Nota: En estos siguientes dos artículos para Noticaribe Peninsular, trabajaremos los trágicos sucesos del 14 y 15 de septiembre de 1857, fechas en que en Tekax se dio uno de los episodios más cruentos de la Guerra de Castas, conocido como “la matanza de Tekax”. Para eso, en este primer artículo hablaremos de algunas fuentes clásicas y recientes que han dilucidado sobre este angustioso pasaje del largo conflicto social de la Península, así como hablaremos de un antecedente cercano a los sucesos de septiembre, nos referimos a un pequeño levantamiento armado de vecinos tekaxeños, apoyando las olas levantiscas que, en la Sierra primero, y luego en Campeche, se habían orquestado en contra del gobierno legalmente constituido de don Pantaleón Barrera.[1]
El nuevo pueblo mágico de Tekax y su historia
Hace unos días, la pequeña ciudad sureña de Tekax entró en este 2023 a la lista nacional de nuevos pueblos mágicos, junto con Motul y Espita. ¿Qué de atractivo turístico cuenta Tekax como para que acudan a ella los visitantes del estado, de la península y de todas partes? Un conocido tekaxeño amigo mío, hablando desde su vientre solariego, dirá que tiene todo: desde su “bomborota”[2] de tiempos de lluvia, su casa de “tres pisos” donde vivió un “uaykoot” (nahual que se convierte en un ave inmensa) de apellido Luján, hasta algunos edificios de fines del siglo XIX, su iglesia colonial de fines del siglo XVII y su hierática ermita empotrada en la laja de la sierra. Puede ser que tenga estos elementos, así como algunas muestras del periodo azucarero, que sea tierra de don Ricardo Palmerín, que se guise en su mercado un mondongo exquisito, pero no podemos comparar el atractivo de la prehispánica-colonial Maní, otro pueblo mágico reciente, con este pueblo sureño que tiene que bregar mucho por dejar pulcro su mercado con fuerte hedor a sentina.
Sin embargo, Tekax ha tenido momentos estelares en su historia colonial y de estos poco más de dos siglos de independencia, que ha sido referido por sus historiadores del patio y al cual no es necesario citar. Baste decir que fue frente pionero del primer acorde capitalista acaecido en Yucatán desde fines del siglo XVIII con el fomento de la caña de azúcar, y a partir de 1847, Tekax entró a un tiempo difícil cuando el inicio de la rebelión indígena. Diez años posterior al inicio de la Guerra de Castas, Tekax sería presa de uno de los momentos más cruentos, más difíciles de narrar y de indagar: me refiero a la matanza de vecinos y tropa acantonada en Tekax, en septiembre de 1857, situación fatídica que se enmarca en las inveteradas luchas de las facciones políticas meridanas y campechanas, que tuvo como desenlace, aupado tal vez por dicha matanza, en el primer desmembramiento de la península, llevando hacia el camino de la ineluctable escisión soberanista al Distrito de Campeche, bajo la égida de una nueva clase política campechana dirigidos por don Pablo García y Montilla (1824-1895), que sería el primer gobernador del novel estado.
Los interpretadores de ayer y de hoy de la matanza de Tekax
Si Baqueiro en su Tomo III de su Ensayo de las Revoluciones históricas de Yucatán, así como don Eligio Ancona en su Tomo V de la Historia de Yucatán, tocaron y explicaron la matanza tekaxeña bajo la coyuntura separatista campechana, la historiografía subsecuente, pro indigenista, ha escamoteado la cuestión, pasando rápido las pocas página que Nelson Reed le dedicó al saqueo y casi destrucción de Tekax. [3]
Sin embargo, recientemente, en 2016 apareció un libro de dos hijos inquietos de Tekax que tocan pormenorizadamente el “la gran masacre” de tekaxeños ocurrida entre el 14 y 15 de septiembre por tropas de los indios de Santa Cruz.[4] En dicho libro tuve el privilegio de escribir el prólogo y asenté algunos considerandos sobre “el tremendo sacudimiento geológico de la Guerra de Castas” visto desde “la mirada al interior de los pueblos, dónde bulle y rebulle la ‘intrahistoria’ (concepto unamuniano) pero también la historia concretizada, pluralizada y a ras de pueblos multiversos”. Apunto que una de las aportaciones principales de este libro, es el de darnos una pormenorizada relación del ataque que sufriera Tekax la mañana del 14 de septiembre de 1857 por las huestes de Santa Cruz: podría decirse que con su labor historiográfica agotaron las fuentes primarias de esas fatídicas 28 horas”.[5] Este breve artículo, que tuvo una simiente escritural meses antes de que saliera el libro De maíz y de caña (esto es la ampliación y reescritura a esos primeros comentarios) se enmarca en una nueva reflexión sobre estas fuentes y versiones vistas desde el desapasionamiento de No-Vecino, de no-tekaxeño.
