El “ahorcamiento” del bulevar del pasado miércoles que llevaron a cabo taxistas, no puede reducirse a un acto de desenfrenada rebeldía de los trabajadores del volante y a la afectación económica a la zona hotelera de Cancún.
El asunto es más de fondo y mucho más grave, que una fisura en la gobernabilidad en la ciudad.
La protesta fue para denunciar que el gremio taxista se ha vuelto rehén de la delincuencia organizada y que los grupos criminales son prevenidos por los mandos de la Policía de la Zona Hotelera.
De hecho, la protesta fue antecedida por un mensaje en una pancarta que más que una “narcomanta” fue una “manta de denuncia”.
Pero en los días previos se habían presentado ataques a taxistas y amenazas en mantas callejeras.
Pero, han preponderado oídos sordos y ojos cerrados por parte de la Policía Quintana Roo y la Fiscalía General del Estado (FGE).
Nadie que “vive” de, turismo se atrevería a cerrar la Zona Hotelera, pero la realidad es que los taxistas están desesperados pues están ante un asunto de “vida o muerte”.