Gilberto Avilez Tax
Tierra de chicle. 1 de diciembre de 2020.- La historia de Jacinto Canek y de su lucha contra el dominio colonial ha corrido un sin fin de vericuetos y caminos: de ser menospreciada y considerada un asunto de borrachos enfiestados en el pueblo de Cisteil por las plumas de Sierra O’Relly y Eligio Ancona en el siglo XIX, o de ser recreada de forma magistral por el trabajo literario de Ermilo Abreu Gómez, o deformada su historia por Roldán Peniche Barrera al darle crédito a los embustes de la sociedad colonial meridana, que hizo eco de los supuestos dotes nigrománticos y brujeriles del caudillo del barrio de Campechuelo de los laboríos; el rey Canek, sin duda, forma parte de los eslabones de la tradición de la defensa autonómica del pueblo maya.
Recientemente, los movimientos indigenistas o indianistas han entendido que, lo que sucedió en noviembre de 1761 en el viejo pueblo de Cisteil, corresponde al “emblema de las luchas de resistencia” iniciadas desde los primeros contactos de los mayas con los españoles, un ejemplo significativo de la continuidad de la resistencia maya en contra del colonialismo y sus consecuencias.[1]
En cuanto al análisis reciente de la historiografía profesional, la gesta de Canek ha sido vista desde ópticas muy variopintas. Podemos hacer referencia a lo que ya desde la segunda mitad del siglo XIX, los historiadores liberales del centro del país, habían confrontado a las tesis racistas de Sierra O’Reilly y Eligio Ancona. En México a través de los siglos, se puede leer lo siguiente:
“Jacinto Canek á los ojos de un historiador imparcial tiene todas las proporciones de un héroe y del representante de la indignación y del deseo de libertad de una raza oprimida y tiranizada. Si en las historias de Yucatán no se le pinta así, es porque las relaciones contemporáneas que han servido de fuente para escribir ese relato están dictadas por la rencorosa animosidad que allí dividió á las dos razas; pero esas mismas relaciones leídas con la imparcialidad y meditación que producen los muchos años que nos separan del suceso, nos hacen comprender que el caudillo de la desgraciada insurrección de Yucatán en 1761 no era el hombre inquieto y vicioso que sólo por satisfacer desordenados apetitos se lanza en una lucha mortal proclamando la emancipación de una raza esclavizada”.[2]
En cuanto a la historiografía “moderna”, un apunte de Miguel Alberto Bartolomé nos puede dar elementos de continuidad de esas ideas decimonónicas con que se intentó demeritar la lucha contra el colonialismo del pueblo maya[3], en historiadores profesionales que han tocado el asunto:
“La negación de una lógica político-cultural propia del pueblo maya aparece en la obra de varios autores, quienes han buscado reducir su protagonismo político y la vigencia de la tradición mesiánica al análisis histórico de coyuntura. Un buen ejemplo lo representan algunas de las perspectivas referidas a la insurrección de Jacinto Canek en 1761 (Bartolomé, 1976),que se basan en una falta de lectura etnológica de los datos históricos existentes. Para Victoria Reifler-Bricker (1989: 151) constituyó un movimiento circunstancial, espontáneo y no planificado, para Nancy Farris (1984: 69) un accidente histórico y para una seguidora de la primera, Gudrun Mossbrucker (1995), poco más que un ritual de rebelión en el transcurso de una borrachera colectiva. La ignorancia de las dos primeras autoras se justifica por su deliberado desconocimiento de la literatura en castellano, de lo que no puede ser exculpada Mossbrucker, quien pretende adjudicar un carácter meramente reactivo a las rebeliones mayas, a despecho de la evidencia histórica (1995a). Las recientes investigaciones documentales en el Archivo General de Indias (AGI) de Pedro Bracamonte y Sosa (2001) han demostrado, más allá de toda duda razonable, el carácter planificado y no circunstancial de este complejo movimiento mesiánico”.[4]
En los estudios de Bracamonte, las tesis anteriores han sido cuestionadas con los documentos del caso encontrado en el Archivo General de Indias. Tuz Chi, en un estudio reciente sobre los “pueblos olvidados de la guerra maya de 1761 en la región suroriental de Yucatán” (Tiholop, Tinuncah y Cisteil-Kantirix II), no solo estudió a fondo los mismos documentos del AGI, sino que apeló a la tradición oral y las memorias encapsuladas del rey Canek en Cisteil, en los pobladores actuales de esas regiones de frontera que abarca un cuadrángulo amplio de la antigua tierra de los Cocomes donde se desencadenó el conflicto. Historias de la guerra de castas, de la gesta de Canek, de los vientos que aún se pueden escuchar en los parajes más desolados del hoy Cisteil-Kantirix, de los relatos de apilamiento de huesos de otros tiempos encontrados, han llegado hasta el pleno siglo XXI con su carga de emoción de estas historias de las guerras mayas de liberación contadas de boca en boca, de generación en generación, y de pueblo en pueblo.
