Por Gilberto Avilez Tax
Este 10 de junio de 2024, se cumple el centenario del asesinato de Salvador Alvarado Rubio, el divisionario constitucionalista enviado por Venustiano Carranza a Yucatán en 1915 para controlar el rico mercado del henequén yucateco, cuyos dineros contribuyeron para el triunfo del constitucionalismo en contra de los zapatistas y villistas en ese año axial.
La llegada de Alvarado con su ejército de huaches marcaría un nuevo inicio para Yucatán. El 19 de marzo de 1915 a Yucatán había llegado por fin la revolución desde afuera, con la entrada en Mérida del Ejército de Oriente constitucionalista, acaudillado por el general Salvador Alvarado Rubio (1880- 1924). Y con esta entrada de los 7,000 huaches[1] a Mérida dio inicio, plenamente, el periodo revolucionario en Yucatán.
Antes, entre 1909 y hasta bien entrado 1913, si bien en Yucatán se dio una serie de movilizaciones tanto de las élites urbanas como de los campesinos de los pueblos descontentos con la facción molinista y el estado de cosas en lo local,[2] el Porfiriato Prolongado en Yucatán (1910-1915)[3] logró subsistir revueltas locales, rebeliones de gran calado en el campo, motines y otros descontentos esporádicos, así como hasta dos gobiernos “constitucionalistas” enviados por Carranza desde 1914[4] para controlar el mercado del henequén. Esta serie de violencias rurales que se dieron en el Porfiriato Prolongado por su lejanía con otras regiones del país, así como su insularidad (literalmente, en 1910 Yucatán era una ínsula rodeada por mar, por pantanos tabasqueños, y por una abigarrada zona de bosque tropical al sur y oriente de la Península), su sistema coercitivo implantado por la plantocracia henequenera impidiendo la colaboración entre pueblos, así como la unión de casi todos los finqueros (sean molinistas, pinistas o cantonistas, tres distintas facciones políticas representadas por Olegario Molina Solís, José María Pino Suárez y Francisco Cantón Rosado) ante el fantasma de la Guerra de Castas, perdieron fuerza y se dispersaron.[5]
Sólo con Alvarado, el descontento popular creciente en el campo yucateco, amortiguado durante la dictadura de Victoriano Huerta, volvió a tener un impulso creciente. El divisionario Salvador Alvarado, un boticario de pueblo que odiaba la bebida, que era anticlerical como buen sonorense de aquellos años, y que tenía un dejo intelectual y educativo poco común entre los caudillos de la Revolución;[6] es otro de aquellos genios militares que trajo la frontera nómada con la Revolución,[7] como bárbaros que llegaron del norte para darles las leyes, cuales nuevos conquistadores, a un centro y sur de México, indígena y que todavía rezaba a Jesucristo.[8] Nacido en Culiacán en 1880, pronto su familia emigró a Guaymas, Sonora, y Alvarado, antes del inicio de la Revolución, radicó en Pótam y Cananea, siempre dedicado al comercio y asuntos de botica.[9] Desde temprana edad tuvo certeza de la podredumbre política del Porfiriato de fines del siglo XIX:
“Empecé a sentir la necesidad de un cambio en nuestra organización social a la edad de 19 años, cuando en mi pueblo nativo de Pótam, Río Yaqui, solía ver al comisionado de policía que se emborrachaba diariamente, en el billar local, en compañía de su secretario, el juez del juzgado menor, el inspector de impuestos…y varios negociantes u oficiales del ejército, todos ellos miembros de la clase influyente de ese pequeño mundo.”[10]
Podemos entonces decir, que Alvarado fue sinaloense por nacimiento, sonorense por adopción, y yucateco por su obra. Como amigo cercano de Adolfo de la Huerta[11], secundó una rebelión iniciada en el puerto de Veracruz contra el caudillo Álvaro Obregón, mismo que impuso a don Plutarco en vez de a don Adolfo, y murió el 10 de junio de 1924 en una celada en los Altos de Chiapas, en un punto cercano al rancho “El hormiguero”, o La Hormiga, en las inmediaciones de Palenque, tratando de huir hacia Guatemala, perseguido por la facción obregonista triunfante, de esa guerra de militares con que se dio la fractura del Grupo Sonora, que duró menos de medio año, y que los estudiosos han denominado como la rebelión delahuertista.[12] En ese mismo año fatídico de 1924 para la historia de la Revolución en Yucatán, moriría igual, pero seis meses atrás, para principios de enero de 1924, el líder “socialista” yucateco, Felipe Carrillo Puerto, derrocado militarmente por una conjura de hacendados y mercenarios con charreteras.
