Por Gilberto Avilez Tax
El 1 de octubre de 2020 se cumplieron los primeros cincuenta años del inicio, de forma profesional, de la ciencia antropológica en Yucatán,[1] pues en una fecha como aquella, hace medio siglo se ofertaba, por primera vez a la juventud yucateca, en la recién creada Escuela de Ciencias Antropológicas que iniciaría cursos en el Palacio Cantón, las especialidades de arqueología, antropología social e historia. Desde esa fecha hasta el día de hoy, innumerables investigadores de renombre, grandes historiadores y antropólogos, mayistas y especialistas en el pasado y presente del pueblo maya y en general de las cosas de Yucatán, así como políticos, maestros, artistas y escritores, hombres y mujeres, han salido de las aulas de antropología de la antes Universidad de Yucatán, hoy Universidad Autónoma de Yucatán.
Sirva este pequeño artículo para unirnos al homenaje de esta ya veterana escuela de historia y antropología yucateca, que no le pide nada a la ENAH y a su tradición del altiplano, pues la ciencia histórica y antropológica en Yucatán es de larga data: comienza desde los primero bocetos de las cosas de Yucatán que escribiera el ambivalente Diego de Landa y las distintas relaciones, memoriales y textos expositivos de frailes, encomenderos y burócratas de la Monarquía católica, crece en la mirada indígena de Gaspar Antonio Xiu (Chi) y los mismos chilames sobre su pueblo, se engorda en la colonia con el fraile Cogolludo, y explosiona de forma muy pocas veces igualada, con los trabajos de literatos, juristas y señeros intelectuales del XIX peninsular.
Podemos decir que el inicio real de esta introspección antropológica yucateca, se da con Justo Sierra O’Reilly y su grupo, se sigue con los trabajos de Serapio Baqueiro, se empareja geográficamente con los autores de la Estadística de Yucatán (1853), irradia en los afanes del lexicógrafo mayista Juan Pío Pérez, de literatos como José Patricio Nicoli, el Obispo y señero mayista Carrillo y Ancona; se hace historia total y toral con don Eligio Ancona y Molina Solís, y se constituye con aportaciones científicas del Proyecto Carnegie, y más literatos yucatecos interesados por la historia y la antropología en Yucatán a lo largo de buena parte del XX.
Pero solo con los aportes institucionales y académicos que establecería don Alfredo Barrera Vásquez, la ciencia antropológica moderna rendiría frutos autóctonos. De 1966 a 1970 estuvo activo el Centro de Estudios Antropológicos, primera institución seria en el estudio de la historia y la antropología en Yucatán. En 1970 cambiaría su nombre por Escuela de Ciencias Antropológicas, para constituirse, en 1986, en la Facultad de Ciencias Antropológicas.[2] Podemos decir, sin sombra de duda, que la Facultad de Ciencias Antropológicas, tiene sus orígenes en la ingente labor del sabio mayista de Maxcanú, don Alfredo Barrera Vásquez (1900-1980), pionero de los estudios lingüísticos y la antropología en Yucatán, y con estudios desde 1928 en la UNAM, la Universidad de Chicago y el Instituto de Estudios Orientales. Contrario a otros sabios yucatecos de la talla de Rubio Mañé o Alfonso Villa Rojas, don Alfredo decide volver a Yucatán con la acertada decisión de fundar instituciones: en 1937 funda la Academia de la Lengua Maya, patrocinada por la UNAM. En 1939, funda la Biblioteca Crescencio Carrillo y Ancona, especializada en la historia de Yucatán, biblioteca que hoy todavía ofrece sus servicios en el complejo mayor de la Biblioteca Yucatanense. Y en 1959, funda, asimismo, el Centro de Estudios Mayas, que en 1966 cambiaría el nombre por Centro de Estudios Antropológicos, el cual nuevamente cambiaría el nombre por Escuela de Ciencias Antropológicas en 1970, y en 1986, esta escuela sería rebautizada como actualmente la conocemos: Facultad de Ciencias Antropológicas. Hay que apuntar que la Escuela de Ciencias Antropológicas, tuvo su origen “en el mundo museístico y arqueológico, donde funcionó de manera independiente” hasta incorporarse a la Universidad de Yucatán, antecesora igual de la Universidad Autónoma de Yucatán.
Cuadro I.
Antecedes directos de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY
Centro de Estudios Mayas (CEM) | 1959-1964 |
Centro de Estudios Antropológicos (CEA) | 1966-1970 |
Escuela de Ciencias Antropológicas (ECA) | 1970-1986 |
Facultad de Ciencias Antropológicas | A partir de 1986 |
Fuente: Pacheco, Magaña y Rodríguez, 2015: 29.