En esas historias orales que Tuz Chi recogió, Canek pasa a pelear al lado de Jacinto Pat, reconstituye su cuerpo de sus cenizas esparcidas en los cuatro puntos cardinales de Mérida, y aseguran los lugareños de Kantirix que su tumba está en el viejo pueblo de Tahdziu. Esto de haber regresado a pelear al lado de los caudillos de la Guerra de Castas no es nada nuevo. A mediados de agosto de 1847, la guerra de castas aún estaba en pañales, pero entre el rancho Acambalam y el pueblo de Pisté, había aparecido “un cartel que dejaron los indios firmado con el nombre de Manuel Ay y Jacinto Canek”, a quienes invocaban como mártires de su guerra de libertad. Los primeros que se levantaron en la Guerra de Castas, hombres y mujeres del sur y oriente de Yucatán, tal vez recordaron las orejas mutiladas de sus abuelos que sobrevivieron a las horcas que se levantaron para diciembre de 1761 en Mérida para ajusticiar a los levantiscos de Cisteil.
No está en mis posibilidades hacer una relación pormenorizada del hecho,[5] así que resumiremos a grandes rasgos lo que sucedió en Cisteil y Mérida hace 259 años. Bracamonte y Sosa ha manifestado que la rebelión de Canek marcaría un cambio sustancial en el modelo de resistencia de los mayas yucatecos frente al colonialismo español. Los mayas ya no privilegiarían la huida a la montaña, es decir, a los territorios libres del sur y oriente de la Península, sino que se confrontarían directamente con los miembros de la sociedad hegemónica.[6] Esto es un poco difícil de aceptar, toda vez que el hecho bélico más relevante después de Cisteil, que fue la guerra de castas, sucedería más de 80 años después; y no perdamos de vista que se ha demostrado la existencia de huites arranchados en la selva oriental y que fueron de invaluable ayuda cuando la guerra de castas.
Entre el 19 de noviembre de 1761, fecha de inicio de la rebelión, y el 14 de diciembre, en que las autoridades españolas dieron muerte a Canek de forma brutal, hay 26 días. En una semana, entre 1200 y 2500 mayas de los pueblos, invocados por medio de cartas del caudillo, se congregarían en Cisteil a las órdenes de Canek. ¿Quién era el que los dirigía? Joseph Jacinto Uc de los Santos Canek, en su declaración ante las autoridades españolas, decía contar con 30 años, ser natural de barrio de Campechuelo de los laboríos, no ser vecino de ninguna parte porque era vagabundo, y era viudo. En ese entonces, gobernaba la provincia el anciano brigadier de los reales ejércitos, José Crespo y Honorato, y en la Península de Yucatán se habían reestablecido los repartimientos y otras gabelas que pesaban contra los indios. La tesis de Ancona, al cual seguimos pormenorizadamente, indica que estas exacciones, desde luego que habían causado disgusto entre la población maya, y la ideal del “odio” contra la dominancia española se había transmitido de generación en generación.
Según esta historia, Canek vivía en el barrio de Santiago, en Mérida, era de oficio panadero y había pasado sus primeros años en el convento de esa ciudad bajo la orden franciscana. Era nativo de Campeche, y protegido de los frailes, se educó entre ellos aprendiendo latín, súmulas y teología moral y conoció la historia de la Conquista pues los libros de Cogolludo y otros documentos históricos estaban a su alcance en la biblioteca del convento. No pudo obtener la orden de sacerdote por la situación interétnica que campeaba en la colonia, en el que se excluía a la población maya de puestos militares y eclesiales. Vivió entonces de sus manos, haciendo variados oficios, pero con la idea de que su situación debía mejorar.