Teniendo presente el secular separatismo de la región peninsular, podemos decir que a Salvador Alvarado, no se le resta ni un mérito por haber nacido al otro lado de ese vasto y diverso país llamado México, porque toda su actuación revolucionaria fue, como correctamente lo han dicho innumerables estudiosos de su gobierno, constructora de un nuevo Estado nacional que se gestaba con el eco reciente de los ruidos de los cañones y la barahúnda de las cabalgatas de los ejércitos revolucionarios contra los restos del ejército de don Porfirio que vanamente Victoriano Huerta intentó resucitar; y de las guerras civiles entre zapatistas y villistas por un lado, y por el otro, la fiereza de los sonorenses y carranclanes conservadores.[13]
Si no trajo la revolución de afuera como Joseph y Wells explicaron y contra argumentaron una primera tesis “afuerista” del primer gringo,[14] sí volvió a prender y encauzar, en su gobierno, la mecha del descontento social que se observa en el periodo del Verano del descontento (1909-1913), en el que innumerables campesinos mayas y mestizos de los pueblos del sur y oriente de Yucatán hicieron su propia revolución y rebasaron los objetivos conservadores que primeramente planteó la burguesía meridana contraria al molinismo.
Alvarado reactivó este malestar campesino apagado con la dictadura Huertista en Yucatán, dándole, ese sentimiento de libertad nunca antes experimentada por una sociedad maya yucateca que venía de vivir durante casi 400 años de colonialismo externo e interno.[15]
Fotografía 2: El Ejército de oriente pasando por las calles principales de Mérida, el 19 de marzo de 1915. Presidía a su ejército el divisionario Salvador Alvarado Rubio.
La pregunta que un historiador se hace al abordar por vez primera el Alvaradismo es la de ¿cómo entrar al estudio de este periodo axial en la historia yucateca? Primero tenemos que señalar, que la literatura sobre el Alvaradismo en Yucatán, se mide por kilos en los estantes de tesis, libros, artículos, poemas, hagiografía y demás chécheres de tinta que existen en los repositorios meridanos. Tanto en los registros bibliográficos de las páginas de internet de la UADY y la Biblioteca Yucatanense, existen contabilizadas 69 obras que tratan ese periodo. Sin embargo, me parece que esta documentación no es ni una cuarta parte de lo que contiene ese mundo historiográfico en sí mismo: Alvarado mismo construyó su legado intelectual al publicar obras donde daba su visión de cómo se debía encausar la Revolución para la construcción de un nuevo Estado.[16] Además, las fuentes impresas (La Voz de la Revolución[17]) y las cajas del periodo alvaradista del Fondo Poder Ejecutivo, del Archivo General del Estado de Yucatán (AGEY), posibilitan una comprensión totalitaria de ese periodo que acunó la arremetida socialista carrillista de 1918-1924. Sin duda, los trabajos de Jorge Canto Alcocer, y obras de obligada consulta, como los trabajos de Joseph y Paoli,[18] pueden servir como brújula para intentar una nueva visión de ese tiempo contradictorio, rico, tajante y multánime, que fue el tiempo de Salvador Alvarado en Yucatán. Desde luego, sobre la figura de Alvarado se puede decir, como afirmaban los viejos profesores marxistas, que su revolución era una revolución pequeñoburguesa, o más atenuado, “popular” y, a veces, populista.[19] Sin embargo, los viejos marxistas se olvidaban de señalar, que sin Alvarado tal vez no hubiera existido socialismo en Yucatán, o no como lo que conocemos. ¡Así de simple!
