, el autor de El machete y la Cruz, yendo en contra de la idea de Leandro Poot, señala que el final del avance en junio de 1848 de los mayas rebeldes hacia Mérida, no se debió a las hormigas voladoras, sino a la misma naturaleza del levantamiento. Es decir, los mayas levantados, por lo general peleaban en sus ámbitos conocidos, cercano a su región: los de Tihosuco, por Tihosuco; los de Peto, por Peto. En las regiones periféricas del sur y oriente, los reclutamientos eran más fáciles, pero una vez estando entre Mérida y el camino real de Campeche, los mayas de la zona oeste, más compenetrados con el status quo de la sociedad dominante colonial, no secundaron a los alzados del oriente y del sur, y más cuando en enero de 1848 el gobierno había creado la categoría de “hidalgo” para los mayas que prestasen sus servicios en el ejército yucateco.
Para Castillo Cocom,[7] la respuesta a por qué no tomaron los mayas la capital meridana en junio de 1848, tal vez descanse en una hipótesis que es necesario trabajar en ulteriores investigaciones: ¿Hubo un pacto entre Barbachano y Méndez con alguno de los jefes mayas para que los alzados no tomaran la capital?, ¿Alguien -Barbachano o Méndez-, le habrá comunicado a los tatiches que mejor se replegaran y que no invadieran la capital de los blancos y que se pusieran a negociar? Recordemos que a Jacinto Pat lo han identificado hasta la náusea como inveterado barbachanista. Entonces, las posibles explicaciones a la no entrada a Mérida de las huestes mayas, tienen que ir más allá de la simpatía moderna hacia el guerrero maya vuelto sembrador –algo muy discutible-, y encontrar conexiones políticas no solo a nivel regional, sino nacional y mundial (el factor beliceño, Estados Unidos, España e Inglaterra); conexiones que no estriban solamente en los posibles pactos políticos ocultos entre las élites, sino en la más vulgar situación económica, social y cultural. Además, recordemos las enseñanzas de la Conquista: en la Península de Yucatán, los mayas, aún antes y después de la Conquista, nunca fueron un grupo homogéneo y sus pugnas siempre han sido violentas. Lo cierto es que Mérida no cayó por unas simples hormigas voladoras, y tampoco por ciclos agrícolas: la guerra continuó después de junio de 1848, y continuaría durante varios años más.
Anexo 1.- De Hormigas y creencias sobre ellas entre el pueblo maya
K’UL SINIK
Estas son las que pican sabroso que te dejan una comezón por un buen rato. Pero, son las que más sufren el agua caliente de las mujeres.
WAAYASBÁA
Dicen que son las hormigas fantasmas, las hormigas brujas, porque solo de noche andan y no se dejan ver, desaparecen de día.
Así como estás variedades de hormigas, hay más todavía para conocer como el xóoch’ / hormiga gigante, que más adelante se podría hablar de ellas.
CREENCIA
En general una creencia maya muy sabia, que consiste en que cuando nace un nuevo ser y es una niña, las hormigas se ponen tristes, se dice que lloran porque las mujeres les echan agua caliente, y en la vida diaria en verdad sucede. Pero, si el nuevo ser que nace es un varoncito, se dice que se ponen contentas las hormigas, cantan y hasta bailan, que porque el hombre cuando vaya a su milpa o al campo, el resto de su pozole que deja luego de alimentarse, el xiix (resto) del pozole que se cae cuando lo prepara, cuando le sobra tantito del que bebe lo tira, o cuando cae al sacudir su servilleta que envuelve el pozole, es cuando las hormiguitas se alegran, hacen fiesta, y con ello se alimentan.
[1] Al respecto, la definición corriente que se puede leer en internet de este concepto disciplinar, es la siguiente: “La etnoentomología es la rama de la etnobiología en- cargada de investigar la percepción, los conocimientos y los usos de los insectos por diferentes culturas humanas, tanto en el pasado como en el presente (Posey, 1987). … del manejo de algunas especies de insectos”.
[2] Texto de Miguel Ángel Pinkus-Rendón. “Abejas, avispas y hormigas en la perspectiva local yucateca”, en Entomología mexicana, volumen 12, tomo 2, 2013.
[3] Avispero de hormigas say.
[4] Nelson Reed. La Guerra de Castas de Yucatán. ERA. México. 1971, pp. 104-105.
[5] Comparto mi reseña al libro de Paoli Bolio: https://gilbertoavilezblog.wordpress.com/2016/02/17/la-guerra-de-castas-de-yucatan-de-francisco-jose-paoli-bolio/
[6] Antonio Mediz Bolio. “El maya y el maíz”. Revista de la Universidad Autónoma de Yucatán. Númer 222, tercer trimestre de 2002, pp. 66-67.
[7] Conversaciones con Juan Castillo Cocom. 9 de diciembre de 2021. José María Morelos, Quintana Roo.