Por Gilberto Avilez Tax
Este año pandémico se cumplieron los cincuenta años de Cancún, que vino a modificar el anterior paradigma agrícola y forestal en el que era concebido el antigo “Territorio de Quintana Roo”, y cuyo inicio dio como consecuencia al “paradigma turístico” que este preciso año de la “cincuentenaria” de Cancún, ha pasado por un duro golpe debido a la crisis producida por la pandemia.
La memoria es selectiva, y la memoria oficial es mucho más selectiva. Hay poco espacio para hablar de otros hechos importantes que hicieron posible la construcción de este estado. Cancún, como buena parte de las ciudades de Quintana Roo, se ha conformado por migrantes de todos los rumbos de la rosa de los vientos. Por eso podemos hablar del cincuentenario olvidado, refiriendo a las olas migratorias que hicieron posible no solo el crecimiento de Cancún, sino del estado mismo.
Si algo estoy medianamente de acuerdo con la desaparecida historiadora yucateca María Teresa Gamboa, en su análisis de la colonización que se dio en el siglo XX al otrora Territorio de Quintana Roo de gente de dentro y fuera de la península, es en el hecho de que el quintanarroense actual es producto de la colonización, de los colonizadores de todos los tiempos que vinieron a ocupar los “espacios vacíos” que dejó la conquista de los viejos cacicazgos mayas de Uaymil-Chetumal, que perdieron aproximadamente el 90 por ciento de sus gentes.[1]
Digo que estoy medianamente de acuerdo con esta tesis de Gamboa, por el hecho de que la autora exceptúa de las olas migratorias a los mayas mismos. Sin duda, creo que en el trastrocamiento que significó la Guerra de Castas en la segunda mitad del siglo XIX, hubo igual migraciones a la “Montaña” oriental, así como pérdidas de pueblos (Sacalaca, Sabán, Chunhuhub, Tihosuco) que, tiempo después, en las primeras décadas del siglo XX fueron repoblados por chicleros y mayas yucatecos en busca de tierras y subsistencia. En Quintana Roo, por supuesto, todos somos migrantes, hasta los mismos mayas que en la medianía del siglo XIX fundaron su santuario rebelde, Chan Santa Cruz, para dejar a sus viejos pueblos “bajo campana”.
Migrantes fueron también la población blanca yucateca que, como consecuencia de ese trastrocamiento que significó la Guerra de Castas, buscó refugio en las islas del Caribe mexicano. Migrantes, por supuesto, fueron los buhoneros sirio-libaneses, los famosos “turcos”, quienes siguiendo a las tropas porfirianas en su camino hacia la “pacificación” de los mayas en el alba del siglo XX, llegaron con sus mulas “cargadas de machetes, fusiles, tónicos curalotodo, botas, fonógrafos, aguardiente, camisas, carnes enlatadas, cobertores, pantalones de mezclilla, píldoras de quinina y todo tipo de baratijas llamativas…”[2], y que a la vuelta de un siglo tendrían la hegemonía no sólo económica sino hasta política del estado de Quintana Roo.
Pero existe una migración que ha sido pocas veces contada, y esta es la de los miles de campesinos mexicanos que llegaron al trópico para hacer sentir la presencia soberana demográfica del estado mexicano, así como para solventar los problemas de tierra que tenían en sus lugares de origen.
Aquellos miles de campesinos sin tierra que llegaron al trópico desde tiempos de Lázaro Cárdenas (1934-1940), sino es que antes, no entran al discurso triunfalista de la historia de bronce y oficialista, no aparecen sus caminos de inicio ni sus siembras nuevas en paisajes inhóspitos pero que tendrían que domeñar; sus sinfonías de voces “cantaditas”, de “huaches” que hablan rápido, no aparecen en las estrofas del himno a Quintana Roo (aunque hay un guiño del “herido madero” de tiempos del chicle), tampoco existe un monumento a las miles de memorias de los hombres, mujeres, niños y viejos que llegaron al trópico y fundaron nuevos pueblos a lo largo de la ribera del río Hondo, en la “Vía Corta”[3] y hasta en lejanas selvas como las de Puerto Arturo y cuantimás poblados de tierra adentro. Sus historias son tratadas, por lo demás, desde la mirada lejana de una academia endogámica, pero estas se quedan en las bibliografías de tesis infumables, o fenecen en la oscura soledad de los archivos.
Si existía una sucesión histórica de imágenes de la costa oriental (lo que es actualmente Quintana Roo) desde tiempos de la colonia que daban cuenta de su pretendida noción de terreno vacío, inculto, deshabitado o despoblado (véase Mapa I), a partir de la segunda mitad del siglo XX la noción contemporánea del vacío, no implicaría la construcción del concepto “sobre la base de objetar a la población establecida en la región elegida para la expansión”, pero sí la idea de una ausencia del sector social y de las relaciones sociales impulsoras del proyecto de desarrollo y de los inversionistas que fomentaran las innovaciones tecnológicas. El viejo Territorio de los mayas rebeldes, durante la mayor parte del siglo XX, fue un territorio de conquista y control de las burocracias ladinas que se parapetarían en Payo Obispo, Felipe Carrillo Puerto y posteriormente en el norte del estado.
