Por Gilberto Avilez Tax
- El Territorio de Quintana Roo en las postrimerías del gobierno de Ignacio Bravo: agosto de 1911
El General Ignacio Bravo gobernó con mano dura, o mano militar, el Territorio de Quintana Roo durante aproximadamente una década. Su gobierno ha sido visto como de corte “dictatorial”, siguiendo las enseñanzas del Caudillo de Tuxtepec, don Porfirio, que le encomendó, en octubre de 1898, la ardua tarea de “pacificar” a los mayas rebeldes del oriente de la Península, levantados en armas más de cincuenta años atrás.
Bravo, militar jalisciense con una amplia panoplia de batallas y guerras contra franchutes y las tribus yaquis y mayos, fue el segundo jefe político y el primer gobernador del Territorio. Se distinguió por ser sanguinario y cruel con los mayas. Un periodista de la década de 1930 le puso el mote del “Torquemada de Quintana Roo”.
En 1902, desde Chan Santa Cruz, Bravo le escribió a Porfirio Díaz que la única manera de salvaguardar la zona era exterminar a los cruzoob. Bravo comandó la campaña final de “pacificación” de los mayas por tierra: de octubre de 1898, en que arribó a Progreso, hasta el 4 de mayo de 1901, en que dio la noticia telegráfica de que por primera vez ondeaba el lábaro patrio en Chan Santa Cruz, Bravo hizo efectivo lo que tantos generales quisieron hacer en más de cinco décadas: “la toma de Santa Cruz”. En Santa Cruz, rebautizada como Santa Cruz de Bravo, construyó edificios de mampostería, un cuartel donde alojó a sus tropas, dotó de agua potable a la ciudad, e introdujo la luz eléctrica y el telégrafo. Su obra más importante, hecha con esclavitud de los “operarios” (la mayoría, disidentes del régimen de Díaz), fue la construcción del ferrocarril de Santa Cruz de Bravo a Vigía Chico, 58 kilómetros de vías Decauville que conectaba la capital del Territorio con el Caribe. Fue relevado por Madero en 1912, y sustituido por el General Manuel Sánchez Rivera.
En septiembre de 1912, Sánchez Rivera arribó a Santa Cruz desde Vigía Chico con 50 rurales maderistas. Su misión consistió en obtener la rendición incondicional a Bravo y enviarlo a la ciudad de México. Después de tres días de conferencia, el jalisciense aceptó las condiciones. En un gesto simbólico que se dio el 16 de septiembre de 1912, Sánchez Rivera liberó a los presos políticos del régimen de Porfirio Díaz, cuando el Territorio fue conocido como la “Siberia Tropical”.
En una indagación de ese periodo que va de la salida de Díaz en el Ypiranga la mañana del 31 de mayo de 1911, hasta momentos antes de la llegada de Manuel Sánchez Rivera a la Siberia Tropical para pedir la rendición incondicional del viejo general jalisciense, hay un trecho poco contado en la historia de Quintana Roo. Y es que, al parecer, la Revolución, que apenas iniciaba, había olvidado que en el lejano Territorio de Quintana Roo, aún subsistían baluartes conservadores del viejo régimen porfiriano, y Bravo y su Siberia tropical eran paladinos ejemplos de ello. Pues bien, al indagar las fuentes periodísticas, di con un informe sobre el estado que, para esos meses de agosto de 1911, representaba el Territorio de Quintana Roo para el país, y, más que nada, afectaba directamente al estado de Yucatán: y es el hecho de que el Territorio de Quintana Roo, que fungía como cárcel para operarios y soldados del régimen, aún no había sido pacificado del todo.
El informe periodístico, aparecido en La Revista de Mérida el sábado 5 de agosto de 1911, no tenía firma, aunque por su “gramática” y fogosidad de denuncia, seguramente que era un escrito del incansable Carlos R. Menéndez. El escrito hacía una descripción pormenorizada del peligro que corrían las tropas mexicanas en esos senderos selváticos donde los que conocían a la perfección el territorio eran los combatientes mayas que resistían con enjundia la ocupación militar de sus antiguos bosques. Además, otorgaba unos seis “remedios” para concretizar la tan ansiada “pacificación”, que no ocurriría hasta bien entrado el siglo XX.
