Gilberto Avilez Tax
Jacinto Pat es uno de los caudillos primeros de la Guerra de Castas que ha sido puesto en la estatua hagiográfica por una mirada romantiquera de la historia; o bien, arrinconado en una posición más allá de la historia, irguiéndose en una broncística figura, borrosa para el que quiera comprender las razones de su actuación. Su paso por la historia de Yucatán es cosa más del mito que de la historiografía.
¿Y cuál es el mito? El mito de que luchó únicamente y solo por los mayas y a favor de los mayas, es un mito que ya no se puede sostener. Pat fue un hombre de su tiempo, creo que el más avanzado de todos, incluido los políticos blancos de librea de Mérida y Campeche.
Los historiadores del XIX, XX, y los indianistas de toda ralea con afanes históricos de los últimos días, así lo han pintado: Pat es un orden cerrado, rotundo, es una serie de incendios, de gritos de rebelión, de vidas ofrendadas por la “santa causa” de la libertad de los mayas.
En realidad, Pat fue un yucateco de avanzada en toda la extensión de la palabra: ilustrado, abierto al mundo, dispuesto a relacionarse con los blancos, que aceptó la diversidad de la sociedad yucateca, y que en un momento se confrontó con el ala indianista de Chi.
La muerte de este último, en diciembre de 1848, con olor a asesinato pagado, desencadenó una cacería humana contra Pat y los suyos, y al final fue asesinado por los tatiches del ala radical, a pocos kilómetros de Bacalar, buscando el refugio de Honduras Británica. No solo Pat fue asesinado, todo lo que olía a Pat sería borrado con violencia.
Y es que los mayas, el ala nativista y “anti zuyuana”, se cobraron fuerte la forma tan vergonzosa como Pat se prosternó a Barbachano en esos polémicos y famosos tratados de Tzucacab (muy pocas veces analizado de forma no sólo jurídica, también social, cultural, agraria y política), lo coronaron como una marioneta de los ladinos (así fue visto ese hecho por Chi y “los señores del Norte”), y éste aceptó gustoso la corona, el estandarte, el bastón de mando y demás, y pidió armas y pólvora para combatir a Cecilio. Eso es lo que no dicen los defensores del mito de Pat.
Frente a ese mito que corre los esquemas de “buen” y “mal indio” (Pat y Chi) de la historigrafía criolla meridana, o de la condición angelical de todos los caudillos como es concebido por las perspectivas indianistas a los primeros caudillos, habría que trae nuevamente al personaje Pat para tratar de ver si el mito se sostiene. En una palabra: a Pat habría que regresarlo a su condición humana.
Hemos señalado su posible origen afromestizo (pardo), y muy pocos aficionados a la historia de la península, hacen énfasis de que Pat fue un hacendado de primer nivel, que no era pobre y tenía una cultura letrada (había comprado la historia de Cogolludo para ilustrarse de las cosas de su tierra). En el proceso de privatización de los montes yucatecos momentos antes del estallido de la guerra de 1847, Pat hizo uso de las leyes estatales para la adjudicación de terrenos baldíos. Iniciador, junto con Manuel Antonio Ay, Cecilio y otros tatiches de los pueblos de un levantamiento militar armado que tenía motivos diversos según qué caudillo lo comandara, en su hacienda Culumpich Jacinto había reunido a los batabes de todos los pueblos, y frente a un amontonamiento de piedras en forma piramidal, una especie de pequeño múul, bajo unos árboles añosos de la hacienda Culumpich, se decidió el destino de “los blancos”. Con los primeros caudillos de la guerra, Pat argumentó que el objetivo de la insurrección era la devolución al gobierno de Miguel Barbachano. Y de inmediato, las voces potentes de Venancio Pec y de Cecilio Chi, exclamaron: “De ninguna manera, entre los blancos y nosotros hay un muro insalvable; queremos contra ellos la guerra y de este modo nos conduciremos”. Pat, por supuesto, era condescendiente y aceptaba el hecho de que “los blancos de Yucatán” formaran desde hace más de tres siglos, una parte inseparable de la nueva sociedad yucateca crecida en esos años de colonización, hibridización y mestizaje en todos los sentidos, no solamente el biológico.
