Francisco J. Rosado May
fjrmay@hotmail.com
Conversaciones cotidianas, actitudes normalizadas:
– Me robaron lo que traía en mi coche,
– ¿Dejaste las puertas sin seguro?
– Si, porque no iba a tardar.
– Ya ves, tú te tienes la culpa.
– Fui a la autoridad a poner mi queja por el acoso de fulano, que tiene un alto puesto donde trabajo.
– Pero eso ya tiene tiempo, ¿qué pasó?
– Pues que no lo encontraron culpable.
– Ya ves, te lo dije. Debiste de darle para sus chescos al policía que investigó. También, para que te vistes así.
– Yo no estoy de acuerdo con el profesor por la forma en que dice cosas en la clase que no tienen nada que ver con la materia hace comentarios fuera de lugar por no decir vulgares y de tipo sexual.
– ¿Por qué no lo denuncias a las autoridades?
– Porque los demás profesores se van a poner de su parte y me van a reprobar.
– Ya me cansé de pedirle al coordinador que debe enviar la información completa mucho antes de las reuniones y no hace caso.
– ¿Qué dice?
– Que así se acostumbra. Pero lo que está haciendo es fomentar reuniones levanta dedos, sin análisis ni información previa.
Ejemplos ficticios o no, que reflejan realidades. Se normalizan situaciones que en otros contextos de mayor responsabilidad de los actores se pensaría que puedan existir. Y está presente en los ámbitos de la salud, educación, servicio público, laboral, y un largo etc.
Aun cuando el concepto de normalización se origina dentro del ámbito industrial, que evolucionó a certificaciones tipo ISO, y que tiene como objetivo alcanzar la calidad que se pregona de un producto (ver el artículo de Moro Piñero, 2020, en la revista Técnica Industrial, número 325), el término ha sido prestado para denominar que hay acciones que ya son norma en el funcionamiento de una sociedad. Normal, pero lamentablemente se usa para situaciones anómalas. El riesgo es que la situación sea tan normal que deja de parecer anómala.
El sexenio que está por iniciar, como todos los anteriores, apunta hacia el desarrollo, le llaman bienestar, pero es lo mismo. El reto es vencer todas esas inercias de normalización que precisamente previenen el desarrollo. Los anteriores gobiernos no han hecho mucho, la prueba está en que nuestro país sigue siendo considerado en el concierto mundial como un país en desarrollo (ver el historial de índice de desarrollo humano).
Entre los riesgos de esta mala normalización está la condición de hacer responsable a la víctima. Tan es grave que una de las explicaciones a la aceptación popular que tiene la reforma al poder judicial es una señal del hartazgo a una normalización de corrupción, de mala interpretación de las leyes, de usar la justicia para encubrir faltas o proteger autoridades. No está mal, pero precisamente porque la normalización es némesis del desarrollo, esa reforma debe hacerse con cuidado, bien pensada y no debe detenerse ahí, solo en la parte judicial. También debe incluir al resto del sistema.
El reto es enorme. Queda esperar si las nuevas autoridades lo entienden así y lo enfrentan como debe ser.
¿Cómo lograr bienestar, introducir una economía más humana si, como señaló Keynes en su Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero, no hay espacio para nuevas ideas por la resistencia de las viejas ideas para ser cambiadas? Pensemos en la frase cambiando ideas por normalización.
Es cuanto.