En el mundo de ese entonces, y aún ahora, las fiestas de los pueblos eran una gran oportunidad para liberar las tensiones de una sociedad reprimida. Jacinto llegó a Cisteil. Se embriagó como todos, y en el calor del aguardiente, recordó sus lecturas de historia, de cómo los españoles se habían agenciado la tierra y la libertad de los mayas. Se sintió fuerte, entre los suyos, arengó a las masas de sus compatriotas con energía y vehemencia, les habló del rigor que eran tratados por jueces, curas, lanzó pestes contra el oneroso tributo que se le pagaba al rey y a los encomenderos, disertó como un iluminado y terminó dando voces de rebelión. Las palabras pronto fueron secundadas, y se pasó a los hechos: se dio muerte a un mercader español que estaba en el pueblo, de nombre Diego Pacheco. Luego, uno de esos curas, de nombre Miguel Ruela, llegó a Cisteil a querer dar misa en medio de ese quilombo de rebeldes. Rápidamente comprendió que estaba en medio de una revuelta, puso pies en polvorosa, y a mata caballo llegó a Sotuta a chismearle al capitán a guerra de ese pueblo, Tiburcio Cosgaya, que había un alboroto de rebelión en Cisteil.
Cosgaya sin esperar 100 soldados que el gobernador Crespo le había ordenado juntar, partió con 20 hombres de caballería a detener la rebelión. Jacinto, que avivaba con arengas la insurrección, ya había plantado trincheras alrededor del pueblo y puesto centinelas, al mismo tiempo que comenzaba a escribir cartas y circulares para invitar a los demás pueblos a unírseles. Una de esas circulares, que pasaban de cordillera en casi todos los pueblos de Yucatán, rezaba lo siguiente: “Bien podéis venir sin temor ninguno, que os esperamos con los brazos abiertos; no tengáis recelo, porque somos muchos y las armas españolas no tienen ya poder contra nosotros; traed vuestra gente armada, que con nosotros está quien todo lo puede”. Cosgaya y sus hombres llegaron a las inmediaciones de Cisteil, y Canek se le presenta con 200 hombres, significando con esto la muerte de Cosgaya y diez de los suyos. La derrota de soldados leales al rey después de más de 200 años de colonialismo, causó bulla por todos los rincones de la Península, y Mérida se abismó en la zozobra. Mil 1500 mayas se juntaron en Cisteil, y Canek fue ungido como rey con el manto y la corona de la Virgen como testigos.
Por el lado español, pronto todos los capitanes a guerra concentrarían más de 2000 soldados a las órdenes del capitán a guerra del pueblo de Tihosuco, Cristóbal Calderón de la Helguera. El gobernador dispuso de inmediato que los mayas fueran despojados de sus armas de cacería, que no se les vendieran pólvora y plomo, que no salieran de sus vecindades sin salvoconductos; y que los blancos, mestizos y mulatos fueran armados. Se levantaron, además, horcas en la plaza principal de Mérida y en los barrios de San Cristóbal, Santa Ana, Santiago, Mejorada y San Juan.
El jueves 26, a las dos de la tarde, los soldados del rey, bajo las órdenes de Cristóbal Calderón, con un cañón por delante para devastar las trincheras de Cisteil, sin previo aviso, iniciaron el ataque. Este fue feroz: 500 sublevados murieron en Cisteil, y por parte de las tropas reales, solo hubo 30 muertos y unos más heridos. Canek se salvó, huyó a la hacienda Huntulchak, hasta ahí lo perseguirían, y terminó por refugiarse en la sabana Sibac con sus leales, donde fue atrapado. El día 7 de diciembre, el rey Canek y sus hombres entraron a Mérida, escoltados y con los grillos necesarios. Más de 500 mayas llenaron los calabozos coloniales.