Este 2020, igual se cumple los primeros cuarenta años de la enseñanza profesional de la historia en un estado rico en tradición historiográfica.[3] Respecto a la enseñanza y la práctica de la historia en Yucatán con una tendencia moderna, científica y desligada del simple entretenimiento del diletante amateur, señalemos que la Escuela de Ciencias Antropológicas no contaba con una especialidad en historia (aunque sí lo había previsto desde 1970). En 1978, uno de los primeros antropólogos yucatecos formados bajo el cayado de Barrera Vásquez, Salvador Rodríguez Losa, siendo director de la ECA funda el Departamento de Estudios Históricos, y con esto sentaba “las bases tanto humanas como académicas alrededor de las cuales giraría la futura especialidad y actualmente la carrera” en historia de la UADY.[4] Pero no fue sino hasta 1980, en que la ECA incluiría la especialidad de la historia en sus cursos académicos. En el marco de la Segunda Semana de la Historia de Yucatán, el 1 de marzo de 1980 se realizó una mesa redonda en el auditorio de la ECA, para analizar el proyecto de la carrera o especialidad en Historia. Al final, la concreción se dio y los que participaron en la elaboración del programa fueron Carlos Bojórquez Urzaiz y Carlos Magaña Toledano, aunque se quiso contar para la elaboración del programa, con la experiencia académica sólida del ya colmexiano, Sergio Quezada, y Ricardo Delfín Quezada, estudiante de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), cosa que no se pudo. Entre los considerandos que se señalaron para la consideración del proyecto de la especialidad en historia, se encuentran los siguientes:
Hoy en día la investigación y docencia de la historia se ha incorporado a los avances técnicos y metodológicos de las ciencias sociales, por lo que se hace necesario conjugar esfuerzos en el quehacer histórico, en este caso, en el regional.
(…) En la Escuela de Ciencias Antropológicas –añadieron- se imparten conocimientos relacionados con la historia y se ha estado creando paulatinamente las condiciones necesarias para la formación de una especialidad en la que se aborden los estudios históricos generales y regionales con el fin de llenar los vacíos académicos de la Universidad, así como plantearexplicaciones y alternativas a la problemática actual a través de la formación de investigadores y profesores capacitados técnica y metodológicamente enla materia. (…) Del conjunto de actividades del Departamento de Historia de laEscuela, tanto en la docencia como en la investigación, se han propiciadolas condiciones suficientes y necesarias para la apertura de una especialidadmás en el plantel educativo. (Acucioso análisis de nuestro pasado próximo y remoto fue la II semana de la historia” UDY boletín informativo. 22 de marzo de 1980, Año V, No.38: 2, en Pacheco et al, 2015: pp. 66-67).
En 1986, la recién constituida Facultad de Ciencias Antropológicas puso en marcha su primer postgrado de maestría en Antropología con la opción en historia, de la cual saldrían dos pujantes investigadores de esa universidad, hoy historiadores eméritos de las cosas de Yucatán: Pedro Bracamonte y Gabriela Solís Robleda.[5] Creo que ahí, para finales de 1980 y principios de 1990, ya se podía ver, con claridad meridiana, ese contrapunto de la historiografía yucateca escrito por yucatecos salidos de la Facultad de Ciencias Antropológicas u otros centros de enseñanza en el país, pues de ser coto privado de literatos meridanos desconocedores o poco practicantes de la rigurosidad de los trabajos de archivo, en Yucatán se pasó a nuevas visiones y perspectivas posibilitadas por la metodología de rascar en los archivos y ceñirse a la disciplina científica de la historia moderna que desde la Facultad de Ciencias Antropológicas se enseñaba, aunque, desde luego, la riqueza producida por la visita sostenida a los archivos, con el tiempo, teniendo en cuenta el demérito a lo bien escrito que cunde actualmente en los pasillos de la Academia yucateca, darían obras cargadas de notas de archivo, pero deficientes en cuanto a su hechura literaria. Frente a tesis que luego se convertirían en libros escritos con mala prosa profesoral, se extraña la riqueza de lenguaje y el oficio de los literatos aficionados a la historia en Yucatán.
