Por: Gilberto Avilez Tax
Hoy 9 de agosto de 2024 se cumple un aniversario más del día internacional de los pueblos originarios en el mundo, y esto nos da pie para escribir algunas reflexiones que nos otorgan algunos hechos particulares que suceden en el estado de Quintana Roo. De antemano, podemos apuntar la idea de que en cuanto a la reivindicación de los derechos de los pueblos mayas, y más que nada, de los herederos directos de la Guerra de Castas respecto al estado regional, aún existen algunas problemáticas que se vienen arrastrando de forma secular: la desigualdad social, política y cultural, que se da entre el segmento indígena de Quintana Roo frente al segmento “ladino”, mestizo o “blanco”, es tema al parecer de nunca acabar.
Es un hecho que los mayas de Quintana Roo, siguen siendo el conglomerado humano de las políticas asistencialistas, folkloristas y “culturalistas” de los grupos hegemónicos (no indígenas) en el estado, donde incluso, recientemente, los coyotes indigenistas del estado regional y sus caciques estatales, han incluso generado rupturas y divisionismos entre los centros ceremoniales alrededor de la Cruz Parlante. Véase sino el caso que hemos estudiado, el del desaparecido general maya José Isabel Sulub, que tuvo el mal tino de hacer uso de su libertad política en tiempos de la seudo-democracia tropical. El 27 de febrero de 2019, escribimos sobre este último tópico, lo siguiente: “Hoy, en los tiempos violentos que corren en Quintana Roo, más actuante que nunca esta privatización de playas, lagunas y bosques tropicales en el Caribe mexicano como producto de 35 años de saqueo neoliberal, el neo-indigenismo en estas tierras palustres del turismo sin asideros sigue su curso teatralizador, simulando relaciones de respeto a los derechos de los pueblos indígenas al mismo tiempo que desconoce las más elementales formas de relación con los pueblos; este neo indigenismo ha hecho presa de sus caprichos y odios personales a los líderes mayas como el General José Isabel Sulub, a quien se le ha estrepitosamente conculcados sus derechos, violentado su más elemental libertad de decidir, con el embeleco falaz de unas leyes indigenistas quintanarroenses que contravienen el espíritu del Convenio 169 de la OIT y la Declaración de la ONU de 2007, en ese aspecto” (Gilberto Avilez. “El General que rompió el muro del Museo etnográfico y el muro de los derechos indigenistas”. 27 de febrero de 2019).
La idea que aún podemos sustentar, y más en tiempos en que los mayas de Quintana Roo se traducen a un asunto vulgar de la “Xcaretización” -es decir, de la venta de la cultura maya para los intereses turísticos-, es que los derechos indígenas, la viabilidad de los pueblos originarios defendiendo su cultura no solo bajo un prisma escueto de “culturalismo” desarraigado o poéticamente individualista (verbigracia, los recipiendarios recientes de la medalla Cecilio Chi) se vuelven retórica vacía en la antesala racista del poder regional.
Sin decirlo siquiera, en los actuales detentadores del poder regional en el estado de Quintana Roo, está más que presente la Xcaretización integracionista del segmento indígena para facilitar los nuevos caminos del turismo extractivista (tenemos hasta presidentas municipales que le dan la bienvenida a Xcaret al mismo tiempo que ni oyen ni ven a los mayas de las comunidades). Y esto, con la venia de los órganos estatales y hasta de sus voceros de la academia adocenada. El caso paradigmático de esa cuestionable postura integracionista y asistencialista, es el engranaje actual de leyes neo-indigenistas, así como del tan obsecuente INMAYA, que existe en el Quintana Roo turístico y Xcaret-izado. Sin duda es necesario hacer una reforma radical de las leyes e instituciones en materia indígena en el estado, toda vez que se encuentran rebasadas en el ámbito nacional e internacional, para salir de las visiones asistencialistas y xcaretizadoras.
Mientras tanto, los mayas actuales, no los remotos de tiempos prehispánicos que se encuentran en el andamiaje arqueológico, o los mayas imaginarios que se pueden ver en el performance de la Xcaretización ritualera, sufren las de Caín. Hace unos días, una nota de prensa de Noticaribe Peninsular (6 de agosto de 2024) nos hizo recordar a Ángel Jacinto Noh Tun, hoy un joven de 19 años originario de la comunidad maya de X-Cabil, que en 2017, representando a la zona maya como niño diputado, dio un conmovedor discurso que hizo salirse de la norma rutinaria a estos eventos infantiles que organizan los órganos del estado. Y es que Ángel Jacinto, hace seis años atrás, retó a los recientes diputados “del cambio” de esos años (cambio que nunca fue) a obligar a rendir cuentas a la clase corrupta borgista. En aquella ocasión, Ángel Jacinto, el niño diputado, hizo retumbar el Congreso de Quintana Roo, pero sus palabras resonaron un momento, para posteriormente difuminarse con el calor tropical que infecta el Congreso de Punta Estrella. Hoy nos enteramos que el niño diputado iniciará sus estudios de arquitectura en Cancún, y ningún político de Quintana Roo, menos de la zona maya (José María Morelos o Felipe Carrillo Puerto), han hecho algo para canalizar a tan valioso joven, que cuenta con 19 años el día de hoy. Ángel Jacinto es un ejemplo claro de esta desigualdad de derechos que se cierne sobre el pueblo maya de Quintana Roo.
