Por Esteban García Brosseau
Junio 2023
Saúl Kaminer considera que pertenece a una generación que se encuentra entre la “Ruptura” y la generación de los pintores de los noventa. Él mismo la denomina la generación de la alta resistencia. Hay sin embargo en su pintura cierta cercanía con la “Ruptura” que se hace particularmente evidente en su obra abstracta, un género pictórico al que se volcó determinantemente a partir del 2002, después de un viaje a Ucrania que resultó profundamente significativo para él.
Cualquiera que sea el proceso interno que haya llevado a Kaminer a abandonar la figuración para entregarse de lleno a la abstracción, se observa en esta evolución una depuración que parece conducirle hacia soluciones formales cada vez más gráciles y luminosas, en las que toda sombra parece haber sido integrada a la consciencia.
La abstracción de Kaminer nos convida, en efecto, a participar de un mundo particularmente armónico hecho de trazos dinámicos que envuelven o entrelazan entre sí formas geométricas más o menos irregulares cuyo diáfano colorido nos remite a estadios primigenios de la vida. Se trata de una urdimbre atemporal que bien podría simbolizar la interdependencia de todo lo que existe en el universo, en el campo de la psique como de la materia.
Estas redes tan ligeras como dinámicas -algunas están trazadas a crayón sobre recortes de papel y cartón- parecen contener, en su complejidad intrínseca, el código que hace posible nuestra existencia a la manera de una escritura genética, tan frágil como esencial. A través de ellas, Kaminer logra evocar una sensación estética que, a pesar de la modernidad de sus formas, es equiparable a la belleza clásica, aún si su equilibrio se realiza en movimiento.
Las figuras abstractas de Kaminer obedecen a una coreografía luminosa que produce un regocijo como sólo podría aflorar en el umbral de Summum Bonum, justo en el límite ideal donde confluyen Bien, Verdad y Belleza. Si hubiese que imaginar la música (de las esferas) que acompaña a esta danza, sin duda sería afín a la vibración original que dio forma a la materia prima en aquel juego estético que el hinduismo ha llamado Lila.
Pero si bien es cierto que las redes que teje el artista parecen remitirnos a energías y estructuras primordiales, estas evocan simultáneamente el ritmo mucho más terrestre – ctónico dirían los expertos- que se encuentra presente en aquellas artes que fueron algún día llamadas “primitivas” y que André Breton clasificó entre las artes mágicas.
Así, nos dice Kaminer en la entrevista que le hiciera Luisa Barrios, “las culturas primigenias me cautivaron, la cultura celta, el arte africano, Oceanía, los Etruscos” de tal manera que “me fui nutriendo en un diálogo con las culturas originarias y la cultura popular […]” [En Saúl Kaminer: Órbitas, Rumbos y Sombras, p.123]
Este lazo con las artes y culturas primigenias es particularmente evidente en algunas de sus esculturas, que, más que a África u Oceanía, parecieran remitirnos directamente al espíritu de la escultura prehispánica, tanto por su materia como por sus formas evocativas de entidades mitológicas. En muchas de ellas predomina el dinamismo de la curva, como una alusión a la curvatura del espacio-tiempo en el que se encuentra contenida toda criatura, como en una infinita vasija cósmica.
Sin duda este interés por las culturas primeras es parte de la afinidad de Kaminer por el surrealismo. En esta cercanía hay que ver igualmente el impulso que lo llevó a participar
en el grupo Magia-Imagen, del que fue cofundador en 1982 y que se mantuvo bajo la tutela casi “chamánica” de Roberto Matta hasta su disolución en 1992.
En su deseo de proyectar el espíritu ancestral de esas culturas hacia un futuro donde se reunirían el mito y la ciencia moderna, reconocemos también los postulados de Wolgang Paalen y su idea de to dynaton (lo posible). Esto es particularmente cierto en aquellas esculturas metálicas que, tal un reflejo tridimensional de su pintura, sólo dibujan estructuras curvas en el espacio.
Así, la actividad artística de Saúl Kaminer parece ofrecer una continuidad entre surrealismo, “primitivismo” y abstracción poética cuyo punto de origen se encuentra en los precursores de la abstracción en México y en Estados Unidos. Sin duda, se presenta ante nosotros como un acto de alta resistencia ante la perspectiva del vacío estético, ético y epistemológico que hoy, como ayer y mañana, amenaza a toda actividad genuinamente creadora.