No sabemos la fecha de su nacimiento, puede ser a fines del XVIII pero es más factible que sea a principios de la primera década del siglo XIX. Sin embargo, de la fecha de su muerte estamos más que enterados. Esa composición y cercanía con el mundo “ladino”, y más al declararlo Barbachano como “Gran Cacique de Yucatán” para abril de 1848, más pronto que tarde le harían llegar la alta factura por los “señores del Norte”, los hombres de la guerra cercanos a Cecilio Chi, asesinado meses atrás, en diciembre de 1848. En Septiembre de 1849, Venancio Pec y Florentino Chan al fin habían terminado una terrible cacería humana contra Jacinto Pat y la mayor parte de los familiares de éste, así como de sus lugartenientes principales (salvo José María Barrera), en el rancho Holchén, a 15 o 20 kilómetros de Bacalar. Los documentos de archivo, así lo refieren, dicen que porque Pat había comenzado a cobrar por la pólvora entre su tropa, pero tal vez el asunto del Tratado de Tzucacab, la pugna con Cecilio, la muerte aún no explicada del todo del de Tepich, hicieran pensar a los lugartenientes de este último, que Pat y su bando ya no los representaban, pues Pat se había vendido a los yucatecos (más de cincuenta años después, otro general maya, en esta visión nativista, también se vendería pero a los mexicanos. En la declaración de Secundido Ancona, éste declara que la muerte de los familiares de Pat y sus lugartenientes principales, así como la captura de Pat, se debió a que este quiso imponer un real de contribución para pólvora. Ancona informaba que “habían matado á los Comandantes, Esteban Pat, Ysac Pat, Juan Pat, José María Pat, Doroteo Poot[1], Pantaleón Yk, Francisco Cob[2] y Baltasar Ché, con todos los vecinos que se hayaban en el rancho Tabí por los indios del Norte: que Jacinto Pat se fugó de este punto, y que lo están persiguiendo hasta quitarle la cabeza: que han puesto en lugar del indicado Pat a Calixto Yam, y que el primero está sitiado en el punto Xamachtunich, en donde les entra pólvora: que esta discordia la ocasionó la imposición que se les hizo de un real de contribución para comprar pólvora. También dice que van á perseguir á todos los comandantes que Pat tenía nombrados hasta acabar con ellos”. [3]
Por supuesto, como se lee en esta información de Secundino Ancona, no se trata únicamente de un ajuste de cuentas contra Pat, sino contra todo lo que Pat significaba: la composición, la cercanía y las relaciones con el mundo blanco. Su muerte era el comienzo de una depuración necesaria, la primera de varias que se haría entre los combatientes, hasta desembocar en una mayanización total del conflicto.
Las hostilidades entre los caudillos Cecilio Chi y Pat, comenzaron en los momentos culminantes de la guerra, en esos meses que van desde febrero a abril de 1848, en que innumerables pueblos yucatecos habían caído bajo el avance sostenido de los dos ejércitos indígenas (y mestizos) que se habían conformado para combatir a las élites meridanas y campechanas: el del sur, bajo las órdenes de Pat y con sede en Peto, y el del norte, bajo las órdenes de Chi y vivaqueando en pueblos de la región de Valladolid.
Contrario a Cecilio Chi, que tenía una visión nativista del conflicto y cuya mirada campesina era reforzada con su sentimiento nativista, Pat no tenía impedimento alguno en hacer amistades con el círculo criollo de pueblos como Tihosuco o Peto (su amistad y cercanía con Anselmo Duarte de la Ruela, es más que evidente), pero quería mayor cabida en la política regional para él y los suyos. Sabemos, por las fuentes que consultamos de la caída de Peto de febrero d3 1848, que los “vecinos” blancos barbachanistas ayudaron mucho para dicha caída, dieron hasta armas y pólvora al ejército de Pat, y al final éste perdonó a muchas familias blancas de la zona, en los meses que duró la toma de Peto por los “mayas rebeldes”.[4] En mi tesis doctoral, apunto lo siguiente: “Una vez salido el ejército yucateco de Peto rumbo a Tekax, llevando a las familias “blancas” que decidieron marchar para defender la vida, algunas se quedarían y sus vidas serían respetadas por Jacinto Pat, otras se guardarían en los montes aledaños, y ahí esperarían hasta la “reconquista” de Peto, en noviembre de ese mismo año [1848].”[5]
Pat era, desde luego, barbachanista, y ese amor incondicional por el bando de Barbachano lo llevó a la tumba, al enemistarse con el bando no político sino étnico, de mayor autonomía, dirigido por Cecilio Chi y “los señores del Norte” (Venancio Pec, Florentino Chan, el mismo Crescencio Poot), después de firmar los muy cuestionados Tratados de Tzucacab del 19 de abril de 1848, en donde se declaraban gobernadores vitalicios de los blancos a Barbachano, y Pat de los indios de Yucatán, por santa voluntad de sus adictos, como bien establecen los artículos 5 y 6 de ese cuestionado tratado:
Artículo 5.- En atención á que el Exmo. Sr. Gobernador D. Manuel Barbachano es el único que cuidará el cumplimiento de los artículos de esta gran acta, así como igualmente es el único que cumplirá debidamente con el tenor de ellos; queda establecido invaraiblemente en el ejercicio de su alto poder, que por voluntad de los pueblos de este estado de Yucatán ejerce, y conservará durante su vida por haber sido esta la causa de haberse tomado las armas; y si se le odiase á S. E, los mismos pueblos cuidarán que no sea removido de su destino”.
