Por Gilberto Aviléz Tax
Este primero de julio de 2020, se cumplieron dos años del triunfo arrollador del lopezobradorismo y su partido, Morena. En dos años, una escalada sostenida de críticas (y contra críticas como respuesta mediante las mañaneras del presidente) se ha dado en torno a un gobierno que se ostenta como transformador, por cuarta vez, “de la vida pública de México”.
Las críticas han provenido de sectores no solo de la derecha más cerril y de los “emisarios” del pasado neoliberal con sus “BOA” y cacerolazos automovilísticos, sino que desde que el uno de diciembre de 2018 comenzara una suerte de “remasterización” folklórica del viejo indigenismo (el Estado patriarcal y benevolente con las distintas etnias del país), del ala radical del movimiento indígena, que ha cuestionado todo lo que provenga del gobierno federal, desde los polémicos bastones de mando a Obrador, las “consultas amañadas” para la creación del INPI, la reforma detenida a la reforma en materia indígena de 2001, y los proyectos insignias de este gobierno federal, como el Tren Maya y el Transístmico. Este elemento del indianismo radical (en Yucatán, se autonombran los “defensores” de un Territorio Maya prístino, imaginariamente puro), hace migas y cierra filas –y filias y fobias- con las “expresiones sinfónicas del negacionismo de izquierda proveniente de un epicentro: el neozapatismo.”[1]
En fin, los choques se han presentado hasta con la academia burguesa desde el primer momento en que desde el nuevo Conacyt se ha cuestionado la “ciencia de los dineros”, cuyas respuestas, de esta élite académica, han sido demasiado obtusas en sus egoísmo de élite, formulando una “cortina de humo” para disimular sus intereses personales, sus escandalosos privilegios, escudándose en una supuesta “ciencia objetiva” que en teoría corre peligro por los sesgos ideológicos “populistas” o “neoliberales” del gobierno actual, y omitiendo de sus cuestionamientos a la necesaria crítica a la grosera desigualdad estructural que es hegemónica en el mundo académico, en el mismo Conacyt y en las universidades públicas, donde casi el 80% de los trabajadores no tienen tiempo completo ni las mínimas seguridades laborales.[2]
Podemos hablar de otras perspectivas de confrontación del gobierno federal –para ser más exactos, de la cabeza visible del Presidente- con los sectores conservadores, o hacer énfasis en las guerras intestinas que se dan entre los “yeidckolistas” y los “lujanistas”, y que en el caso de Quintana Roo, la salida de Yeidckol Polevnsky de la presidencia de ese partido, repercutió directamente en la relación de fuerza que subsistía en Morena Quintana Roo, pues a nadie se le oculta que el secuestro de ese partido en el estado, se debió a las genuflexas camaraderías de los yeidkolistas nativos –los chetumaleños y playenses que toda su vida pública fueron soldados del priato quintanarroense y que se mimetizaron en la vorágine lopezobradorista- con el oficialismo tropical, dando cabida, en sus filas, a impresentables priístas, hasta el colmo de querer poner como referencia moral de Morena al “Chueco”, o candidatear a “contentos” personajes de la oligarquía regional, con las siglas de ese partido que en teoría debe ser de izquierda, pero que en Quintana Roo, de 2018 a la fecha, y gracias a los yeidckolistas, la fuerza de Morena en el estado –vía un Congreso obsecuente y mudo que en teoría tenía todas las de ser el fiel de la balanza en el Cogobierno que nunca cuajó porque voluntad y ética política jamás se tuvo- fue supeditada al oficialismo conservador.[3]
Este texto, sin embargo, no tiene como objetivo analizar las posibles depuraciones necesarias que se tienen que hacer si es que Morena-Quintana Roo desea conservar su fuerza y representatividad en el estado. Más bien, deseo pasar lista, o hacer una breve relación, de los imaginarios, los discursos y las narrativas que las dos cabezas del negacionismo en torno al Tren Maya –los autonombrados “portavoces” de la mayanidad imaginada y la academia de izquierda radical- han estructurado, basando sus arremetidas comunicativas en los espacios libres de las redes sociales, de las editoriales de los periódicos, de las campañas de incisiva crítica que otorgan los medios conservadores extranjeros (El País, la prensa conservadora yanqui), así como los foros que prestan las academias “progresistas” con un fuerte tufo moridor de los últimos etnomarxistas de los tiempos post-covid.
