Breve esbozo de la historia de los ferrocarriles en la Península de Yucatán.
Hace unos días, por medio de la prensa digital, leímos que unas de las locomotoras del Tren Maya descarrilaron en el tramo de Tixkokob, Yucatán. Este tren se dirigía a Cancún. De inmediato, la prensa mexicana mandó sus dardos envenenados contra esta “empresa irracional”, contra este “capricho” del presidente en turno. Se olvida esta prensa que el descarrilamiento de trenes, es cosa cotidiana a lo largo de la historia de los ferrocarriles en México.
Si alguien no acepta mis dichos, refiramos la pericia de los “linieros”[1] de Dzitás, expertos en “encarrilar” trenes completos. El día de ayer 25 de octubre de hace más de una década, leí en el Diario de Yucatán una nota en apariencia curiosa, titulada de este modo: “Usan su ingenio y maña para rescatar un tren en la plancha.”[2] La nota traía una foto de unos obreros ferrocarrileros denominados “linieros”, originarios del etnografiado pueblo de Dzitás, al oriente de Mérida. Dzitás, recordemos, es un pueblo donde el tren vino a “civilizarlo”, según el esquema evolucionista del continuum folk-urbano, de Robert Redfield.[3]
Desde principios del siglo XX, las locomotoras, que por todos los campos de Yucatán echaron a andar y sahumar con sus fumarolas la oligarquía del henequén, ya habían conectado a las distintas subregiones del estado, como el oriente y el sur lejano. El tren de Peto fue una de estas vías importantes de comunicación, precisamente por ser el sur una región de frontera. Este tren sería nombrado como el tren de la “pacificación”. Su llegada a Peto ocurrió el 1 de septiembre de 1900, 8 meses antes de la entrada de Ignacio Bravo a Chan Santa Cruz comandando a sus huestes mexicanas y yucatecas. De estas últimas huestes, un libro de la época apuntaba que “de Peto han salido buenos exploradores y gente aguerrida para la lucha contra los rebeldes y ha sido de las comarcas más perjudicadas en la campaña.”[4]
De los ferrocarrileros
Hombres que conocieron los vericuetos de la selva y de la guerra como la palma de su mano, años después, muchos de ellos se convertirían en chicleros; y otros muchos, con el correr de las décadas del siglo, verían al tren como un organismo vivo que les imbuía el aliento necesario para sus economías solariegas de la región. Muchos de esos hombres y mujeres del sur de los primeros años del siglo XX, como los padres o abuelos de los linieros de Dzitás, se convertirían en obreros del ferrocarril, y otros muchos ferrocarrileros como de la villa de Sotuta (don Pepe Vázquez, un hombrón de más de 1.80 metros, era nativo de Sotuta y casado con la única hermana de mi abuelo), de Tekax u otros pueblos ferrocarrileros lejanos, se avecindarían en la villa de Peto.
El tren creó a un tipo de obrero, el ferrocarrilero, muy poco estudiado por la historiografía yucateca. Salvo el libro de Pedro Echeverría “Nos llevó el tren!: los ferrocarrileros de Yucatán” (UADY, 1999) existe poca, o nula información sobre la vida de los ferrocarrileros. El ferrocarril no se puede comprender sin la vida de sus hombres, y los libros de Miguel Vidal Rivero y de Manuel de Irabien Rosado pecan de esto: se analizan procesos económicos, políticos, sindicales, jurídicos y tecnológicos en torno a las vías del ferrocarril yucateco, pero no se analizan las vidas que marcó esa máquina decimonónica. No se analizan y estudian las vidas cotidianas de los obreros, o de los pueblos ferrocarrileros mismos como Dzitás, Sotuta o Peto. Y no necesitamos ser una novelista fabulosa como Elena Poniatowska, que con su novela El tren pasa primero, recreó esa historia fascinante del movimiento ferrocarrilero. Basta tener paciencia, una libreta, un bolígrafo y una reportera, e ir en busca de los antiguos hombres que impulsaban la vida del tren.
