Gilberto Avilez Tax
La caída reciente del PRI en la Península de Yucatán es reflejo directo de lo que en 2018 sucedió con el triunfo del lopezobradorismo. En este 2021, en Quintana Roo los candidatos del partido Morena volvieron a llevarse todas las canicas de diputaciones federales, y aún más, lograron acumular, junto con sus aliados los verdes y el PT que no les representa sufragios considerables, 8 municipios de once, de entre los que descuellan Cozumel, la isla que ha dado cuatro gobernadores de siete. Asimismo, Morena ha roto cacicazgos rurales como los de Lázaro Cárdenas y José María Morelos, y se agencia Felipe Carrillo Puerto.
En el caso de Yucatán, el enterrador del Priísmo yucateco no fue el partido del presidente de la república, sino el neo-panismo del gobernador Mauricio Vila, que se llevó casi carro completo en el reparto de las diputaciones locales (14 de 15), que posicionó a la mayoría de diputados federales en San Lázaro, y que gobernará a 42 municipios de los 106 en total, siendo la primera fuerza en ese estado al haber obtenido 328, 610 votos, el 36 % de los emitidos. Pero algo que llama poderosamente la atención, es el número de votos totales que obtiene el partido Morena en Yucatán: 136,430, el 18 %. El PRI llegó al 26 por ciento, y contrario al panismo, que gobernará 42 municipios de entre los que sobresalen los más grandes y urbanizados (Mérida, Progreso, Kanasín, Umán, Tizimín, Valladolid y Tekax), sus 34 municipios son de los menos urbanizados, proviniendo su voto de bolsones rurales.
En Yucatán, la crisis del priismo local es de gran calado, y se puede ejemplificar con situaciones bizarras, como el hecho de que en su otrora bastión incólume, Yobaín, nadie votó por ese partido (el optimismo se cae a los suelos, pues el ganador de la presidencia de Yobaín fue el representante del Partido Encuentro Solidario).
En cuanto a Campeche, aquí podemos destacar el triunfo, apretadísimo, de la hija del negro Sansores, Layda Sansores Sanromán, abanderando a Morena contra el partido de su padre y de ella por tres décadas de militancia, el priismo campechano.
El PRI es un partido que, siendo directos y sinceros, en el imaginario del mexicano medianamente culto, no representa más que corrupción, modernizaciones confeccionadas por las élites de este país, gangrena social, desigualdades sociales manifiestas y represiones autoritarias; y desde 1980, no representa más que el cascarón vacío donde descansa un pasado enterrado y vuelto a enterrar por las “reformas estructurales” neoliberales, a caballo entre dos siglos, en el entendido de que sus orígenes tiene que ver con una lejana revolución que, en los hechos, desde el “giro neoliberal” del Estado mexicano a partir de Miguel de la Madrid, profundizado con Salinas de Gortari hasta el peñanietismo (1982-2018), no tiene sentido alguno, ni en el discurso historiográfico.
Desde 1980, el viejo modelo político que sirvió en su momento al proceso de construcción del Estado postrevolucionario, fue orillado al rincón de las perspectivas modernizadoras del país, y el PRI se transformó en el partido del neoliberalismo mexicano. En ese sentido, vale la pena recordar en qué descansaba este viejo modelo político que sirvió hasta 1980: el PRI, desde sus inicios como el PNR, partido formado en 1929 por órdenes de Plutarco Elías Calles, se presentaba como la “continuidad histórica”, el partido coraza de la Revolución.
El sistema político mexicano que fue hegemónico de 1929 a 1988, descansaba, según Cosío Villegas, en dos grandes piezas: el Presidente que todo lo podía (el presidencialismo mexicano) y el partido oficial, cuyas tres funciones importantes eran el de contener el desgajamiento del grupo revolucionario, el instaurar un sistema civilizado de dirimir las pugnas por el poder, y dar un alcance nacional a la acción política administrativa para lograr las metas de la revolución mexicana. Calles previó bien la trabazón política, aunque luego Cárdenas perfeccionaría los ejes: el sistema político mexicano, fue un “autócrata benevolente” que reestructuró a la población desde abajo hacia arriba mediante muestras de populismo de los “licenciados”, gracias a un sistema corporativista “hecho de calculados equilibrios, pesos y contrapesos”, y que no dudó en continuar y profundizar caciquismo locales y regionales, y que fue implacable con sus disidentes –Tlatelolco, la Guerra Sucia, el historiar terrible de la Dirección Federal de Seguridad-, articulando al Estado y al partido oficial de una forma completamente antidemocrática: los trabajadores, a través de la Confederación de Trabajadores Mexicanos, así como distintos sindicatos de petróleos, electricistas, vías, teléfonos, minería, etc.; los campesinos con la Confederación Nacional Campesina (CNC) y la Liga de Comunidades Agrarias; el sector popular por conducto de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP); los empresarios por medio de distintas asociaciones, confederaciones y cámaras alineadas al stablishment. Su resultado fue la lealtad, la cooptación y el aseguramiento electoral del partido dominante. La tónica del partido que fundaría Calles, no fue, para nada, la de un partido de “instituciones” y “leyes”, sino de discrecionalidades, compadrazgos, zalamerías que se cuadran para salir en la foto, y al final devendrían en pantomimas de cacicazgos regionales con populismos autoritarios, pero que nunca cuestionarían lo que desde el partido neoliberal se comenzó a poner en práctica en 1980.