Y es que a estos problemas viejos que hemos referenciado, a estas disparidades de todo tipo que se perpetuaron en el cuerpo de la mayanidad en Quintana Roo, ahora se presenta la nueva conquista turística de las aldeas y territorios mayas. El indigenismo acedo mezclado con folklor ejidal bajo un prisma culturalista, ritualero, en el espacio de “Mayakaan”, hoy se refuerza con la integración no solo económica, sino hasta que en los espacios de la política existe una falsa representatividad de los indígenas en Quintana Roo, y esto es aceptado por un estado que le importa muy poco las ideas de la interculturalidad, la igualdad de derechos y la verdadera representatividad política de los indígenas en el estado. La voz de los mayas no se oye hace ya muchos años en el Congreso de Quintana Roo, aunque existan diputados supuestamente mayas que beben en jícara de Tiffanys, o poetas mayas que de vez en cuando visitan los lugares del poder regional. En el Quintana Roo actual, al parecer solo es permitido que se toquen charangas, jaranas y se empachen con relleno negro los pocos mayas rebeldes que quedan, para escamotear justicias sociales en el katún de la Xcaretización.
Hace unos días nos enteramos por la prensa que el Museo de la Guerra de Castas en Tihosuco fue totalmente renovado, invirtiéndose en él 5.5 millones de pesos, y según el boletín que circuló profusamente por portales y redes, “se cambió la museografía acorde a cada uno de los lineamientos oficiales, con el que se transformó totalmente su interior”. La pregunta que uno se hace, al leer esta parte del boletín oficial, es la siguiente: ¿por cambio en la museografía” se entiende una modificación sustancial en el objetivo de dicho museo, que tiene que ver con la historia de la Guerra de Castas? En una foto que presentaba el boletín, se observa a las autoridades estatales al lado de una figura de cera que representa a la danza de los pastores, un bailable católico de diciembre y enero con que las comunidades mayas de la región de Dzitnup (de donde son la mayoría de los primeros repobladores de Tihosuco, de la década de 1930) celebran el nacimiento del “divino niño” y la lucha entre el mal y el bien. Se señalaba, en otros boletines, que el museo de la Guerra de Castas fungirá no solo como lugar de la memoria de la lucha indígena, sino que, ahora, siguiendo los caminos de la Xcaretización, será como un nuevo escaparate turístico para que las “bordadoras tradicionales” de los pueblos vendan sus hipiles, su blusas bordadas, etc. Es decir, un producto más del recuerdito que se llevará a su casa el “turista conquistador”. En las distintas entregas y análisis que hemos hecho desde hace ya varios años, lo señalamos en Noticaribe Peninsular, al “vaticinar” que con la declaratoria de Zonas de Monumentos que había recibido Tihosuco en 2019, este pueblo se escoraba directo a posicionarse como “el nuevo producto turístico del Caribe mexicano”. Señalamos hace casi un lustro, lo siguiente: “Sin duda, la declaración de Tihosuco como Zona de Monumentos, es entendida tanto por las clases populares, como por las élites económicas y políticas de este estado (al rato, sin duda, vendrá Xcaret a plantarse por estos andurriales para ponerle una X conquistadora a don Jacinto, como lo ha estado haciendo en la cercana Valladolid), como un elemento indispensable para reforzar el turismo en la zona centro de Quintana Roo, donde la cultura, la historia de la Guerra de Castas inventada y teatralizada desde el “enfoque turístico” (existe hasta una “Ruta de la Guerra de Castas” en Chunhuhub, Dzulá, Tepich, Tihosuco, Sabán y Sacalaca que no genera aún gran movilidad de turistas), así como las costumbres gastronómicas de las “experiencias mayas”, sirva como atractivo para las avideces culturales de un turista hastiado del azul turquesa del Caribe Mexicano con olor a pólvora. La declaración, a ojos de estas élites regionales, “representa un nuevo producto turístico para que más visitantes conozcan las tradiciones que nos dan identidad y orgullo quintanarroenses y, además, genere más empleos para la gente de Tihosuco” (Gilberto Avilez. “Tihosuco o del nuevo producto turístico del Caribe mexicano”. 8 de octubre de 2019).