En noticias del Peto de la década de 1920 y 1930, se logra apreciar las nuevas costumbres de las personas engendradas, de algún modo, por el tren. Esas notas de hace más de 100 años, hacían relación de una peligrosa costumbre de jóvenes e infantes descarriados, que frecuentaban subirse al tren cuando éste, para estacionarse después de su llegada a la villa, daba sus famosos “cambios” de vía. Esto fue una práctica que murió con el siglo pasado.[5] La jerga de los ferrocarrileros permeó hasta en el habla misma de la gente y le otorgó una experiencia ferrocarrilera hoy difícil de saber. Conozco a la perfección qué es una plataforma, qué es un armón, qué es un clavo que pesa un kilo, cómo huele una resma de durmientes, y sé distinguir entre los pitidos de llegada y los pitidos de salida de la locomotora; y en un tiempo lejano, puse mi oreja en la vía del tren de la estación de Peto a las cinco de la tarde (el tren llegaba a las 8 pm), y por los ruidos y ondulaciones que imaginaba captar, sin sombra de duda sabía exactamente en dónde se encontraba el tren. Decía, con voz de experto matemático, que: “En estos momentos el tren de Peto está cruzando una mata podrida de ciricote frente a la penúltima casa de Ticul, ya está en camino y viene rumiando con tranquilidad su alegría”.
Digo “el tren de Peto”, debido a que era impensable –y más que impensable, era casi una blasfemia- decir que el tren que se quitaba de Mérida y llegaba a Peto, era el tren de Mérida, o el tren de Ticul, el tren de Tekax o el tren de Tzucacab; porque aunque pasaba por esas ciudades y pueblos, al final lo que contaba era el lugar de llegada. Como los hombres y mujeres del pueblo, el tren de Peto no era de donde venía sino de donde llegaba.
En la nota de prensa de hace más de diez años del Diario de Yucatán, se señalaba esta pericia de los linieros de Dzitás. A estos ferrocarrileros les demoró 24 horas para “enrutar” un tren carguero:
Los trabajadores enrutaron el tren carguero en poco más de 24 horas. Cambiaron un tramo de 40 metros de rieles y 20 durmientes que estaban podridos debajo de la tierra. Armados con soplete, cuatro pinzas especiales, picos y palas, y mucho ingenio, los trabajadores pudieron enrutar nuevamente el tren carguero.[6]
Y a cada enganche que hacían, los linieros de Dzitás, gritaban ¡listo!, pero la simple palabra “ingenio” dice poco de unos trabajadores con harta experiencia de generaciones afanándose en el tren. A este respecto, existe una imagen que nos otorga la Memoria del ferrocarril de Mérida a Peto (año de 1899), donde se observa un trabajo demoledor que hacían las cuadrillas de obreros ferrocarrileros comandados por el sobrestante Adalberto Pacheco y el capataz de clavadores Valentín Solís, que en las fiestas de inauguración del ferrocarril de Mérida a Peto de septiembre de 1900, fueron condecorados en la villa de Peto por su tenacidad de más de 10 años para abrir el camino de hierro ganado a la pura laja y a la pura selva que comenzaba desde Ticul.[7] El tramo de la foto de aquella Memoria del ferrocarril que sería expuesta en la exposición internacional de París, fue tomado en 1899 en el “tajo” del kilómetro 148, a escasos metros de su llegada final en la parte norte de la villa de Peto. Pero la llegada de la locomotora inundando el ambiente de aquella “lejana villa” se puede indagar por los fastos que se llevaron a cabo para la clausura de los trabajos del ferrocarril de Mérida a Peto, y los comienzos del tramo que se pensaba serían los ferrocarriles Sud-Orientales, que cruzarían todo el territorio de los rebeldes de Chan Santa Cruz. Existen, además, unos telegramas de la llega del tren a Peto, girados entre la jefatura política de Peto al gobernador de Yucatán Francisco Cantón, telegrama de éste a don Porfis, y telegrama del emprendedor hombre de negocios concesionario final del tren Mérida a Peto, Rodulfo G. Cantón. El 2 de septiembre de 1990, el gobernador Pancho Cantón mandaba a Don Porfis este siguiente telegrama:
“Mérida, 2 de Septiembre de 1900.-Sr. General Porfirio Díaz, Presidente de la República.- México. – -Tengo el honor de participar á usted que ayer llegó por primera vez la locomotora á la importante villa de Peto y de trasmitirle con tal motivo mi atenta y calurosa felicitación por haberse verificado tan trascendental mejora bajo el Gobierno que usted hábilmente dirige. Me complace igualmente enviarle la enhorabuena de las autoridades y el pueblo de aquella heroica villa, llenos de gratitud por el beneficio que reciben.- Francisco Cantón”.