El Tren Maya es uno de los proyectos regionales para el sureste del país. En el Plan de Gobierno de la 4T, se le caracteriza como “el más importante proyecto de infraestructura, desarrollo socioeconómico y turismo del presente sexenio”, y se orienta a “incrementar la derrama económica del turismo en la Península de Yucatán, crear empleos, impulsar el desarrollo sostenible, proteger el medio ambiente de la zona -desalentar actividades como la tala ilegal y el tráfico de especies- y propiciar el ordenamiento territorial de la región”, integrando la obra y sus beneficios a los pobladores.[4] Se piensa como un modelo de desarrollo sostenible y como un nuevo paradigma de turismo incluyente, que contará con 15 estaciones distribuidas a lo largo de sus 1,525 kilómetros que pasarán 5 estados y 42 municipios. Contará con tres tramos (de turismo, de pasajeros y locales) movido por locomotoras de biodesel que correrán de 160 km xh y más rápido para los trenes de carga. Del total de kilómetros de vía, solo el 34.2%, es decir, 329.9 km, no existe derecho de vía alguna (vía de ferrocarril, carreteras e infraestructura de líneas eléctricas). Su objetivo, más que ser turístico, es mover la fuerte economía de la gran región peninsular.
Recientemente, en la inauguración de la vía del Tren Maya (TM) Escárcega-Campeche, el Presidente Obrador externó que el TM tiene como objetivo “darle un levantón que necesita el sureste, es tiempo de darle la atención que merece el sureste y su pueblo”, donde se alberga el mayor reservorio de riqueza en fauna y flora, así como que es el espacio donde floreció, milenios atrás, la cultura maya, y que si somos un poco aficionados a la historia del siglo XX, el TM sería el continuador de las políticas de desarrollo, modernización y ocupación de la frontera sureste mexicana, que desde “la marcha al mar” en el periodo de Ávila Camacho (1940-1946), el Proyecto Cancún (1970 en adelante), y las políticas de colonización dirigida en la Península el Estado mexicano, tuvieron como objetivo el control geopolítico de la zona, así como integrar al sureste, a la Península sobre todo, al resto del país (solo en 1950 se terminó la línea ferrocarrilera directa entre la Península y el resto del país). En la conformación del estado de Quintana Roo y Campeche, hay que decir que desde la Guerra de Castas se dio una merma demográfica, y, de hecho, la conformación territorial y demográfica, para el caso de lo que era el Territorio de Quintana Roo, solo fue posible a partir de la segunda mitad del siglo XX. En este sentido, el TM es continuador de este control territorial que comenzó a fines del siglo XIX. Las variantes que ahora se presentan, contrario a la “pacificación” de los mayas rebeldes y al extractivismo forestal, es que con el TM se busca una reactivación económica macro regional, una mayor movilidad de las economías (tecnológicas, de transporte, turísticas y de pasaje) en toda la Península.
