Por Gilberto Avilez Tax
Era el número 12 de la temporada de huracanes de ese 1988, año emblemático para el país porque el Sistema creado por don Plutarco, el del carro completo que no daba espacio para la diversidad política, había caído por vez primera.
Se había formado el 3 de septiembre de hace 32 años, a lejanas leguas marítimas de aguas atlánticas atrás del Caribe, de donde son los huracanes, debajo de las islas de Cabo Verde y cercano a las costas tórridas del África. El 8 de septiembre, cercano a este mar antillano de las vacas marinas y de los azules turquesas que marearon la brújula del deseo de los navegantes y conquistadores, la lluvia tomó fuerza, creció de manera sostenida, pero para las artes enigmáticas de los meteorólogos, todavía seguía siendo una depresión tropical cualquiera.
Un día después, para el nueve, había subido a tormenta tropical, y 72 horas posteriormente, los meteorólogos ya lo bautizaban como Gilberto, y el mundo asistía al crecimiento voraz y excesivo de “una tempestad descomunal que se ganaría un lugar de privilegio en los anales meteorológicos y volvería ese nombre, Gilberto, inolvidable para millones de personas”, según apunta una de las autoridades en la Península respecto a los huracanes, Juan José Morales.[1]
Hace cinco años, el Diario de Yucatán, conmemorando sus primeros noventa años de vida, sacó un artículo en internet con 54 fotografías que registran gráficamente el paso del huracán en la Península.[2] En esa serie fotográfica, se pueden observar el nivel de fuerza de los vientos del Gilberto: Mérida fue rapada de flamboyanes y laureles; la gente trabajadora de los pueblos buscando, afiebrada, un refugio seguro y seco de agua y de los vientos; en Chelem, el carguero Lady C fue arrastrado de mar adentro hasta las arenas blancas de ese puerto yucateco.
Algo importante que refiere Juan José Morales, y que nos pone a repensar nuestras inclinaciones peninsulares por el ornato de nuestros pueblos y ciudades con árboles fuereños como el flamboyán (tabachines, le dicen en la región de los estados de Morelos y Guerrero), es que el Gilberto se ensañó contra esta flora traída de otras partes del mundo:[3]
Una de las lecciones que dejó el Gilberto es que, en materia de vegetación, lo autóctono es mejor que lo exótico. Un reconocimiento realizado por biólogos del ya desaparecido Instituto Nacional de Investigaciones sobre Recursos Bióticos (INIREB) en la ciudad de Mérida después del paso del huracán, reveló que en su mayor parte los árboles derribados en parques, patios, jardines y camellones eran de especies exóticas –o sea, no nativas de la región sino introducidas–, como flamboyanes, almendros, laureles, lluvia de oro y tulipán… Aparentemente, lo que ocurre es que como resultado de un largo proceso de adaptación y selección natural, los árboles nativos poseen raíces más adecuadas para soportar el empuje del viento. Por eso se recomienda que en lugares especialmente expuestos a los huracanes se empleen árboles autóctonos para fines de ornato en vez de las tradicionales especies introducidas.[4]
El Gilberto fue bautizado como el huracán del siglo, o el huracán asesino (aunque en la Península dejó pocos muertos), y hubo un momento en que el diámetro terrorífico de este monstruo de más de 1250 kilómetros de largo, que pasó a punta de pico y zapapico por la geografía peninsular con más de 295 km/ h y rachas de 350, llegó a tocar al mismo tiempo la Florida, todo el Golfo de México, Cuba, la Península, Belice, Guatemala y otras partes de Centroamérica. El 14 de septiembre tocaría tierra peninsular en la mañana de ese día, en un punto cercano a Playa del Carmen: con 5 grados en la escala Saffir-Simpson (desde 1969 no se había registrado esa escala del espanto), en Yucatán dejó pocos muertos como hemos apuntado, pero los destrozos fueron de consideración, sobre todo, para el casi recién nacido centro turístico de Cancún. A las siete de la noche de ese día, el Gilberto dejaría las costas yucatecas, saliendo por un punto cercano a Telchac Puerto, sosteniendo una respetable categoría 3, en la escala referida.[5]
En la Península, casi todo el ruido y furia del Gilberto se concentró en el norte de Quintana Roo, pues en la región de Cancún el semicírculo derecho del huracán, con los vientos más potentes, arrió todo tras su paso. La flotilla del Portachernera 1, un buque cubano moderno de pesca, al contemplar la cercanía rugiente del monstruo venir en el encapotado horizonte marino, buscó refugio en una ensenada de Isla Mujeres: desde ahí mismo fue arrastrado como barquito de papel por los muros del agua y viento del Gilberto, encallando varios metros tierra adentro de Cancún, rozando la nariz del hotel Imperial las Perlas[6]. Cancún fue casi borrado del mapa peninsular. En otras partes, como Chetumal, el centro de Quintana Roo, la región de Peto o Mérida, el semicírculo izquierdo del ciclón no hizo gran daño, aunque sí regó de lluvias, arrancó árboles exóticos, hizo volar láminas, y puso en zozobra a la población.