Recordemos que de 1980 en adelante, con las reformas neoliberales que jugaron en contra de lo que la Constitución de 1917 establecía en algunos de sus más importantes artículos (el 3, el 27 y el 123 Constitucional), la faz del Estado mexicano pronto se modificaría de raíz: la educación sería mercantilizada, se pondría punto final al reparto agrario y se daría paso a la venta de las tierras ejidales; y la desregulación y la flexibilización laboral se coronaría en 2012.
La contribución carrillista para la fundación del PNR
En una crónica de hace cuatro años, sugería una hipótesis que me gustaría ampliar en este artículo: todos sabemos la cercanía que tenían el general Plutarco Elías Calles y Felipe Carrillo Puerto. El yucateco fue el principal operador político del “turco”. En mi crónica de hace cuatro años, argumentaba que tal vez Plutarco Elías Calles, en sus visitas a Yucatán, había tomado nota del Partido Socialista del Sureste (PSS), analizando sus cuadros, la manera en cómo llegaba a las masas campesinas, en qué consistía la estructura de poder de ese partido, y cómo tejía sus redes mediante estructuras caciquiles en los pueblos de Yucatán. Tal vez en la mente de Plutarco se había en 1929 crear un super-partido a imagen y semejanza del Partido Socialista del Sureste: el PNR, abuelo del PRI, decía, tal vez se trató de una calca mejorada y des-ideologizada del “partido de los socialistas” del Yucatán turbulento de la década de 1910 y 1920 del siglo pasado.
Las relaciones Elías Calles-Carrillo Puerto han sido estudiadas recientemente. Aquí sigo algunos apuntes de esta reciente historiografía. Desde tiempos de la rebelión de Agua Prieta, mediante la cual los “Sonorenses” derrocan a Carranza y toman el poder, el Partido Socialista Yucateco, antecesor del PSS, ya había establecido alianza electoral con los sonorenses, y fue el propio Calles quien tejió esas alianzas. A partir de la caída de Carranza a fines de mayo de 1920, los socialistas yucatecos, perseguidos meses atrás (lo que se conoce como el “Zamarripazo”) hasta el punto de que sus oficinas habían sido incendiadas por los esbirros de Carranza; volverían por sus fueros, es decir, por la cercanía de Carrillo Puerto con el Grupo Sonora. Cuando Calles se prepara para sustituir a Obregón en la Silla, decidió que el Partido Socialista del Sureste fuera la cabeza de la coalición de partidos que lo postularía como candidato presidencial. Calles aceptaría ser candidato del PSS el siete de septiembre de 1923, que lo había nominado en una convención efectuada en Mérida el 18 de agosto de 1923.
El asesinato del “manco de Celaya”, Álvaro Obregón, el 17 de julio de 1928, pondría en crisis a la sucesión presidencial y sería el pretexto idóneo para el fin del “caudillismo”. Obregón era el presidente electo al momento en que José de León Toral, un joven católico, lo matara a quemarropa. Calles, dando gala de una inteligencia apabullante, saldó la cuestión de forma magistral. Mientras que el panorama auguraba tormentas por la muerte del Gran Caudillo, mientras que todos ya olían una vuelta en u hacia la guerra civil, Calles se les adelantaría a todos al conformar un proyecto de partido que unificase los bandos de la “familia revolucionaria”, que llenase los vacíos que las desapariciones físicas dejaban en la vida nacional.
En su último informe anual al Congreso, del 1 de septiembre de 1928, el Presidente Calles ya tenía la explicación y la justificación necesaria. A la magnitud del problema por la desaparición del Caudillo Obregón, Calles consideraba que “quizá por primera vez en su historia”, el país se enfrentaba con una situación en que la nota dominante era la falta de “caudillos”. Esto, argüía, debía permitir “orientar definitivamente la política del país por rumbos de una verdadera vida institucional, procurando pasar, de una vez por todas, de la condición histórica de país de un hombre a la de nación de instituciones y leyes”. Don Plutarco remachaba del siguiente modo su idea: “No necesito recordar cómo estorban los caudillos. Y cómo imposibilitaron y retrasaron el desarrollo pacífico evolutivo de México”.
La gestación del PNR sería concebida como un partido que agrupase a todos los revolucionarios, militares y civiles, disciplinados en la autoridad central, y de fungir como un “organismo de vigilancia, de expresión y de sostén” de la Revolución. Y aquí viene la hipótesis que he barruntado, de que mucha de la experiencia del PSS de Yucatán, sirvió para la creación del PNR. El 22 de noviembre de 1928, Calles reunió a un selecto grupo de poco más de 20 personas en la capital del país. Eran los miembros más cercanos del grupo callista, y serían los que conformarían el Comité Organizador para los trabajos de constitución del nuevo partido. Aarón Saénz, Marte R. Gómez, Emilio Portes Gil, Gonzalo N. Santos y Adalberto Tejeda, eran algunos de sus miembros. Pero aquí hay que destacar a otro de aquellos miembros primigenios que sentaron los argumentos y los trazos primeros para la fundación del PNR: me refiero a Bartolomé García Correa (1893-1978), el “Box pato”, antiguo maestro rural originario de Umán, que en ese año de 1928 era el presidente del Partido Socialista del Sureste y Senador de la república, destacando como la figura política más importante que sobrevino después del asesinato de Carrillo Puerto en 1924. De 1930 a 1934, el Box pato sería gobernador de Yucatán y el representante del Callismo en el estado.
No es descabellado decir, para terminar este artículo, que con los aportes yucatecos que se retrotraen hasta Carrillo Puerto, el PNR iniciaría sus andanzas políticas, y con el correr de los años y décadas tendría distintas transformaciones. Algunos maledicentes aseguran, juran y perjuran, que ya va en su cuarta transformación.