Pero frente a esta idea que, a mi parecer, es digna de encomio de este gobierno que se desmarca completamente de los anteriores gobiernos neoliberales (1982-2018), las críticas, las acerbas críticas que no aceptan diálogo alguno, han provenido de estos dos segmentos arriba referidos (los autonombrados “portavoces” del pueblo maya, y los académicos de corte radical, etnomarxistas, neozapatistas y ambientalistas de los últimos días). Estos críticos son tan radicales en sus postulados casi de iglesia dogmática y fanática, que no pueden aceptar que algunos académicos, y bastantes mayas que creen en el proyecto alternativo de nación de la 4T, respalden y defiendan el proyecto del TM. Esto sucedió con un reciente artículo de una investigadora de la ENAH, Paloma Escalante Gonzalbo, antropóloga que conoce de cerca la región porque ha sido profesora-investigadora de la UQRoo.[5] En un texto para La Jornada, esta antropóloga, con una valentía que va en contra de los dogmas de fe de los etnomarxistas y críticos profesionales de la 4T, dijo lo evidente, lo que los investigadores que trabajamos la región (la desbocada región turística de Quintana Roo), damos por una verdad incontrastable: la pérdida del paraíso maya, de los “territorios ancestrales” en el Caribe mexicano y en la Península, o lo que yo nombro como la Xcaret-ización de Mayaland, producida por la globalización, las migraciones internas de mayas a las zonas urbanas, el turismo caníbal, el clientelismo salvaje y la pérdida de autonomía, la crisis estructural de la milpa maya, la deforestación no solo de la selva sino del bosque lingüístico y la debacle medioambiental. En ese texto, Escalante Gonzalbo muestra lo que todos pensamos: la fragilidad y la atomización de dos asociaciones mayas de Campeche y Yucatán, cuya fuerza es más de propaganda victimista vía redes, que de adherentes de carne y hueso a lo largo de la enorme geografía peninsular.[6]
La respuesta a esta acertada (y podría decir que hasta mesurada) crítica a los posicionamientos y discursividades de los que se oponen al TM, fue de una manera soezmente dogmática y hasta grosera, apelando al clásico constructo de la victimología indianista: uno de esos colectivos que mencionó en su texto la Dra. Escalante, envió el mismo día a la directora de La Jornada, Carmen Lira, una “sintomatología racista de la Sra. Escalante Gonzalbo, como estudio de caso”, cuestionándole su “candor” e “ingenuidad” pues era evidente que del “territorio ancestral”, “donde vive más dignamente la Cultura Maya”, solo lo conocía en las orillas de los “caminos asfaltados”.[7] Es decir, sin recusar los argumentos de sus contrincantes, los frecuentadores de esta victimología indianista, recurren al clásico “eres un racista”, o bien, con vomitiva soberbia, se presentan como los únicos que conocen en verdad los “adentros” donde vive “más dignamente la Cultura Maya”. Los racistas, y más, los blancos, empotrados en una “antropología de la disuasión” y del poder, no pueden ver más allá de las simples orillas. Eso es un dogma de fe que no se puede discutir, así razonan los profetas y sus epígonos de la academia radical.
Ahí tienen ustedes los ejemplos de idiotez discursiva, que a veces bordeaba los ladridos, de un tal Paul Hersch Martínez, un médico cuestionando a la “antropología como máscara, o de cómo remediar intoxicaciones con veneno”. Envinagrado seguramente por sus alcaloides de laboratorio, el francés-mexicano espetó a la española-mexicana, sambenitos endrogados. Le dijo, a la antropóloga, que su texto era una “expresión diáfana de servilismo utilitario”, que se trataba de una simple mandadera y una funcionaria disfrazada de antropóloga”.[8] Ahí no paró la cosa, pues el etnomarxista, ex miembro del PRD y opositor al lopezobradorismo, así como asesor de los neozapatistas, Gilberto López y Rivas, menos vulgar que Hersch Martínez y los “neochilames de Yucatán”, pero igual encasquetado en esquemas simples de “lucha revolucionaria” de los años setenta del siglo pasado, en un artículo para La Jornada se refirió sin nombrar a Paloma Escalante, hablando de los “operadores mentales de planes insignias del actual gobierno, como el Tren Maya”, que recurren “a la falacia de considerar que los opositores a los megaproyectos caracterizan a los territorios ancestrales como un bucólico paraíso de selvas” llenos de animales y flora intocada. En ese texto, López y Rivas, hizo referencia a las “asesorías antropológicas de disuasión social, esto es, de convencimiento de poblaciones y, si es preciso, de cooptación de voluntades comunitarias mediante programas clientelares…”[9]
En redes, otro historiador del INAH, el fundamentalista étnico Felipe Echenique March, con sumo desparpajo, adjetivó como niña franquista a la antropóloga. Podemos dar más ejemplos de cómo reaccionan ante la mínima crítica estos defensores “de la mayanidad intocada”, pero hasta ahí. Solo basta citar que hace un año, un académico yucateco, el Dr. Iván Vallado, cuestionó los dichos de una secta entre presbiteriana y etnomarxista de Yucatán, intolerante y fanática ante cualquier derecho a la disidencia. La respuesta de estos fanáticos –que no activistas- de la mayanidad imaginada, apeló a lo que siempre recurren cuando se les osa discutir cualquier proposición, parapetándose en el discurso de la victimología indianista detrás de su púlpito en redes: tacharon al Dr. Vallado como un “espectro conquistador y colonizador del siglo XVI encarnado en un académico”.