Hoy, lo que dijimos hace cinco años, se está convirtiendo en una palpable realidad vía la Xcaretización de “Mayakaan”. En esta perspectiva, los mayas son asuntos solamente de un Museo xcaretizado, o de un bordado tejido para la piel del turista conquistador. Y la historia de la Guerra de Castas está bien ahí, en el texto docto del erudito solitario, o en el museo con que se intenta apresar la memoria de un pueblo; pero no en la memoria que sirve para la lucha actual. Hace unos años, platicando con el poeta maya de la Guerra de Castas, Gregorio Vázquez Canché, éste contó la anécdota de cuando el Museo de la Guerra de Castas fue inaugurado:
“La Guerra sigue, aunque intenten ponerle punto final los guerracastólogos del poder regional. Te cuento una anécdota que me dijo el General Isidro Caamal Cituk, cuando fue inaugurado el Museo de la Guerra de Castas.[1] En ese entonces estábamos igual con Marcelino Poot. Don Isidro, después de la inauguración de ese Museo de la Guerra de Castas, me jala aparte y me pregunta, en maya, “oye, Gregorio, ¿y para qué sirve este Museo? Yo le contesté: “Bueno, General, sirve para conservar la memoria de las cosas antiguas de la Guerra, para que los jóvenes sepan lo que ustedes saben”. El General me responde: “¡Ahh!, entonces, Goyo, ¿con eso quieren decir que ya se acabó la Guerra? La Guerra nunca terminó, una tregua solamente hicimos, y ahora solamente estamos en descanso” (Conversaciones de Gilberto Avilez con Gregorio Vázquez Canché).
Palabras finales a modo de dardos para los mayas hidalgos de la Xcaretización
Seguro que este día los “mayas hidalgos” (los intelectuales orgánicos y folk de la oligarquía peninsular, con su correlato sietemesino quintanarroense) festejarán el día de los pueblos indígenas descafeinando el discurso: ¿dónde estará el “yo acuso” a las instituciones oficiales (el priismo morenismo que sigue en el INPI Quintana Roo, la tramoya barata del INMAYA, la misma perspectiva clientelar o “culturalista” en torno a la “etnia vencida”) cuando la tragedia de derechos que viven los mayas de Quintana Roo se aúna con la Xcaretización actual?
Lo cierto es que vivimos en el katún de la Xcaretización turística en Quintana Roo. Y a esta cláusula respondemos con una pregunta inaugural: ¿sigue siendo el pueblo maya de Quintana Roo, un pueblo en marcha? Asiento en este nuevo pliego de este chilam virtual, lo siguiente: Vivimos en el tiempo del katún de la Xcaretización. Y estos pueblos depauperados por injusticias históricas, pueblos donde resuena la historia de lucha y defensa autónoma de los mayas verdaderos de mediados del XIX (no los vulgares “xcaretitos” de hoy) se convierten, en esta perspectiva ladina, en “lugares turísticos” para el gringo “conquiro”, en una especie de souvenir para el turista conquistador. Y de esto, ya se sabe: rumian y aplauden los defensores de la más palurda Xcaretización que reciben las bondades, canonjías y medallas de los dzules: y más que Cecilios, son los nuevos Jacintos recibiendo el bastón de mando de los nuevos Barbachanos de la Xcaretización política (sobre esto último, véase mí artículo “Deconstruyendo el mito de Jacinto Pat. Noticaribe Peninsular, 21 de septiembre de 2021).
En el reino de la infamia turística y sus avatares comunitarios o rurales, todo se vende, todo es turístico, un souvenir que se compra con euros o dólares, pero los mayas verdaderos, los pocos que van quedando por tanta marginación, racismo y blanquitud educativa, seguirán siendo el staff de la trastienda del turismo, algunos entenderán que esto es la verdad incontrastable de la vida, harán tesis sobre ello, de que el turismo es como el cristianismo que les llegó a la cabeza de sus ancestros: una forma de divina providencia que no se tiene que cuestionar, que no se tiene que disentir, so pena de ser tachado de idólatra, hereje o apóstata de la única fe verdadera, la fe en el Cristo-turístico.
Y en este Katún de la Xcaretización, ¿Dónde quedan los derechos de los mayas enarbolados desde tiempos de la guerra de castas? A este último punto, hay que decir que pasamos de la indiferencia y folklorización de la Guerra de Castas, a ver la Guerra de Castas como un atractivo turístico. Es infame. Es atroz. La ruta de la Guerra de Castas es otro ejemplo de la Xcaretización en Quintana Roo. Y los derechos indígenas, por supuesto, siguen siendo un papel mojado en el reino de la Xcaretización política.
[1] Su inauguración se realizó el 24 de marzo de 1993.