El artículo 6 era, por lo demás, demasiado patético:
Artículo 6º. Desde ahora queda establecido, bajo sagrado, bajo sagrado compromiso, que el caudillo D. Jacinto Pat sea el gobernador de todos los indígenas de este pueblo de Yucatán y este Sr. Acordará con el Excmo. Sr. Gobernador D. Miguel Barbachano, el mejor régimen bajo el cual se logre la armonía de los pueblos entre sí y la manera en que sean regidos ó gobernadors por sus justicias, para su uniforme bienestar.[6]
Sabemos de viva fuente de archivo, que la crecida de los ejércitos del sur que comandaba Pat desde Tihosuco hasta Peto, se debió a que esa subregión estaba plagada de barbachanistas (Felipe Rosado, un intermediario entre Pat y Barbachano, entre otros), y que hasta había un pueblo -el antiguo Kancabchén y su rancho Dzitnup, que se encuentran actualmente en el municipio de José María Morelos, Quintana Roo- que fueron bautizado como Barbachano por los finqueros de la región que cultivaban la caña en “la Montaña”. Al pueblo de Nohcacab, de la comprensión del partido de Peto, en 1845 el gobernador Miguel Barbachano lo rebautizó como “Progreso”, en vista de su creciente prosperidad” en la producción azucarera.[7]
Bautizado así por ser el sur (me refiero a los varones del azúcar) políticamente leal a un famoso gobernador yucateco que fue factor importante de las banderillas políticas de la sociedad yucateca postindependiente, Barbachano era un pueblo que formó parte del otrora extenso Partido Político de Peto (los otros pueblos de ese partido, y que pertenecen ahora a Quintana Roo, fueron San Antonio Tuc o Tituc, Chunhuhub, Tihosuco, Saban, Sacalaca, Celul-Xquerol, y aunque se molesten, hasta el mismo Bacalar). Los alrededores de Barbachano están tapizados por pozos artesanos que sirvieron a los azucareros que trabajaron la caña en la primera mitad del siglo XIX. La guerra de castas casi borra al antiguo Barbachano.
Cuando se dio la caída de Peto en febrero de 1848 a manos de las tropas de Pat que llegaban a más de 3,000 soldados, no cabe duda que los barbachanistas de dentro de la Villa jugaron para que eso sucediera. Dos meses después, para abril de 1848, Pat y Barbachano, a través de sus adictos, firman esos inexplicables tratados (una guerra que a todas luces tenían todas las de ganar los campesinos, fue detenida en el sur, algo que solo se explica porque las dos cabezas, Pat y Barbachano, pensaban en el mismo tenor), y días después, para fines de ese mes de abril de 1848, el irascible Cecilio Chi, celebrando fiestas y novenas “en gran escala, con rebaños de bueyes, piaras de cerdos, barriles de aguardiente y profusión de velas y fuegos artificiales, para ganarse a los diversos santos pueblerinos; al saber el contenido de los tratados, los desconoce y envía a su hermano, Raymundo Chi a Peto, cuartel militar de Pat, con 1,500 hombres, a requerir esos tratados, la bandera donde estaba escrito con letras de oro en seda blanca la leyenda de Jacinto Pat como “Gran Cacique de Yucatán, y el bastón de mando que le habían otorgado a don Jacinto, para romperlos públicamente en Peto y repudiarlos y sin tirar un tiro.[8]
La amistad entre los dos caudillos fue efímera. A fines de abril de 1848, desde su cuartel en Tihosuco, Pat, “comandante de los indígenas”, le enviaba una carta a su gobernador Barbachano, informándole que Chi no estaba conforme con que don Miguel sea el gobernador “de todo Yucatán” y que por eso, Chi pedía el concurso de los comandantes del “norte” bajo su mando para que prosiguieran la guerra, ahora no sólo contra los “dzules” sino con el bando de Pat. Este último pedía, por lo tanto, “8 arrobas de pólvora” y el número suficiente de armas para su comitiva mientras llegue a Peto con todo y familia para guarecerse del irascible caudillo de Tepich. Al parecer, Pat tenía la intención de entregarle a Barbachano, ya firmada por él, “la gran acta -los Tratados de Tzucacab- para que yo entregue a tu Sría.” El caudillo de Tihosuco finalizaba de una manera completamente obsecuente: “Yo que amo a tu señoría con todo mi corazón”. Transcribimos para los lectores de Noticaribe Peninsular la carta de Pat, donde da cuenta del diferendo que sostuvo con Chi, así como una muy esclarecedora carta de un tal José Núñez, que refrenda lo dicho por Pat, en su pugna irreconciliable con Cecilio y su bando:
