Por Gilberto Avilez Tax
En su memorable estudio sobre la “cuestión de Belice” escrito a principios de la década de 1880, el ilustre ingeniero yucateco Joaquín Hübbe García-Rejón, apunta con certera precisión que no se puede entender ni la historia colonial, ni lo que sobrevendría luego cuando inicia la Guerra de Castas en 1847, sin la presencia, en tierras que legal e históricamente le corresponderían a la soberanía de Yucatán, de los invasores ingleses. Y es que, desde que los primeros piratas ingleses ocuparon a principios del siglo XVII algunos puertos aislados de las costas orientales de Yucatán, la historia de la Península de Yucatán ha estado enlazada con la de sus intrusos vecinos, “cortos en número, pero audaces en sus concepciones e intrigas por la poderosa bandera que los cubre”.
El estudio del ingeniero Joaquín Hübbe sobre Belice había visto a la luz a través de entregas sabatinas del periódico El Eco del Comercio, entre los años 1880 y 1881, donde Hubbe da sobrados alegatos históricos, de derecho internacional, geográficos, corográficos, para reclamar para Yucatán esas tierras situadas al Suroeste de la Península.[1]
Más allá de esta presencia permanente de los piratas convertidos en cortadores de palo de tinte y de caobas en las costas del sureste de la Península, la historia de la ocupación de los confines y territorios de la frontera española por súbditos ingleses, nos retrotrae a las pugnas imperiales entre un Imperio español que en el siglo XVII ya estaba en franca decadencia, y un Imperio inglés que apenas estaba creciendo y que en 1588 derrotaría con estrépito, en el Canal de la Mancha, a la Armada Invencible española enviada por Felipe II para conquistar Inglaterra.
La historia de los piratas, corsarios y bucaneros (siglos XVI-XVII) en el Golfo mexicano, Península y el Mar Caribe, islas y costas de tierra firme, no tiene nada que ver con esa suerte de dipsómanos hombres violentos y románticos del mar que nos ha regalado el cine hollywoodense con su capitán Jack Sparrow, sino que está directamente relacionado con el surgimiento del sistema mundo capitalista, y la intercepción del tesoro americano fue un elemento para sentar las bases de la revolución industrial del siglo XVIII y la final supremacía de imperios y naciones distintas a España (Inglaterra, Francia, Holanda). Así lo señala el erudito de Jáltipan, Antonio García de León: “La piratería estatal y privada, como estrategia de debilitamiento del imperio español por parte de sus enemigos, sería la parte más visible de este despojo violento que hizo posible la configuración posterior de un mercado más tranquilo y totalizador, y de una moderna economía mundial, justo antes de que el capitalismo se convirtiera en un sistema industrial y de apariencia ‘apacible’”.[2]
Para la historia de la Península de Yucatán, las tesis que sustentó el ingeniero Hübbe, deben ser rescatadas y puestas en la mesa del debate histórico, para entender varios pasajes y hechos sociales de Yucatán del siglo XIX y hasta del siglo XX. Desde el tan acendrado contrabando –que en el caso reciente se convirtió en la fayuca- hasta los años que duró la Guerra de Castas. Un hecho definitivo que hubiera cambiado el rumbo de la historia de Yucatán en su conjunto, que tal vez hubiera significado hasta la inexistencia actual de la división tripartita de la Península, tiene que ver con los ingleses de “Walix” (Belice) y con un hecho de armas poco conocido, la entrada a Walix del gobernador de Yucatán Antonio de Figueroa y Silva, en 1733, para desterrar a los piratas ingleses de las tierras que le correspondían a Yucatán. Antes de pasar a referirnos de esta gesta militar, refiramos algunos puntos de esta larga cuestión beliceña, donde dos imperios se confrontaron en los confines de sus fronteras.