Antiguos espacios de economía de enclave forestal sustentados en la producción del sector primario durante casi tres cuartas partes del siglo XX, y que se convertirían en enclaves modernos afincados en el sector terciario de la economía (el turismo) desde 1970[1], no habían sido plenamente integrados a la nación hasta bien entrado la segunda mitad del siglo XX debido a diversos factores como la precariedad demográfica,[2] la carencia de servicios, o bien, las casi nulas carreteras continentales en la región. Esto se logra constatar en un informe de agosto de 1965 del gobernador del Territorio de Quintana Roo, Rufo Figueroa, quien, a pesar de constatar la precariedad de infraestructura en el estado, no tenía duda del destino previsto para Quintana Roo, una vez que fuera integrado plenamente al “progreso nacional”, donde el turismo jugaría una importancia de primer nivel:
“Sabemos lo mucho que le ha costado a la Nación mantener este Territorio Federal, que ya es una magnífica reserva próxima a cumplir su destino previsto; sabemos también que, a pesar de todo, el Territorio aún cuenta con una potencialidad económica de gigantescas proporciones; y consideramos que nos ha tocado en suerte servir al país en el momento preciso en que Quintana Roo debe incorporarse al extraordinario progreso nacional y contribuir con sus propios recursos”.[3]
Cinco años después, las políticas colonizadoras implantadas desde Ávila Camacho con “la marcha al mar”, en el Territorio de Quintana Roo servirían, además, en uno de los factores necesarios para la construcción del Estado en la zona: el número de gente necesaria para “norteñizar” el trópico.[4] Al respecto, David Gustavo Gutiérrez, el último gobernador del Territorio, comentaba al Ejecutivo federal, en un informe de 1971, lo siguiente:
“Siguiendo la política que en materia de colonización el C. Presidente de la República nos ha marcado, durante el trimestre se recibieron en el Territorio diversos grupos de colonos,[5] los que fueron asentados en las tierras que para el efecto fueron desmontadas y mecanizadas. Conforme con el deseo del Sr. Presidente de no abandonar a su suerte a los colonizadores en tierras broncas y ante la imposibilidad de satisfacer sus mínimas necesidades, el Gobierno además del desmonte y la mecanización como ya se ha dicho, coordinó esfuerzos con las diversas dependencias para dotarles de casa-habitación o refugio, raciones alimenticias, agua potable, créditos, asistencia técnica, etc.[6]
Sin embargo, desde antes de la conformación del Estado, Quintana Roo, en términos de desarrollo, restringía su crecimiento a espacios costeros donde el turismo se convertiría, a la larga, en asunto de seguridad nacional,[7] como las islas (Isla Mujeres y Cozumel) y la región de Chetumal y del Río Hondo,[8] olvidando a otros “espacios vacíos”, como los antiguos pueblos de frontera que serían ocupados por migraciones internas de mayas yucatecos desde principios del siglo XX, o por nuevos centros ejidales creados por nuevas oleadas de colonos a partir del periodo de López Mateos.
Los colonos que llegaron antes del “giro turístico” del estado regional, o de la predominancia del turismo a partir del proyecto Cancún de 1970, venían con la idea de obtener un pedazo de tierra qué labrar y la oferta en infraestructura del gobierno mexicano, no se pensaba tan claramente en la idea de ser un eslabón agrícola para los nuevos centros turísticos que apenas estaban en el papel en la década de 1960. Muchos de ellos, al enfrentarse a una geografía nueva, distinta y cambiante, tal vez se preguntarían ¿cómo trabajar la tierra en este trópico abrasante? En el siguiente artículo veremos, además de las zonas de colonización, esas adaptaciones campesinas en nuevos paisajes agrícolas.
[1] Lozano y Cabrera, 2014.
[2] Esta es la tesis central que abordan los estudios de la colonización dirigida por el Estado postrevolucionario en la región. Cfr. Fort, 1971; Mendoza, 2009.
[3] AGEQROO. Fondo: T.F.Q.R. Sección Despacho del Ejecutivo. Serie Informes. Fecha 08/1965. Caja 31, exp. 1545. Fojas 23. Asunto: Informe de Rufo Figueroa. Agosto de 1965.
[4] A una colonización no dirigida proveniente de pueblos yucatecos y conformados por mayas con tradiciones milperas, se encontraban las colonizaciones dirigidas por el estado mexicano al Territorio desde la década de 1930. La colonización de la década de 1960-1970, esta sí dirigida, con un enfoque de crear una agricultura desarrollista, tendiente al mercado que impulse al gran proyecto que se venía encabalgando con el turismo como motor principal a partir de 1970. Los colonos darían los elementos necesarios agrícolas a esa zona turística de embudo, y en esta tesitura, los mayas salían sobrando porque eran reacios a domeñarse o estaban en proceso de aculturizarse.
[5] De Michoacán en Pucté y Chacchoben; de Cocula, Jalisco integrado por 27 campesinos, los que fueron acomodados en Pucté.
[6] AGEQROO. Fondo T.F.Q.R Sección Despacho del Ejecutivo. Serie: Informes. Fecha 08/06/1971. Caja 31, exp. 1562, fojas 45. Asunto Informe de labores del Gobernador David Gustavo Gutiérrez Ruiz.
[7] Desde luego, hasta que la violencia del narco en los polos turísticos pusiera en jaque la viabilidad de ese “sueño de banqueros” que fue Cancún (en 2018, solo en Cancún hubo 546 asesinatos cometidos principalmente con armas de fuego) y otros espacios turísticos.
[8] El informe de agosto de 1965 de Rufo Figueroa, establecía lo siguiente: “El turismo es una industria de reconocida importancia que debe implementarse en el Territorio y no concretarlo –deficientemente como ahora- a Isla Mujeres y Cozumel; pues en toda la Entidad existen ruinas y vestigios arqueológicos, lagunas y cenotes de gran belleza para la pesca, los deportes acuáticos o simple recreo; el clima –con temperatura máxima de 32º C- es el más benigno dentro de su altitud; también abunda la caza y casi todas las costas ofrecen atractivos naturales como los conocidos y admirados de las mencionadas Islas”.