En 1915, la bandera popular sería nuevamente retomada en forma hasta de “bandidaje” en el Partido de Hunucmá;[20] los propagandistas de la Revolución, entre ellos el agrarista Felipe Carrillo Puerto que había regresado de su periplo zapatista en la región de Cuatla, Morelos; o Rafael Cebada Tenreiro y Rafael Gamboa, llevarían las ideas agraristas a los pueblos yucatecos, estableciendo contactos con los jefes locales y exhortando a los campesinos mayas a formar ligas de resistencia para presionar en favor de la entrega;[21] y las estructuras políticas partidistas creadas con Alvarado, pero radicalizadas con Carrillo Puerto y bajadas a lo local mediante las “ligas de resistencia socialista”, serían parte neurálgica para la movilización popular en el estado, dadas un mayor impulso con la gobernanza alvaradista.[22]
Si se olvida que Alvarado gobernó y puso en práctica sus políticas mediante caciques locales como Carrillo Puerto,[23]o líderes obreros como Héctor Victoria, que serían los fundadores del socialismo yucateco, al mismo tiempo se tacha que Alvarado haya gobernado con una parte de la élite local, pero se olvida decir que esta élite era el segmento liberal, a veces anticlerical y modernista, de los hacendados yucatecos que fueron excluidos del poder por conservadores cantonistas y molinistas,[24] posterior del último gobierno liberal de Carlos Peón Machado (1894-1897), en el que las ideas de la Reforma (separación Iglesia-Estado) se fueron al traste por la subida al poder de viejos imperialistas como el general vallisoletano Francisco Cantón.[25] Se olvida decir que estos hacendados yucatecos contrarios a Olegario Molina y la “Casta Divina”, eran los que impulsaron, en el verano del descontento, a los campesinos de los pueblos para el cambio injusto de cosas creado con Molina.
A partir de Olegario Molina y su reinado de “modernidad feudal” establecido con su yerno español, Avelino Montes, en el que se dio un repunte significativo del auge henequenero que propició la modernización de distintos rubros del gobierno, así como el embellecimiento de Mérida,[26] se daría un pacto implícito y explícito entre las estructuras de poder divino y terrenal para la mayor optimización de las ganancias a costa de la brutal explotación de los mayas en las haciendas henequeneras del noroeste, y cañeras en el sur. En lo mejor de la explotación sistemática a los mayas de las haciendas, recordemos que el Obispado y la Catedral de Yucatán misma, cobraban, con puntualidad inglesa, “el diezmo del henequén” a los hacendados, so pena de mandarlos al hipotético infierno a los que se negaban. Esta iglesia que hizo poco por la liberación de los indios de Yucatán, y que se opuso a los caudillos de la Guerra de Castas llamándolos al orden y a la vuelta al rebaño de la abyecta servidumbre,[27] en el Porfiriato yucateco seguía su abolengo simoniaco de bendecir la barbarie, favoreciendo a la oligarquía a través de una carta del obispo Mejía, en donde este tonsurado era de la opinión de que los “divinos” hacendados “eran unos padres cariñosos para con sus criados”.[28]
Alvarado, más que Carrillo Puerto, post mortem fue el que verdaderamente triunfó. Siguiendo a la ya vieja escuela revisionista, hay que decir que no fue la visión humanitaria, justiciera y “pro-maya”[29]de los socialistas yucatecos la que triunfó de 1940 en adelante, sino la visión capitalista del Estado que este sonorense tenía desde los primeros tiempos revolucionarios.