Del inicio de la ocupación inglesa en Belice: por el palo de tinte
Se da por descontado que el inicio de la ocupación inglesa de las tierras de Walix, se dio pasado el primer tercio del siglo XVII. Algunos estudiosos señalan el año de 1638, cuando un hecho tan cotidiano de los hombres del mar- un naufragio- les acaeció a algunos súbditos ingleses. Hübbe es de la idea de que es en ese año el inicio de la ocupación, pues para esas fechas Diego el Mulato había saqueado Campeche en 1633, y penetrado varias veces sobre la vieja villa de Bacalar, que un siglo atrás había sido fundada por los españoles para pacificar las tribus indígenas de esas lejanas comarcas selváticas. Diego el Mulato no solo saqueó Bacalar, sino hizo huir a sus habitantes que se refugiaron al interior de la provincia. También, en 1642, los ingleses toman posesión de las fértiles islas de Ruatán y Barbareta, situadas en el golfo de Honduras, muy cercanas a Belice. Entonces, es factible que la ocupación de Walix haya ocurrido en 1638, siendo un punto de encuentro y avituallamiento para que los piratas invadieran la cada vez más empobrecida Bacalar y se dirigieran contra las abandonadas islas de Ruatán y Barbareta. De ostentar la bandera de piratas y ladrones, los ingleses, una vez teniendo conocimiento que el palo de tinte era un producto altamente codiciado en Europa, ambicionaron ser conquistadores y colonos. Esto es lo que estipula en un pomposo discurso pronunciado ante los miembros de la Sociedad en el Ateneo de Manchester el 14 de octubre de 1885, el Teniente Coronel E. Rogers: la ocupación de Honduras Británica, envuelta en una “verdadera aureola de novela”, comenzó cuando un tal capitán James apresó unos barcos españoles repletos de palo de tinte, los trajo a Londres con todo y cargamento, “y tuvo la agradable sorpresa de vender inmediatamente el palo de tinte”. Fue cuando los corsarios comprendieron “que les era de mayor provecho buscar la madera en tierra que ir a pelear por ella en el mar, y de consiguiente el número de ingleses ocupados en el corte de palo, aumentó y se multiplicó y después de la captura de las Islas Bay, invadieron en tropel el continente vecino y finalmente se establecieron en Belice”.[3]
Desde ese entonces, la cuestión beliceña tuvo momentos de flujo y reflujo enmarcados por las guerras entre España e Inglaterra, y los distintos tratados que suscribieron estas dos potencias. Podemos mencionar algunos de dichos tratados, como los Tratados de Utrecht de 1713, en el que Inglaterra reconoce la soberanía de España sobre Belice y de que sus habitantes no eran más que piratas. Del mismo modo, los tratados de paz entre Inglaterra y España, donde se dice claramente que el territorio de Belice pertenecía a España. En 1779, España pierde otra guerra con Inglaterra y firman otro tratado en 1783, donde la corona española concede permiso para establecerse y cortar palo de tinte a los ingleses en Belice. Al llegar el siglo XIX, los ingleses reconocieron la necesidad no solo de ocupar, sino de adquirir plenamente el dominio de Belice, y en ese sentido le solicitaron a una España en ruinas, que había perdido todos sus dominios de tierra firme, su deseo de adquirir a Walix, pero España no tenía intención ni voluntad para ello. La guerra de castas que iniciaría en 1847, fue un aliciente para este dominio, y los ingleses comienzan a venderles armas y municiones a los mayas rebeldes; y en 1849, al calor del conflicto, en una carta del Lord Palmerston, Inglaterra francamente le dice a México que no reconoce su derecho sobre Belice, y no conformes con ello, desde noviembre de ese mismo año ya buscaba agenciarse otro tanto de tierra de la Península (Quintana Roo), para supuestamente detener la Guerra de Castas.[4] La guerra, por el contrario, nunca se detuvo, hasta que en 1893, el gobierno de Porfirio Díaz, temeroso de que Inglaterra les bloqueara los créditos financieros, y en teoría para acabar con la venta de armas a los indios rebeldes, firma con los ingleses los Tratados Mariscal-Spencer[5], donde México no solo define sus fronteras con Belice, sino que se enajena para siempre de la soberanía que por derecho histórico le correspondía de esas tierras. La respuesta yucateca ante ese despropósito porfirista, se puede leer en el magnífico trabajo del ingeniero Hübbe, citado líneas arriba, que da sobradas muestras, ejemplos, desiderátums, alegatos jurídicos e históricos de Yucatán sobre esas tierras invadidas por piratas de su Majestad británica.
Cayo San Jorge
La historiografía beliceña, trae siempre a cuento la Batalla de Cayo San Jorge de 1798 para reclamar su derecho de conquista sobre Belice. En Cayo San Jorge, en 1798, se encontraba el asiento del gobierno pirático inglés. Frente a Cayo San Jorge, se había presentado una flota española para tomar por asalto y expulsar a los ingleses. 3,000 soldados a las órdenes del General O’Neil, fueron derrotados por unas esmirriadas fuerzas británicas bajo las órdenes del coronel Barrow. Fue una batalla que duró dos días. Los ingleses rechazaron a los españoles, y para el coronel Rogers, con el ojo imperial oficial, “desde aquel año memorable hemos conservado la posesión de Honduras Británicas por derecho de conquista, a más del título de ocupación”.[6] Como sabemos que la historia oficial es selectiva, podemos hacer uso de ella hablando sobre el “hubiera”. ¿Qué hubiera pasado si los trabajos del gobernador Antonio de Figueroa hubieran tenido continuidad? Antes de Cayo San Jorge, en 1733 los ingleses habían sido totalmente derrotados y desterrados de Walix por una tropa de soldados yucatecos que se adentraron a territorio beliceño para expulsar a los invasores cortadores de palo de tinte piráticos.
