Francisco J. Rosado May
fjrmay@hotmail.com
INEGI informó la semana pasada que el crecimiento trimestral abril-junio fue de 0.9%, menor al que reportó en el trimestre de enero a marzo. Por otro lado, el PIB mensual de junio, indicador global de la actividad económica, decreció 0.3 % mensual; es decir se interrumpió el proceso de recuperación económica. Además, informó que en la primera quincena de agosto la inflación general fue del 8.6% anual (El Financiero, 26/08/2022).
Si bien los energéticos llevan semanas a la baja, en contraste los precios de los productos agropecuarios han aumentado, escalando a una tasa anual promedio del 14.5%.
El alza en los costos empieza a mostrar señales de alta preocupación, los gastos están amenazando el balance con los ingresos.
La producción de alimentos tiene hoy retos pocas veces vistos. La alta dependencia a agroquímicos, reflejo del tipo de sistema agrícola predominante en México, está influyendo en el aumento de los precios porque el costo de fertilizantes, y pesticidas en general, ha subido a niveles sin precedentes. Por ejemplo, un bulto de 50 kilos de urea, uno de los fertilizantes más usados, alcanza casi los 3 mil pesos. Los datos a nivel mundial indican que en 2022 el precio de la urea es mayor en casi un 190% con respecto al 2021.
Para tener un contexto de los anterior, es importante saber que en 2021 México consumió 5.4 millones de toneladas de fertilizantes, el 62% se cubrió con importaciones.
Uno de los cultivos más importantes para México es el maíz. ¿Cómo se vería afectado su producción por el aumento del costo de fertilizantes?
Se estima que cada mexicano consume 197 k de maíz por año. Con una población de 130 millones, se necesita producir cerca de 26 millones de toneladas. A esta cantidad hay que sumar el maíz usado para animales, ya sea en forma directa o industrializada, y para obtener productos secundarios como edulcorantes. Fácilmente se duplicaría la cantidad, a más de 50 millones de toneladas.
En la planeación agrícola nacional, 2017-2030, SAGARPA consideró que hay unos 8 millones de hectáreas en México que siembran maíz. Esto quiere decir que, para alcanzar la producción necesaria, se debe cosechar en promedio unas 6 toneladas por hectárea.
Las milpas en Quintana Roo producen menos de 1 tonelada por hectárea. Y la mayoría, se estima más del 85%, usa fertilizantes y otros agroquímicos.
Y solo se ilustra el ejemplo con maíz. Hay muchos otros cultivos que son indispensables para la alimentación humana y animal y que también demandan fertilizantes y otros agroquímicos, que incluso han bajado su producción por ha. Panorama nada fácil. ¿Qué hacer?
La opción de dejar la vitamina T (tacos, tamales, tortillas, etc.) no sería viable. Además, ¿con que la supliríamos?
¿Por qué no pensar en políticas que impulsen la sustitución de agroquímicos, el cambio de paradigma en la producción de alimentos, el rediseño de los sistemas de producción?
¿Por qué no pensar en agroecología? México y Q. Roo tienen el potencial, pero se necesita la decisión firme de gobierno para adoptar e impulsar nuevas políticas, especialmente enfocadas a los pequeños productores, campesinos, que tienen máximo 5 has, pero que producen más del 40% de los alimentos que consumimos.
¿Por qué no pensar en un programa nacional de agroecología, y su aplicación en el estado, que incluya investigación, capacitación, doctorados, vinculación con el gobierno? Si los 3 niveles de gobierno adoptan esta propuesta de la Sociedad Mexicana de Agroecología, en pocos años no tendríamos el temor de dejar de consumir vitamina T.
Y pensar que en algún momento de nuestra historia exportábamos maíz. ¿Qué nos pasó? La explicación es una combinación de factores, lo importante es que podemos mejorar, por mucho, la actual situación alimentaria en México con la aplicación de la agroecología. Ya no solo es urgente sino indispensable, no hay mejor opción.
Es cuanto