El artículo señalaba que la “pacificación” estaba muy lejos de ser un hecho en 1911, una década posterior a la ocupación de Santa Cruz. Esto, a pesar de las declaraciones en contrario de Bravo, que insistía en la pacificación completa, pero que sólo buscaba desorientar al Gobierno de la Federación y a la opinión pública. ¿Las pruebas? El artículo citaba publicaciones anteriores suyas que a intervalos cortos demostraban que Bravo ofuscó al gobierno porfiriano, asegurando que la guerra contra los mayas era cosa del pasado. Y es que a la redacción de La Revista de Mérida habían llegado noticias de terribles asaltos de los mayas rebeldes, quienes previa destrucción de algunos kilómetros de línea telegráfica para hacer sus balas llamadas “cortadillos”, habían dado muerte a los soldados federales que componían las llamadas “escoltas” dejando los cuerpos bárbaramente mutilados a machetazos y llevándose armas y municiones y hasta las ropas de los cadáveres, a los cuales casi siempre dejaban desnudos.
Frente a esto, el general Bravo, por medio de sus escribanos a sueldo en la ciudad de México, alegaba que tales depredaciones no eran cometidas por los indios, sino por “bandidos”. Pero La Revista de Mérida recordaba que “el último asalto” había tenido lugar un mes antes de agosto de 1911, cuando perdieron la vida varios soldados y operarios, “cuyos cuerpos fueron encontrados al tercero o cuarto día, devorados por las aves de rapiña”.
Y si los ejércitos de ocupación mexicanos –y durante buena parte de la primera mitad del siglo XX, el Territorio de Quintana Roo, dirigido desde el centro, seguiría siendo una zona de ocupación del gobierno federal con gobernadores militares que van desde 1902 con Bravo, hasta 1944 cuando el gobierno del Territorio de Quintana Roo recae en el civil y líder ferrocarrilero, Margarito Ramírez[1]– eran los que más eran diezmados por los “cortadillos” de los mayas atrincherados en sus espesas selvas orientales haciendo la “guerra de guerrillas” que desde cincuenta años atrás practicaban, los que caían como moscas en el pantano quintanarroense pues no conocían los vericuetos de la selva oriental; el informe decía que “no se hadado el caso de los indios hayan tenido bajas en sus filas, ni menos que hubiesen dejado en poder de nuestras fuerzas un prisionero ó un herido, á pesar de que siempre, según los partes oficiales, dejan grandes regueros de sangre en su fuga”. Seguramente esto no fue así, como dice este informe, aunque tampoco creemos en el embeleco de los grandes “regueros de sangre [de los mayas] en su fuga”.
El autor de dicha radiografía, se preguntaba por la causa de tan horripilante sangría de las tropas mexicanas. La respuesta era, por supuesto, el conocimiento casi matemático de los espesos bosques orientales de los cruzoob y su guerra asimétrica, a base de emboscadas y mimetismos en la áspera geografía caliginosa del Territorio de Quintana Roo.
Y es que los soldados mexicanos, durante casi una década de ocupación del Territorio, se veían obligados a hacer jornadas por estrechos caminos de vereda que a veces contaba con solo un metro de ancho, y vagaban por en medio de un “bosque” tropical feraz, con espesos matorrales que en tiempos de lluvia formaban “un impenetrable velo verde” que les impedía la visibilidad hasta media vara de distancia. Este “velo verde” le sacaba buen provecho los cruzoob:
“Los indios, que saben cuándo deben pasar las escoltas que hacen el servicio entre campamento y campamento, se emboscan, se parapetan tras sus trincheras o albarradas sin ser vistos de nadie y sin presentar el cuerpo, y, naturalmente, al paso de los piquetes, nunca mayores de doce o quince hombres, los diezman a balazos, sin que los federales, en la mayor parte de las veces, sepan de donde llueve el mortífero fuego…”
La solución era, por supuesto, desmontar esas veredas, y no se hablaba de construir caminos, cosa que apenas iniciaría en tiempos de Lázaro Cárdenas (1934-1940) y se terminaría de concretar hasta la década de 1960. Los caminos que iban de Peto hasta Santa Cruz, en 1911 eran intransitables por el peligro que corrían las arrias o los pocos yucatecos y mexicanos que se internaban a la selva por vía terrestre. Esto detenía todo tipo de inmigración, y más cuando la única forma de llegar a Santa Cruz o a Payo Obispo y las islas, era por vías marítimas, costosas y difíciles pues la escasez de barcos y las malas condiciones y peligros del tren que iba de Vigía Chico hasta Santa Cruz, a merced de los indios que asaltaban con constancia las caravanas, inhibía la llegada de gente. Diez años de ocupación, erogando la federación una suma millonaria de 50 millones de pesos de ese entonces, tenía saldos negativos en sacrificios de vida, amén del poco desarrollo de la parte oriental de la península.
