Gilberto Avilez Tax
La vorágine de la modernidad ha hecho que muchas de las consejas, mitos, leyendas y otras historias que han poblado la imaginación de innumerables hombres y mujeres de la Península de Yucatán, vayan poco a poco perdiéndose, olvidándose, ocultándose o modificándose conforme se avance en este mundo “desbocado” del “metaverso” pos-facebooquero, del turismo global, de la modificación progresiva que se ve en las costumbres y creencias actuales, donde entran en juego la idea muy pocas veces recalcada, de que la Península es tierra de innumerables personas de toda la república y de fuera de ella.
En esta entrega para Tierra de Chicle, como parte de las celebraciones en torno a los días de muertos y las celebraciones de los “fieles difuntos”, queremos referirnos a algunas ideas de “espantos y fantasmas” que estaban presente entre los mayas yucatecos de hace casi 180 años, y que un fraile franciscano originario de Teabo, Yucatán, pudo rescatar de sus innumerables pláticas con la población indígena.
Nos referimos al padre Fray Estanislao Carrillo, quien naciera en dicha población al sur de Yucatán (la cual formaba parte de la comprensión distrital de Tekax) el día 7 de mayo de 1798, y que muriera 48 años después, en 1846, un año antes del apocalipsis bélico que iba a modificar para siempre la faz de la región yucateca que Estanislao conoció, vivió, y sobre todo estudió, desaprendiéndose de su amargo presente de luchas entre las banderías “rutineras” y liberales, para cimentar lo mejor de sus afanes y empeños al estudio de las antigüedades de los indios de Yucatán, del cual Estanislao Carrillo, contrario a Sierra O’Reilly, y más apegado a las ideas de su amigo John Lloyd Stephens,[1] entendía que eran los descendientes de los que habían construido “los monumentos que nos han dejado”, y que a pesar de sus supuestas supercherías e ignorancias al creer y dar por hecho ciertos y tantos cuentos fantásticos de aparecidos y demonios, los actuales indios del Yucatán de mediados de la década de 1840, no provenían de culturas “bárbaras” e “ignorantes”.
Estanislao Carrillo tuvo sus primeros biógrafos cercanos al grupo cultural dirigido por el Dr. Justo Sierra O’Reilly, pero el autor más moderno que ha trabajado la vida y obra del quien es considerado “el padre de la arqueología en Yucatán”, es el Dr. Alfredo Barrera Rubio, que hace diez años exacto, dio a la estampa un libro con los textos que el fraile había publicado, principalmente, en el Registro Yucateco, un diario cultural y literario dirigido por Justo Sierra O’Reilly, Vicente Calero, entre otros, en la década de 1840, años antes de 1847.
Colaborador frugal en las empresas literarias de don Justo Sierra O’Reilly,[2] posterior a su muerte, ocurrida el 21 de mayo de 1846[3]; en el Registro Yucateco había aparecido, entre los “Papeles sueltos del P. Estanislao Carrillo” (véase el Tomo IV, p. 303), una entrada que nos gustaría comentar, y aunque sabemos de sobra que otros literatos como don Roldán Peniche Barrera o el mismo Carlos Evia (los mitólogos actuales y estudiosos de estos trasgos que pueblan todavía la imaginación desaforada de muchos yucatecos de extracto indígena y mestizo) han trabajado en demasía estos temas, no está de más hacer unos pequeños escolios, comentarios y descripciones.
La entrada que dejó para la posteridad el fraile Estanislao, fue titulada como “Fantasmas”, no sé si por el mismo Estanislao, o por su curador Vicente Calero. Vale la pena referir algunos de esos fantasmas que el fraile logró captar de entre sus pláticas diarias con los indios de Yucatán, haciendo lo que actualmente los modernos antropólogos y científicos sociales hacemos: etnografía de las creencias, imaginarios y mitos del pueblo. Voy a referirme solamente a cuatro, pues considero que la “Xtabai” es archisabida en la actualidad. Todos estos “fantasmas” que forzaron a garrapatear la pluma al fraile en sus soledades en el claustro, pasaron los tráfagos del siglo XIX, las distintas modernidades y las escuelas desindianizadores del siglo XX. Todavía hace unos años, en el 2013, escuché arrobado los cuentos y leyendas que me compartió el milpero petuleño, don Diódoro Naal, y entre esas historias no estaba solamente el Wáay Koot, sino también “el Sincinito”, la serpiente mítica llamada Tzukán, y el enigmático “Bokolhahoch”. Este último, lo describe Estanislao de forma idéntica a como don Diódoro, 170 años después, me lo contaría. Vamos por partes para describir estos “fantasmas”.
El primer “fantasma” al que hace mención en sus papeles postreros el fraile, es “el Balam”, que no es más que el Dios del monte, Yuum K’áax, el dueño del monte y todas las tierras necesarias para los milperos, y que también se puede denominar como yuumtsil. Estanislao comienza su descripción de este modo singular: es “el señor del campo que no puede labrarse, sin peligro de la vida, sino que se les hace ciertas ofrendas”.
Balam es a él al que los indios de tiempos de Estanislao, y de muchos campesinos mayas actuales, le tienen que pedir permiso para labrar sus montes porque Balam es el dueño originario de toda esta inmensa comarca del Mayab. Le ofrendan sacá, bulihua (tortilla de frijol), kool y balché para calmarlo. Balam se contenta, pero cuando no es así, manda terribles calenturas que preceden a la muerte. Cuando Balam se encuentra de malas, se aparece al indio en forma de un viejo con barba cargado de milenios eternos, y es tan espantosa su presencia, que el más valeroso del pueblo huye despavorido a refugiarse donde puede. Balam es un ser de luz, el padre de los vientos, y entre ellos, arriba, en el cielo, se pasea y de vez en vez prorrumpe en silbidos que calan los huesos y provocan terribles pesares en el corazón mortal de los hombres y mujeres del Mayab. El hombre del campo, el milpero, sabe respetarlo, y al nombrarlo con veneración, casi siempre le llama “Yum Balam“, que no es otra que, traducido a la castilla, se trata del padre y señor.