Entre las brumas de mis pocos recuerdos de ese año de 1988, hay una imagen recurrente todavía: estábamos mis padres y hermanos en casa, sin luz y alumbrando las tinieblas solamente con las velas y los focos de manos. Con cinco años apenas, recuerdo que todos mis mayores decían constantemente mi nombre con suma preocupación, que por Gilberto llenaron la cisterna, cargaron las alacenas con laterías y comestibles duraderos, y por Gilberto mi padre subió al techo de la casa del abuelo y a la nuestra a bajar las antenas, a cortar ramas de un almendro que voló, a asegurar tinacos y los tanques de gas, a tapiar algunas ventanas. Horas antes, en la tarde del día 13, mi padre le dijo a mi madre que pusiera a resguardo las gallinas y los tiestos de flores, que fuera a hacer despensa, que prohibiera a las “chiquitas”, mis hermanas mayores, salir a casa, que sólo trabajaría unas horas y vendría luego, pues Gilberto es fuerte, según el periódico. Ese día, el nombre de ese terrible huracán me dio una clave y me dio la perenne fascinación que tengo por los huracanes de la Península.
[1] “El huracán Gilberto. Pequeña historia de un Gran Huracán”, por Juan José Morales.
[2] “El huracán Gilberto en Yucatán”. Diario de Yucatán, 5 de junio de 2015, edición digital.
[3] Se dice que un gobernador yucateco, Manuel Cirerol, dueño de haciendas azucareras en la región de Peto, fue el que introdujo a Yucatán en la segunda mitad del siglo XIX, los pintorescos “flamboyanes”, que ahora, con el correr de los años, se han vuelto emblema de los paisajes yucatecos: un pueblo que se dé a respetar en Yucatán, no puede dejar de tener, en sus entradas, sombrillas de flamboyanes que bordean los caminos formando un típico arco anaranjado.
[4] “El huracán Gilberto. Pequeña historia de un Gran Huracán”, por Juan José Morales.
[5] El diámetro de Gilberto alcanzó los 1250 km (No 800, ese fue Wilma), y está considerado entre los huracanes con mayor extensión; en su punto de mayor extensión sus vientos con intensidad de tormenta tropical alcanzaban un diámetro de 946 km y los vientos con intensidad de huracán alcanzaron un diámetro de 300 km.En Quintana Roo tocó tierra con vientos estimados de 295 km/h con rachas de casi 350 km/h. En el estado de Yucatán el punto de bienvenida fue la población de Xcan, en Chemax, conservando la categoría 5 con vientos de 270 km/h y rachas de 315 km/h. En Tizimín se registraron sostenidos de 235 km/h con rachas tal vez de 290 km/h. En Mérida se registraron vientos de 124 km/h al momento que se cortó la energía en el Aeropuerto de la ciudad, por lo tanto no se midió la intensidad máxima de los vientos sostenidos en la ciudad que se estima alrededor de 150 km/h y el Diario de Yucatán llegó a publicar en esa época que las rachas en Mérida alcanzaron los 200 km/h. (Precisiones que me hizo ver un lector hace 5 años).
[6] Apunte de un lector, me dice lo siguiente sobre el Portachernera: “El barco Portachernera I tenía un equipo moderno de meteorología en su interior y registró vientos sostenidos de 320 km/h y rachas sorprendentes de 370 km/h mientras Gilberto tocaba tierra. Datos que fueron ignorados por el Centro Nacional de Huracanes de Miami por ser un barco Cubano debido a la brecha política entre ambos países, pero que son tomados en cuenta por los meteorólogos locales”.