Paoli y Montalvo resumieron este aporte indubitable del periodo de gobierno de Alvarado, que dio pábulo para la alborada socialista, y que comenzó a descorrer los cerrojos del mundo antiguo y neocolonial en el que el estado, o más preciso, los mayas del noroeste de Yucatán, estaban entrampados mediante barrotes hechos con pencas de henequén de las haciendas de los esclavistas oligarcas:
“Alvarado, un hombre del norte que va al sur con el ideal del capitalismo moderno, que quiere convertir a Yucatán en un foco de desarrollo industrial y urbano, y que para emprender esa tarea, tiene que romper los moldes tradicionales, la organización esclavista del trabajo y la ideología conservadora. El proceso no queda allí, porque paralelamente a esa transformación, se estaba construyendo lo que podemos llamar la infraestructura política necesaria para el lanzamiento y desarrollo del PSSE [Partido Socialista del Sureste, N. del autor]”.[30]
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[1] Con esta palabra se designa en Yucatán a la gente de fuera de la península, generalmente, del centro del país. Joseph le señala un origen onomatopéyico por el rechinar de las botas de los soldados alvaradistas que los meridanos oyeron el 19 de marzo de 1915. En el Diccionario de Mejicanismos, Santamaría señala que la palabra huach (su plural son huaches, y en maya huachob; para femenino, huacha y huachas) es una voz maya “con la cual se designa en Yucatán el mejicano no nacido en ese mismo Estado”. “En lenguaje vulgar y popular de Yucatán, apodo que se da al mejicano del interior; al xilango, que dicen en Veracruz”. Gilbert M. Joseph, Revolución desde fuera. Yucatán, México y los Estados Unidos, Fondo de Cultura Económica, México, 2010, p. 119. Francisco J. Santamaría, Diccionario de Mejicanismos, Porrúa, México, 2000, p. 601.
[2] Sobre la figura política y el proyecto económico de Olegario Molina Solís en Yucatán, cfr. Casasús, Francisco A. Casasús, “Ensayo biográfico del Licenciado Olegario Molina Solís”. Revista de la Universidad de Yucatán, mayo-junio de 1972, número 81, año XIV Vol. XIV, Mérida, Yucatán, pp. 68-95; Franco Savarino Roggero, Pueblos y nacionalismo, del régimen oligárquico a la sociedad de masas en Yucatán, 1894-1925, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, México, 1997, pp. 145-179. No podemos homogeneizar las causas del malestar social tanto en el contexto urbano como en el campo yucateco: las causas de las élites, si bien podían coincidir con las clases subalternas, a veces diferían. Cfr. Gilberto Avilez Tax, Paisajes rurales de los hombres de las fronteras: Peto (1840-1940). Tesis que para optar al grado de Doctor en Historia, CIESAS, México, 2015.
[3] Gilbert M. Joseph, “La última batalla del orden oligárquico. La resistencia popular y de las élites durante el ‘Porfiriato prolongado’ de Yucatán (1910-1915),” en Romana Falcón y Raymond Buve (compiladores), Don Porfirio presidente…, nunca omnipotente. Hallazgos, reflexiones y debates. 1876-1911, Universidad Iberoamericana-Biblioteca Francisco Xavier Clavigero, México, 1998, p. 408-409.
[4] Es decir, me refiero a los gobiernos de Eleuterio Ávila, de origen yucateco; y de Toribio de los Santos. La oligarquía henequenera, si bien en un principio se conmocionó ante un decreto de Ávila proclamando que abolía el trabajo forzado en las haciendas, pronto convirtió al gobernador en un simple mensajero de ellos ante Carranza. Para principios de 1915, y como un intento de control más eficiente del mercado del henequén, Carranza y su ministro Luis Cabrera enviaron al general Toribio de los Santos. Con medidas más enérgicas por parte de este último, la oligarquía reaccionó mediante un golpe militar y la proclamación separatista con la rebelión del general Abel Ortiz Argumedo. Gilbert M. Joseph, Revolución desde afuera, op. cit., pp. 28-29.
[5] Gilbert M. Joseph. “Para repensar la movilización revolucionaria en México: Las temporadas de turbulencia en Yucatán, 1909-1915”, en Gilbert M. Joseph y Daniel Nugent (compiladores). Aspectos cotidianos de la formación del Estado. México. Editorial ERA, 2002, pp. 163-165.