Los tekaxeños, como todo amante de su lugar de origen, ven a esos días con un halo trágico y doloroso, y que sin duda lo fue. Un tekaxeño, Jorge Emilio Toch Kaac, hace siete años, en una página de Facebook de la Asociación Cultural de Tekax, manifestó su extrañamiento porque en su ciudad no se rememore el 14 de septiembre como día de luto para esa ciudad de las estribaciones de la sierra. Y en el libro De maíz y de caña, en un pie de página al famoso grabado “Cautivos en Chan Santa Cruz”[6], del Acervo histórico del Archivo Municipal de Saltillo, se lee que “Como tekaxeños, es nuestro deber recordar y conmemorar a los caídos en el evento más trágico de nuestra historia” (Cervantes y Torres, 2016, p. 40). ¿Qué pasó en esos días, hasta el punto de que en pleno siglo XXI, los hijos de Tekax lo consideran como el “evento más trágico” de la historia de esa ciudad?
El 14 de septiembre, pero de 1857, tropas de Santa Cruz, camuflajeadas por campechanas, comandadas por Crescencio Poot y al grito de ¡Vivan Campeche e Irigoyen!, ¡mueran Mérida y Barrera!, bajaron de la sierra, viniendo por el camino de Xul, y se presentaron a Tekax para cometer una de las acciones más terribles de la Guerra de Castas: la matanza y saqueo de Tekax (un millar de tekaxeños murieron aquella vez, y las fuentes recientes aseguran que fueron de 1,500 a 2,000 tekaxeños sin distinción de sexo y edad), que en 28 horas que duró, casi borra del mapa yucateco a esa bella ciudad que floreció lozana en tiempos del azúcar, en las décadas primeras del siglo XIX. Toch Kaac apuntó que lo de Tekax fue “una matanza cruel y sangrienta, sin duda alguna que los cruzoob rezumaban tanto odio, me pregunto por qué está en el olvido este hecho, en el calendario cívico Tekaxeño debería de conmemorarse una fecha en honor de tanta víctima inocente, y en cuanto a Onofre Bacelis, los tekaxeños poco o quizás nada saben de él, si fue un grande debería de saberse, hay que difundir más, para que la cultura local permee nuestra memoria colectiva”.
El tekaxeño no sólo apunta un desconocimiento que la mayoría de los yucatecos ostentan de la historia regional, sino que, además, su extrañamiento toca directo a una visión actualmente hegemónica entre el pequeño mundillo de los “letrados” yucatecos. En esa visión hegemónica, es «normal» que no se celebre esa matanza, y es normal que a Onofre Bacelis, que hizo poco para enfrentar a las tropas de Poot, o el subteniente Eusebio Ramírez Escalante, que hizo más que nadie hasta el punto de perder a su familia en la refriega a manos de los mayas por no dejar libre paso a los saqueadores, pocos lo recuerden. De hecho, la historiografía “oficial”, o los trabajos indigenistas de la Guerra de Castas, que se apartan de cualquier perspectiva que modifique sus versiones del “buen salvaje” cruzoob, no recuerdan este lamentable y triste hecho en que Tekax pudo haber desaparecido del mapa pues es impolíticamente correcto decir que los “cruzoob”, o los de Chan Santa Cruz, actuaron como bestias sedientas de sangre y fueron contra la población no solo blanca de Tekax, sino hasta mestiza e indígena.