El segundo fantasma que toca Estanislao Carrillo, es el familiar Alux. Del alux hemos hablado en anteriores artículos para Tierra de Chicle[4], y en ese sentido no vamos a abundar en lo que ya hemos dicho. Basta solo apuntar algunas cualidades físicas de estos duendecillos. El alux, cito a Estanislao, es el “nombre que se da a unos fantasmas que generalmente creen los indios, y aun los que no lo son”. Es decir, para Estanislao, eran “fantasmas” que creían todos los habitantes de la Península, independientemente de su etnia, y sigue siendo así: creen en su existencia los milperos actuales, pero también los catrines de los pueblos, los profesores y hasta algunos investigadores y arquitectos. No quiero dar nuevamente el ejemplo de la pirámide del alux, en el puente Nizuc-Cancún.
Arqueólogo amateur, don Estanislao supo de ellos en sus trashumancias a las ruinas y cerros (múulob) que visitó e indagó. Los campesinos y la gente de los pueblos le comentaban que desde que oscurece los aluxes comienzan a pasearse alrededor de las casas, tiran piedras, silban a los perros, les dan de latigazos a los canes y de cuya estropeadera les causan toses que los llevan a la muerte. Son tan vivarachos y de una fuerza descomunal a pesar de sus pocos palmos de estatura –Estanislao aseguraba que eran del tamaño “de un indito de cuatro o cinco años, desnudo y con un sombrerito en la cabeza”-, que corren más que un Usaint Bolt, y son tan violentos en la carrera, tanto de frente y de espaldas. En tiempos de don Estanislao, había la mala y funesta costumbre de que los indios, aprensivos de tantas historias escuchadas sobre los aluxes, cada vez que se topaban con figurillas de barro en cerros y subterráneos, los rompían a la menor brevedad. Y arguyo que esto último tiene que ver con las centurias de pensamiento dogmático e inquisidor de la iglesia católica, cuando los frailes perseguían idolatrías y no toleraban que los mayas tuvieran en su poder artefactos materiales que les recordara su pasado “idólatra”. El “miedo cerval” que apuntó Estanislao que tenían los indios de Yucatán con esas figurillas, tal vez fuera un miedo creado, catequizado y construido por los curas de generación en generación, en contra de los mayas, durante la colonia.
El tercer fantasma que abordaremos aquí, es un espíritu chocarrero, que gusta de ser merolico. Estanislao Carrillo lo denomina como “Xbolonthoroch”. No es más que un “fantasma casero que no hace mal, espanta no más a los que se desvelan”, a los que en altas horas de la madrugada siguen insomnes o roban horas al sueño trepanándose los sesos en el estudio, o en otras faenas más carnales y de bajo vientre. El Xbolonthoroch es primo del eco, pues tiene “la propiedad de volver los sonidos, y los ruidos que se han hecho en el día, los repite por la noche”. Imagínese escuchar una conversación en la madrugada, cuando todos duermen salvo usted. O imagínese que desde una pared detrás de usted un ser descarnado le hable por su nombre. Solo imaginándolo, a uno le da por persignarse.
El último ser fantástico que apuntamos del texto del fraile, se trata del Bokolhahoch. De este ser, en el 2013, de la voz de don Diódoro Naal, supe de su existencia. La descripción de don Diódoro es idéntica a la que Estanislao Carrillo recogió 170 años atrás. Los campesinos de los pueblos comentan que en algunos lugares se puede oír un ruido bajo tierra, “semejante al que se hace con el batidor” para preparar el chocolate: bokol-bokol-bokol-bokol, como si se tratara de borborigmos subterráneos. Ruidos que se escuchan siempre de noche. Los campesinos atribuyen estos ruidos infernales al diablo, pero lo enigmático es saber por qué lo imaginan de este modo al “bokolhahoch”: “y que en figura de zorro hace aquel ruido por solo espantar a quienes lo escuchan”.
Existen tantas historias que pueblan todavía la imaginación de miles de hombres y mujeres de la Península, que para estos días no está de más recordar estos elementos culturales. Estanislao Carrillo tendrá continuadores hasta el fin de los días, pues la riqueza oral de la península no se agota, y siempre estará creando y recreando historias que contar.
[1] Debemos a Stephens el daguerrotipo del fraile en comento.
[2] Alfredo Barrera Rubio menciona los números de publicaciones que realizó el padre en vida y después de muerto: “Bajo el seudónimo de Un Curioso fray Estanislao Carrillo, escribió en vida un total de cuatro artículos y, después de su muerte, su amigo don Vicente Calero, colaborador del citado periódico, publicó de manera póstuma un total de siete más, a los cuales denominó “papeles sueltos del Padre Carrillo”.
[3] Véase la esquela que Calero había escrito de su amigo, en Registro Yucateco. Tomo III, p. 360 y 361.
[4] Remito al lector a nuestro artículo: “Los aluxes y la Guerra de Castas”. Tierra de Chicle. Noticaribe Peninsular, 5 de noviembre de 2020. En: https://noticaribepeninsular.com.mx/tierra-de-chicle-los-aluxes-y-la-guerra-de-castas/