El juicio a los conjurados de Cisteil fue breve y brutal. Santiago Maldonado, un juez sin escrúpulos y con fama de racista y odiador furibundo de los indios, sin empacho resucitó las bárbaras legislaciones de la Edad Media, con el fin supuesto de escarmentar y dar ejemplo a los mayas si osaran de nuevo rebelarse. Canek fue condenado a morir atenaceado, roto y su cuerpo quemado y echado al aire sus cenizas. 8 más fueron ahorcados, y algunos se les puso en libertad no sin antes darles 200 azotes y amputarles una oreja. El 14 de diciembre de 1761, la sentencia contra Canek fue ejecutada. El pueblo donde surgió la llama de la libertad, por mandado real fue arrasado y se ordenó que ninguno fuese osado de volver a habitar en él.
Esa es la historia que todos saben de Cisteil. Pero nuevos estudios hablan que la rebelión acaudillada por Jacinto Canek del año de 1761, había comenzado un año antes, pues ya desde 1760 habían corrido mensajes por los pueblos mayas del noroeste yucateco, pregonando que era inminente la llegada de un xtol que llevaría cartas a los caciques de los pueblos por donde transitara, y que pediría muchachos como tributo. Lo que podemos decir, es que no fue un asunto de borrachos enfiestados, sino una manifestación precisa de la larga resistencia indígena, que buscó el camino del regreso cosmogónico de los tiempos sin amos. Y esto se logra observar en las primeras ordenanzas del Rey Canek: que mataran a todos los cochinos de Cisteil, porque ahí estaban el alma de los españoles.
Digo, también, que todavía, en pleno siglo XXI, en Kantirix-Cisteil, en Tahdziu, en Tiholop y hasta en Ichmul, en tiempos de lluvia, se dejan oír relinchos de caballos, sonidos de los buthbil tshonohob legendarios, gritos en maya de “mueran los invasores”, palabras de un castellano antiguo que nos recuerdan la huella del colonialismo en estas tierras.
Por el rumbo de Tiholop, en tiempos de lluvia, se dejan oír ruidos extraños. En esas profundas soledades de pueblos fronterizos, cuando el aguacero inunda hasta las raíces más profundas de los árboles, el milpero que aguarda a que amaine la lluvia acostado en la hamaca de su pasel;[7] o el cazador que vuelve presuroso de sus pasos en busca del refugio del pueblo que dejó, si tiene el oído aguzado, puede escuchar claramente pisadas de caballos, relinchos y bufidos, disparos de armas antiguas y abuelas de los buthbil tshonohob (fusiles de chispa). Y puede oír más: entre el ramaje que se mueve con los vientos y el agua caída a borbotones, puede oír retazos de un español antiguo diciendo “indio idólatra, dónde te escondes, reyezuelo de idólatras.” Y si todavía tiene la dicha de entender el lenguaje del viento, escuchará en maya estas palabras: ¡kíimil le sak wíiniko’ob, kíimil le aj palitsilo’obo’, kíimik le dzulo’ob! (¡mueran los invasores españoles!). Es el viento de Canek, el viento de Canek que regresa.
[1] Bartolomé Alonso Caamal. Jacinto Canek y las luchas de resistencia del pueblo maya. Por Esto. 18 de noviembre de 2016.
[2] México a través de los siglos. Tomo IV. p. 359.
[3] A Canek, las plumas de Sierra y Ancona le llamaron “borracho” y presa de pasiones inmoderadas; y la rebelión iniciada el 19 de noviembre pero planeada con antelación según lo que han colegido historiadores como Bracamonte y Tuz Chi, en la óptica decimonónica no fue más que una simple “borrachera colectiva” que se salió de control.
[4] Miguel Alberto Bartolomé. “El derecho a la autonomía de los mayas macehualob”. Alteridades, 2001. 11 (21). Nota 3, pp. 99-100.
[5] Remito al lector a la lectura los textos siguientes: Terry Rugeley (1996) “Jacinto Canek revisitado”, en Unicornio, suplemento dominical del Por Esto!, 17 de noviembre, pp. 3-7. Y el estudio de Pedro Bracamonte y Sosa. 2004. La encarnación de la profecía. Canek en Cisteil, México, CIESAS-Instituto de Cultura de Yucatán- Miguel Ángel Porrúa coeditores.
[6] Cfr. La declaración de Jacinto Canek, 1761. Desacatos, núm. 13, invierno, 2003, pp. 163-169. Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social Distrito Federal, México.
[7] Pasel: vocablo maya. Significa “casa rústica que se hace en la milpa para refugio”.