Y a pesar de que, para buscar la inmigración, el gobierno federal había decretado la exención de derechos a la importación de mercancías de primera necesidad o de productos que favorecieran de alguna forma el desarrollo de la industria y de las artes en el territorio, dicha exención solo había favorecido “á algunos privilegiados buhoneros árabes que allí se han enriquecido al amparo del favoritismo, con prejuicio de la patria y de los hombres de buena voluntad, pues en la prensa de México se ha hablado hasta de la práctica del contrabando en grande escala”.
Frente a esta terrible situación en que se encontraba el Territorio de Quintana Roo en las postrimerías del gobierno de Ignacio Bravo, el autor de este informe establecía seis “heroicos remedios” para procurar la “pacificación y prosperidad” de esta parte oriental de la península. Enlistamos dichos puntos, con un somero comentario:
1.- “La conclusión del Ferrocarril de Peto a Santa Cruz”, pues en 1911 solo laboraban “cuatro o seis hombres cojos, mancos y tuertos por órdenes de Bravo”. Esto, desde luego, nunca se realizó en todo lo largo del siglo XX, salvo si es posible de contar como vías ferrocarrileras de significancia mínima, a las mustias vías Decauville perdidas en los márgenes del Hondo y en el centro y norte del Territorio. Fue una empresa fallida por las circunstancias nacionales de fin y comienzo de un nuevo régimen, y porque se le dio más importancia a la construcción de las carreteras troncales. El Tren Maya tiene a su tatarabuelo en esta empresa fallida de los antiguos Ferrocarriles Sud-orientales.
2.- “El ofrecimiento de amplias garantías y seguridad, junto con franquicias razonables, a las personas que llevaran a Quintana Roo el contingente de su capital para emprender negocios y la necesaria inmigración para explotar las tierras”. Esta idea primigenia de la “colonización” de Quintana Roo, sería una constante durante buena parte del siglo XX, reforzándose en las dos décadas previas a su nueva condición como estado de la federación.
3.- “La separación del mando civil del mando militar”. Como dijimos, esto solo iniciaría plenamente a partir de la llegada al Territorio de don Margarito Ramírez.
4.- “Que no regrese Bravo a Quintana Roo”. Cosa que fue así (y, de hecho, Bravo participó de forma indirecta en el derrocamiento de Madero y volvió a tomar las armas apoyando a la dictadura de Victoriano Huerta, combatiendo infructuosamente a los villistas).
5.- “La revisión de concesiones de terrenos otorgados por el Porfiriato a determinados favoritos”. Cosa que se hizo, aunque luego se presentarían nuevos “favoritos” del nuevo régimen que monopolizaron durante mucho tiempo las concesiones forestales.
6.- “Que se procure, por medio de la persuasión, del cariño, de la justicia y de la libertad, atraer a los mayas hoy rebeldes, concediéndoseles las tierras que se les han arrebatado, para hacer sus sementeras, fabricándoles casas, fundando escuelas para sus hijos”. Esta visión indigenista, sí tuvo continuidad y consecuencias en el Territorio de Quintana Roo, porque era la política del estado posrevolucionario respecto a los pueblos indígenas.
[1] Salvo el breve gobierno de Pascual Coral a principios de la década de 1920, único civil antes de Margarito Ramírez, podemos decir que incluso el periodista Antonio Ancona Albertos y el Doctor Siurob, gobernantes ambos del Territorio de Quintana Roo, fueron militares, o con experiencia militar en el proceso revolucionario.