Carta de Jacinto Pat al Sr. Gobernador D. Miguel Barbachano. Tihosuco 27 de abril de 1848. “Mi muy venerado Exmo. Sr…Se me ha asegurado que Cecilio Chi ha pedido auxilio a los Sres. Comandantes del Norte, fundado en que no le gusta que tu respetable Sría., haya entrado de gobernador de todo Yucatán, y ya escribí á los comandantes solicitando de ellos si es cierto que el que se les haya pedido este auxilio, y no he recibido sus contestaciones, mas entretanto entiende esto, participio á tu venerable Sría., que ahora que son las 6 de la mañana salgo de este pueblo de Tihosuco para la villa de Peto, en unión de toda mi familia porque se expresan contra mí, á la manera que contra tu Sría., venerable, y pido á tu Excelencia la gracia muy especial, de que me mandes prontamente 8 arrobas pólvora y el núm., de escopetas que estén útiles, para que mi tropa tenga fuerza entretanto llego á la villa de Peto en donde las recibiré para mandarlas á mi tropa que queda en este pueblo, y para que también se convenza toda mi tropa, si es cierto lo que dice Chi, así mismo á tu Excelencia –Digo que yo llevo la gran acta para que yo entregue á tu Sría. Esto es lo último que digo á tu Sría con todo mi corazón”.[9]
CARTA DE JOSÉ NUÑEZ A DON MIGUEL BARBACHANO. TICUL, 29 DE ABRIL DE 1848
“De regreso de Tihosuco cuya comisión me confió V. Ex., por medio del Sr. D. Felipe Rosado para llevar a D. Jacinto Pat su título y un paquete á fin de que se publicase en aquel pueblo su nombramiento de gobernador de la raza indígena, con efecto, le entregué y no pudo publicarse, porque Cecilio Chi, según me dejó dicho D. Jacinto Pat, le quiere declarar la guerra sin más motivo que el haberse unido a V.E, y declarándose en favor de los blancos; en este concepto me dejó el referido D. Jacinto diga a V. E., que sin falta alguna se venga, y que lo esperaba en Peto á donde á esta fecha ya habrá llegado; á su tropa la dejó en Tihosuco, y que quiere dicho Sr. Pat hablar con V.E., para ponerse de acuerdo y determinar el modo y forma de atacar a Chí con los auxilios de gente que V.E., le franquee…”[10]
[1] Doroteo Poor, con rango de capitán en las filas de Jacinto Pat, aparece su nombre en la firma del Tratado de Tzucacab del 19 de abril de 1848.
[2] Francisco Cob, con rango de capitán en las filas de Jacinto Pat, aparece su nombre en la firma del Tratado de Tzucacab del 19 de abril de 1848.
[3] AGEY, Poder Ejecutivo, sección Comandancia militar de Peto, serie Milicia, c. 169, vol. 119, exp. 42 (1849)
[4] Carta de don Eulogio Rosado dirigida a don Santiago Méndez desde Peto, en los últimos días del sitio”,
en Serapio Baqueiro. Ensayo histórico sobre las revoluciones de Yucatán desde el año 1840 hasta 1864. Mérida. Editorial de la UADY. 1990, Tomo II, p. 288.
[5] Gilberto Avilez Tax. Paisajes rurales de los pueblos de las fronteras. 2015. México. CIESAS, p. 53.
[6] Ambos artículos de los Tratados de Tzucacab aparecen en el periódico yucateco El amigo del pueblo. 28 de abril de 1848.
[7] “Visita oficial a Peto”. La Razón del Pueblo, 19 de mayo de 1890.
[8] Al respecto del desconocimiento de lo que se estipuló en los Tratados de Tzucacab por parte de Cecilio Chi y “los señores del Norte”, véase este pasaje de Nelson Reed, en su libro La guerra de castas de Yucatán. México. 1971. Ediciones ERA, pp. 94-95.
[9] El Amigo del Pueblo. 28 de abril de 1848.
[10] El Amigo del Pueblo. 5 de mayo de 1848.