Redacción/ NOTICARIBE PENINSULAR
CIUDAD DE MÉXICO.-En México 75.1 por ciento de la población adulta presenta sobrepeso u obesidad, y en siete entidades (Sonora, Colima, Baja California, Yucatán, Tabasco, Quintana Roo y Campeche) la prevalencia es mayor a 80 por ciento, es decir, ocho de cada 10 personas.
Reconocer que se trata de una enfermedad permite que se le dé la debida atención: prevención, detección temprana y tratamiento integral, y quitar el estigma sobre las personas que la padecen, a quienes se les considera culpables de su condición, señalaron especialistas en la UNAM.
La obesidad, antes considerada cuestión de estética, es un padecimiento complejo que se caracteriza por la acumulación excesiva o anormal de grasa o tejido adiposo, y que puede perjudicar la salud. Tiene una diversidad de causas que no necesariamente se asocian unas con otras de manera lineal: “van de los genes, a las personas, a las familias, a las comunidades e, incluso, a las sociedades enteras”, explicó Martha Kaufer Horwitz, integrante del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán.
Al participar en el Seminario Permanente sobre Pandemias y su Impacto en la Alimentación Sostenible. La obesidad entre las pandemias, organizado por el Programa Universitario de Alimentación Sostenible (PUAS), la experta refirió que es una enfermedad “socialmente contagiosa” porque el entorno la puede favorecer.
Sus causas, aseveró, van desde lo meramente biológico, incluyendo lo genético, hasta las que tienen que ver con el consumo y producción de alimentos, sedentarismo, por mencionar algunas. “La genética es determinante, pero se requiere de un ambiente propicio para que se desarrolle la enfermedad. Obedece también a causas sociales y ambientales”.
Los factores que contribuyen a la ganancia de peso, aclaró Kaufer, son, en general, un metabolismo lento, incremento en el consumo de alimentos y reducción de la actividad física.
El primero se debe a que conforme avanza la edad, el metabolismo de la persona va disminuyendo, a factores hormonales, etcétera; el segundo tiene que ver con el ambiente “obesogénico”, la falta de conocimiento de opciones más saludables para incorporar en la alimentación, el sueño no reparador, excesos en la comida por problemas psicológicos o emocionales, e incluso el consumo de algunos medicamentos, y el tercero, se puede dar por limitaciones físicas, fatiga crónica, afecciones cardiorrespiratorias, dolores musculares, entre otros.
Este padecimiento, detalló en la sesión moderada por la coordinadora del PUAS, María Elena Trujillo, da origen a otros, como la diabetes tipo 2 y las enfermedades cardiovasculares; sin embargo, hay otras consecuencias más, como el hígado graso, afecciones musculoesqueléticas o renales, o baja autoestima y depresión que se vuelven círculos viciosos para perpetuar la obesidad.
Una persona con un índice de masa corporal de 30 o más tiene el padecimiento clase 1, 2 o 3. “Si se desea identificar un riesgo adicional se puede medir el perímetro de la cintura”; si es por arriba de 90 en hombres y de 80 en mujeres, se trata de una obesidad de tipo central que es la que confiere mayor riesgo cardiovascular; el perímetro del cuello también se ha usado recientemente con este fin. Además, se requiere una valoración integral para determinar comorbilidades.
La científica mencionó que una de las “justificaciones” para no atender la enfermedad es que hay personas obesas que no tienen comorbilidades, como diabetes, hipertensión o problemas osteomusculares. Pero 80 por ciento sí tiene alteraciones metabólicas; “hay que tratarla independientemente de que éstas existan o no”.
Los objetivos del tratamiento son, sobre todo, adquirir hábitos saludables que permitan mejorar la calidad de vida y la salud. Además, reducir las comorbilidades, que normalmente son crónicas y costosas en su atención. “Hay que reconocer que cada persona es única y cada una requiere tratamiento individualizado”.
Luego de recordar que las “dietas mágicas” no existen, recomendó centrarse en un cambio de conducta y no en el peso, para que aquel sea estable y sostenible sin importar si el paciente va a una fiesta, de vacaciones o está en su casa debido a una pandemia. “Hay que quitarle peso al peso, y no concentrarse en cuántos kilos se pierden y en cuánto tiempo; hay que tener expectativas realistas”, dijo Martha Kaufer Horwitz.
Simón Barquera Cervera, director del Centro de Investigación en Nutrición y Salud del Instituto Nacional de Salud Pública, coincidió en que el ambiente alimentario es muy importante porque determina la adquisición y el consumo de alimentos; lo que comemos tiene que ver más que con nuestra biología o genética, con la disponibilidad, dinero, publicidad, etcétera.
La prevalencia de obesidad en nuestro país no siempre fue así, aclaró. Lo ha sido en los últimos años y eso significa que no debemos aceptarlo como parte de nuestra condición natural. Es resultado de un entorno descuidado, y falta de regulación y políticas para cuidar nuestra alimentación.
No fue sino hasta 2010 que en la agenda pública de la salud estuvo este problema. El impuesto a la comida chatarra y refrescos se implementó en 2014 y el etiquetado de advertencia en 2020. De ese modo, ahora se presenta una estabilización en el incremento de la prevalencia, aun con la pandemia de la Covid-19; “puede ser que estemos frente a la buena noticia de que se empieza a controlar la curva de la obesidad”.
Tomar agua simple y no consumir nada que esté empacado en plástico es muy importante. Además, la comida chatarra y bebidas azucaradas son caras, por ejemplo, un kilo de mangos cuesta lo mismo que dos litros de refresco de cola; consumir saludable es más barato. Es necesario retirar toda esa comida de las escuelas, recomendó.
Contrario a lo que se dice, el impuesto a los refrescos es una de las políticas mejor evaluadas en el mundo; más de 30 países lo han implementado desde que México lo desarrolló y evaluó. “Se ha encontrado que el consumo disminuyó cinco litros per cápita al año, es decir, miles de toneladas de azúcar se dejaron de consumir, y eso en 10 años representará menos muertes y ahorros en salud. Si se pudiera duplicar ese impuesto tendríamos más vidas salvadas, y si se usara parte de esa recaudación para asegurar algunas estrategias de salud pública, se mejoraría más esta perspectiva”, opinó Barquera.
Además, el etiquetado tiene “resultados formidables” en las evaluaciones preliminares. Miles de productos han sido reformulados por la industria de comida chatarra para reducir la cantidad de sellos; además, permiten al consumidor evaluar la calidad y tomar elecciones saludables. Alrededor de 20 por ciento de las familias han dejado de consumir productos por tener muchos sellos. Esta medida se implementó ya en otros países latinoamericanos, como Argentina, Chile, Perú y Uruguay; Brasil y Colombia tienen iniciativas en proceso, finalizó.
Con información de Gaceta UNAM