En ese sentido, vale terminar este artículo siguiendo la brecha analítica del Dr. Vallado, para tratar de romper el cascarón vacío de la victimología indianista. ¿Cuáles son los lugares comunes con los cuales la victimología indianista cuestiona el Tren Maya? Parapetados en una especie de ambientalismo y etnicismo radical, los opositores al TM, como lo ha señalado Víctor Toledo, se presentan como unos “negadores profesionales” sin examinar bien a bien lo que se niega, son los corifeos y los ecos de los sermones que provienen de la Selva Lacandona. Han pasado de defender sociedades cerradas y totalitarias, a ver, en el indio imaginario, como el salvador único de la “catástrofe ecológica, social y cultural”. En esa perspectiva romántica de la historia de la humanidad, los “pueblos originarios” son originarios porque no han cortado con la raíz terrestre (como, según este discurso, sí lo ha hecho la sociedad occidental), porque son los que más respetan el medio ambiente, y son un reservorio vivo de conocimientos milenarios sobre diversidad, plantas, animales y agua. Las tesis de la victimología indianista, parten de esas premisas de ambientalismo y etnicismo radicales que se superponen en los discursos, y que plantea todo en términos de confrontación –nosotros los mayas somos los guardianes del Territorio ancestral, somos las víctimas y los defensores, ustedes son los colonizadores y los ecocidas y etnocidas- “y se mueven en el fanatismo propio de una religión o de un partido político extremista”.[10] Para asociaciones ambientalistas radicales biocentristas como el Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sustentable, en esa tónica, el TM se observa como un nuevo impulso a la desruralización y a la proletarización de los campesinos.[11]
En esta suerte de ambientalismo y etnicismo radical, investigadoras como Ana Esther Ceceña, cuestionando conceptos decimonónicos y neoliberales como “desarrollo”, “progreso” y “modernización”, diseminan otra contra-narrativa distópica en torno al TM, apuntando los “potenciales efectos devastadores” que traería consigo ese tren rápido en una región frágil como la cárstica región de la Península de Yucatán: las imágenes de catástrofe ecológica, cultural y social, se defienden como dogmas de fe; y el peligro que se cierne en los 7274 puntos arqueológicos que se encuentran a la vera de los 1525 km de línea férrea, al tener que soportar “vibraciones y afectaciones en la base territorial” donde transite el tren, son postulados mágico-realistas condimentados con ciencia seudo-progresista. Para Ceceña, se trata de un tren que no respeta las “decisiones, costumbres comunitarias y prácticas ecológicas en ocasiones milenarias y ciertamente mucho más amigables con el medio ambiente”.[12] Este discurso, en apariencia científico y objetivamente terso, tiene mucha hechura de ambientalismo radical y hace eco al sonsonete de la victimología indianista. Es casi lo mismo que se puede leer en un texto plagado de victimología ahistórica que apareció en el indianista suplemento Ojarasca, de La Jornada. En dicho texto, se habla de un drama histórico reciente, de una catástrofe inminente, y se hace una homogeneización de un “pueblo maya” resistiendo desde su “territorio ancestral” las arremetidas de los colonizadores y el “genocidio lento” emprendido por el gobierno.[13] Frente a este tipo de discursos, ¿qué hacer? Apelando, sin duda, al lugar común que nos da el estudio de la historia de los pueblos indígenas y el análisis social de las circunstancias actuales que nos permitan refrendar la tesis central de Paloma Escalante, de que no existe, al menos en el caso de Quintana Roo donde la Xcaret-ización ha golpeado en todas sus regiones y subregiones, un homogéneo “territorio ancestral” maya.