La rebelión tekaxeña contra Pantaleón Barrera, momentos antes de la hecatombe
Hagamos entonces un recorrido pormenorizado, siguiendo las fuentes de la época, para tratar de dilucidar el filón político separatista campechano, en el que podemos enmarcar a la matanza de Tekax de 1857.
Semanas antes, en casi todos los pueblos de la Sierra, se presentarían ímpetus incendiarios y golpistas iniciados en Maxcanú con la proclama del 4 de agosto de 1857 del coronel D. Isidro González contra el gobierno legalmente constituido de don Pantaleón Barrera.[7] El amotinamiento de González duró apenas un parpadeo, pero pronto otras villas y pueblos tuvieron ánimos levantiscos, como Acanceh, Chapab, Mama y Maní. Pero solo en Tekax, la cosa se puso seria el 4 de agosto. Ese día, un grupo de tekaxeños vio la ocasión propicia para liberarse de la temida “leva” que el comandante de la plaza, el coronel Gumersindo Ruiz, hacía recaer contra ellos. Y es que esta leva era temida por tantos, pues consistía en prestar servicios de armas para cuidar la frontera contra el “bárbaro”. Los vientos de defección y traición al gobierno yucateco de Pantaleón Barrera, fueron hecho suyos por los tekaxeños, que optaron por el bando de Campeche porque tenían temor serval de ir a las fronteras para defender a Yucatán contra Chan Santa Cruz: el remedio fue la fácil asonada. Para cumplir su prometido, en gran número se fueron tras la cordillera del Puuc que domina la ciudad. Ruiz, que quería parar en seco este intento de rebelión, envío al coronel Pren a batir a los sediciosos tekaxeños. Con poca guarnición, casi nada pudo hacer Pren ante aquella masa popular e informe, cayendo prisionero. Envalentonados, los tekaxeños cayeron como una avalancha sobre la ciudad. Ruiz, con poco más de 20 soldados, intentó hacerles frente, pero hasta los mismos vecinos engrosaban las filas de los amotinados. La ciudad fue tomada, pero sabiendo que el gobierno mandaría nueva fuerza a batirlos, la gavilla de tekaxeños salió de Tekax la noche del 10 de agosto, y a las cuatro de la mañana del día siguiente, cayeron a mansalva sobre Oxkutzcab, donde pernoctaban las fuerzas del gobierno. Cuatro horas le duró al coronel Manuel Cepeda Peraza para derrotar estrepitosamente a los proditorios tekaxeños, corriendo despavoridos a guarecerse en montes a las afueras de Tekax, porque su ciudad había sido tomada por tropas petuleñas del Coronel Novelo, restaurando el orden constitucional en aquella ciudad.
Continuará…
[1] Pantaleón Barrera (1816-1876) fue un político nacido en Hopelchén, además de periodista y escritor. Combatió en la Guerra de Castas, gobernó Yucatán en dos breves periodos, 1857 y 1861, fue imperialista, escribió Los misterios de Chan Santa Cruz, y murió en la más humilde pobreza.
[2] La bomborota es un vestigio colonial a modo de presa, acequia o depósito de lluvia construido en la sierra, para obtener el agua de la lluvia. Al hincharse de agua, “estalla” y busca el camino cuesta abajo semejando a un río caudaloso.
[3] Nelson Reed. La Guerra de Castas de Yucatán. México. Ediciones ERA. 1971, pp. 167-171.
[4] Véase Miguel Cervantes Aguilar y Efrén Torres Rodríguez. De maíz y de caña. Tekax: vientos de tempestad. Mérida. S/e. 2016, pp. 40-50.
[5] Gilberto Avilez Tax. Prólogo al libro De maíz y de caña…pp. 4-5.
[6] Este grabado es el que aparece al principio en este texto. Dicho grabado apareció publicado por primera vez en el año de 1879 en la Carta Circular de la Sociedad Patriótica Yucateca, carta en la que se pedía ayuda a los gobiernos de otros estados y capitales del país para poner punto final a la Guerra de Castas.
[7] Recordemos que don Pantaleón Barrera, además de político, fue un periodista exquisito y un conocedor profundo de la Guerra de Castas. Se le endilga a don Pantaleón la novela Los misterios de Chan Santa Cruz, que puede servir para todo rito iniciático a los estudios guerracastólogos.