La gesta del gobernador Antonio de Figueroa: “el hubiera no existe”
El 21 de febrero de este año se cumplen 291 años de la memorable hazaña militar del Gobernador de Yucatán, el Mariscal de campo y capitán general, don Antonio de Figueroa y Silva,[7] que con soldados yucatecos defendió al “Gran Yucatán” de los piratas de la joven Walix (Belice) hasta el punto de llegar por tierra a las guaridas y aduares de los bucaneros, pasando brechas inhóspitas, selvas vírgenes y pantanos intransitables, para defender los territorios yucatecos de la Corona española.
Antes, los piratas y bucaneros, que habían incursionado no solo en Bacalar sino que se adentraron hasta Chunhuhub y llegaron a Telá para amagar a Tihosuco, habían sido derrotados por las tropas del Mariscal Figueroa, que convocó a sus capitanes a guerra de la región oriente y sur de Yucatán para ponerle un dique infranqueable a los invasores de la pérfida Albión. Demos un repaso a este pasaje colonial de Yucatán.
En una carta al Rey de España de 1836, el capitán General de Yucatán que había sustituido al para ese entonces desaparecido gobernador Figueroa, Manuel Salcedo, se da cuenta de los trabajos de su antecesor. Refiere que por órdenes del rey, el mariscal de Campo Antonio de Figueroa había fortificado la villa de Bacalar, arruinada por tanta desolación de los piratas de Belice, poniéndole una guarnición de cuarenta y cinco hombres, y la repobló con familias canarias provenientes de Ichmul.
Salcedo es escueto en su narrativa al hablar de la memorable expedición de Figueroa a Walix. Señala que por el año de 1733 “pasó dicho D. Antonio de Figueroa por tierra a dicha villa de Bacalar”, un arduo trayecto donde el último punto más o menos civilizado, era el pueblo de “indios bajo campana” de Chunhuhub. Más allá de los caseríos de Chunhuhub, comenzaba la ubérrima floresta, los árboles enormes repletos de alimañas y fauna exquisita, los burdos trillos convertidos en pantanos debido a los corrientales que drenan anualmente el oriente peninsular, más un aspa monótona e incesante de chaquistes, mosquitos y otros insectos palúdicos. Al llegar a Bacalar, el gobernador y sus capitanes a guerra y soldados, pasaron a Walix (o Wallis) por mar llevando sus armamentos. Mediante piraguas y canoas por ser el camino de agua de poca profundidad, el gobernador logró apresar los navíos y todas las embarcaciones menores que encontraba tras su paso en ese surgidero. ¿Qué motivo al gobernador el incursionar a esas partes selváticas de la Península? El ataque pirata a pueblos de tierra adentro.
Los piratas atacan Chunhuhub y Telá
Y es que antes de adentrarse a la cuestión de Belice para continuar los trabajos del anterior gobernador de Yucatán –Cortaire- de una forma más resuelta, y mientras sus trabajos de preparación militar ya tenían un buen avance, los filibusteros, con espías en cada puerto del Golfo y el caribe, ya se habían percatado de la reparación de los caminos a Bacalar y de los preparativos de canoas en Campeche. Esto los movilizó, al mismo tiempo que los intranquilizó. Los piratas tomaron una drástica decisión que hizo agilizar los prolegómenos de la entrada de Figueroa a Walix: desembarcaron en la bahía de la Ascensión con algunos centenares de indios mosquitos de Nicaragua, y se adentraron por la tierra peninsular, para saquear los pueblos de Chunhuhub y Telá, teniendo como objetivo final el saqueo y desbarato del rico pueblo de Tihosuco. El gobernador, al enterarse, ordenó la movilización de sus capitanes a guerra de la región cercana, y se movilizó él mismo con una compañía de hombres a caballo, y en Telá se dio el primer enfrentamiento: los yucatecos atacaron a los invasores ingleses y los derrotaron de una forma estrepitosa, que les hicieron regresar con sobresalto a Walix.