[6] Apunto esta obra escritural de Salvador Alvarado: Carta al pueblo de Yucatán, Mérida, 1916; Actuación revolucionaria del general Salvador Alvarado en Yucatán, Mérida, Tipografía “La Moderna”, 1918; La reconstrucción de México: Un mensaje a los pueblos de América, 3 vols. México, 1919.
[7] Orosa Díaz señaló que “Como la mayoría de los jefes formados a través de las batallas de la revolución, Alvarado fue un soldado improvisado que dio reiteradas muestras de capacidad y disciplina en los numerosos hechos de armas en que participó”. Jaime Orosa Díaz, 1980, Salvador Alvarado en la Revolución Mexicana, Ediciones del Gobierno de Yucatán, Mérida, 1980, pp. 17-18.
[8] Pedro Castro, 2010, Álvaro Obregón. Fuego y cenizas de la Revolución Mexicana, ERA, México, 2010, p. 93.
Precisamente, el libro de Héctor Aguilar Camín, La frontera nómada: Sonora y la Revolución mexicana, trae como epígrafe unos versos del poema Esperando a los bárbaros, de Kavafis, cuando los senadores romanos esperan a los bárbaros para legislar según las costumbres de estos últimos. Al final, sabemos que los sonorenses en el poder –aún Cárdenas-, en gran medida siguieron la senda “moderna”, industrial y capitalista instaurada desde tiempos de don Porfirio.
[9] Héctor Aguilar Camín, La frontera nómada: Sonora y la revolución mexicana, México, Cal y Arena, México, 2010, p. 163.
[10] Salvador Alvarado, La reconstrucción de México: Un mensaje a los pueblos de América, México, 1919, Vol. I., p. 11.
[11] Durante el interinato de Adolfo de la Huerta, ocupó la cartera de Hacienda y Crédito.
[12] Jaime Orosa Díaz, op. cit., p. 84; Castro, op. cit, p. 284. Para la crónica nacional de ese periodo, véase a: John W. F. Dulles, Ayer en México: una crónica de la revolución, 1919-1936, FCE, México; Castro, op. cit, pp 273-306. Para el caso yucateco, cfr. Faulo Sánchez Novelo, La rebelión delahuertista en Yucatán, Maldonado editores, Mérida, 1991.
[13] Sobre la construcción del Estado a nivel regional, véase el libro de Francisco Paoli Bolio, Yucatán y los orígenes del nuevo estado mexicano, Mérida, Universidad Autónoma de Yucatán, 2001. También véase la influencia de las legislaciones alvaradistas en la Constitución de 1917, en Ramón Mendoza Medina, La influencia de Salvador Alvarado en la constitución de 1917, Talleres Gráficos y Editorial Zamná, Mérida, México, 1967; y Diego Valadés, “Salvador Alvarado, un precursor de la Constitución de 1917”, en Estudios jurídicos en homenaje a don Santiago Barajas Montes de Oca, varios, Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM, México, 1995, pp. 417-445.
[14] Allen Wells y Gilbert M. Joseph, 1996, Summer of discontent, seasons of upheaval: elite politics and rural insurgency in Yucatan. 1876-1915, Stanford California; Stanford University Press. (traducción al español: Verano del descontento, épocas de trastorno: élites políticas e insurgencia rural en Yucatán, 1876- 1915, UADY, Mérida, México, 2011). Gilbert M. Joseph, óp. cit, 2010. Sin embargo, sorprende que uno de los intelectuales cercanos a Alvarado, M. C. Rolland, haya escrito lo siguiente en noviembre de 1915, que a la larga sería una profecía cumplida con el socialismo yucateco bajo la égida carrillista: “Si por determinadas circunstancias hay aquí jefes revolucionarios de otras partes eso no significa que la revolución se haya importado, porque entonces, lo mismo sucedería en la mayor parte de la república. El campo es propicio y hay revolución quieran que no…Hay muchos yucatecos que comprenden la necesidad de una nueva vida basada en el bienestar del pueblo. Luego también aquí hay muchos revolucionarios aunque no quieran llamarse así…Sólo es cuestión de organizarlos. ¡Qué felices seríamos el día que viéramos organizados a los hijos del Estado de Yucatán y que ellos mismos formaran un gobierno revolucionario! Sabed que aquí hay revolución y más profunda y más grande tal vez que en donde se ha derramado la sangre a torrentes”. M. C. Rolland, “No se importó la Revolución”, La Voz de la Revolución, 6 de noviembre de 1915.