La llegada del tren a Peto, para la oligarquía yucateca en guerra contra el “bárbaro” de Chan Santa Cruz, significaba el silencio de la “gritería del salvaje”. Era el tren de la pacificación. El día de la inauguración de esa importante vía de comunicación, se dijeron muchas cosas, y Peto fue abarrotado por el inmenso gentío de personas que tuvieron pase gratis subido al flamante tren de la “paz y del progreso”, para los festejos de inauguración del 15 y 16 de septiembre de 1900.
El 16 de septiembre de 1900, La Revista de Mérida, en una editorial titulada “Las fiestas de la paz y del progreso” (“paz” para los de Chan Santa Cruz, encajonada esta “paz” por medio de los cañones; y “Progreso” solamente para los apetitos capitalistas y descuartizamiento del rico botín forestal de los “reyezuelos del henequén”), en referencia a esas fiestas, apuntaba estas perlas de la moralidad que permeaba esos días en los círculos de poder de Mérida:
“Estas fiestas son, sin duda, de altísima significación para el engrandecimiento y prosperidad de nuestro Estado. El ferrocarril que ha llegado ya á su estación terminal, influirá de manera poderosa para el adelanto de Peto y demás pueblos del Sur casi abandonados desde que la tea del rebelde maya convirtió en pavesas aquellas poblaciones en que de hoy más resonará constante el himno del trabajo que entonen los que laboran en pro del progreso de la patria, sin que los inquiete el grito del salvaje que antes de la era de la paz porque atravesamos, resonaba con tanta frecuencia en aquellas apartadas regiones”.
Y respecto a los ferrocarriles Sud Orientales que se pensaban construir y nunca se hicieron, la nota decía que:
“Terminada la guerra de pacificación que hoy se lleva á cabo con tacto y discreción, pues no se trata de una guerra de exterminio, muy pronto el pito de la locomotora, heraldo del progreso, sustituirá á la ruda gritería del salvaje, y el bienestar aumentará con la riqueza de la península, pues los terrenos del sur y del oriente, hoy en poder del maya, son sin duda los más fértiles de todos los del Estado”.
Don Porfis vendría a modificar los planes de una parte de la oligarquía yucateca, pero sin duda, del tren de Peto saldrían, años después de estas fiestas que comentamos, las marquetas de chicle y otros productos que sacaban los laboriosos hombres de la región. De algún modo, el tren de la pacificación fue, sin duda, el tren del progreso.
[1] Léase, rieleros.
[2] Diario de Yucatán, 25 de octubre de 2013.
[3] Cfr. Robert Redfield (1944), Yucatán. Una cultura en transición, México, Fondo de Cultura Económica,
[4] El Yucatán auténtico, pp. 108-109.
[5] Fue en el año de 1997 en que, como producto de la reforma neoliberal ferrocarrilera zedillista, se desmanteló las líneas del tren en la villa de Peto.
[6] Diario de Yucatán, 25 de octubre de 2013.
[7] Una ceremonia significativa. La Revista de Mérida, 20 de septiembre de 1900.