El Gobernador Figueroa, había cruzado el Rubicón de Telá, y por mar y tierra preparaba a sus guerreros. Destacó una flotilla de canoas traídas de Campeche hacia la desembocadura del Hondo como avanzada. Emprendió entonces la marcha por tierra hacia la lejana Bacalar, pasando por Ichmul donde recogió algunas familias de canarios para el repoblamiento de Bacalar con el fin de evitar la expansión territorial de los piratas ingleses. En Bacalar dejó su impedimenta y se adentró por la laguna hasta la boca del Hondo, para hacerse a la vela con su flotilla de canoas hacia Belice. Hizo su desembarco a cierta distancia de sus enemigos piratas, y la flotilla de canoas siguió hasta el río Walix, o Belice, disponiéndose a forzar la entrada de las tropas del rey católico. El Mariscal de Campo Figueroa, avanzó con rapidez por tierra con sus soldados, y cayó a espaldas sobre la población pirática, y la flotilla cerró la pinza. Tres horas memorables duró el combate, y el enemigo filibustero fue totalmente derrotado, haciéndole numerosos muertos, heridos, prisioneros que se llevaron a las tinajas de Ulúa y La Habana. Fue la victoria de la causa yucateca sobre los invasores ingleses para reclamar Walix para Yucatán, y se dio un 21 de febrero de 1733. Las fortificaciones de los piratas fueron destruidas, los ranchos en las márgenes del río fueron arrasados, así como las embarcaciones de los piratas.[8]
Si esa empresa yucateca de reocupación del territorio de Walix hubiera prosperado, si se hubiera creado otro fuerte -como el fuerte de Bacalar levantado por el mismo Figueroa-, como refiere en su estudio Albino Acereto “otra habría sido acaso la ruta del destino” para Yucatán y su historia que vendría años después, y la Guerra de Castas que iniciaría 113 años con posterioridad, no hubiese durado tanto tiempo de lo que duró. Pero en los dominios de la historia, el hubiera no existe. No le achaquemos al gobernador Figueroa el abandono de Walix posterior de su ocupación, pues a su regreso a Mérida, su destino le alcanzo: tal vez por las condiciones insalubres de esa región oriental, así como los afanes militares y las naturales preocupaciones de un hombre de acción, el gran capitán don Antonio de Figueroa cayó enfermo y falleció el 10 de agosto de 1733 en el rancho Chacal o Las Víboras, cercano al pueblo de Chunhuhub. Ahí, en ese humilde pueblo de Chunhuhub, fue sepultado primeramente el gran gobernador de Yucatán cuya empresa militar hubiese cambiado los destinos de Yucatán. Posteriormente, sus restos fueron trasladados a la iglesia de Santa Ana de Mérida que él mismo erigió, sin pensar que esa iglesia sería su última morada. El hubiera no existe.
[1] Los textos, periodísticos al principio, fueron recogidos en forma de libro en 1940, siendo su editor el incansable periodista y bibliófilo, Carlos R. Menéndez.
[2] Antonio García de León. Vientos bucaneros. Piratas, corsarios y filibusteros en el Golfo de México. Ediciones Era. México. 2014, pp. 21-23.
[3] Lecturas básicas para la Historia de Quintana Roo. Antología. Tomo 5. Las relaciones con Belice. Recopilación de textos: Lorena Careaga. Fondo de Fomento Editorial del Gobierno del Estado de Quintana Roo. México. 1980, p. 15.
[4] Véase mi texto Gilberto Avilez. “Los mayas definen los límites de su autonomía”. Noticaribe Peninsular. 29 de noviembre de 1849.
[5] Los Tratados Mariscal-Spencer fueron ratificados en 1897 por los dos gobiernos, y ahí se estableció, para baldón de la soberanía mexicana y yucateca, los límites entre México y Belice.
[6] Lecturas básicas para la Historia de Quintana Roo. Antología. Tomo 5. Las relaciones con Belice… Sobre la batalla de San Jorge, puede leerse este texto: Ana Cervera Molina. “La batalla de Cayo St. George. Una aproximación desde la hermenéutica de la frontera”. En Laura Muñoz et al (coordinadores), Guerras irregulares en el Caribe. México. Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo-Instituto Mora. 2020, pp. 106-138.
[7] Antonio de Figueroa y Silva, militar y buen administrador, había tomado posesión del gobierno y la capitanía de Yucatán el 24 de diciembre de 1724.
[8] Albino Acereto. Enciclopedia Yucatanense, Tomo II.