[15] Luis Rosado Vega, El Desastre. Asuntos yucatecos. La obra revolucionaria del general Salvador Alvarado, Imprenta el Siglo XX, La Habana, 1919.
[16] Salvador Alvarado, óp. cit., 1919.
[17] Con las prensas consignadas del diario La Revista de Yucatán, dirigida por Carlos R. Menéndez, poco después de la entrada de Alvarado comenzó a editarse La Voz de la Revolución, un periódico semioficial que da cuenta del periodo de gobierno. Actualmente, esta fuente, que sirvió como mural periodístico para la “narración de cómo la Revolución Constitucionalista se veía a sí misma ante el espejo, de la inflexibilidad del régimen, pero también de los múltiples aciertos administrativos de Alvarado”, sufre los estragos del clima tórrido yucateco: sólo se encuentra en una biblioteca privada todos sus tomos completos, y no se ha digitalizado por completo. Cfr. Joed Peña Alcocer, “La Voz de la Revolución, entre el desconocimiento y la fragilidad de las fuentes”, Por Esto!, 26 de marzo de 2015.
[18] Jorge Canto Alcocer, Socialismo utópico y Revolución en Yucatán, Mérida, Tesis de licenciatura en Ciencias Antropológicas en la especialidad en Historia, UADY-Facultad de Ciencias Antropológicas, 1995; Francisco Paoli Bolio, ibídem, 2001; y Francisco Paoli Bolio, Salvador Alvarado, estadista y pensador (antología), FCE, México, 1994.
[19] Francisco Paoli Bolio y Enrique Montalvo, El socialismo olvidado de Yucatán (Elementos para una reinterpretación de la Revolución mexicana), Siglo XXI, México, 1987.
[20] Gilbert M. Joseph, óp. cit, 1998; Paul K. Eiss, In the name of El Pueblo: place, community, and the politics of history in Yucatán, Durham, London, Duke University Press, 2010.
[21] Gilbert M. Joseph. Revolución desde afuera. Yucatán, México y los Estados Unidos, 1880-1924. México. FCE, 2010, p. 219.
[22] Pacheco Cruz, Santiago, Recuerdos de la propaganda constitucionalista en Yucatán, con una semblanza de la vida, actuación i [sic] del gobernador Felipe Carrillo Puerto: apuntes históricos, Editorial Zamná, Mérida, 1953; Beatriz González Padilla, Yucatán: política y poder, Maldonado Editores-INAH, Mérida Yucatán, 1985; Francisco Paoli y Enrique Montalvo, óp. cit; Jorge Canto Alcocer, 1995; Franco Savarino, óp. cit., 1997 y Joseph, óp. cit., 2010.
[23] Aunque hay que decir que Carrillo Puerto se convertiría, posteriormente, en un caudillo regional. Cfr. Gilbert M. Joseph “El caciquismo y la Revolución: Carrillo Puerto en Yucatán”, en David A. Brading (compilador), Caudillos y campesinos en la Revolución mexicana, México, FCE, p. 250.
[24] Los cantonistas y molinistas eran dos bandos políticos a principios del siglo XX, y eran representados por el general vallisoletano y ex imperialista, Francisco Cantón Rosado (1833-1917) y el liberal moderado Olegario Molina (1843-1925), ambos gobernadores y hombres fuertes a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Con Cantón Rosado se dio la “pacificación” de los mayas rebeldes de Chan Santa Cruz, en 1901. 50 Hernán Menéndez Rodríguez, “Reinterpretación histórica. La Revolución mexicana en Yucatán y los hacendados: Salvador Alvarado y Carlos Peón”, en Unicornio. Suplmento cultural del Por Esto!, 14 de junio de 1992: y Hernán Menéndez Rodríguez, Iglesia y poder: proyectos sociales, alianzas políticas y económicas en Yucatán (1857-1917), Ediciones Nuestra América-Conaculta, 1995.
