Francisco J. Rosado May
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“Si hoy fueran las elecciones, ¿por quién votaría?” Esta expresión, acuñada hace como un siglo por Gallup, es bastante común en las encuestas en tiempos electorales. La pregunta va acompañada de otras para saber la edad, género, grupo socioeconómico, municipio, que permiten hacer una mejor radiografía del interés de los votantes. A esto se suma la selección del tamaño de muestra, la varianza, el contexto, y algunos comentarios o explicaciones que pueden o no influir en la respuesta.
Una vez analizada la información se desprenden números que se usan para decir tal o cual ventaja o desventaja entre competidores por un puesto de elección popular, y se tiene cuidado al decir que los resultados son como una fotografía tomada en un momento específico.
También es sabido que a nivel nacional e internacional muchas encuestas no han hecho predicciones certeras. Los resultados de las votaciones incluso son opuestos a las predicciones iniciales, no solo por los puntos de diferencia entre contendientes, sino que han ganado quienes no se esperaba que ganen con base en la encuesta de cierre. ¿Qué pasa? ¿Cómo explicarlo? ¿Qué experiencias, estudios, publicaciones existen para entender mejor el proceso de predicción en las votaciones?
Entre las publicaciones más recientes, con sólido respaldo en datos y experiencia, está el libro publicado hace algunas semanas por Gabriel González Molina: “Switcher S2, El Segmento de la Orfandad. Entre el Resentimiento y Salir Adelante”. El autor dice que un segmento importante de votantes, los indecisos (switchers) no fueron valorados bien cuando las encuestas fallan. Para entender mejor el fenómeno, el autor descansa en una teoría económica que dice, más o menos, “no confíes en la opinión, estudia el comportamiento”.
Así, el autor diseñó una variante a la pregunta de Gallup: “si hoy fuese la votación y tienes no uno sino 10 votos, cuantos de esos votos le darías a los candidatos X, Y”. El resultado es entonces un comportamiento no una opinión. De este modo, el autor encuentra que el porcentaje de aceptación de una figura política no es lo mismo que el porcentaje que puede recibir de votación. En el caso de AMLO, y posiblemente de Morena, con una aceptación del 60% promedio, solo alcanzaría un máximo del 42% de votación. Esto abre la posibilidad de que otro candidato/a no asociado/a con AMLO, puede crecer y rebasar ese 42%. He ahí la importancia del tercero en discordia que podría afectar que otro candidato/a, de oposición, rebase ese porcentaje.
La clave, de acuerdo con el autor, está en convencer a los indecisos y hacer que se incremente el porcentaje de votantes. En lo primero, incluso es posible pensar que, si bien el 42% refleja la afinidad política con AMLO, no está asegurado del todo; también ahí hay un alto porcentaje de indecisos. Otro dato, hoy en día más del 80% de los votantes ya decidieron por quien van a votar, pero no necesariamente lo detectan las encuestas, en parte por la polarización existente. ¿Quién quiere quemarse?, dice el dicho popular.
Con base en lo anterior, la narrativa de campaña, los mensajes claros, las acciones de respaldo, todos ellos bien articulados y presentados en forma eficaz para “consolidar” a simpatizantes y para “convencer” a los votantes indecisos, son elementos cruciales en el proceso de elección. Sabiendo que el 80% del electorado ya tiene una decisión tomada, el autor dice que la narrativa se debe dirigir primero a fortalecer la posición tomada por los electores afines, que hay que identificar en forma precisa, y luego a convencer a indecisos. Nada fácil, pero ¿qué es fácil en política de alto nivel?
Aun cuando los datos del autor son difíciles de aceptar para algunas personas, lo presenta quien obtuvo la proyección de resultados más acertados en las elecciones del 2000, 2006, 2012 y 2018.
Es cuanto.