Hoy nueve de septiembre de 2022, termina una era para la corona de Inglaterra, con la muerte de la reina Isabel II, la monarca del Reino Unido con más años en el poder (siete décadas).
Más de un siglo antes de su ascenso al trono en 1952, otra reina, la reina Victoria del Reino Unido, la tatarabuela de Isabel II, gobernó de 1836 a 1901 el Imperio Británico, cuyas fronteras imperiales tocarían las fronteras del Territorio que en 1847 comenzó a construirse cuando irrumpe con violencia torrencial la Guerra de Castas de Yucatán.
Hay un factor que, desde los tiempos primeros de la Guerra de Castas, se dijo hasta el cansancio: los intereses británicos por la explotación de la madera y otras riquezas forestales, jugaron de forma directa para la duración del conflicto. Los británicos sostuvieron un rico comercio con las partidas de mayas desde antes de haberse iniciado la conflagración y después de su inicio: la compra de pólvora y pertrechos, el contrabando de cualquier género, las cosas que del corazón de la revolución industrial venían a consumirse en las chozas de los jefes mayas, era cuenta corriente. Los florines con la efigie de la Reina Victoria y la bandera del Imperio, comenzaron a aparecer en Chan Santa Cruz y sus pueblos comarcanos.
Contrario a los “mayas pacíficos” de Campeche, que al separarse del destino de los “cruzoob” (“los orientales”) fueron como una especie de dique y parapeto a las añagazas británicas mediante el “dominio indirecto” de la selva, los cruzoob fueron cercanos a los ingleses y hasta sus más importantes líderes aprendieron a hablar la lengua de Shakespeare para sus tratos comerciales y políticos. Y aunque muchos guerracastólogos lo omitan, hay que decir que la guerra de los cruzoob fue financiada por los intereses colonialistas de Inglaterra, desde el primer comienzo del conflicto.
Todavía hasta bien entrado el siglo XX, los cruzoob se sentían súbditos de la corona inglesa y le hacían honores militares a la bandera de la pérfida Albión, similar a lo que hacían sus primos del otro lado del Hondo.
En una imploración muy sentida a Silvanus G. Morley, los jefes cruzoob, del grupo de X-Cacal Guardia con el capitán Concepción Cituk a la cabeza, por la década de 1920 le pedían la bandera británica o gringa al arqueólogo espía norteamericano. Vale la pena transcribir completa la carta:
“Los Estados Unidos e Inglaterra, donde está la señora reina Victoria, señor don Jefe, te pido el favor de darme la bandera [de esas naciones] para nosotros aquí, porque queremos ser una sola nación con ustedes por lo tanto te pido la bandera”.
Esta petición se puede leer como una especie de respuesta del grupo de Cituk, al hecho de que en 1928, el gobernador Siurob prohibió al general Francisco May que en el territorio de Quintana Roo se izara ninguna otra bandera que no fuera de la República mexicana.
Tanto Santiago Pacheco Cruz, como Alfonso Villa Rojas, en sus estudios sobre los mayas del centro de Quintana Roo de la primera mitad del siglo XX, manifiestan esa hegemonía y atracción cultural que Inglaterra representaba para los mayas. Era una especie de “fascinación”, veneración, entremezclada con admiración, y frente al rechazo frontal que sentían por los “invasores” “uachoob” (los huaches, es decir, los mexicanos). Esa admiración se traducía en el izamiento de las banderas, en las estampitas con la silueta del rey Jorge, en la obtención de quincallas venidas de Londres, en telas finas, en casimir inglés, chales bordados y algunas joyas.
Villa Rojas cuenta que en 1957, cuando se supo por medio de la prensa y la radio que llegaban y se sintonizaban con radios transistores a los pueblos cruzoob, que en Belice estaría de visita la princesa Margarita, hermana de la hoy desaparecida reina Isabel II, un nutrido grupo de cruzoob pasó en cayucos al otro lado del Hondo, recorrieron los viejos caminos de sus mayores, y arribaron a Belice para ver el portento de uno de los miembros del poder de la corona inglesa. Iban “con el objetivo de rendirle pleitesía y reiterarle su inquebrantable lealtad, ya que era la hermana de su majestad”.
Hoy, “su majestad” descansa ya junto con su tatarabuela, la gran reina Victoria. De la Guerra de Castas, poco queda ya salvo el recuerdo.