[25] Hernán Menéndez Rodríguez, “Reinterpretación histórica. La Revolución mexicana en Yucatán y los hacendados: Salvador Alvarado y Carlos Peón”, en Unicornio. Suplmento cultural del Por Esto!, 14 de junio de 1992: y Hernán Menéndez Rodríguez, Iglesia y poder: proyectos sociales, alianzas políticas y económicas en Yucatán (1857-1917), Ediciones Nuestra América-Conaculta, 1995.
[26] Raquel Barceló, “La búsqueda del confort y la higiene en Mérida, 1860-1911”. En Historia de la vida cotidiana en México, Bienes y vivencias. El siglo XIX, dirigido por Pilar Gonzalbo y coordinado por Anne Staples, 213-252. México: FCE-COMEX, 2005; Gladys N. Arana López, “Espacios, sujetos y objetos del habitar cotidiano en el México de entre siglos. Mérida la de Yucatán, 1886-1916”, Memoria Sociológica, Bogotá (Colombia), 17 (35), julio-diciembre, 2013, pp. 236-261.
[27] Victoria R. Bricker, El Cristo indígena, el Rey nativo. El sustrato histórico de la mitología del ritual de los mayas, México, Fondo de Cultura Económica, México, 1993, p. 185.
[28] Piedad Peniche Rivero, 2002 “Oponiéndose al capitalismo en Yucatán. La causa de los rebeldes de la Guerra de Castas (1847-1850)”, Desacatos, núm. 9, primavera-verano, 2002, p. 26.
[29] Aunque, en este punto, tenemos que acotar que el impulso y revalorización que Carrillo Puerto diera a la lengua, las tradiciones, la literatura, la arquitectura, la arqueología y la cultura de la sociedad maya yucateca, a tono con sus políticas agrarias, no eran sino los mismos brazos de un indigenismo que años después, con Cárdenas, sería política pública oficial: una revalorización de las tradiciones indígenas, que se traducían, burocráticamente, en una disección y una museografía cosificante del mundo indígena. Sin embargo, podemos establecer la hipótesis, de que mientras en el Porfiriato a nivel nacional, el indigenismo de Díaz se puede categorizar como barrunto por la apropiación del “pasado indígena”; en el Porfiriato yucateco salido de la Guerra de Castas, por el contrario, no se logra apreciar ni barruntos de apreciación, y menos de revalorización del pasado indígena, siendo el presente de la sociedad maya de condiciones difíciles en las haciendas henequeneras y cañeras. Por tal motivo, el impulso indigenista de Carrillo Puerto rompe con una tradición negativa de mirar a la sociedad maya por parte de las élites políticas locales e intelectuales, una tradición de adjetivación de la “barbarie” indígena esquematizada en la tinta destilada por la ciudad letrada meridana, y ahondada a partir de 1847. Sobre este “resurgimiento maya” en tiempos de Carrillo Puerto, cfr. Manuel Sarkisyanz, Felipe Carillo Puerto. Actuación y Muerte del apóstl “rojo” de los mayas, H. Congreso del Estado, Mérida, 1995. A pesar del impulso y la revitalización cultural dado por Carrillo Puerto a la sociedad maya yucateca, visiones negativas del “problema de la cultura indígena”, todavía eran posibles de encontrar en textos como el de Oswaldo Baqueiro Anduze, 1937, La maya y el problema de la cultura indígena, Talleres Gráficos del Sureste, Mérida, 1937.
[30] Francisco Paoli Bolio y Enrique Montalvo, El socialismo olvidado de Yucatán (Elementos para una reinterpretación de la Revolución mexicana), Siglo XXI, México, 1987, p. 49.