Desde luego, para escribir historia con buenas maneras literarias, hace falta no sólo ser rata de archivo, ir al Archivo General de Indias, guindar tu hamaca en el AGEY, o visitar con frecuencia el AGN: se necesita, además, ser rata lectora de buena y exquisita literatura. El historiador debe ser totalitario o todista, y no rehuir a la autoridad de los poetas. Es un hecho que, actualmente, con la masificación educativa y la barbarie tecnológica que producen escasos lectores profesionales, las visiones de los literatos, maestros de la prosa y de la cadencia literaria como arma principal,pasaron a un segundo término, pues se comenzó una enorme producción tanto en el ámbito local, así como en el ámbito nacional y regional. Ya no sólo se iría al Archivo General de Indias como hicieron, en su momento, fundadores de la historia académica en México como Silvio Zavala y Jorge Ignacio Rubio Mañé, los cuales sólo dejaron escuela a fines de la década de 1980 con los nuevos historiadores profesionales yucatecos (pienso en Sergio Quezada), sino que se daría inicio a una sistematización de las fuentes escritas, aunque desperdigadas hasta ese momento, para una rapidez y mejora en la obtención de la información. Otros historiadores de peso completo como Nancy Farris, Don E. Dumond, Manuela Cristina Bernal, Terry Rugeley, indagarían en los repositorios del AGEY.
Esta nueva perspectiva, desde luego, fue producto directo de la profesionalización historiográfica y antropológica creada por la Universidad de Yucatán y la Universidad Autónoma de Yucatán, que desde su Escuela de Ciencias Antropológicas y después convertida en Facultad de Ciencias Antropológicas, fueron el almácigo necesario para jóvenes investigadores que han enriquecido el conocimiento de las cosas de Yucatán. Muchos de sus egresados, debido a las nuevas posibilidades de estudios superiores y las becas otorgadas para estudios en centros investigativos como el COLMEX, el Colegio de Michoacán (COLMICH), la UNAM, y, recientemente, el CIESAS Peninsular, sin qué decir del extranjero, han contribuido, con sus trabajos, al crecimiento robusto de la rica patria argonáutica de Clío en Yucatán.
Postdata
Invito al lector de este pequeño artículo a visitar, después de la pandemia, la librería de la UADY que se encuentra en el Edificio Central del centro de Mérida. Ahí encontrará libros de todas las facultades, pero igual puede agenciarse la Historia General de Yucatán, en V Tomos, impreso en 2014. También puede encontrar trabajos de historia de la guerra de castas, estudios antropológicos de los más diversos temas, entre otras menudencias literarias. Y si desea ir de paseo a la Facultad de Antropología, que se encuentra casi a escasos metros de Motul, salga temprano, para revisar apenas ¼ de toda la colección del mítico Boletín de la Escuela de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Yucatán, que tantas alegrías nos ha dado en nuestros afanes investigativos sobre las cosas de Yucatán.
[1] Diario de Yucatán. “La Facultad de Ciencias Antropológicas de la Uady cumple 50 años”. 1 de octubre de 2020.
[2] Sobre estos antecedentes de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY, así como el quehacer del antropólogo profesional en México y Yucatán, véase la tesis de licenciatura en ciencias antropológicas de Hiram Jesús Ventura Borges: Una mirada acerca de la formación y el quehacer profesional del antropólogo social en Yucatán”. Mérida, Yucatán, 2003.
[3] Los historiadores yucatecos podemos darnos el lujo de decir que tenemos a don Lorenzo de Zavala, Justo Sierra O’Reilly y Justo Sierra Méndez, Juan Ignacio Rubio Mañé, Silvido Zavala y demás, entre los padres fundadores no de la historia local, sino hasta a nivel nacional. Hace unos años, Enrique Krauze apuntó esto sobre la rica tradición historiográfica yucatanense: “Con toda esa historia a cuestas, no es casual que Yucatán produjera al menos dos grandes historiadores en el siglo XIX -Lorenzo de Zavala y Justo Sierra Méndez (nacido en 1848, cuando Campeche era todavía yucateca)- y, en el siglo XX, a don Silvio, historiador de la misma estirpe y dimensión. “Yo nací en tierra de los mayas -recordaba en 1997, en una publicación de El Colegio Nacional, institución de la que es miembro desde 1947-, una región que tiene catedral, arcos, murallas, conventos, calles de cuadrícula, viejos cascos de haciendas, convivencias de gentes y lenguas distintas; elementos heredados de la colonización hispana, que poco a poco me hicieron sentir la atracción por el ayer”. (Enrique Krauze, “Yucateco eminente”, aparecido en su libro De héroes y mitos. Tusquets Editores, México, 2010).
[4] Sobre Rodríguez Losa, Cfr. Santiago Pacheco Edgar Augusto, Magaña Toledano José Carlos, Rodríguez Basora Jorge Luis. Salvador Rodríguez Losa, 1935-2002: historia y antropología contemporáneas en Yucatán. 2015. Yucatán. Consejo Editorial del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. 227 pp.
[5] Fundadores, asimismo, del CIESAS Peninsular. Bracamonte y Sosa fue su director fundador durante casi una década, constituyendo los doctorados en historia y maestría en historia.