Postdata
Hace justo un año, el 6 de julio de 2019, el Dr. Iván Vallado cuestionó con maestría ese constructo de la victimología indianista en Yucatán, con estas palabras que me parecen dignas de rescatar en este ensayo:
“Lo que tienen ustedes es un ejido, una concesión del Estado y existen leyes para revocar o permutar. Las naciones indígenas soberanas desaparecieron como tales hace unos 500 años. El lenguaje romántico catastrofista que usan, suena emocionante, trágico, pero no sirve para negociar, ni para no negociar. La definición básica de los campesinos, por si no lo saben, se trata de comunidades rurales conectadas –no aisladas- a una sociedad. [Ustedes] no representan a la totalidad indígena, hay muchos lugares donde la gente sí quiere el tren y dudo que ustedes tengan mayoría, por eso mueven las aguas con desesperación y fomentan en el público un sentimiento catastrofista no del todo sostenible. Dejemos de jugar al ‘folclorito venceremos’ de los ochenta que buscaba la preservación aséptica de los pueblos en una burbuja del pasado imaginario y busquemos el diálogo y el consenso…La mayoría de la prensa solo les da jugada porque están derechaireando y el sensacionalismo vende”.
[1] Víctor Toledo. “Los negacionistas, los trenes y la 4T”. La Jornada. 25 de febrero de 2020, en https://www.jornada.com.mx/2020/02/25/opinion/016a2pol
[2] Luis Fernando Granados. “Ciencia de los dineros”. El Presente del pasado. 25 de mayo de 2020, en https://elpresentedelpasado.com/2020/05/25/ciencia-de-los-dineros/
[3] Léase el excelente análisis del miembro fundador de Morena en Quintana Roo, Erick Sánchez Córdova: “La renuncia de Jesús Pool Moo a Morena”. Noticaribe Peninsular, 5 de julio de 2020.
[4] Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024.
[5] Revísese el libro de historias de vida de personas clave del estado de Quintana Roo que coordinó: Escalante Gonzalbo, Paloma, 2001, Voces y vida de Quintana Roo: Quintana Roo a cien años, Chetumal, UQROO.
[6] Paloma Escalante Gonzalbo. “¿Nos robaron el paraíso?” La Jornada. 18 de junio de 2020.
[7] “El tren maya y el racismo velado”. La Jornada, 19 de junio de 2020.
[8] Paul Hersch Martínez. “De la antropología como máscara, o de cómo remediar intoxicaciones con veneno”. Voces en lucha: https://vocesenlucha.com/de-la-antropologia-como-mascara-o-de-como-remediar-intoxicaciones-con-veneno/?fbclid=IwAR3KvB_bQCj3L07mZDOzR-ZFEMgqDF6FEJ1542qPq2-rOqG32RzsOPmw4Wg
[9] Gilberto López y Rivas. “Antropología de la disuasión”. La Jornada, 26 de junio de 2020.
[10] Gustavo Marón. “Contra el ambientalismo radical”. Infobae. 22 de noviembre de 2018, en https://www.infobae.com/opinion/2018/11/22/contra-el-ambientalismo-radical/
[11] https://www.ccmss.org.mx/ccmss-tren-maya-nuevo-impulso-a-la-desruralizacion-de-la-peninsula-de-yucatan/?fbclid=IwAR1U9sJkUyysooN9E1fwuV-iZ2MLpA8pFuHFbY_ttywkAX2ZLI8kYM2Gm9g
[12] Ana Esther Ceceña. “Megaproyectos para el mercado mundial”, en Ana Esther Ceceña y Josué G. Veiga. Avance de investigación. Tren Maya. UNAM, 2019.
[13] Ojarasca. El Tren Maya y el colonialismo intermitente. La Jornada, 13 de junio de 2020.